Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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viernes, 29 de julio de 2011

La ética existencialista

La corriente denominada existencialismo arranca del danés Kierkegaard, filósofo que hacia la mitad del siglo XIX insistió en el carácter paradójico y angustioso de la existencia humana. Esta teoría alcanzó su máxima influencia social tras la Segunda Guerra Mundial. Según esta tendencia filosófica, cada ser humano es único, irrepetible e imposible de comprender desde las aportaciones de las ciencias positivas.
Las tesis del movimiento existencialista coinciden con el pensamiento de Kant en defender una Ética formal y autónoma. Pero, mientras que Kant creía posible encontrar a priori criterios morales de valor objetivo y universal, es decir, válidos para todas las personas, los existencialistas adoptan una posición individualista y subjetivista.

El comportamiento animal está determinado
 Según el existencialismo, la libertad es la característica primordial del individuo humano, lo que le diferencia de todos los demás y de todos los objetos de la Naturaleza. El resto de los seres se encuentran ajustados y en perfecta armonía consigo mismos, son opacos, cerrados e inconscientes (ser en sí); el ser humano, por el contrario, es conciencia, relación y libertad (ser para sí), y debido a estas cualidades cada persona es humanamente diferente a todas las demás.
Por tanto, si cada sujeto es absolutamente diferente a los demás, no pueden existir valores ni normas morales universales válidas para todos los individuos. En consecuencia, nadie puede señalarnos lo que debemos hacer ni cómo debemos comportarnos; cada cual, quiera o no quiera, tiene que determinar por sí mismo y en la soledad de su conciencia sus obligaciones morales. La libertad no es una capacidad de acuerdo con la cual podemos decidir o no decidir, sino que constituye una especie de fatalidad: somos libres a la fuerza, podemos decidirnos en un sentido o en otro, pero necesariamente tenemos que decidir.
De esta manera, el verdadero sentido de la Moral consiste en obligar al individuo humano a asumir (a aceptar o a vivir) su plena libertad. La libertad absoluta de cada persona constituye la única justificación y el único fundamento de sus principios, de sus decisiones, así como de sus obligaciones, y, en consecuencia, la propia libertad constituye el supremo valor de la vida humana o, lo que es lo mismo, no existe ningún valor superior a la propia libertad: lo importante es decidirse libremente.
Y, en efecto, los existencialistas nos enseñan que cada vida posee el sentido que ella libremente ha elegido. Cada individuo es el autor tanto de su propio proyecto vital como de sus normas y de sus valores, "elegir ser esto o aquello es afirmar, al mismo tiempo, el valor de lo elegido, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien".
De esta manera podemos llevar una vida auténtica o una vida inauténtica. Llevamos una vida inauténtica cuando renunciamos a nuestra libertad y nos refugiamos en la muchedumbre, en la masa; en esta situación, las personas hacen lo que se hace, piensan lo que se piensa, se deciden como se decide y viven como se vive.
En cambio, la existencia auténtica supone la íntegra aceptación de la propia libertad. En ella, el ser humano vive la angustia de su decisión y acepta libremente su responsabilidad; toda resolución del ser humano es una elección libre, sin excusas y sin ayuda.
Toda persona que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo ser humano que recurre a un determinismo, es una persona de mala fe.
Entre los filósofos existencialistas cabe destacar a M. Heidegger, K. Jaspers y J. P. Sartre.

jueves, 21 de julio de 2011

El utilitarismo inglés y el pragmatismo americano

Según las teorías utilitaristas y pragmatistas, el fin último de la vida consiste en buscar la utilidad y el éxito y en procurar evitar el fracaso y las desgracias.

Jeremy Bentham (1748-1832)
El utilitarista J. Bentham señala que todas las personas buscan el placer y huyen del dolor; no obstante, a veces nos vemos obligados a aceptar algunos dolores para poder obtener después mayores placeres y otras, en cambio, debemos rechazar ciertos placeres para evitar males mayores.
Por tanto, según Bentham, es necesario saber calcular correctamente nuestros intereses, esto es, la felicidad o el placer que nuestros actos nos proporcionan y los esfuerzos y sacrificios que nos exigen. Ahora bien, no sólo debemos preocuparnos por nuestros intereses, sino también por los de nuestro prójimo, pues las relaciones amables con nuestros semejantes son útiles, es decir, fuente de alegrías, satisfacciones y placeres.

John Stuart Mill (1806-1873)
John Stuart Mill procuró elevar el utilitarismo hedonista e individualista hacia un utilitarismo humanista y altruista; en este sentido, por una parte, atiende no sólo a la intensidad del placer, sino también a su cualidad, poniendo de manifiesto la superioridad de los bienes y de los placeres intelectuales y morales sobre los materiales: "Vale más ser una persona descontenta que un puerco satisfecho", y por otra, insiste en la conveniencia de trabajar por la utilidad general de la humanidad: conseguir el mayor número de bienes para el mayor número posible de personas y, de esta manera, el utilitarismo de Mill desemboca en un altruismo que pretende armonizar los intereses individuales con la utilidad social.

El pragmatismo, por su parte, niega la existencia de valores, fines y normas morales objetivos. Los seres humanos poseen diversos deseos e intereses cuya satisfacción les plantea mayores o menores problemas; pues bien, la conducta moral tiene como objetivo principal procurar la satisfacción de aquellos deseos de la mejor manera posible. En este sentido, bueno es lo que en cada caso concreto nos proporciona la solución adecuada de nuestros problemas, lo que nos ayuda a obtener el éxito, es decir, a lograr la satisfacción de nuestros deseos e intereses, y malo lo que nos impide o nos dificulta la consecución de esa meta.

John Dewey (1859-1952)
La moral pragmatista es individualista y relativista: individualista, porque cada persona inventa sus normas y éstas se justifican si conducen a la consecución de los intereses o los deseos particulares, o se rechazan si llevan al fracaso; y relativista, porque no admite principios universales y comunes, sino que cada cual ha de inventarse sus normas de acuerdo con su situación. En el fondo, el único principio válido para esta teoría consiste en saber bandearse en la vida, en acertar a triunfar dentro del orden social. Uno de los defensores del pragmatismo más importante que podemos mencionar es el pensador, psicólogo y pedagogo americano, John Dewey.