Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 31 de enero de 2015

¿Existe la libertad?

La existencia de la libertad ha sido una de las cuestiones más debatidas a lo largo de la historia de la filosofía. Los pensadores de todos los tiempos no han ahorrado esfuerzos en intentar demostrar tanto su existencia como su inexistencia. Presentamos a continuación los esfuerzos argumentativos más importantes, los cuales se dividen en líneas generales en dos grupos: determinismo (la libertad no existe) e indeterminismo (sí existe la libertad).


 D E T E R M I N I S M O 

El ser humano no es libre. Cuando decide, sólo es libre aparentemente. La conciencia de libertad es mera apariencia, derivada de la ignorancia de las causas que realmente nos obligan a actuar.

Determinismo físico
El ser humano se comprende como un ser más de la naturaleza. No escapa a las leyes naturales. Lo único que sucede es que, al ser más complejo, aumenta la complejidad de estas leyes. El ser humano, como ser físico que es, está determinado por principios físicos.
P. S. LAPLACE (1749-1827)

Determinismo biológico
Procede de una revisión del determinismo físico. El ser humano es una realidad física de tipo biológico y su conducta puede reducirse a combinaciones químicas. Una versión actualizada de este determinismo biológico es el llamado determinismo genético, según el cual el ser humano está determinado por su código genético, por sus genes.
PAULOV (1849-1936)

Determinismo social
Lo que determina la conducta humana es el medio social en que vive. La sociedad ejerce una fuerte presión sobre el individuo, de tal manera que, incluso cuando éste se cree libre, está obedeciendo a criterios dados socialmente.
E. DURKHEIM (1858-1917)

Determinismo educacional
Es una variante del determinismo social. El individuo está determinado por la educación que recibe. Esta educación refuerza determinadas conductas que son consideradas deseables y rechaza otras menos deseables.
B. F. SKINNER (1904-1990)

Determinismo teológico
Las acciones humanas responden a una fuerza superior de carácter divino. Este tipo de determinismo nos lo encontramos en la tradición griega y romana, donde la vida humana está marcada por el destino (ananké, para los griegos, o fatum, para los romanos). También nos lo encontramos en algunas interpretaciones del cristianismo: si Dios conoce todo, también sabe lo que vamos a hacer, entonces no somos libres.
Tragedias griegas: SÓFOCLESEURÍPIDES, ESQUILO
J. CALVINO (1509-1564)

 I N D E T E R M I N I S M O 

Defiende la posibilidad de decisión libre. Afirma la imprevisibilidad de la conducta humana.

Indeterminismo físico
Frente a la física clásica, algunas interpretaciones de la moderna mecánica cuántica defienden que la naturaleza se rige por leyes probabilísticas, donde el azar y la indeterminación son protagonistas. El comportamiento de la naturaleza, al menos en su nivel subatómico, no puede predecirse.
W. HEISENBERG (1901-1976); N. BOHR (1885-1962)

Argumentación postulatoria (moral)
Si no existiera la libertad, la moral no sería posible ni tendría sentido. Y como todos tenemos experiencia de la moral, hemos de reconocer la existencia de la libertad. Es un argumento postulatorio, es decir, se postula (se supone) que existe la libertad, pues, si no, la moral carecería de fundamento.
KANT (1724-1804)

Conciencia psicológica de libertad
Todos tenemos intuición de que somos libres. Hacemos una cosa, pero podríamos haber hecho otra; piensa algo, pero podría haber pensado algo diferente y lo hago por propia voluntad.
R. DESCARTES (1596-1650); J. P. SARTRE (1905-1980)

 Entre la ciencia y nuestra vivencia 

Los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de "libertad" se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son palabras, sin idea alguna que les corresponda. Efectivamente, todos ignoran lo que es la voluntad y cómo mueve el cuerpo, y quienes se jactan de otra cosa e inventan residencias y moradas del alma suelen mover a risa o a asco. Así también, cuando miramos al sol, imaginamos que dista de nosotros doscientos pies, error que no consiste en esa imaginación en cuanto tal, sino en el hecho de que, a la par que imaginamos así, ignoramos su verdadera distancia y la causa de esa imaginación.
B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico

Dostoievski escribe: "Si Dios no existiera, todo estaría permitido". En efecto, todo está permitido si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque no encuentra en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.
Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (adaptado)

La libertad de nuestra voluntad se conoce por la simple experiencia que de ella tenemos, sin necesidad de prueba.
R. Descartes, Principios de filosofía

domingo, 25 de enero de 2015

La filosofía posterior a Aristóteles

1. Filosofías de la Felicidad
Aristóteles fue el último gran filósofo de la Edad Clásica. Después de él, el pensamiento tomó nuevas direcciones. Los imperios, primero el de Alejandro y luego el Romano, vinieron a sustituir a las viejas ciudades-estado. La civilización se difundió alrededor del Mar Mediterráneo, en el interior de Europa y en Gran Bretaña, gracias a estos imperios. Esta cultura, sin embargo, no produjo demasiados filósofos ni científicos. Los imperios tienden a ser pragmáticos, y entre los romanos encontramos a grandes ingenieros y políticos pragmáticos más que a grandes pensadores. La ciencia floreció durante un tiempo en Alejandría, la capital del Egipto postalejandrino. En la época de los sucesores de Alejandro, los Tolomeos, se establecieron centros de investigación y se realizaron importantes avances es matemáticas, astronomía, física y medicina. Se creó una gran biblioteca en Alejandría, constituyendo su destrucción, al comienzo de la era cristiana, una de las grandes tragedias de la historia. Nuestro conocimiento de los primeros filósofos es fragmentario a causa del incendio de esta biblioteca.
Lo que de movimientos filosóficos hubo en los períodos helenístico y romano difirió en gran medida de lo que había tenido lugar antes. En vez de investigar cuestiones de ciencia o epistemología, los filósofos se dedicaron ahora a buscar recetas para la felicidad humana. Podemos caracterizar al período que va de Aristóteles (muerto en el 323 a.C.) a la Edad Media como el período de las filosofías de la felicidad.
Epicuro (341-270 a.C.) aceptó el atomismo, aunque no el determinismo, y como Demócrito, preconizó el hedonismo. Pero la fórmula de Epicuro para alcanzar el placer no era lo que nosotros solemos asociar al nombre de su escuela, el epicureísmo. Dio más importancia a la evitación del dolor que a la búsqueda activa del placer y aconsejó a sus seguidores que llevaran vidas sosegadas y alejadas a las refriegas del mundo externo. Sus advertencias dan en el blanco en una época volcada hacia la energía: depender de los placeres de la vida supone arriesgarse al dolor cuando éstos nos son retirados.
Los cínicos no sólo se apartaron del mundo civilizado, sino que también lo atacaron. Opinaban que las obras de la sociedad rebosaban hipocresía, con su inseparable cortejo de codicia, envidia y odio. Los cínicos se burlaban de las convenciones sociales. El cínico más célebre fue Diógenes (que murió en 324 a.C.); vivió pobremente, se llamó a sí mismo ciudadano del mundo y preconizó en amor libre y la comunidad de familias. Cuéntese que Alejandro visitó a Diógenes en la cueva donde vivía. Plantándose frente a la entrada, Alejandro le preguntó si podía hacer algo por el famoso filósofo. "No me quites la luz", fue la respuesta de Diógenes. Esta anécdota resume en un rasgo el cinismo.
El escepticismo fue un movimiento afín, pero de carácter más intelectual, fundado por Pirrón de Elis (360-270 a.C.) y desarrollado posteriormente por diversos rectores de la academia de Platón. Como Platón, los escépticos desconfiaban de la percepción sensorial. Sin embargo, no creían en ningún mundo de las Formas. Por ello, sostenían que cualquier conclusión general que pudiera alcanzarse en base a la experiencia podría convertirse en errónea a la luz de la nueva experiencia. Dado que ser refutado constituye una experiencia dolorosa, los escépticos creían que no deberíamos aceptar conclusiones generales, para evitarnos el disgusto de estar equivocados.
Mayor difusión que cualquiera de estas filosofías alcanzó el estoicismo, que contó entre sus adeptos a un esclavo (Epícteto, 50-138 d.C.) y a un emperador (Marco Aurelio, 121-180 d.C.). Su fundador fue Zenón de Citio (333-262 a.C.), quien enseñaba en la columnata pintada, o Stoa, de Atenas. En la actualidad un estoico es alguien que acepta la desgracia "filosóficamente" -tranquilamente y sin queja-. Los antiguos estoicos se comportaban así porque creían que el universo es racional y bueno; con frecuencia lo comparaban a un ser vivo y semidivino presente en todas las cosas. Los estoicos fueron también deterministas, sosteniendo que cualquier cosa que le ocurra a una persona tiene que ocurrir así debido al orden causal del universo. La felicidad, pues, estriba en colocar la propia razón en armonía con la del universo, aceptando el hado propio como parte de una totalidad superior y divinamente racional.
Plotino
La filosofía de la felicidad más influyente fue el neoplatonismo, cuyo portavoz principal fue Plotino (204-270 d.C.), un griego de Egipto. Plotino desarrolló hasta sus últimas consecuencias los aspectos místicos del platonismo, convirtiendo casi esta filosofía en una religión. Definió el universo como una jerarquía, en cuyo vértice se sitúa un Dios supremo e incognoscible llamado El Uno. El Uno "emana" un Dios cognoscible, denominado Inteligencia, que gobierna el reino platónico de las Formas. De la Inteligencia emanan en serie más criaturas divinas, hasta llegar a los hombres, cuyas almas divinas están aprisionadas en cuerpos degradantes y materiales. El mundo físico es una copia imperfecta e impura del reino divino.
La preocupación de Plotino era apartar a sus seguidores de las tentaciones corruptoras de la carne, encaminándolos hacia el mundo espiritual de la verdad, el bien y la belleza, en el reino de las Formas. En sus Enéadas, Plotino señalaba:

Ascendemos al modelo... del que el mundo [físico] deriva... Lo preside la Inteligencia pura y la sabiduría increíble... Todo allí es eterno e inmutable... [y] en un estado de bienaventuranza.

La última frase marca el cambio desde la filosofía platónica hacia la visión estática de lo religioso, y apunta hacia la filosofía de la felicidad que tuvo más éxito, que no fue sino una religión.

2. La primera filosofía cristiana
Las filosofías de la felicidad lograron la adhesión de varios intelectuales griegos y romanos, pero a medida que el Imperio Romano empezó a desintegrarse, la gente necesitó cada vez más algo estable en que creer. Los viejos dioses olímpicos ya no resultaban plausibles, y en las postrimerías del Imperio numerosas religiones originarias de Oriente captaron a conversos romanos. Estas religiones se centraban por lo general en torno a algún misterio religioso y se denominaron religiones mistéricas. Hubo varias con cierta fuerza. El mithraísmo, por ejemplo, basada en la muerte y resurrección de Mithra, era una religión compleja, que contaba al menos con un templo en un lugar tan apartado de su cuna, Persia, como el Londres de la época romana. Estuvo a punto de convertirse en la religión oficial de Roma. Sin embargo, la gran triunfadora en última instancia entre tales religiones mistéricas fue la que se basó en la muerte y resurrección de un oscuro maestro judío llamado Jesús. Recibió el nombre de cristianismo y consiguió numerosos conversos, inclusive emperadores. Se convirtió en la religión estatal romana en el siglo IV d.C.
Un problema importante para los creyentes cristianos fue qué postura adoptar respecto a la filosofía clásica. ¿Debía ser condenada como pagana y forzosamente herética, como lo pretendió San Jerónimo (320-420 d.C.); o los cristianos debían aceptar aquellos elementos de la filosofía compatibles con la fe, como argumentó San Ambrosio (340-430)? La primera posición se alzó con el triunfo, y su principal representante, uno de los dos maestros mayores de la filosofía católica, fue San Agustín (354-430). San Agustín es el último filósofo clásico y el primer filósofo cristiano, compaginando el estoicismo, el neoplatonismo y la fe cristiana.


San Agustín
El estoicismo, con su énfasis en la divina sabiduría y la sumisión humana, presenta elementos susceptibles de fácil asimilación por la creencia cristiana. Más compatible aún, con todo, resultaba el neoplatonismo, que era una filosofía en clara evolución hacia la religión. En el siglo IV, el cristianismo se limitaba a una fe sencilla, carente de soporte filosófico. San Agustín integró fe y filosofía en una sólida visión cristiana del mundo, que habría de dominar todas las facetas del pensamiento medieval hasta el siglo XIII. El siguiente pasaje ilustra el platonismo cristiano de San Agustín:

Dios, por supuesto, pertenece al reino de las cosas inteligibles, al igual que tales símbolos matemáticos, aunque hay una gran diferencia. En forma análoga, la tierra y la luz son visibles, pero la tierra no puede ser vista a menos que sea iluminada. Cualquiera que conozca los símbolos matemáticos admite que son verdad, sin sombra de duda. Pero debe también saber que no pueden ser conocidos a menos que sean iluminados por alguna otra cosa similar al sol. Acerca de esta luz material advirtamos tres cosas. Que existe. Que brilla. Que ilumina. Así, a la hora de conocer al Dios oculto, debéis reparar en tres cosas. Que existe, que se conoce. Que es la causa de que conozcamos las demás cosas.
San Agustín, Confesiones

San Agustín asimiló una compleja, aunque mística, filosofía y creó la teología cristiana básica.

sábado, 24 de enero de 2015

La sorprendente verdad sobre qué nos motiva

Este libro fue una recomendación en un curso sobre coaching que hice en Zaragoza en octubre de 2014. Comencé a leerlo en formato digital, hasta que le di cierre al ordenador, y lo busqué en papel las pasadas navidades.
He estado centrado pues en estas últimas semanas con este trabajo de Pink. Su idea central puede quedar resumida en el siguiente párrafo:

La ciencia prueba que las gratificaciones de tipo “si/entonces” –los grandes pilares del sistema operativo Motivación 2.0- no solo son ineficaces en muchas situaciones, sino que además pueden dar al traste con las altas y creativas capacidades conceptuales fundamentales para el progreso socioeconómico actual y futuro. La ciencia revela que el secreto de un rendimiento óptimo no radica en nuestro impulso biológico ni en nuestro impulso ante el premio o castigo, sino en un tercer impulso: nuestro deseo, profundamente arraigado, de dirigir nuestras propias vidas, de extender y expandir nuestras capacidades y de vivir una vida con una finalidad.

A su vez, recoge diferentes ideas interesantes de otros autores, recomienda otras lecturas y procura dejar indicaciones de aplicación para el mundo de la educación.

domingo, 18 de enero de 2015

Los dos enunciados clásicos de la filosofía occidental

1. Sócrates y Platón: la Filosofía del Racionalismo y del Ser
Sócrates (470-399 a.C.) fue un maestro perplejo que se planteó el significado de términos generales, tales como "verdad", "belleza" y "justicia". Su mejor discípulo fue Platón, quien proporcionó respuestas positivas a las provocativas preguntas que ni el propio Sócrates llegaba a contestar. Platón (428-348 a.C.) escribió sus Diálogos, en los que Sócrates examina diversos problemas con los atenienses. Los primeros diálogos nos muestran a un Sócrates joven e inquisitivo. En los últimos, Platón pone en boca de Sócrates su propio racionalismo.

 Epistemología 
Los sofistas y Sócrates fueron contemporáneos y a la vez antagonistas. Sócrates, quien concentró su atención en la ética, creía que los sofistas minarían toda la moralidad con sus enseñanzas relativistas. En oposición a ellos, intentó descubrir el significado general de Dios, la justicia y la belleza. Platón hizo extensible esta búsqueda a todo el conocimiento.
Sin embargo, Platón aceptó un aspecto del relativismo sofista: su argumento de que todas las sensaciones dependen del estado del observador. Platón apoyó esta posición siguiendo el ejemplo de los dos hombres que entran en una habitación desde diferentes contextos en cuanto a la temperatura y por ello perciben la habitación (fría o cálida) en forma distinta. Se puede disponer otra demostración, propuesta siglos más tarde: Se cogen tres cubos de agua -uno caliente, otro frío y otro templado-, y se mete la mano izquierda en el agua caliente y la derecha en la fría. A continuación, se sumergen las dos manos en el agua templada. La mano izquierda sentirá frío y la derecha calor. El agua, por supuesto, está a la misma temperatura, pero se siente a dos temperaturas. La experiencia del agua es función del estado de las manos. En función pues estos planteamientos de Platón, uno no sabe cuál es la temperatura del agua; únicamente cabe tener alguna creencia con respecto a ella.
Platón aceptó también la doctrina heracliteana del flujo, razonando que todos los objetos se hallan en continuo cambio. Para Platón esto significaba que no cabe conocer los objetos. No podemos tener un conocimiento eterno e inmutable -que para Platón son las características esenciales del conocimiento- de cosas que están cambiando continuamente. Platón llegó a la conclusión de que la percepción suministra una imagen sumamente imperfecta y relativa de un mundo de objetos en permanente cambio, una imagen que no puede llamarse conocimiento.
Con todo, Platón no puso en tela de juicio la existencia del conocimiento, sino que intentó mostrar cómo puede alcanzarse éste. Si no cabe conocer la realidad, ¿qué podemos conocer? No puede haber conocimiento de la nada, de lo que no existe, ya que entonces no sería conocimiento. El conocimiento es eternamente verdadero e inmutable, por lo que los objetos del conocimiento han de ser eternos e inmutables. Platón llamó a tales objetos del conocimiento Formas (o Ideas). Hay una Forma para cada clase de objeto a los que damos un nombre general, como "gato", "cama", "hombre", "justo" o "bueno". Platón creía que los objetos percibidos eran copias imperfectas de estas Formas, imperfectas porque se hallan en permanente cambio y son relativas al que las percibe.
La mejor expresión de esta idea aparece en la metáfora de la línea, que figura en la República de Platón. Imaginémonos una línea dividida en cuatro segmentos desiguales. La línea está dividida en dos grandes segmentos, que representan el mundo de las apariencias percibidas y la opinión, y el mundo del conocimiento abstracto o mundo inteligible. El primer segmento es más corto, para denotar su imperfección. El mundo de las apariencias está su vez dividido en el mundo de la imaginación y en el de la creencia. La imaginación es el nivel inferior de la cognición, puesto que se ocupa de simples imágenes de objetos concretos, análogas a los reflejos que fluctúan en el agua. Platón relegó el arte también a este reino, ya que cuando contemplamos el retrato de un hombre estamos viendo únicamente una imagen, la sombra de una apariencia. Platón desterró el arte de su República utópica.


Nuestra aprehensión de las imágenes es la forma más imperfecta de conocimiento. Nos movemos en un terreno más seguro cuando miramos a los objetos propiamente dichos; Platón llamó a esto creencia. Con el siguiente segmento de la línea, el pensamiento, alcanzamos el conocimiento, que se inicia con el conocimiento matemático. El matemático puede demostrar teoremas sobre triángulos rectángulos o ecuaciones de segundo grado, sin tener que referirse a triángulos concretos o ecuaciones numéricas. El matemático posee un conocimiento de estas cosas. Platón estuvo muy influido por el pitagorismo, como se hace evidente en la importancia que atribuyó a las matemáticas como forma de conocimiento.
El mundo ideal de la geometría es muy parecido al de las Formas. En geometría se puede demostrar, por ejemplo, que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los catetos (teorema de Pitágoras). Para establecer esto, se podría dibujar un triángulo rectángulo y, sin embargo, la prueba no se aplica sólo a dicho triángulo, sino a todos los triángulos rectángulos, o, de modo más platónico, al Triángulo Rectángulo. Cualquier triángulo que dibujáramos sería una copia inferior del Triángulo Rectángulo perfecto; pero nuestra prueba se refiere a la Forma de este Triángulo.
En la actualidad, podríamos estar de acuerdo con Platón en que las matemáticas son conocimiento. En cuanto tal, es riguroso y sus pruebas son necesariamente verdaderas. Los más importantes avances en la física moderna han resultado de haber desarrollado intuiciones elementales hasta sus conclusiones necesarias a través de la lógica matemática formal. Con todo, Platón creía que la forma superior de conocimiento, el último segmento de la línea, la inteligencia o conocimiento, era algo más que esto. Las matemáticas, o al menos la geometría de la época de Platón, se apoyaban en imágenes percibidas, tales como triángulos, círculos y cuadrados. Esta dependencia de las imágenes hacía que la geometría fuera imperfecta. Y lo que todavía tiene más trascendencia, las matemáticas razonan con rigor a partir de ciertos presupuestos que no son puestos en tela de juicio; o lo que es lo mismo, las matemáticas producen conocimiento dentro de su sistema de premisas, pero muchas veces no sabemos con certeza qué premisas son las correctas. En consecuencia, las matemáticas no son verdadero conocimiento, ya que sus presupuestos pueden siempre ser puestos en cuarentena.
Para alcanzar el conocimiento, pues, debemos remontarnos aún más arriba, al reino de la Formas propiamente dichas, sin contentarnos con sus réplicas matemáticas, sus réplicas concretas o las imágenes de sus réplicas. Debemos ascender de los meros presupuestos a los principios fundamentales, del mundo de las apariencias sensibles al mundo de las formas inteligibles. ¿Cómo ha de realizarse este tránsito? ¿Cómo alcanzar el conocimiento de las Formas? Sobre esta cuestión el punto de vista de Platón evolucionó al correr de los años. Siempre creyó que debemos, hasta cierto punto, apartarnos de la percepción sensorial y adentrarnos en la dialéctica filosófica, de cuyo toma y daca surgiría el verdadero conocimiento. La naturaleza exacta de su idea de la dialéctica cambió, sin embargo, a medida que fue envejeciendo.


En los primeros diálogos, Platón creía que la experiencia de los objetos concretos estimulaba la rememoración del conocimiento innato de las Formas adquirido entre las sucesivas reencarnaciones. Los objetos percibidos se asemejan a las Formas, si bien de manera imperfecta, y por ello constituyen un estímulo real para despertar nuestro conocimiento de éstas. En sus diálogos intermedios, Platón negó cualquier papel válido a la percepción sensorial y descargó el peso total del aprendizaje sobre la dialéctica abstracta y filosófica. Finalmente, en sus últimos diálogos y lecciones no publicadas (que conocemos a través de Aristóteles), retornó a su primera creencia en el valor potencial de la percepción sensorial. Al mismo tiempo, elaboró su noción de dialéctica, convirtiéndola en un instrumento para clasificar con precisión todas las cosas, instrumento que Aristóteles habría de perfeccionar, haciendo de él la base de toda su filosofía. Simultáneamente, la concepción platónica de las Formas se volvió cada vez más matemática y pitagórica.
El problema que Platón abordó con su teoría de las Formas ha preocupado a los pensadores desde la Edad Media hasta las modernas investigaciones sobre la formación de conceptos. Por ejemplo, si uno usa el término "gato", no se está refiriendo con él a un gato en concreto, sino más bien a cierta noción general de "gatidad". Cada gato físico es una mezcla de rasgos, algunos de los cuales son esenciales para que sea gato, como el de ser carnívoro, y otros que no lo son, como la longitud de su pelo o su color. La "gatidad" esencial viene definida por el primer tipo de rasgos. Semejante "gatidad" universal era para Platón la Forma del "gato", y los gatos físicos no eran sino réplicas imperfectas de esta Forma, precisamente por sus rasgos accidentales y no esenciales. Este problema de los términos generales, como contrapuestos a los ejemplos específicos, llegó a ser conocido como el problema de los universales. Todavía constituye un problema candente en la psicología del aprendizaje y evolutiva. ¿Cómo una persona, y en especial un niño, aprende a separar conceptos generales, tales como "triángulo", "gato" o "mentira", de sus experiencias de triángulos, gatos y mentiras concretos? Platón pensaba que la persona debía rememorar estos conceptos en tanto que recuerdos de las Formas conocidas entre las sucesivas reencarnaciones.

 Psicología 
El interés absorbente de Platón por las Formas ultramundanas le llevó a prestar poca importancia a una disciplina empírica como la Psicología. Sólo un diálogo, el Timeo, se dedica a problemas científicos. Aquí escogeremos de los diversos diálogos las opiniones de Platón sobre toda una serie de temas psicológicos.
Naturaleza del alma
Platón dividía el alma o la mente en tres partes. En primer lugar, estaba el alma inmortal y racional, localizada en la cabeza. Las otras dos partes son mortales. El alma impulsiva o animosa, orientada a conquistar el honor y la gloria, se localiza en el tórax, y el alma pasional y apetitiva, interesada en el placer corporal, en el vientre. El alma racional tiene parentesco con las Formas y el conocimiento; las almas perecederas (mortales) se hallan atadas al cuerpo y, por ello, son sólo capaces de opinión. Es deber del alma racional controlar los deseos de las otras dos, lo mismo que el auriga controla a dos caballos. El alma pasional fue considerada por Platón como particularmente revoltosa y necesitada de sujeción por parte de la razón. Siglos más tarde, constatamos una idea análoga en Freud, quien destacó la "primacía de la razón" sobre los impulsos instintivos. Platón se manifestó, sin embargo, como un partidario del dualismo mente-cuerpo, al afirmar que una persona se define por su mente racional, siendo su cuerpo una tumba perturbadora, en la que el alma se encuentra a sí misma encarnada, y que se comporta como un títere.
Motivación
Como cabía esperar, Platón, especialmente en sus obras primerizas e intermedias, tiene una pobre opinión del placer. Buscar el placer y evitar el dolos -impulsos obvios del hombre- son cosas del cuerpo, que únicamente sirven para envilecer la mente racional y obstaculizar su contemplación del Bien. Todas las formas de sensación, incluido el placer, las consideraba males inevitables. Sin embargo, en sus últimos escritos, Platón modificó este punto de vista radical. Algunos placeres, como el goce estético que se obtiene de la belleza, son considerados ahora saludables, rechazándose la vida puramente intelectual como demasiado limitada. Su concepción de la motivación llega a ser freudiana: poseemos en nuestro interior una corriente de deseos pasionales que pueden ser encauzados hacia cualesquiera de las tres partes del alma, hacia el logro del placer físico, el honor o el conocimiento filosófico y la virtud. Nuestros impulsos pueden motivar la búsqueda del placer transitorio o el ascenso filosófico al mundo de las Formas.
Fisiología y Percepción
La fisiología de Platón resulta chocante para nosotros. Afirmaba, por ejemplo, que la función del hígado consistía en desplegar las imágenes enviadas por el alma racional al alma pasional; estas imágenes eran más tarde borradas por el páncreas. Dado que Platón desconfiaba de la percepción, apenas habló de la ciencia empírica de la Fisiología. Con frecuencia se limita a consignar los puntos de vista tradicionales entre los griegos. De la visión, por ejemplo, dijo que vemos porque nuestros ojos emiten rayos visuales que percuten en los objetos situados en nuestra trayectoria visual. Esta idea persiste en el lenguaje moderno en frases como "le echó una ojeada", mientras que la teoría correspondiente dominó el pensamiento óptico hasta muchos siglos después de Platón.
Aprendizaje
Platón fue el primer gran innatista, ya que según él todo conocimiento humano es innato, es decir, existe desde el nacimiento. En sus momentos más radicales, Platón creía que este conocimiento sólo puede ser reavivado a través de la dialéctica y la contemplación, no atribuyendo papel alguno a la percepción sensorial. En otras ocasiones, sin embargo, Platón propone una explicación del aprendizaje -su teoría de la reminiscencia- que se parece a ciertas teorías modernas, por ejemplo, a la teoría innatista de Noam Chomsky sobre la adquisición del lenguaje. Los objetos percibidos, por supuesto, se parecen a las Formas de las que participan, y esta semejanza, en especial si se ve ayudada por la instrucción, puede estimular a nuestra alma racional para que recuerde cómo son las Formas. Dicho en términos modernos, el input perceptual excita y desarrolla mecanismos cognitivos innatos. Al mismo tiempo, Platón sienta las bases de la doctrina asociacionista, que más tarde se convertiría en parte fundamental de la filosofía empirista. Los objetos sensibles nos recuerdan a las Formas, o porque son similares a ellas, o porque ambos objetos o ideas han estado frecuentemente asociados en nuestra experiencia. Son éstas dos de las leyes fundamentales de la asociación -la semejanza y la contigüidad-, básicas para numerosos sistemas posteriores de psicología.
Desarrollo y Educación
Platón creía en la reencarnación. Al morir, el alma racional se separa del cuerpo y alcanza la visión de las Formas. Entonces, según el grado de virtud conseguido en la vida anterior de uno, se reencarna en algún lugar de la escala filogenética. Cuando el alma es arrojada a un nuevo cuerpo lleno de sensaciones y deseos animales, cae en un estado de completa confusión y debe adaptarse. Semejante confusión explica por qué el conocimiento de las Formas no existe en los infantes. El propósito de la educación estriba en ayudar al alma racional a conseguir el control del cuerpo y de las otras partes del alma. La educación presenta tres fases. Primeramente, los infantes deben ser apaciguados y mecidos para dominar su caos interno. A continuación, la educación elemental en Gimnasia, Retórica y Geometría, proporciona al niño el dominio del mundo externo. Finalmente, para quienes se manifiestan capaces de ella, la educación superior en Filosofía les conduce al conocimiento de las Formas. Esta educación es especialmente rigurosa y exigente, y fue pensada para formar a los dirigentes de la sociedad.
La psicología de Platón es fragmentaria e incompleta. La primera psicología sistemática fue desarrollada por su discípulo Aristóteles, quien tenía en más alta estima a la percepción y a la ciencia empírica que su maestro.

2. Aristóteles: la Filosofía del Empirismo y del Desarrollo
Aristóteles fue el primer profesor. Platón escribió diálogos dramáticos en los que los relámpagos de intuición de Sócrates iluminaban los problemas filosóficos y morales. Aristóteles escribió tratados en prosa. Fue el primero que en forma sistemática "pasó revista a los escritos" de los primeros filósofos. En vez de dejarse llevar de penetraciones intuitivas, se guió por el orden, el método y la lógica silogística, que él mismo inventó. El racionalismo obligó a Platón a adoptar ideas fantásticas, como la de las Formas, que violentan el sentido común. En cambio, la actitud minuciosa y empírica de Aristóteles nunca le desvió lejos del sentido común, y sus errores fueron, por lo general, simples y objetivos, como su creencia de que el corazón era el asiento del alma, la cual incluye a la mente. Platón creó un mundo mágico de Formas incorpóreas y de fuerzas misteriosas de participación. El mundo de Aristóteles se basaba en el sentido común, un mundo en que los objetos pesados caen a más velocidad que los ligeros.
A pesar de que Aristóteles fue durante veinte años discípulo de Platón, ambos presentan perspectivas tan diferentes que resultan antitéticas. Platón era un filósofo puro, cuyo enfoque lindaba con el misticismo, y que desconfiaba hasta tal punto de la percepción sensorial que para él el mundo visible no era real. Aristóteles era, ante todo, un científico que creía en la realidad del mundo sensible y en la valía de la percepción sensorial y del goce que cabe extraer de ella. El cuerpo no era para Aristóteles una tumba. Su error fundamental fue el opuesto al de Platón. Creía que las matemáticas eran inútiles para la ciencia, ya que no tratan directamente de lo que se observa. Pese a los años que pasaron juntos, parece como si no hubiera existido comunicación entre ellos en muchos puntos. En sus escritos, Aristóteles critica con frecuencia a Platón, pero sus objeciones raras veces son eficaces. Únicamente convencen a quienes comparten la misma orientación empírica de Aristóteles, pero no conmueven a un verdadero platónico. Nos hallamos aquí, quizás, ante el primer choque de paradigma en el sentido de Kuhn, donde los portavoces de diferentes concepciones argumentan sin convencerse mutuamente.

 Epistemología 
Aristóteles, evidentemente, rechazó la doctrina de las Formas. Por regla general suele reconocerse que sus críticas concretas son flojas, si bien su posición de conjunto era que las Formas no explican nada. Se trata de especímenes glorificados -ciertamente, especímenes perfectos y celestiales-, pero especímenes pese a todo. Introducir un nuevo conjunto de particulares en el universo no añade nada. En términos actuales, para Aristóteles, Platón sería como un niño en el estado de inteligencia preoperacional de Piaget, que no puede concebir clases de objetos, sino únicamente objetos particulares y concretos. Platón intentó resolver el problema de los universales postulando objetos enaltecidos, perfectos, individuales y concretos. Aristóteles dio el paso hacia el siguiente estadio del pensamiento -el operacional concreto-, caracterizado por la lógica de clases y ejemplificado por el silogismo, una forma de razonamiento que creó Aristóteles.
Para Aristóteles, lo que existía primero era el mundo sensible de las cosas. Da comienzo a su filosofía considerando "esta cosa concreta aquí". A partir de nuestra experiencia de los objetos abstraemos la esencia de las clases de cosas, o especies. Empezamos con sensaciones de objetos particulares y perecederos, ascendemos, mediante procesos mentales, al conocimiento de las especies inmutables.
En la concepción de Aristóteles, sin embargo, los universales no son productos de la mente, como algo más tarde sostendrían diversos pensadores. Conocemos los universales a través de la mente, pero no los creamos. Aristóteles creía que los universales existen en la Naturaleza y que nosotros los descubrimos. Hay una esencia universal de lo que significa ser "gato", con total independencia de lo que pensemos acerca de los gatos. Los universales no son Formas separadas, ni tampoco etiquetas útiles, ya que existen como esencias de especies reales y naturales de objetos concretos.

 Psicología 
Filosofía de la Naturaleza
Para Aristóteles, la Psicología era una ciencia empírica, y más en concreto una parte de la Biología. De aquí que empecemos por examinar el enfoque aristotélico de la explicación natural.
Las Cuatro Causas
Según Aristóteles, hay cuatro tipos de causas naturales -formal, final, eficiente y material-. La causa material se refiere a la materia de lo que algo está hecho. Así, por ejemplo, la causa material de la Venus de Milo es el mármol. La causa eficiente se refiere a la causa inmediata del cambio o movimiento. Si uno deja caer un vaso sobre un suelo duro, la causa eficiente de su rompimiento es el violento impacto del vaso sobre el suelo. La causa final hace referencia a la intencionalidad de un objeto o un cambio. Por ejemplo, en respuesta a la pregunta "¿Por qué fuiste a la tienda?", uno contesta: "A comprar un libro". Esta respuesta remite a la causa final, dado que se refiere al propósito del viaje. La causa formal es la esencia de un objeto, lo que le hace ser lo que es, o lo define. Se refiere más destacadamente a la figura del objeto, a su forma. Lo que distingue a la Venus de Milo de otras estatuas de mármol es su forma concreta. Sin embargo, la causa formal no tiene por fuerza que referirse a la forma externa, sino que siempre remite a lo que define la esencia de una cosa, en cuanto entidad independiente de sus rasgos accidentales. Por último, debe señalarse que, si bien las causas pueden analizarse por separado, es posible que una misma cosa desempeñe simultáneamente las funciones de más de una causa. Tal es el caso del alma.
Potencialidad y actualidad
Aunque existen varios tipos de cambios visibles reconocidos por Aristóteles, la forma de cambio que más le interesó fue el cambio cualitativo, interés que colorea su análisis de todos los cambios. ¿Cómo una bellota se convierte en roble, un niño en adulto o una madeja de lana en un jersey? Las respuestas de Aristóteles serían que la bellota es en potencia un roble, el niño un adulto potencial y la madeja de lana un jersey en potencia. Esa potencialidad debe actualizarse por sí misma o ser actualizada -el roble es en acto un roble, el adulto un adulto y el jersey un jersey-. De esta suerte, el cambio cualitativo queda explicado apelando a la teleología, al propósito que existe en la Naturaleza. El propósito de una bellota es convertirse en roble, actualizarse a sí misma como roble. El sistema de Aristóteles es abierta y enteramente teleológico. Aristóteles afirmaba a menudo que la Naturaleza no hace nada sin propósito, y el científico explica el cambio descubriendo y apelando a dichos propósitos.
La Scala Naturae
Este esfuerzo por actualizarse crea una gran jerarquía entre todas las cosas, desde la materia completamente informe y neutral, en un estado de pura potencialidad, hasta Dios, que es actualidad pura y que mueve el universo gracias al deseo de éste por llegar a Dios, la actualidad perfecta (de aquí que el Dios de Aristóteles sea el Motor Inmóvil, inmóvil porque la actualidad perfecta no puede cambiar o moverse). De particular interés para la Psicología es la ubicación en una escala que realizó Aristóteles con las especies vivientes, desde las más simples, como el alga, hasta las más cercanas a Dios, los hombres. De esta suerte, aunque Aristóteles negó la evolución, al ser un creyente convencido en la fijeza de las especies, inventó algo parecido a la escala filogenética, su scala naturae, resultando de ello que su Psicología es en parte una psicología comparada.
Definición y tipos de alma
El alma es la forma o causa formal, la esencia y la actualidad de la persona. El alma es lo que define a un animal -un gato es un gato porque tiene un alma de gato y se comporta como un gato-. Un ser humano es humano en virtud de que posee un alma humana y, en consecuencia, actúa humanamente. En suma, cada criatura se define por su alma y, aunque Aristóteles no es claro en este punto, cada individuo se define por su alma individual, lo que llamaríamos el yo. Por consiguiente, el alma es la causa formal de la persona, ya que define qué tipo de ser viviente es. El alma es, pues, la esencia del animal. Por último, es la actualidad de un cuerpo que potencialmente tiene vida. Sin alma, el cuerpo está muerto; con alma está vivo. Por ello, el potencial de vida de una criatura es actualizado por el alma. Además, el alma es la causa eficiente del movimiento corporal, porque es la causa de que ocurra el movimiento. Es también la causa final, ya que el cuerpo está subordinado al alma. Resumiendo, la causa material de cualquier animal es el cuerpo del que el animal está constituido, mientras que el alma es la causa eficiente del movimiento, la causa formal que define la esencia del animal y la causa final, el propósito del cuerpo.
¿Qué relación hay entre cuerpo y alma? Aristóteles, como biólogo, tenía una concepción naturalista del problema mente-cuerpo. El alma, con excepción de una parte, es inseparable del cuerpo. Su concepción se asemeja a lo que en la actualidad denominamos la posición del doble aspecto: hay sólo una realidad material, el cuerpo, pero éste tiene dos aspectos, el fisiológico y el mental. El alma es la forma del cuerpo y tan imposible es separarla de su encarnación material como separar la Venus de Milo del mármol de que está hecha, aunque podamos analizar por separado ambas cosas, considerando en sí mismos, o bien el mármol, o bien la forma. Aristóteles lo expresó así en De Anima:

Ésta es la razón de que podamos descartar como totalmente superflua la cuestión de si el alma y el cuerpo son una sola cosa: es tan inútil como plantearse si la cera y la forma que se le imprime con un sello son la misma cosa.

Aristóteles no fue un dualista. Rechazó el dualismo de Platón y hubiera rechazado el dualismo cartesiano. No obstante, tampoco es un reduccionista materialista. El alma no puede ser reducida al cuerpo, incluso si sólo existe una materia, pues podemos analizar por separado las operaciones fisiológicas y las psicológicas.
En cuanto biólogo teleológico, Aristóteles se planteó con respecto al alma las mismas preguntas que respecto a cualquier otro órgano: ¿para qué sirve, cuál es su propósito? Creía que el alma tenía varias facultades, como la nutrición, el movimiento y la razón. La mayoría de los psicólogos califican a la Psicología de Aristóteles como una psicología de las facultades, hablando, por ejemplo, de la facultad de razonar, pero sería mejor definirla como la primera psicología funcional, enfoque más afín al de un biólogo. Cuando en el siglo XIX los psicólogos norteamericanos, influidos por Darwin, adoptaron nuevamente una perspectiva biológica, formaron una escuela llamada el funcionalismo, que acentuaba, como lo hizo Aristóteles, el valor biológico del funcionamiento mental.
Es evidente que no todas las cosas vivientes exhiben las mismas funciones, y Aristóteles distinguió tres niveles de alma, ajustados a los diferentes niveles de su scala naturae. En el nivel inferior esta el alma nutritiva, que poseen las plantas y que sirve a dos funciones: el mantenimiento de la planta individual por medio de la nutrición y el mantenimiento de la especie por medio de la reproducción. Los animales poseen un alma más compleja, el alma sensitiva, que subsume las funciones del alma nutritiva y además tiene otras. Los animales, a diferencia de las plantas, se percatan de lo que les rodea. Tienen sensaciones y, por tanto, un "alma sensitiva". Como consecuencia de la sensación, los animales experimentan placer y dolor, y por ello sienten deseos de procurarse placer o evitarse el dolor. Hay otras dos consecuencias más de la sensación: en primer lugar, la imaginación y la memoria, dado que la experiencia puede imaginarse o recordarse, y en segundo lugar, en algunos animales, el movimiento como consecuencia del deseo. El nivel superior de la escala de las almas lo ocupa el alma humana, que subsume a las otras, poseyendo además la mente, o facultad de pensar. Es el alma racional.
Estructura del alma racional y humana
Según Aristóteles, la adquisición del conocimiento es un proceso psicológico que se inicia con la percepción de los particulares y finaliza con el conocimiento general de los universales. Aristóteles es, en cierto sentido, el primer psicólogo del procesamiento de la información: recibimos informaciones de los sentidos, procesamos y almacenamos esta información, y actuamos sobre ella para desarrollar el conocimiento, resolver problemas y tomar decisiones. El análisis del alma de Aristóteles puede representarse por un diagrama de flujos de procesamiento de información, que muestra las facultades del alma y sus interrelaciones.


Los cinco sentidos primarios envían información al sentido común que unifica las sensaciones en una percepción consciente y transfiere esta información procesada a la inteligencia pasiva, la cual queda impresionada con los objetos de la percepción. Tales percepciones pueden persistir, creando imágenes. Para Aristóteles, la memoria era una especie de imaginación, ya que nuestros recuerdos son siempre imágenes concretas. El material ingresa en la memoria conforme lo aprendemos, y puede ser evocado posteriormente y traído a la conciencia; de aquí que el flujo de información circule en ambos sentidos. Por último, la inteligencia activa actúa sobre los contenidos de la inteligencia pasiva para producir el conocimiento universal.
Percepción sensorial
Los sentidos especiales reciben pasivamente sensaciones de los objetos externos. Sus facultades consisten en la potencialidad de absorber la forma de los objetos externos, actualizada por la recepción de una impresión sensorial. A cada sentido especial le corresponden ciertas cualidades que únicamente él puede percibir. Por ejemplo, sólo mediante la visión podemos sentir el color, sólo mediante el gusto lo dulce. Este aspecto de la percepción es infalible. Nadie puede equivocarse cuando dice que ve una mancha roja o que saborea un dulce. Lo que sí puede entrañar error es la percepción de "sensibles incidentales", que requieren un juicio. Lo que alguien siente como una mancha roja puede incidentalmente ser una mariquita. Pero si dice "Veo una mariquita", puede cometer un error, ya que ello requiere un juicio. Es posible que esté viendo una mancha de pintura. Existen también cualidades sensoriales que son perceptibles por más de un sentido. Cabe ver que un objeto se está moviendo, o cabe sentir la misma cosa. Se puede ver que hay dos libros sobre el escritorio, o se les puede descubrir por el tacto. Estas cualidades de movimiento (o reposo), número, forma y tamaño, se llaman sensibles comunes, porque son comunes a más de un sentido.
La percepción de sensibles incidentales y comunes es producto del sentido común, que unifica los datos de los sentidos especiales en una experiencia coherente y consciente. No vivimos en un mundo de retazos rojos, sonidos y gustos aislados, sino en un mundo en que se experimentan objetos (sensibles incidentales) con importantes propiedades comunes (sensibles comunes). Esta aparente contradicción entre lo que nuestros órganos sensoriales detectan y la experiencia vivida y consciente de la que nos percatamos llegó a ser -y lo sigue siendo- un fastidioso problema para la Psicología del siglo XX cuando los psicólogos de la Gestalt se opusieron a la aparente reducción wundtiana de toda experiencia a haces de sensaciones. Aristóteles fue el primero que intentó resolver esta cuestión, postulando la existencia de este sentido común que unifica los retazos de color, tacto y demás sensaciones en una experiencia consciente. El sentido común es, asimismo, responsable de la conciencia de sí, y es precisamente la inactividad del sentido común lo que provoca la pérdida de la conciencia de sí en el sueño.
Inteligencia
A la parte racional del alma la denominó Aristóteles inteligencia. Pertenece en exclusiva a los seres humanos, y es capaz de adquirir el conocimiento de los universales abstractos, en cuanto opuesto al conocimiento de lo concreto dado en la percepción. Conforme experimentamos miembros diferentes del mismo tipo natural, advertimos similaridades y nos formamos así una impresión de un universal, que Aristóteles creía era siempre una imagen. Si alguien tiene la experiencia de una multitud de gatos, termina por formarse una idea de cuál es la esencia de un gato.
En la inteligencia debe darse -como según Aristóteles se daba en toda la Naturaleza- una diferencia entre potencialidad y actualidad. La inteligencia pasiva es potencialidad. Carece de carácter propio, ya que puede adoptar la forma de los objetos experimentados. El conocimiento de los universales es actualizado, o puesto de manifiesto, en la inteligencia pasiva por las operaciones de la inteligencia activa. La inteligencia activa es pensamiento puro, que actúa sobre los contenidos de la inteligencia pasiva para alcanzar el conocimiento racional de las universales. Esta inteligencia activa es por completo diferente a las demás partes del alma. En cuanto actualidad, nadie actúa sobre ella, sino que más bien actúa ella sobre los contenidos de la inteligencia pasiva. Para Aristóteles, esto quería decir que la inteligencia activa era inmutable y, por tanto, inmortal, ya que la muerte es una forma de cambio. La inteligencia activa es, en consecuencia, separable del cuerpo y sobrevive a su muerte, en oposición al resto del alma. Sin embargo, la inteligencia activa no es un alma personal en el sentido moderno, ya que es idéntica en todos los seres humanos. Es pensamiento puro y no se lleva nada consigo de su estancia en la tierra. El conocimiento se realiza únicamente en la inteligencia pasiva, que perece. Cabe asignar una interpretación moderna a esta tesis de Aristóteles. En la actualidad se piensa que muchas de nuestras capacidades de procesamiento de la información son innatas. Estos procesos son, en cierto sentido, pensamiento puro, pues carecen de contenido, aunque suministren conocimiento del mundo. Dado que estos procesos se heredan, puede decirse que son inmortales, ya que sobreviven a la muerte de cualquier persona y son comunes a todas. Tales procesos se parecen, pues, a la inteligencia activa de Aristóteles.
Imaginación y memoria
Según Aristóteles, el pensamiento sin imágenes era imposible, por lo que cabría esperar un análisis pormenorizado de la imaginación en sus obras. Sin embargo, apenas lo hay. Sus observaciones sobre la imaginación describen a ésta meramente como la persistencia de un precepto después de que el objeto que originalmente la causó ha desaparecido. No llega a examinar la utilización activa de la imaginación, aunque parece tener conciencia de su existencia. El único marco en el que la imaginación resulta importante para Aristóteles es en la memoria. Para Aristóteles, el acto de memoria consiste en tener una imagen y percatarse de que no se trata de una imagen de algo pasado.
La memoria, en cuanto depósito, parece consistir en un conjunto de imágenes que representan la experiencia pasada. Aristóteles distingue la memoria simple -el reconocimiento de una imagen como una representación de un momento pasado- de la rememoración que implica una búsqueda entre las imágenes de la memoria. La rememoración se basa en el hecho de que la memoria está organizada, y Aristóteles hace notar el hecho -redescubierto por psicólogos modernos- de que el material intrínsecamente organizado, como las matemáticas, es más fácil de recordar que el que está menos organizado.
Semejante organización se basa en la asociación, tal y como se describe ésta en numerosas teorías psicológicas modernas. Platón insinuó la existencia de leyes de asociación, pero fue Aristóteles el primero que sacó provecho sistemáticamente de ellas. Aristóteles examina tres leyes de la asociación -la semejanza, la contigüidad y el contraste-. Las imágenes similares, las imágenes de experiencias contiguas y las imágenes opuestas se hallan enlazadas asociativamente. Asimismo, sugiere una cuarta ley, la ley de la causalidad, es decir, que dos experiencias ligadas causalmente nos recuerdan la una a la otra.
Motivación
El movimiento es característico de los animales y por ello es una función del alma sensitiva, que puede experimentar el placer y el dolor. Toda acción está motivada por alguna forma de deseo, el cual, según Aristóteles, implica imaginación. En los animales, la motivación está dirigida por una imagen de lo que es placentero y el animal únicamente pretende el placer inmediato. Aristóteles llama a este tipo de motivación apetito. El hombre, sin embargo, es capaz de razonar, por lo que puede distinguir lo correcto de lo equivocado. En consecuencia, el hombre puede estar motivado por el deseo de lo que es bueno o por beneficios futuros a largo plazo. Este tipo de motivación se llama anhelo. Los animales experimentan conflictos motivacionales sencillos entre apetitos opuestos, pero el hombre se enfrenta además al problema de la elección moral. La concepción aristotélica de la motivación se asemeja a la de Freud, cuando distingue entre el principio del placer innato y animal, preocupado únicamente por el placer inmediato, y el principio de realidad, adquirido y exclusivamente humano, que calcula las ganancias a largo plazo.