Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
@blog_trca

jueves, 24 de marzo de 2016

Los valores: dinamismo y creatividad en la vida moral

1. La ética material de los valores
A principios del siglo XX, Max Scheler critica el formalismo de la ética kantiana porque estaba basado en una reflexión sobre el ser humano donde la razón y la sensibilidad aparecían separados. Para que la ética fuera un conocimiento universal y estableciera criterios que ordenasen la vida moral tenía que ser necesariamente un saber racional y formal. Esta separación no le parecía correcta a Max Scheler porque olvidaba los contenidos reales de la ética, es decir, una dimensión emocional y material que tiene la vida moral. Por ello propuso un concepto de persona moral que le sirvió de base para una ética nueva que llamó etica material de los valores, para diferenciarla de la ética formal de Kant.
Hay actos como preferir, admirar, amar u odiar que no son racionales sino emocionales y que nos proporcionan un contenido de carácter material que no procede de la sensibilidad, sino de la vida emocional en su conjunto. Este contenido material que orienta la vida de la persona recibe el nombre de valor.

2. ¿Qué son los valores?
Los valores son cualidades dotadas de contenido que están en las cosas, las personas, las acciones, las instituciones o los sistemas para satisfacer necesidades y deseos humanos. Por ejemplo, llamamos "bueno" a un medicamento que nos cura una enfermedad que padecemos, "justa" una institución que satisface las necesidades de sus miembros o "útil" una herramienta que nos ahorra esfuerzo para preparar el alimento.
Los valores pueden ser positivos o negativos, pueden atraernos o repelernos, de manera que tienen una estructura bipolar (bueno/malo, útil/inútil, etc.). Los valores son cualidades relacionales que establecen un puente entre las capacidades o necesidades de los seres humanos y la realidad en su conjunto. De esta forma, participamos en un dinamismo de la realidad en la que interviene nuestra capacidad de estimar, preferir o valorar. Este dinamismo integra las ideas del deber y del bien.


Cuando captamos un valor que no está realizado, a la captación puede acompañar el deber de realizarlo. Por ejemplo, al juicio de que las leyes del mercado internacional son injustas puede acompañar el deber de trabajar por la justicia. De la misma forma, la idea de bien puede contribuir a clarificar y establecer la ordenación en la que se nos presentan los valores. Aunque todas las personas tengamos capacidad para conocer los valores, no todas mantenemos la misma ordenación que se nos da, por eso la idea de bien nos ayuda a establecer una jerarquía de valores.

3. Dinamismo y creatividad de los valores
Una jerarquía de valores no es una ordenación estática y arbitraria de las preferencias. Es una ordenación dinámica y racional mediante la que guiamos la acción cotidiana. Este dinamismo es propio del ser humano, que tiene capacidad para hacer presentes valores ocultos e incorporarlos a sus proyectos de vida. Esta incorporación hace que los valores sirvan, en palabras de Xavier Zubiri, para acondicionar el mundo y hacerlo habitable. 

4. La conciencia, norma ineludible de moralidad
En nuestra jerarquización de los valores desempeña un papel importante la conciencia moral. Ahora bien, la conciencia moral es una voz interior que se ha ido formando en diálogo con otras voces morales exteriores (familia, maestros, amigos, etc.). En cada uno de nosotros se produce este interesante diálogo y va tomando forma nuestro carácter o personalidad moral.

Solemos entender por conciencia moral la capacidad de cononer y juzgar sobre la bondad o maldad, licitud o ilicitud moral de las acciones en general y de las propias del que las hace en particular. Esa capacidad ejercida en concreto consiste en el acto de caer en la cuenta, saber conocer, sentir o juzgar sobre la bondad o maldad, licitud o ilicitud de la acción que hemos hecho, estamos haciendo o vamos a hacer y, por extensión, de aquellas que hacen, han hecho, o pueden hacer otros. En su sentido genérico conciencia es la característica general de la vida psíquica por la que quien la vive sabe de ella y de sus actos. Conciencia es cum-alio-scientiae, un saber que acompaña al acontecer psíquico. En el caso de la actuación moral la conciencia acompaña esa actuación, ¿como Pepito Grillo acompañaba a Pinocho? La conciencia moral no es una forma de conciencia separada, sino la misma conciencia psíquica que desempeña la función de advertir y estimar las valoraciones implicadas en nuestros proyectos y decisiones.
Conciencia moral sería, pues, el "conocimiento" que acompaña nuestra vida moral y nuestras acciones, por el que al actuar bien o mal sabemos lo que hacemos y si eso que hacemos merece o no aprobación.
La conciencia moral es una voz interior que se ha ido formando en diálogo con otras voces morales exteriores.
La conciencia, por una parte, nos da noticia de si hemos hecho o no determinada acción (cuestión de hecho); y por otro lado, nos dice si lo que hemos hecho, estamos haciendo o nos proponemos hacer es bueno o malo, lícito o ilícito (cuestión normativa). Santo Tomás habla de tres funciones de la conciencia: atestiguar, instar u obligar y acusar o excusar. Hay una conciencia que nos acusa y condena (mala conciencia), y una conciencia que nos exculpa, absuelve y libera, que aprueba nuestros actos (buena conciencia).
Augusto Hortal, Ética (adaptado)

lunes, 21 de marzo de 2016

La tradición kantiana: autonomía y procedimentalismo moral

1. Ética formal: de la heteronomía a la autonomía
La tradición moral de Immanuel Kant ha llegado a nuestros días en parte por una experiencia que todos hemos tenido: la búsqueda de la felicidad choca con frecuencia con el cumplimiento de nuestros deberes. Así, ante la pregunta "¿cómo obrar moralmente?", la tradición kantiana nos recuerda que la respuesta correcta no está en realizar aquellos que da la felicidad, reporta mayor bienestar o es más útil. Sólo obran moralmente quienes cumplen el deber, de ahí que la tarea de la ética consista en proporcionar los requisitos o condiciones racionales que debe cumplir una norma de actuación personal (máxima) para ser considerada moral.
Si el ser humano se dejara llevar por sus inclinaciones naturales e hiciera sólo aquello que le hace feliz no sería libre ni dueño de sí mismo. Su acción dependería de aquello que le hace feliz, no de él mismo. Cuando la acción depende de otro móvil que no está en la persona, sino fuera de ella, entonces es moralmente heterónoma (hetero = otro; nomos = leyes). Por el contrario, cuando la acción depende de las leyes que la propia razón se da a sí misma, entonces es moralmente autónoma (autos = sí mismo; nomos = leyes).

2. El deber y la buena voluntad
Para Kant, el valor de una acción no puede estar condicionado por los deseos o sentimientos que la originan; tampoco por los resultados o consecuencias que se persigan, sino por la realización del deber. Por eso recibe el nombre de ética deontológica (deon = deber; logos = razón). Así, una acción moralmente correcta es aquella en la que no se actúa "conforme al deber", sino "por deber". Obrar "conforme al deber" es ajustarse a una legalidad externa, mientras que obrar "por deber" es respetar moralmente el deber. El que cumple los límites de velocidad porque la policía está presente obra legalmente (actúa "conforme al deber"); el que los cumple por respeto a las normas obra moralmente (actúa "por deber").
Este valor que tiene el respeto al deber hace que el bien moral no esté fuera de la voluntad, sino en la propia voluntad. La bondad de una acción no está en las consecuencias o los fines, sino en la bondad de la voluntad que la realiza. Por ello el bien propiamente moral está en la buena voluntad.


3. El imperativo categórico y la universalidad de la moral
Kant era un filósofo ilustrado que tenía una absoluta confianza en la razón humana. Frente a otros filósofos y moralistas que anteponían la sensibilidad y los gustos de la naturaleza humana al juicio de la razón, Kant desea elaborar un sistema moral que valga para todos los seres humanos, con independencia de gustos y sensibilidades. Por eso elaboró una ética con pretensiones de universalidad. Ésta no se podía conseguir con una ética de imperativos hipotéticos (normas condicionadas por gustos o disgustos, premios o castigos), sino con una ética de imperativos categóricos (normas incondicionales). Desde aquí podemos entender la importancia que Kant concede a la persona como valor absoluto de cualquier moral; por eso afirma que la persona siempre es un "fin en sí" y nunca un "medio".

El imperativo categórcio es, pues, único, y es como sigue: obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
Suponiendo que haya algo cuya existencia en sí misma posea un valor absoluto, algo que, como fin en sí mismo, puede ser fundamento de determinadas leyes, entonces en ello y sólo en ello estaría el fundamento de un posible imperativo categórico, es decir, de la ley práctica.
Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad: debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado al mismo tiempo como fin.
Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, si son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio y, por tanto, limita en este sentido todo capricho.
El imperativo categórico será, pues, como sigue: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
El concepto de todo ser racional, que debe considerarse, por las máximas todas de su voluntad, como universalmente legislador, para juzgarse a sí mismo y a sus acciones desde ese punto de vista, conduce a un concepto relacionado con él y muy fructífero, el concepto de un reino de los fines. Todos los seres racionales está sujetos a la ley de que cada uno de ellos debe tratar a sí mismo y tratar a todos los demás, nunca como simple medio, sino siempre al mismo tiempo como fin en sí mismo. Mas de aquí nace un enlace sistemático de los seres racionales por leyes objetivas comunes; esto es, un reino que, como esas leyes se proponen referir esos seres unos a otros como fines y medio, puede llamarse muy bien reino de los fines (aunque sólo sea un ideal).
I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (adaptado)