Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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domingo, 19 de junio de 2016

Hans Jonas: técnica y exigencia de responsabilidad

Hans Jonas es uno de los pensadores del siglo XX que mejor han sabido reflexionar sobre el momento en que vivían, sobre sus retos y sus peligros. Pero lo que él pensó sigue siendo válido, pues las amenazas y promesas que lo llevaron a la necesidad de pensar continúan siendo las nuestras. En nuestra época como en ninguna otra, el ser humano es capaz de transformar la naturaleza hasta el punto de poder destruirla, y capaz de autodestruirse él mismo. ¿Hacia dónde vamos con nuestra técnica? ¿Qué mundo queremos construir? ¿Qué lugar ha de ocupar en él este ser humano tan poderoso y tan vulnerable al mismo tiempo?

Hans Jonas (1903-1993) se formó filosóficamente en la fenomenología, sobre todo en la interpretación que de ella daba Heidegger, de quien fue discípulo. Dos objetivos marcaron sus inicios filosóficos: entender la complejidad de la historia de las religiones (de hecho sus primeros trabajos fueron sobre los primeros siglos del cristianismo) y la necesidad de atender a los problemas más vitales, rechazando la filosofía que se limita a pensar la realidad, es decir, el idealismo, que, según él, caracteriza a toda la época moderna, incluyendo la propia fenomenología.

1. La tarea del filósofo: desvelar y alertar
El filósofo no puede dejar de estar atento a lo que pasa en el mundo, afirma Jonas, y en su época sucedieron cosas tan terribles que no pueden dejar impasibles a los filósofos. Quizás lo más terrible es la demostración del poder destructivo que el ser humano puede desplegar. La Segunda Guerra Mundial o la destrucción de la naturaleza son experiencias que no pueden dejar a la filosofía indiferente. El ser humano con su poder pone en peligro la vida en general, y la vida humana en particular. La tarea de la filosofía no es "pensar la realidad o la conciencia", sino pensar la vida en su fragilidad. Por eso, toda la filosofía de Jonas es una filosofía de la vida que conduce necesariamente a una ética. El ser humano ha perdido su vínculo con la naturaleza, con la vida en su sentido más profundo. La labor del filósofo es recordar esta pertenencia, desvelando la historia de esta pérdida (el cómo y por qué se ha producido) y alertando críticamente sobre los riesgos que corremos si no hacemos algo.

2. La técnica
Gran parte de la culpa de esta destrucción de la naturaleza la tiene la técnica moderna. Según él, la técnica ya no es un medio que utiliza el ser humano para modificar la naturaleza, ya no es un medio gracias al cual pueda vivir. La técnica se ha convertido en una destrucción mecánica de la vida. Y si bien en nuestra época nos hemos dado ya cuenta de los peligros de la técnica, pensamos que se solucionarán con más técnica. Para Jonas hemos perdido la sabia distancia que hay entre "poder hacer" y "hacer". Actualmente parece que todo lo que puede ser hecho, debe ser hecho. Jonas no rechaza la técnica, ni el mundo técnico que ésta crea, sino que se ha olvidado el sentido mismo de la técnica. Denuncia que hayamos perdido el control de la técnica y que no nos percatemos de lo que la técnica pone en cuestión: la existencia misma del ser humano sobre la Tierra.

3. La respuesta ética
La respuesta no puede ser añorar un mundo sin técnica, ni es deseable ni posible, sino elaborar una nueva ética para los riesgos de la civilización tecnológica. Esta ética tiene que ser nueva, pues nunca antes tuvo que responder a semejantes retos; tiene que consolidar una imagen del ser humano en la que sigan siendo fundamentales la libertad y la dignidad; ha de orientarse al futuro, pues lo que está en juego es la continuidad de la vida sobre la Tierra, y ha de fundamentarse en el temor ante lo posible. Es decir, tiene que ser una ética de la responsabilidad. De ahí que el título de su obra más conocida sea, precisamente, El principio de responsabilidad. 

4. El paradigma de la responsabilidad
Una de las mayores aportaciones del pensamiento de Jonas es poner de relieve las amenazas de la técnica no sólo cuando tiene un mal uso, sino también cuando tiene un uso positivo. La técnica implica una transformación del mundo tan considerable que puede poner en peligro nuestra existencia. Y ante ello sólo cabe tomar conciencia del peligro y empezar a ejercer la responsabilidad hacia nuestro mundo y la propia vida humana.

Los peligros del buen uso de la técnica
La dificultad es que no sólo cuando se abusa de la técnica con mala voluntad, es decir, para malos fines, sino incluso cuando se emplea con buena voluntad para sus fines propios altamente legítimos, tiene un lado amenazador que podría tener la última palabra a largo plazo. Y el largo plazo está de alguna manera inserto en la acción técnica. Mediante la dinámica interna que así la impulsa, se niega a la técnica el margen de neutralidad ética en el que sólo hay que preocuparse del rendimiento. El riesgo de "demasía" siempre está presente en la circunstancia de que el germen innato del "mal", es decir, lo dañino, es alimentado precisamente por el avance de los "bueno", es decir, lo útil, y llevado a su madurez. El riesgo está más en el éxito que en el fracaso... y sin embargo el éxito es preciso, bajo la presión de las necesidades humanas. Una apropiada ética de la técnica tiene que entender esta multivalencia interior de la acción técnica.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética

Una nueva conciencia
El problema de cómo responder a la enorme responsabilidad que el casi irresistible progreso científico-técnico deposita tanto sobre sus titulares como sobre la mayoría que lo disfruta o sufre sigue sin estar resuelto, y los caminos para su solución están en sombras. Sólo los inicios de una nueva conciencia que, aún parpadeante, acaba de despertar de la euforia de las grandes victorias a la dura luz diurna de sus riesgos, y aprende nuevamente a temer y a temblar, permiten la esperanza de que nos impongamos voluntariamente barreras de responsabilidad.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética

Una responsabilidad cósmica 
Así ocurre que la técnica, esa obra fríamente pragmática de la astucia humana, sitúa a los hombres en un papel que sólo la religión le había atribuido a veces: el de administrador o guardián de la Creación. En tanto la técnica engrandece su poder hasta el punto en que se vuelve sensiblemente peligrosa para el conjunto de las cosas, extiende la responsabilidad del hombre al futuro de la vida en la Tierra, que ahora está expuesta indefensa al abuso de ese poder. Con ello la responsabilidad humana se vuelve cósmica por primera vez (porque no sabemos si el universo ha producido antes una cosa igual). La ética medioambiental, en sus inicios, que se agita entre nosotros verdaderamente sin precedentes, es la expresión aún titubeante de esta expansión sin precedentes de nuestra responsabilidad, que responde, por su parte, a la expansión sin precedentes del alcance de nuestros actos. Ha hecho falta una amenaza visible del conjunto, los comienzos, de hecho, de su destrucción, para movernos a descubrir (o a redescubrir) nuestra solidaridad con él: un pensamiento que avergüenza.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética

 

sábado, 11 de junio de 2016

Pensar la técnica

Los pensadores de todas las épocas han analizado esta actividad humana, sus implicaciones y su significado para la vida. En las épocas más antiguas se concebía la técnica como algo productivo ajeno al pensamiento, con un interés meramente modificador y adaptador del entorno. En el Renacimiento, con el avance espectacular de las ciencias, se cambió la concepción para empezar a pensar la técnica como una capacidad transformadora que permitía no sólo el conocimiento del mundo, sino su dominación. Esta idea se mantuvo hasta el Romanticismo, en el que fue concebida como algo peligroso y desasosegante. Esta concepción ha tenido una repercusión en la visión actual, en la que la técnica, por una parte, nos permite hacer un mundo "a nuestra medida" y, por otra, promueve una cierta deshumanización.

Sin la técnica el hombre no existiría
La técnica es la reforma que el hombre impone a la naturaleza en vista a la satisfacción de sus necesidades. Éstas eran imposiciones de la naturaleza al hombre. El hombre responde imponiendo a su vez un cambio a la naturaleza. Es, pues, la reacción enérgica contra la naturaleza o circunstancia, que lleva a crear entre éstas y el hombre una nueva naturaleza puesta sobre aquélla, una sobrenaturaleza. El hombre es hombre porque para él existir significa, desde luego y siempre, bienestar; por eso es "a nativitate" técnico, creador de lo superfluo. Hombre, técnica y sociedad son, en última instancia, sinónimos.
J. Ortega y Gasset, Meditación de la técnica (adaptado)

Todo funciona
Todo funciona. Esto es lo inquietante, que esto funcione, y que el funcionamiento exija siempre un nuevos funcionamiento, y que la técnica separe siempre al hombre más de la tierra, lo desarraigue. No sé si esto les aterroriza; a mí, en cambio, me ha llenado de pavor ver ahora las fotografía de la Luna sobre la Tierra. No tenemos la necesidad de la bomba atómica; el desarraigo del hombre está ya ahí. No dependemos más que de condiciones puramente técnicas. No es más una tierra sobre la cual el hombre vive hoy. Recientemente tuve una larga conversación en Provenza con René Char, el poeta y el combatiente de la resistencia, como ustedes saben. En Provenza se instalan en este momento bases de misiles y el país está convulsionado de manera inimaginable. El poeta, a quien no se puede sospechar, por cierto, de sentimentalismo ni de querer celebrar un idilio, me decía que el desarraigo del hombre que tiene lugar aquí abajo significa el fin, si todavía alguna vez el pensamiento y la poesía no se elevan al poder sin violencia que es el que le corresponde. El hombre sufre el control, la exigencia y el orden de una potencia que se manifiesta en la esencia de la técnica y que él mismo no domina. La filosofía desconoce lo que deviene.
M. Heidegger, Reportaje póstumo sobre su rectorado de 1933, la política y la técnica (adaptado)

¿Para qué la técnica?
La técnica existe como un elemento de la cultura humana que promueve el bien o el mal según los grupos que la explotan programen el bien o el mal. La máquina misma no tiene exigencias ni fines: es el espíritu humano el que tiene exigencias y establece las finalidades. Para reconquistar la máquina y someterla a los fines humanos, primero hay que entenderla y asimilarla. ¿De qué sirve conquistar la naturaleza si nos convertimos en presa de la naturaleza bajo la forma de hombres sin freno? ¿De qué sirve equiparar a la humanidad con fuerzas poderosas para moverse, construir y comunicar si el resultado final de esta acumulación de alimentos y esta excelente organización ha de entronizar los morbosos impulsos de una humanidad frustrada?
L. Mumford, Técnica y civilización (adaptado) 

Técnica y naturaleza unidas 
Ya es hora de que nuestro actual y total compromiso con la máquina, que surge mayoritariamente de nuestra interpretación unilateral del temprano desarrollo técnico del hombre, sea sustituido por un cuadro más completo de la naturaleza humana y del medio técnico a la vez, ya que ambos han evolucionado a la par.
L. Mumford, La técnica y la naturaleza del hombre
 
Antropología y ética de la técnica
Numerosos pensadores se preguntan hoy cómo construir una ética en la era de la técnica, cuando la razón científico-técnica parece haberse adueñado de todo arrebatando su lugar a la razón moral, y algunos defensores del ecologismo se inquietan ante este triunfo de la razón científico-técnica y propugnan el regreso a formas de vida premodernas.
Sin embargo, a mi modo de ver, el avance técnico no sólo es irreversible -pensar contra él es descabellado-, sino que el hombre es constitutivamente técnico. Por eso proyectar hoy humanizadoramente al hombre exige conprenderle desde su capacidad técnica en una antropología de la técnica e invitarle a hacerse responsable de ella desde una ética de la técnica.
J. Conill, El enigma del animal fantástico

sábado, 4 de junio de 2016

La cultura del ocio

El trabajo y la técnica son dimensiones humanas que permiten la realización personal de los individuos. Para ello, estas dos actividades se insertan en una determinada configuración del tiempo, es decir, el ser humano distribuye, determina y organiza su tiempo de modo que el trabajo ocupe un lugar específico donde cobra su sentido. La importancia que esto tiene es enorme, pues remite a una manera concreta de entender la vida. Una de las cuestiones más relevantes de este análisis es cómo el trabajo puede propiciar o imposibilitar el desarrollo de la persona.

1. Ocio y vacación
El ocio (en latín, otium) suele ser considerado lo contrario del negocio (nec-otium), es decir, lo contrapuesto al trabajo. Así, se entiende como tiempo libre aquel en el que el ser humano, liberado de las obligaciones, puede desarrollar otros intereses y actividades que le son más gratificantes.
El ocio es un "espacio vacío" que le queda al ser humano cuando ha satisfecho las necesidades básicas. Es decir, se trata de un "hueco" o una "holgura" que se produce en el tiempo vital y que posibilita la tarea del pensar y del "ensimismarse" al que se refiere Ortega y Gasset. Con ello puede dar cauce a otras dimensiones de la vida humana: no sólo el trabajo repetitivo y aburrido del que no se puede escapar, sino también el amplio espectro de posibilidades de realización personal más allá del trabajo. A esto es a lo que llamamos "vacación": disponer de ese tiempo "abierto" para nosotros. 

2. Ocio como imposición: el desempleo
Ahora bien, el ocio no siempre es deseado. En ocasiones es un efecto negativo de una mala organización social del trabajo: se trata del paro. A pesar de que el trabajo es un derecho reconocido, no siempre la sociedad posibilita que todos los individuos puedan acceder a él. Eso genera una situación difícil y angustiosa en la que la persona desempleada dedica todas sus energías a buscar una salida. Este "ocio impuesto", lejos de ser gratificante y posibilitar otras dimensiones, es frustrante y deshumanizador.

3. No saber qué hacer con el ocio: el aburrimiento
No sólo es aburrido el trabajo, tambien puede serlo el ocio. En ocasiones, disponer de tiempo de ocio puede generar también otro efecto negativo: no saber qué hacer con el tiempo, no aprovecharlo creativamente, no dotarlo de sentido y, por tanto, perderlo. Es un modo de pasar el tiempo de la vida sin que nosotros vayamos pasando con él la vida.

4. Vocación de vivir
La dicotomía entre trabajo y ocio puede ser reinterpretada como relación. Más allá de los aspectos negativos y positivos que ambos tienen, lo más importante es que contribuyan a la ganancia de sentido vital: el trabajo como lugar donde ganar el tiempo y encontrar significado agradable y satisfactorio a la vida, como el que hay en el ocio.
En este caso estamos hablando del trabajo como vocación, es decir, de la elección de un modo de vida que no sólo sirve par "ganar el pan", sino también para "ganar la vida". No sólo vivir, en el sentido de supervivencia física, sino vivir humanamente.
Esto tiene que ver con la dimensión lúdica y creativa del ser humano: es un ser que juega, que se divierte y que, con ello, aprende, se relaciona, construye un mundo, sueña con el futuro y modifica técnicamente su medio para seguir soñando. Todo ello le hace ser más persona, encontrar su lugar en el universo y seguir jugando a ser.

5. Ocio y vida humana 
En las sociedades modernas el trabajo será cada vez más un "bien escaso". La industrialización y tecnificación progresiva, a la vez que hacen el trabajo más cómodo, hacen superflua la presencia humana. El gran reto de nuestras sociedades complejas y abocadas al desempleo es qué hacer con ese tiempo. La educación para el ocio y el tiempo libre será fundamental.

Para algunas personas, en particular para científicos, ingenieros y empresarios, un mundo sin trabajo señalará el inicio de una nueva era en la historia, era en la que el ser humano quedará liberado a la larga de una vida de duros esfuerzos y de tareas mentales repetitivas. Para otros, la sociedad sin trabajo representa la idea de un futuro poco halagüeño de desempleo afectando a un sinfín de seres humanos y de pérdidas masivas del puesto de trabajo, agravado por una mayor desazón social e innumerables disturbios.
J. Rifkin, El fin del trabajo

El ocio irá siendo cada vez más el gran problema de la civilización, por la misma razón que el trabajo.
Es por medio de la palabra -pero también por el deporte, el cámping, el bricolaje, etc.- como puede restituirse de una forma nueva el contacto que se ha perdido con la naturaleza, con la vida, con el elemento bruto, y quizá -yendo incluso más al fondo- donde puede recobrarse todo un ritmo vital más ligero, más espontáneo, más distendido que la cadencia abrumadora de la vida moderna.
Pues bien, el mundo moderno es un mundo en el que, a medida que se multiplican, los factores de ocio se degradan por la invasión de las mismas técnicas que, por otro lado, han revolucionado la producción, los transportes y todas las relaciones humanas. El sentido mismo de nuestro ocio -duramente conquistado por la reducción de la jornada laboral- dependerá en gran parte de la cualidad de la palabra humana, del respeto a la palabra humana, en la política y la novela, en el teatro y la conversación. Pues ¿de qué le serviría a un hombre ganarse la vida con el trabajo si pierde su alma en el ocio?
P. Ricoeur, Historia y verdad