En los animales podemos distinguir dos clases de conductas, a saber: las innatas y las adquiridas; las primeras son de carácter instintivo y siguen pautas más o menos rígidas y estables, las segundas surgen mediante el aprendizaje y admiten numerosas variaciones.
Según ascendemos en la escala animal, las conductas innatas van perdiendo rigidez y cobran mayor importancia las adquiridas; así, en los animales inferiores, las conductas estereotipadas e instintivas son absolutamente predominantes; en los mamíferos, especialmente en los delfines y en los póngidos, encontramos numerosos comportamientos adquiridos, aunque continúa siendo predominante el comportamiento instintivo y uniforme. En los seres humanos, por el contrario, casi la totalidad de su conducta se forma por aprendizaje y admite un número indefinido de variaciones. En este sentido, las diferencias esenciales entre los seres humanos y el resto de las especies radican en la distinta capacidad para adquirir conocimientos y para modificar su conducta; en los demás animales predominan la conducta instintiva y el conocimiento sensible, en los seres humanos, la inteligencia y la voluntad.
La palabra inteligencia procede del verbo latino inter légere, que significa capacidad de elegir (légere) una cosa entre (inter) varias; de acuerdo con esta etimología, el significado original sería el de distinguir, discernir o comprender.
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