sábado, 6 de agosto de 2011

La epopeya de Gilgamesh


Una de las tablillas conservadas
(Museo Israelí, Jerusalén)
La Epopeya de Gilgamesh es una de las obras literarias más importantes de la antigüedad, y sus ecos resuenan en la literatura posterior, desde la Biblia hasta Homero. Gilgamesh fue el cuarto rey de Uruk hacia el año 2750 a.C. y es el protagonista de esta epopeya, en la que se cuentan sus aventuras y la búsqueda de la inmortalidad junto a su amigo Enkidu. La historia de Gilgamesh está escrita en doce tablillas halladas entre las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal, en Nínive. Se sabe que esta versión fue escrita por Shin-eqi-unninni, lo que le convierte en el autor conocido más antiguo de la humanidad.
De las doce tablillas sobre Gilgamesh, once conforman el poema, probablemente escrito hacia la primera mitad del II milenio a.C., y la última representa una narración de origen independiente, sobre el mismo rey, más reciente que las anteriores, escrita hacia el final del I milenio a.C.
 
Gilgamesh es un rey que oprime a los ciudadanos de Uruk, por lo que éstos claman ayuda a los dioses, quienes crean a Enkidu para que luche contra Gilgamesh y le derrote. Pero el combate resulta muy igualado, y ambos luchadores se hacen amigos y deciden hacer un largo viaje en busca de gloria y aventuras, en el que aparecerán toda clase de animales fantásticos y peligrosos.

La narración concluye, tras innumerables vicisitudes, con un final feliz, pues Gilgamesh, que ha visto morir a Enkidu y ha conocido toda clase de frustraciones y miedos, se dedica a trabajar, a su regreso, por el bien de su pueblo.


Figura de Gilgamesh
(Museo del Louvre)
  
Este mito, como todos los que pertenecen a las tradiciones de las sociedades humanas en general, tiene implícita una enseñanza que muestra la importancia de la mitología en la vida diaria de las personas, y en la configuración de la sociedad misma. Así, la figura del héroe representa la figura de un personaje que ha emprendido un camino, y a través de su recorrido, va a aprender que el verdadero sentido de la vida no es alcanzar la inmortalidad, don exclusivo de los dioses, sino entender que no estamos solos en el mundo, que para crecer y superarnos a nosotros mismos debemos caminar junto a otros en los que nos podemos ver complementados, reflejados y contrariados.



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