domingo, 12 de abril de 2015

Psicología medieval: La Baja Edad Media

Guillermo de Ockham
El apogeo de la síntesis medieval se dio en el siglo XIII, el más grande de los siglos, como lo calificaron los eruditos posteriores. El siglo XIV suele considerarse como un período de crisis y decadencia, cosa que en algunos sentidos realmente fue. La sociedad comenzó a ser presa de las convulsiones propias de la transición a la edad moderna. Las instituciones medievales devinieron inútiles o redundantes, mientras que en torno suyo nacía el nuevo mundo de las ciudades y el capitalismo. La peste negra de mediados de siglo se llevó consigo a cerca de un tercio de la población de Europa, incluidos numerosos eruditos. El Papado era corrupto y mundano, lo que abrió el camino a la Reforma. Y, sin embargo, en el terreno filosófico, sobre todo por lo que respecta a la primera mitad del siglo XIV, se trató de un período creativo, en cuyo transcurso nació la ciencia moderna. En esta fase, estudiaremos brevemente al pensador más influyente de la Baja Edad Media, Guillermo de Ockham (1290-1349, aproximadamente), cuya contribución consistió en abrir al análisis psicológico lo que anteriormente había quedado reservado a la metafísica.
Los filósofos medievales confundieron la Psicología y la Ontología -el estudio de la naturaleza del ser o existencia-. Siguiendo a Platón, la mayoría de los persadores medievales creían que debía haber algo real en correspondencia con cada concepto mental. Para Platón, se trataba de las Formas; para Aristóteles, de las esencias reales; y para los hombres del Medievo, de las Ideas en la mente de Dios.
Para griegos y hombres del Medievo, el único conocimiento real era el conocimiento de los universales; de hecho, se afirmaba que el alma racional, o intelecto, sólo tenía conocimiento de los universales, no de las cosas particulares. Siguiendo a Aristóteles, se sostenía que el único conocimiento seguro era el que podía deducirse de las proposiciones universales. Semejante actitud se mantuvo incluso en Santo Tomás de Aquino. Aunque para él el proceso de abstracción era la vía hacia el conocimiento universal y pese a sostener que el intelecto conoce sólo lo que se obtiene de los sentidos, siguió defendiendo que las esencias abstractas eran metafísicamente verdaderas, que se correspondían con las Ideas divinas.
Ockham modificó el panorama de raíz, al reemplazar la metafísica por la Psicología. Afirmó que todo conocimiento empieza por la "cognición intuitiva", que no es sino un trabar conocimiento de modo directo e infalible con algún objeto del mundo. El intelecto no se halla reducido a conocer tan sólo imágenes abstractas; lo que en primer lugar conoce son objetos y sus cualidades. La cognición intuitiva no produce mera opinión, como sostenía Platón, sino que arroja un conocimiento de lo que es verdadero y falso. A partir de dicho conocimiento puede pasar a la "cognición abstractiva" de los universales. Pero tales universales existen sólo como conceptos mentales, careciendo de existencia fuera de la mente. Estos conceptos abstractos pueden ser verdaderos o falsos; por ejemplo, cabe formarse el concepto de un unicornio, que es algo que no existe. La cognición abstractiva es, pues, hipotética por completo. La piedra de toque de la realidad y la verdad es la cognición intuitiva. Ockham descartó el problema metafísico que tantos quebraderos de cabeza causó a Platón, Aristóteles y los medievales -a saber, el de cómo puede cada individuo participar de una esencia o forma trascendentes-, y lo sustituyó por la cuestión psicológica de cómo podemos formar conceptos universales, dado que sólo tenemos un conocimiento seguro de los individuos. Su respuesta fue que la mente advierte semejanzas entre los objetos y, en base a tales semejanzas, los clasifica. Así, pues, los universales son términos lógicos que se aplican a algunos objetos, mientras que a otros no, y que denotan las relaciones entre los objetos. Para Ockham, los universales son un problema psicológico más que ontológico.
Hasta aquí, Ockham resultaba ser el empirista más auténtico de la Edad Media, ya que colocaba la piedra de toque del conocimiento en lo que es revelado por la cognición intuitiva u observación. No obstante, Ockham era un franciscano, y su concepción del alma delata un importante componente agustiniano. Como San Buenaventura, y al contrario que Santo Tomás de Aquino, Ockham sustuvo que tenemos un conocimiento directo, introspectivo e intuitivo del alma, más que una simple reflexión sobre nuestros actos. El alma puede conocerse a sí misma directamente, no sólo indirectamente.
Frente a Santo Tomás y otros psicólogos de las facultades, Ockham negó la diferenciación entre el alma y sus facultades. Según Ockham, el alma no tiene la facultad de la Voluntad o del Intelecto. Más bien, lo que llamamos facultad es simplemente un nombre para ciertos tipos de actos mentales. "Voluntad" define al alma en el acto de querer; "Intelecto" describe al alma en el acto de pensar. Ockham siempre procuró simplificar las teorías todo lo posible, desembarazándolas de lo accesorio, razón por la que acostumbramos a hablar de la "cuchilla de afeitar de Ockham". Ockham veía las facultades como fruto de un proceso innecesario de cosificación de los actos mentales en entidades mentales pero independientes de la mente.
El hábito desempeñaba un papel fundamental en la concepción que de la mente tenía Ockham. Para él, los conceptos eran hábitos aprendidos, ideas derivadas de la experiencia. Dado que rechazaba el mundo de los universales, ya fueran Formas platónicas o Ideas divinas, la condición de los universales quedó reducida al hábito. Tales hábitos son los que posibilitan el que el pensamiento de una persona exista con independencia de los objetos sentidos concretamente. No es imposible pensar acerca de las Formas, puesto que no existen. En vez de ello, pensamos acerca de conceptos derivados y habituales; sin ellos seríamos animales, reducidos a simples respuestas a los estímulos externos. Ockham fue el primer pensador, aunque no el último, que atribuyó tanta importancia al hábito; pero no fue un conductista, porque para él los hábitos eran conceptos mentales, no respuestas corporales. Ockham trazó una distinción radical, mucho más radical que la de Santo Tomás, entre la fe y la razón. Según él, no existe la menor base en la experiencia, o en la cognición intuitiva, para creer que tenemos un alma inmaterial e inmortal. Hasta donde se les alcanza, a la razón o la Filosofía, la mente puede perfectamente ser una entidad perecedera y dependiente del cuerpo. Sólo a partir de la fe surge el conocimiento del alma inmortal. Esta separación entre fe y razón debilitó enormemente a la Teología y la Metafísica, pero ayudó al surgimiento de la ciencia.
Los puntos de vista de Ockham fueron revolucionarios, se divulgaron ampliamente, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia por silenciarlos, y tuvieron una enorme influencia. Ockham no fue ni tan escéptico ni tan radicalmente empirista como los empiristas británicos posteriores, especialmente David Hume, pero se halla en el origen de la filosofía empirista moderna.


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