martes, 11 de agosto de 2015

Los fundamentos filosóficos de la psicología moderna


Desde la aproximación aristotélica al alma como forma del cuerpo hasta la implosión de la mente cartesiana como un espacio interior y subjetivo, la ciencia del alma anduvo más o menos distribuida entre la física (anatomía), la llamada “pneumatología” (relacionada con el mundo espiritual y el alma inmortal) y, en un terreno más práctico, la ética y la política, relacionada con las formas de gobierno (tanto de uno mismo como de los otros). Es en los últimos años del siglo XVI cuando empieza a aparecer el nombre de psicología, en el contexto del protestantismo y la Reforma, en lo que parece constituir un nuevo campo de investigación, ligado a los desarrollos antropológicos y anatómicos del momento. Pero no será hasta un poco más adelante, en el siglo XVII, con Descartes, que instaura una nueva concepción dualista del ser humano, y Locke, que profundiza en el análisis de la mente, cuando se empiece a desarrollar una progresiva psicologización del ser humano, entendida como una descripción natural del hombre, ajena a disquisiciones pneumatológicas sobre la inmaterialidad e inmortalidad del alma. La difusión de la obra de Locke, de especial importancia en el pensamiento francés ilustrado, y la posterior inclusión de la “psicología empírica” como una rama específica de saber en el sistema de filosofía de Wolff, supondrá el despegue definitivo de una disciplina que no tardará en alcanzar el estatus de ciencia. Tendrá lugar entonces una creciente “literatura psicológica” tanto en el terreno más popular (revistas, novelas) como en el académico, donde se producirá un intenso debate de carácter metodológico, acerca de la posibilidad de medir las facultades mentales y someter el alma a experimentación mediante la modificación del cuerpo. En el siglo de la Ilustración, se produce así un progresivo desplazamiento del discurso metafísico que venía dominando el conocimiento del alma, desde la escolástica medieval y la pneumatología racionalista (que sigue ocupándose del conocimiento a priori del alma, de su carácter inmortal e inmaterial) hacia el estudio empírico del alma.
Rompiendo con la distinción establecida por Descartes entre el cuerpo, como materia extensa, y la mente, como sustancia pensante, inextensa, indivisible e incuantificable, la psicología empírica del siglo XVIII se plantea tentativas para introducir la medida y cuantificación de los fenómenos psicológicos (atención, ingenio, juicio, voluntad, virtud, intelecto...) y formular leyes matemáticas en el ámbito de lo que ya empieza a denominarse “psychometria o “dynametria”.
El propio Wolff plantea en su Psicología Empírica (1732) que el alma obedece a leyes matemáticas y pide que se desarrolle una “psicometría”, término que parece haber introducido él mismo. Entre las áreas posibles de estudio, Wolff sugiere la medición del grado de perfección e imperfección de facultades mentales como la memoria o la razón, la certitud relativa de nuestros juicios o los grados de placer y dolor. Varios autores tantean entonces la posibilidad de medir fenómenos psicológicos. Para medir la atención, por ejemplo, se recurrirá al número de ideas en las que podemos pensar y el tiempo que dedicamos a contemplar y analizar una idea; para medir el ingenio, a la velocidad a la que descubrimos parecidos ocultos; para el juicio, a la cantidad de vínculos que podemos establecer entre proposiciones; para la voluntad, a cuánto reflexionamos antes de actuar, etc. Asimismo, más allá de la observación, Wolff se plantea la posibilidad de la experimentación, mediante la actuación sobre el cuerpo para provocar cambios en el alma. Así por ejemplo, un admirador de Wolff, profesor de medicina y filosofía, J. G. Krüger, escribió un Ensayo de Psicología Experimental en 1756. Tiene lugar todo un debate propiamente metodológico en el que se comparan los métodos, se discuten los límites de la introspección y se valoran los avances de la psicología empírica.
Kant, el filósofo más importante del siglo XVIII y probablemente de la era contemporánea, intervendrá en esos debates. Aunque generalmente se dice que Kant niega la posibilidad de la psicología como ciencia, su postura parece algo más compleja. Por un lado, en lo que se refiere a la psicología racional y el análisis a priori de las propiedades del alma, ciertamente su filosofía crítica negará esa posibilidad. En lo que se refiere a la psicología empírica, sin embargo, su postura requiere algunos matices. Kant pondrá límites a las posibilidades de hacer de la psicología empírica una ciencia empírica, pero sólo si esta se basa únicamente en la introspección. A pesar de estas consideraciones, en todo caso, Kant no solo no impedirá su desarrollo sino que jugará un papel muy importante en el impulso y sistematización de la psicología empírica, apostando por su constitución como disciplina universitaria.
La filosofía posterior a Kant, sin embargo, estará lejos de mostrarse unánime a este respecto. Mientras que el idealismo absoluto de Schelling y Hegel se declarará enemigo de la psicología empírica, volviendo a apostar por una psicología racional, filósofos como Johann Friedrich Herbart se aliarán con el cálculo matemático para impulsar una psicología científica. La psicología empírica, en todo caso, con Herbart a la cabeza, encontrará también aliados en los estudios lingüísticos y antropológicos para impulsar una psicología de los pueblos (psicología social).

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