La tradición moral de Immanuel Kant ha llegado a nuestros días en parte por una experiencia que todos hemos tenido: la búsqueda de la felicidad choca con frecuencia con el cumplimiento de nuestros deberes. Así, ante la pregunta "¿cómo obrar moralmente?", la tradición kantiana nos recuerda que la respuesta correcta no está en realizar aquellos que da la felicidad, reporta mayor bienestar o es más útil. Sólo obran moralmente quienes cumplen el deber, de ahí que la tarea de la ética consista en proporcionar los requisitos o condiciones racionales que debe cumplir una norma de actuación personal (máxima) para ser considerada moral.
Si el ser humano se dejara llevar por sus inclinaciones naturales e hiciera sólo aquello que le hace feliz no sería libre ni dueño de sí mismo. Su acción dependería de aquello que le hace feliz, no de él mismo. Cuando la acción depende de otro móvil que no está en la persona, sino fuera de ella, entonces es moralmente heterónoma (hetero = otro; nomos = leyes). Por el contrario, cuando la acción depende de las leyes que la propia razón se da a sí misma, entonces es moralmente autónoma (autos = sí mismo; nomos = leyes).
2. El deber y la buena voluntad
Para Kant, el valor de una acción no puede estar condicionado por los deseos o sentimientos que la originan; tampoco por los resultados o consecuencias que se persigan, sino por la realización del deber. Por eso recibe el nombre de ética deontológica (deon = deber; logos = razón). Así, una acción moralmente correcta es aquella en la que no se actúa "conforme al deber", sino "por deber". Obrar "conforme al deber" es ajustarse a una legalidad externa, mientras que obrar "por deber" es respetar moralmente el deber. El que cumple los límites de velocidad porque la policía está presente obra legalmente (actúa "conforme al deber"); el que los cumple por respeto a las normas obra moralmente (actúa "por deber").
Este valor que tiene el respeto al deber hace que el bien moral no esté fuera de la voluntad, sino en la propia voluntad. La bondad de una acción no está en las consecuencias o los fines, sino en la bondad de la voluntad que la realiza. Por ello el bien propiamente moral está en la buena voluntad.
3. El imperativo categórico y la universalidad de la moral
Kant era un filósofo ilustrado que tenía una absoluta confianza en la razón humana. Frente a otros filósofos y moralistas que anteponían la sensibilidad y los gustos de la naturaleza humana al juicio de la razón, Kant desea elaborar un sistema moral que valga para todos los seres humanos, con independencia de gustos y sensibilidades. Por eso elaboró una ética con pretensiones de universalidad. Ésta no se podía conseguir con una ética de imperativos hipotéticos (normas condicionadas por gustos o disgustos, premios o castigos), sino con una ética de imperativos categóricos (normas incondicionales). Desde aquí podemos entender la importancia que Kant concede a la persona como valor absoluto de cualquier moral; por eso afirma que la persona siempre es un "fin en sí" y nunca un "medio".
El imperativo categórcio es, pues, único, y es como sigue: obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
Suponiendo que haya algo cuya existencia en sí misma posea un valor absoluto, algo que, como fin en sí mismo, puede ser fundamento de determinadas leyes, entonces en ello y sólo en ello estaría el fundamento de un posible imperativo categórico, es decir, de la ley práctica.
Ahora yo digo: el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad: debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado al mismo tiempo como fin.
Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, si son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio y, por tanto, limita en este sentido todo capricho.
El imperativo categórico será, pues, como sigue: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
El concepto de todo ser racional, que debe considerarse, por las máximas todas de su voluntad, como universalmente legislador, para juzgarse a sí mismo y a sus acciones desde ese punto de vista, conduce a un concepto relacionado con él y muy fructífero, el concepto de un reino de los fines. Todos los seres racionales está sujetos a la ley de que cada uno de ellos debe tratar a sí mismo y tratar a todos los demás, nunca como simple medio, sino siempre al mismo tiempo como fin en sí mismo. Mas de aquí nace un enlace sistemático de los seres racionales por leyes objetivas comunes; esto es, un reino que, como esas leyes se proponen referir esos seres unos a otros como fines y medio, puede llamarse muy bien reino de los fines (aunque sólo sea un ideal).
I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (adaptado)
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