lunes, 15 de agosto de 2016

La racionalidad de la experiencia religiosa

1. La religión, en los límites de la razón
Una de las inquietudes más básicas de la filosofía es plantear la reflexión sobre la religión dentro de los límites de la razón humana, desterrando los elementos de magia o superstición que hay en creencias populares poco racionales. Por eso, la filosofía ha distinguido tres tipos de religión:
- Religión natural: Aquel conocimiento de la religión que proporciona la sola razón humana, sin el apoyo de la fe o las enseñanzas de las tradiciones religiosas.
- Religión revelada: Aquel conocimiento de la religión que proporciona la presencia de un ser absoluto (Dios) en la historia a través de hechos excepcionales. En la historia de las religiones, esta presencia de un ser absoluto y trascendente se ha realizado de múltiples formas que pueden ir desde los fenómenos naturales a los acontecimientos históricos. Mircea Eliade, un fenomenólogo de las religiones, llamó a estas formas de presencia hierofanías (algo sagrado que se nos muestra). Una presencia que puede ir desde algo tan simple como una piedra o un árbol, a un acontecimiento histórico como la encarnación de Dios en Jesucristo. Esta presencia marca en el ser humano una distancia entre lo natural y lo sobrenatural, lo profano y lo sagrado; y otorga significación a los espacios y el tiempo. Por ejemplo, se convierte un árbol o una piedra en un objeto "sagrado".
- Religión moral: Aquel conocimiento de la religión que proporciona la razón humana en su deseo del bien y la justicia. En su búsqueda de una felicidad plena, el ser humana anhela un mundo donde el mal y las injusticias no tengan la última palabra de la historia. En este caso, ante la injusticia y el mal como límites de la razón humana, ésta se esfuerza y anticipa en un ser absoluto que sea el máximo Bien Supremo. En este caso, Dios no es un límite u obstáculo para la razón humana, sino una posibilidad que se le abre hacia el bien.

2. Religión y religación
Ante la pregunta por el sentido de la vida, algunos filósofos (Heidegger, Sartre) han respondido que la existencia humana se encuentra "arrojada" entre las cosas y desde ahí lo busca angustiadamente. Otros filósofos como Zubiri han respondido que la existencia humana no sólo está arrojada entre las cosas, sino que está religada al conjunto de la realidad.
La experiencia religiosa es una experiencia de religación con la realidad. La existencia humana no está suelta o desprendida de la realidad, sino que está dependiendo del conjunto de la realidad, adherida a ella, religada a ella. Es una experiencia de dependencia, adhesión y re-ligación con la realidad propia del ser humano como persona.

3. Fe y experiencia de un encuentro dialógico
Esta experiencia de religación no es una experiencia de subordinación ante la realidad divina, sino una experiencia de encuentro personal. Hay numerosas religiones en las que la realidad divina no es una realidad cualquiera, sino un dios personal. La experiencia de religación es una experiencia de encuentro donde se produce un diálogo entre dos personas: el hombre y Dios.
Al igual que sucede entre dos personas cuando se conocen, la relación que el encuentro establece es una relación de confianza. Esta confianza del hombre con Dios recibe el nombre de fe. En este sentido, la experiencia religiosa no es la experiencia de un encuentro con "algo", sino la experiencia de un encuentro con "alguien" en el que se confía y que espera de nosotros una "respuesta". Como en todo diálogo sincero, la relación es una relación de libertad y confianza entre quienes se hablan, por eso la fe tiene un carácter optativo. Esto significa que la experiencia religiosa es una experiencia de libertad porque la respuesta no es obligada.


4. Huellas de Dios en una cultura secularizada
En su tarea de clarificar el lenguaje y la experiencia humana, la filosofía no sólo contribuye a precisar la relación de confianza que el hombre puede establecer con Dios, sino a descubrir y analizar la presencia de éste en la sociedad, la historia y la cultura. Esta tarea no se reduce al análisis racional de las formas culturales en las que Dios está presente o ausente, sino al estudio de las huellas que ha dejado.

Dios como problema humano
El hombre actual se caracteriza no sólo por poseer tales o cuales ideas acerca de Dios, ni por adoptar una actitud o bien agnóstica, o bien negativa, o bien creyente. Para el ateo no sólo no existe Dios, sino que ni siquiera existe un problema de Dios. No se trata de la inexistencia de Dios, sino de la inexistencia del problema mismo en tanto que problema; y estima que la realidad de Dios es algo cuya justificación incumbe sólo al creyente. Pero esto mismo acontece al teísta. El teísta cree en Dios, pero no vive a Dios como problema. Justo por ser solución a un problema, el teísmo tiene que justificar su creencia, pero el ateísmo está igualmente forzado a ello: el ateísmo no es menos creencia que el teísmo.
X. Zubiri, El hombre y Dios (adaptado)

El empleo de la palabra "Dios"
El empleo de expresiones como "¡Cielo santo!", "¡Dios mío!" se comprende desde un contexto religioso anterior que pasó a ser parte de la cultura; y de tal modo que se sigue usando el término Dios en nuestra cultura secularizada. Piénsese en el "Vete con Dios", "A-Dios" o la admiración "¡Por Dios!". La fe o la increencia ya no tienen nada que ver. Pero que los hombres empiecen a maldecir en situaciones en que su compromiso personal tropieza con un obstáculo radical es, desde el punto de vista lingüístico, una reminiscencia de que, en su origen, pronunciar el nombre de Dios no era algo neutral y carente de valor, sino que, en su contexto, comprometía a toda la persona; y, entonces, se le alaba o se le maldice. Todo esto hace patente que el empleo de la palabra "Dios" en su contexto primaria tiene que ver con un tipo muy específico de acción humana. "Nombrar a Dios" dice algo sobre Dios, pero, simultáneamente, también dice algo sobre la existencia humana.
E. Schillebeeckx, Los hombres, relato de Dios

Dios como esperanza humana
La teología es la esperanza de que la injusticia que caracteriza al mundo puede permanecer así, que lo injusto no puede considerarse como la última palabra, de que el asesino no puede triunfar sobre la víctima inocente. La religión puede hacer que el hombre tome conciencia de que es un ser limitado, de que tiene que sufrir y morir, de que más allá del sufrimiento y la muerte existe el anhelo de que esta existencia terrena no sea absoluta, de que esto no sea lo último. En la religión se hallan depositados todos los deseos, los afanes y los quejas de un sinnúmero de generaciones. Cada vez pienso con mayor firmeza que no se debería hablar del anhelo de Dios, sino del miedo de que Dios no exista.
M. Horkheimer, A la búsqueda del sentido (adaptado)

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