jueves, 4 de agosto de 2016

Pensar la esperanza como promesa de sentido

1. Espera animal y espera humana
El tiempo desempeña en la vida del ser humano un papel muy diferente al que desempeña en la vida de los animales. Aunque los dos están sometidos al tiempo, el hombre tiene la posibilidad de situarse de formas muy diferentes. Ante el presente, el pasado y el futuro los animales y los seres humanos se sitúan de forma distinta. Este hecho es el que permite distinguir entre la espera animal y la espera humana.


2. La espera como actividad y actitud 
La espera humana tiene, además de las características que hemos visto antes, otras dos importantes: es a la vez actividad y actitud.
  • Como actividad, es un modo de intervenir en la realidad. Esta intervención puede ser pasiva cuando esperamos sin hacer nada, por ejemplo, que lleguen las vacaciones, que cambie el tiempo, o que salgan las notas de un examen. En este caso, la espera se identifica con la expectativa. A este estado de ánimo lo llamamos expectación y es un modo pasivo de esperar. La intervención también puede ser activa cuando no nos quedamos quietos esperando a que pase el tiempo, sino que realizamos algún tipo de actividad. En la mitología contamos con la figura de Penélope, quien no sólo aguardó la llegada de Ulises, sino que tejía y destejía la mortaja de Laertes.
  • Como actitud, es un modo de estar en la vida, no sólo de hacer o dejar de hacer algo. Este modo de estar en la vida es también un modo de emplear el tiempo y de situarse uno mismo en el conjunto de los acontecimientos. Es una actitud que puede consistir en un simple dejar pasar el tiempo o emplearse en él. Cuando el ser humano se emplea a fondo en el tiempo, entonces la espera como actitud se realiza en un proyecto de vida. La espera de Penélope, por ejemplo, es fruto de un proyecto de vida cuyo sentido está en la fidelidad a Ulises.
3. Vocación y creencias
El ser humano, al entender la vida como un proyecto, la ordena no sólo en relación con sus deseos, expectativas y situaciones, sino en relación con sus inquietudes y preguntas. En este proyecto se hace realidad la vocación de cada uno. La vocación no es un programa genético que vamos realizando a lo largo de nuestra vida, sino el ajuste cotidiano del proyecto de nuestra vida.
Este ajuste, que se realiza en un diálogo permanente con los demás y con uno mismo, a la vez que nos abre interrogantes permanentes sobre la vida, nos proporciona un conocimiento práctico con el que orientarnos. Así, vamos adquiriendo un tipo de conocimiento que no es teórico o especulativo, sino práctico y experiencial. Este conocimiento práctico, que es a la vez nuestro y de aquellos con los que compartimos inquietudes y preguntas, recibe el nombre de creencia. Las creencias son en la vida humana como las raíces de los árboles, de la misma forma que hacen posible el crecimiento del árbol, hacen posible su instalación en la realidad. Las creencias no son ocurrencias o ideas que tenemos, sino raíces en las que estamos. Penélope se mantenía fiel no porque tuviese una idea clara de lo que es el amor, sino porque, convencida de que Ulises la quería, creía en el amor. 

4. De la espera a la esperanza
El conocimiento experiencial y práctico de las creencias puede transformar nuestra espera en esperanza. La esperanza se caracteriza por ser una espera confiada. Penélope, por seguir con el ejemplo, tenía la firme convicción de que era amada por Ulises, y por eso sabía que no tenía por qué afrontar la espera con temor sino con confianza. Ella esperaba confiadamente la llegada de Ulises, tenía la esperanza de que él volvería.
A diferencia de la simple confianza que podemos tener al lograr un objetivo y conseguir una meta, la esperanza es una forma de situarse ante la vida, un hábito práctico o virtud que requiere entrenamiento. El entrenamiento para la esperanza es lo mismo que el agua para las plantas, sólo mantienen la esperanza quienes la entrenan haciendo frente a los obstáculos que presenta la aventura de la vida.

La voluntad de sentido en el animal fantástico
Vivimos en un horizonte cultural en el que el poder de los hechos se impone a la fuerza de la razón. Esta oscura situación ha provocado a muchos una desesperación y desorientación vital, un desánimo, por su incapacidad para comprender el carácter insondable de la vida y para soportar el constante fracaso de la razón. La profunda y persistente insatisfacción resultante impide vivir con un tono vital comprometido. Pero... ¿no se puede abandonar toda esperanza y, sin embargo, resistir desesperadamente? 
¿Vivir no significa abrir horizontes de sentido e interrogantes, aunque resulten incomprensibles?, ¿no es éste el quehacer del hombre como animal fantástico?
Cuando parece que ya nada nuevo nos cabe esperar, resulta ineludible el más arriesgado ejercicio de la libertad en un horizontes de inseguridad e incertidumbre. La carencia de sentido pone en peligro la vida humana, ya que su impulso antropógeno es la voluntad de sentido. Pero la vida humana individual está urdida de peligros y riesgos incalculables. Nada ni nadie puede asegurarnos contra los fenómenos de la facticidad (soledad, culpa, enfermedad, muerte). La experiencia de las contingencias vitales, que dependen de la constitución corporal y moral de los individuos, no hay manera de suprimirlas. ¿Dónde encontrar una promesa de sentido o una fuente de inspiración para aquellos a los que todavía les importa por encima de todo la dignidad humana?
Jesús Conill, El enigma del animal fantástico (adaptado)

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