Este pequeño librito de Kant fue publicado en 1785, y supone un cambio considerable respecto a las éticas materiales propias de otros autores o corrientes filosóficas y religiosas. De hecho, es una lectura obligada en la asignatura "Ética I" del Grado de Filosofía de la UNED, para entender la diferenciación entre los dos paradigmas clásicos en esta disciplina: la ética material o de contenidos, como fue la ética de Aristóteles, y la ética formal kantiana.
Según Kant, las éticas materiales han supuesto un fracaso, porque sus reglas morales se basan en coacciones -legales, políticas o religiosas- y no han reparado en que la verdadera buena voluntad del hombre se sustenta principalmente en su propia ley, en sus máximas dictadas para sí mismo, esto es, en su autonomía. Pues bien, la ética formal busca establecer un principio teórico moral que el individuo se dé a sí mismo y que a su vez sirva también como principio universal: Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal.
A partir de este imperativo categórico, u otros más sencillos, como aquel que rezaba "no hagas a los demás aquello que no quieras que te hagan a ti", cada cual podrá luego dotar de contenidos sus decisiones prácticas (por ejemplo, si no quieres que te roben, no robes tú). Y completa el autor este mandato categórico con otro principio fundamental en su ética: entender a cualquier otro, e incluso a uno mismo, como un fin y nunca como un medio, también supone un principio teórico a priori, es decir, formal, con validez pues de ley universal que sustentaría un código moral adecuado.
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