sábado, 5 de enero de 2019

Ciencia y progreso

El progreso en la ciencia
Tenemos un doble interés en el progreso de la ciencia, un interés puro o contemplativo en el progreso de la ciencia como cosmovisión, como base de fijación de nuestros fines últimos y como satisfacción de nuestra curiosidad, y un interés práctico en el progreso de la ciencia como base operativa de múltiples tecnologías.
Jesús Monterín, Racionalidad y acción humana

1. Del progreso ilimitado a la prudencia responsable
Entre los siglos XVI y XIX numerosos científicos e intelectuales mantuvieron una visión optimista del futuro de la humanidad. Pensaban que el desarrollo económico y social que producía la tecnociencia podrían mejorar las condiciones de vida en todo el mundo, erradicando para siempre la miseria material y cultural. Los grandes avances que se estaban produciendo les hicieron creer que la ciencia y la tecnología serían capaces de resolver "todos" los problemas con los que tuviera que enfrentarse el ser humano.
Sin embargo, este optimismo se fue desvaneciendo a medida que se vieron cada vez más claras las consecuencias negativas. Hoy en día no podemos ser ingenuamente optimistas, pues debemos tener muy presente que la ciencia y la tecnología no lo pueden todo. Pero tampoco se trata de caer en un pesimismo inoperante, sino de corregir las consecuencias negativas del desarrollo científico-técnico y económico con ayuda de la propia ciencia.

2. La ciencia y la técnica en beneficio de toda la humanidad
Dado que los conocimientos científicos son el producto de un proceso en el que han participado miles de personas a lo largo de la historia, parece justo que los beneficios que se derivan de dichos conocimientos sean disfrutados por toda la humanidad. Los viajes a la Luna y la construcción de plataformas espaciales requieren grandes inversiones económicas que no siempre revierten en beneficio de todos, sino que se usan por parte de las potencias mundiales para asegurar su dominio sobre los restantes países.
Sin embargo, la investigación científica es una actividad muy costosa. Se necesitan investigadores bien formados, y los medios materiales como laboratorios, aparatos o bibliotecas son complejos y caros. Por esta razón, los países y las empresas que invierten en investigación se fijan unas metas muy claras y concretas, intentando rentabilizar al máximo esta actividad. En consecuencia, el fin último que se persigue al poner en marcha un proyecto de investigación no siempre es el bien de todos, sino a menudo defender los intereses políticos y económicos de los gobiernos o de las empresas que lo financian.
Del mismo modo, en muchas ocasiones no se tienen en cuenta las consecuencias negativas ni los riesgos que se derivan de realizar ciertas investigaciones o de usar determinadas tecnologías.

3. La nueva colonización tecnológica
Es frecuente que muchos descubrimientos e inventos permanezcan en secreto por razones militares o de rivalidad entre compañías comerciales. Este secretismo perjudica especialmente a los países menos desarrollados, que no tienen ninguna posibilidad de acceder a esas investigaciones.
Pero lo más escandaloso es que en ocasiones los países ricos realizan sus experimentos más peligrosos y contaminantes en los países pobres e instalan en ellos las industrias de mayor riesgo, mientras que se reservan los beneficios posteriores para su disfrute en exclusiva, o hacen pagar un alto precio a esos países por la licencia de uso de las nuevas tecnologías.
En consecuencia, el diferente potencial científico e investigador de los países ricos y los países pobres ahonda aún más las diferencias económicas, sociales y vitales entre ambos. Así se produce una situación de dependencia tecnológica de los países pobres respecto a los ricos, lo que equivale a un nuevo tipo de colonización: la colonización científico-técnica.
Unos pocos países o unas pocas empresas trasnacionales tienen muchas veces en sus manos las posibilidades de desarrollo de regiones enteras. Así vemos que la colonización tecnológica produce también una colonización económica. Muchos países que poseen materias primas no tienen la tecnología necesaria para su transformación, que además es cara. De este modo dependen tecnológica y económicamente de aquellos otros a los que tienen que comprar aparatos, máquinas, repuestos, servicios técnicos de mantenimiento y reparación, actualización y puesta al día de la maquinaria, etc.
Muchos países tecnológicamente dependientes han acumulado una deuda enorme, que con frecuencia supera sus posibilidades de pago. Se encuentran, por lo tanto, obligados a comprar tecnología, pero a la vez les resulta imposible pagarla.
En conclusión, los descubrimientos científicos y tecnológicos terminan por convertirse en instrumentos de la explotación de una mayoría empobrecida.

    

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