Los impulsos reprimidos buscan salir en forma de síntomas, pero Freud reparó en que muchos actos de la vida cotidiana de las personas que consideramos "mentalmente sanas" pueden ser también interpretados como síntomas, es decir, señales y a la vez efectos de estados que uno o bien intenta ocultar, o bien ni siquiera sospecha de su existencia. La frontera que separa salud y enfermedad mental se vuelve en Freud mucho más tenue, ya que sólo cambia el grado de los fenómenos que aparecen en uno y otro estado, pero no la esencia de los mismos.
El principal ejemplo de lo anterior lo proporcionan los actos fallidos, equivocaciones involuntarias, la mayoría de las veces sin excesiva trascendencia (por ejemplo, decir una palabra en vez de otra, olvidar o romper algún objeto, coger un autobús en vez de otro o bajarse en una parada equivocada, etc.), que uno generalmente achaca a causas tan socorridas como el despiste, el cansancio, el nerviosismo y otras similares.
Atribuir los actos fallidos a los motivos mencionados sería, según Freud, como si una persona asaltada en una calle oscura y solitaria acusara a la soledad y a la oscuridad como autores del asalto: estamos confudiendo lo que facilita o hace más probable un hecho con la causa de ese hecho. Por supuesto, nos equivocamos más frecuentemente cuando estamos cansados, nerviosos, etc., pero eso no significa que ésas sean las causas de nuestras equivocaciones.
La causa real del error es evidente en algunos ejemplos y podemos suponer que también existe en aquellos en los que no es tan fácil de observar. Todos nosotros tenemos experiencia de que en algunas ocasiones queremos decir una palabra cuando estamos pensando en otra, y entonces o bien decimos la palabra en la que estamos pensando o bien no decimos ni una ni otra, sino una intermedia: dudamos, por ejemplo, entre usar la expresión "sin embargo" o su equivalente "en cambio" y terminamos diciendo "sin en cambio". Se ve, en este caso, que dos pensamientos alternativos se han interferido mutuamente.
En general, se puede decir que la causa de toda equivocación es siempre un conflicto entre dos procesos mentales con finalidades diferentes: a veces (como en el ejemplo anterior) los dos son más o menos conscientes, y entonces es fácil ver la causa del error, pero también puede ocurrir que una de las dos intenciones sea inconsciente, y en ese caso será más difícil de descubrir, pero podemos estar seguros de su existencia.
En los actos fallidos provocados por una intención inconsciente lo que se manifiesta es, como en el síntoma neurótico o histérico, un pensamiento reprimido. Se puede decir que la persona actúa como si estuviera dividida internamente entre una conciencia racional y una mente inconsciente constituida por impulsos asociados a ideas que la conciencia ha reprimido.
De esta forma, la equivocación es intencionada aunque esta intención sea inconsciente.
Veamos algunos ejemplos: una mujer que lleva poco tiempo casada olvida frecuentemente el bolso y otros objetos personales en el lugar de trabajo, antiguo domicilio familiar, etc., lo que le obliga a regresar a estos lugares después de haber estado en ellos y demorar su llegada al hogar conyugal. No es díficil entender el significado de estos olvidos: no es feliz con su marido en su nuevo hogar y procura estar allí el menor tiempo posible. Sin embargo, si se le comunica esta interpretación de su extraña conducta ella protestará enérgicamente; "¡De ninguna manera me equivoco a propósito!", aunque quizá reconozca que su felicidad conyugal no es tanta como desearía.
En ocasiones la intención inconsciente no es práctica, sino meramente expresiva: no se trata tanto de dar un rodeo para conseguir algo que no se quiere plantear francamente como de decir lo que, desde un punto de vista consciente-racional, tal vez preferiríamos mantener oculto. El profesor que dice, al comienzo de la clase, "vamos a terminar esta clase", no consigue con este error que la clase termine antes, pero expresa su deseo oculto de que así sea. De forma similar, el hombre casado que juega con su anillo de compromiso haciendo ademanes de sacárselo tampoco logra liberarse de un matrimonio que siente como una opresión, pero de alguna forma se desahoga, expresando simbólicamente su intención de ponerle fin.
¿Y qué decir del joven que escribe dos cartas, una llena de ternura para su novia y otra para su hermano en la que plantea sus muchas dudas sobre si debe o no contraer matrimonio, e introduce cada carta en el sobre equivocado? De esta forma ha expresado sus verdaderos sentimientos y al mismo tiempo ha logrado algo que no se atrevía a pedir directamente: romper el compromiso. Como en muchos otros casos, aquí el acto fallido cumple dos finalidades: una práctica y otra expresiva.
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