sábado, 4 de enero de 2020

Bases filosóficas de los derechos humanos

La igualdad fundamental entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de un alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen.
Concilio Vaticano II, Constitución. Gaudium et Spes

Si nos preguntamos qué razones hay para reconocer a todas las personas una misma dignidad y, por tanto, los mismos derechos básicos, caben varias posibilidades de respuesta.

1. Las creencias religiosas como base de los derechos humanos
La mayoría de las religiones sostienen que los seres humanos tenemos una dignidad muy elevada, superior al resto de los animales y muy superior a todas las demás criaturas. En el caso del judaísmo, del cristianismo y del islam, la razón para afirmar esa dignidad especial de los seres humanos se encuentra en los relatos sagrados, según los cuales hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por ello, cualquer ofensa o daño que atenta contra las personas está prohibido por los mandamientos religiosos. Desde este punto de vista, los derechos humanos pueden entenderse como una nueva manera de expresar la idea de que toda persona es nuestro prójimo y que hemos de tratarnos unos a otros como buenos hermanos.

2. La naturaleza humana común
Muchos filósofos a lo largo de la historia han sostenido la idea de que los seres humanos compartimos una misma naturaleza: pertenecemos a la misma especie animal y tenemos básicamente las mismas necesidades, los mismos miedos y las mismas aspiraciones de felicidad. La especie humana ha tenido que superar muy diversos obstáculos para sobrevivir a lo largo de los siglos. En ese proceso, el descubrimiento de la agricultura y la invención de multitud de técnicas y artefactos han servido a la humanidad para vivir cada vez más y mejor.
Desde este punto de vista, los derechos humanos son un descubrimiento más en el proceso de adaptación y supervivencia de la especie: o nos comportamos mutuamente de manera fraternal, respetando los derechos humanos, o, de lo contrario, corremos el riesgo de desaparece.

Las diferencias en el atuendo y en la forma de vivir de distintos sectores de la población no deben hacernos olvidar la igualdad esencial de los seres humanos.
La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja o que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra. [...] La palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la ciudad.
Aristóteles, Política

3. La racionalidad comunicativa y el reconocimiento mutuo
Por último, otros filósofos han sugerido que podemos encontrar una base para afirmar los derechos humanos en nuestra capacidad para pensar, hablar y comunicarnos. A esa capacidad nos referimos cuando decimos que somos seres dotados de razón o racionalidad.
Al reconocernos como seres que hablamos, que argumentamos, que intercambiamos nuestros puntos de vista, nos damos cuenta de que podemos encontrar juntos, mediante un diálogo abierto y permanente, las normas de comportamiento que todos podamos considerar aceptables. Los derechos humanos expresan esas normas universales de conducta que descubrimos cuando consideramos que toda persona es un interlocutor válido, capaz de dialogar y de expresar su modo de entender el bien y la justica.

El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. [...] Los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio y, por tanto, limita en este sentido todo capricho y es objeto de respeto.
Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres 
 
  

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