jueves, 11 de octubre de 2012

Las utopías y la realidad social

Las utopías constituyen el verdadero motor de la Historia, en tanto en cuando aspiran a la modificación y a la transformación de la sociedad en un sentido progresista, más humano y más justo.
Los nuevos ideales suelen surgir a partir de las concepciones de un individuo o de los sentimientos comunes de un determinado grupo; pero sólo cobran su auténtica efectividad cuando se convierten en aspiraciones colectivas, compartidas por una parte importante de la comunidad o, expresado de otra manera, las utopías adquieren su verdadera fuerza cuando alcanzan una amplia vigencia social; por ejemplo, los ideales cristianos comenzaron su influencia cuando en el seno del Imperio Romano fueron aceptados por amplios sectores de la población y algo análogo sucedió con los ideales liberales en la sociedad del siglo XVIII o con las ideas marxistas en las organizaciones obreras de los siglos XIX y XX.


Diógenes, en La Escuela de Atenas, de Rafael
Pero, por una parte, conviene tener en cuenta la época histórica en que las distintas utopías surgieron y, por otra, los desajustes o disonancias entre los ideales y pretensiones de dichas utopías y las formas concretas histórico-sociales en que se plasmaron o, expresado de otro modo, las disonancias, a veces enormes, entre la teoría y la realidad.
Por lo que al nivel histórico se refiere, cada utopía cobra su auténtico valor en su momento social; por ejemplo, cuando en siglo IV a.C., Diógenes el Cínico se declaró ciudadano del mundo o cuando manifestó que poseer esclavos era contrario a la Naturaleza, el auténtico significado de estas posiciones se aprecia teniendo en cuenta que fueron adoptadas en medio de una sociedad profundamente etnocéntrica y cuya economía se basaba en gran medida en el trabajo de los esclavos.
En cuanto a la disonancia entre la concepción teórica y la realidad, parece manifiesto que nunca o casi nunca se logra una coherencia aceptable entre los ideales pretendidos y su implantación social e incluso, a veces el resultado es contrario a dichas aspiraciones teóricas.


Bakunin (1814-1876), principal teórico del anarquismo
Así, en primer lugar, un considerable número de utopías sociales nunca lograron una mínima implantación pragmática; por ejemplo, las distintas concepciones de Bakunin, Proudhon o Kropotkin, aunque en determinados momentos de la Edad Contemporánea han gozado de cierta aceptación y, tal vez, han poseído alguna influencia social, en ninguna sociedad han cobrado vigencia organizativa.
En segundo lugar, cuando determinados ideales se han encarnado en realizaciones concretas ha sido a costa de renunciar a muchos de sus contenidos; por ejemplo, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, predicados por los ideólogos liberales del siglo XVIII contrastaron con la vigencia que estos ideales tuvieron durante la Primera Revolución Industrial del siglo XIX y con la que realmente tienen en las sociedades democráticas actuales; los principios de justicia proclamados por Fidel Castro durante su lucha contra la dictadura de Batista, difieren, igualmente, de la situación real a la que arribó la sociedad cubana tras su victoria, y a veces, la plasmación real de una determinada utopía puede llegar, incluso, a contravenir los ideales que le dieron origen; por ejemplo, las ideas de justicia social y de igualdad, presentes en el ideario comunista, llegaron a desembocar en la feroz dictadura de Stalin.


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