domingo, 16 de diciembre de 2012

Filosofía y vida cotidiana

La filosofía moderna, desde Kant hasta la actualidad, se ha convertido en antropología, porque ha hecho del hombre su máxima preocupación. Según Kant, los intereses del conocimiento humano se centran en tres cuestiones:
  • ¿Qué puedo hacer?
  • ¿Qué debo hacer?
  • ¿Qué me cabe esperar?
Estas tres preguntas se resumen en una sola: ¿qué es el hombre?
Al giro humanista que lleva a cabo la filosofía de Kant, responde el giro personalista de la filosofía de Unamuno, y por eso hemos de pasar de la pregunta "¿qué es el hombre?" a "¿quién es el hombre?".
En 1912, Unamuno escribía Del sentimiento trágico de la vida. Su primer capítulo estaba dedicado a lo que él llamaba "el hombre de carne y hueso". Con él reaccionaba ante un modo de hacer filosofía que él calificaba como racionalista porque proponía el uso de la razón y del cerebro como instrumentos exclusivos del quehacer filosófico.
Para Unamuno, las preguntas filosóficas ya no serán las kantianas, sino:
  • ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de la vida?
  • ¿De dónde procedo? ¿De dónde procede todo?
  • ¿Qué será de mí? ¿Hacia dónde y para qué todo?
Estas preguntas pueden parecernos extrañas si no las hacemos nuestras. No son solo preguntas por "el ser humano" en general, aunque también lo son; son preguntas por cada uno de nosotros.

La persona, protagonista
No sólo los grandes filósofos del pasado o los grandes pensadores actuales son los protagonistas de la filosofía, también lo es cualquier persona que se pregunte reflexivamente por aquello que le rodea. Nuestras preguntas sobre lo que nos pasa, sobre nuestra circunstancia, son las que mantienen viva la vocación central de la filosofía: contribuir a una mayor humanización.
De nada serviría la filosofía, su historia, sus métodos y sus definiciones, si no puede decir nada al ser humano concreto, a cada uno de nosotros. Si la filosofía no sirve para la vida, no sirve para nada.

Filosofía y vida cotidiana
A diferencia de otros momentos de la historia en los que los ideales de vida estaban relacionados con un ideal heroico o un ideal religioso, hoy ha cobrado fuerza la necesidad de valorar todos y cada uno de los momentos de la vida cotidiana. Esta se compone del conjunto de las actividades que realizamos habitualmente tanto en nuestra vida privada como en nuestra vida pública. No es sólo la vida laboral, social o afectiva, sino el conjunto de hábitos cotidianos con los que nos instalamos en la realidad.
Nos instalamos en la cotidianeidad cuando no hay sorpresas en los usos, reglas, supuestos y sobreentendidos con arreglo a los cuales ordenamos con regularidad casi todos los momentos de nuestra vida. ¿Cabría pensarse que entonces se trata de algo a lo que estamos sometidos? ¿Podría objetarse que los bohemios y los aventureros no están instalados en ella? ¿Es la instalación algo inmediato o mecánico?
La filosofía puede desempeñar un papel decisivo en este proceso de instalación en la vida cotidiana, no porque nos ayude a ajustarnos o desajustarnos, sino porque pone ante nosotros la vida cotidiana como problema. Algo es un problema cuando se nos presenta como un obstáculo que está lanzado y puesto ante nosotros, como algo que no solo está frente a nosotros y nos exige mirarlo una y otra vez (ad-miración), sino algo de lo que tenemos que hacernos cargo.

La filosofía y los problemas de la vida cotidiana
Los nuevos ideales de vida tienen mucho que ver con el mundo del trabajo y la familia como ámbitos en los que se realiza la libertad, se lucha contra el sufrimiento y se busca cierto bienestar. Charles Taylor, en sus investigaciones sobre la identidad del hombre moderno, ha descrito la vida cotidiana como la vida de producción y reproducción, del trabajo y de la familia. Pero no solo en esos campos la vida cotidiana presenta problemas. Hoy, las nuevas tecnologías, los avances científicos, la conservación de la naturaleza o la sociedad del bienestar, plantean problemas nuevos sobre los que la filosofía tiene algo que decir. Tanto la ecología como la práctica médica han pasado a ser un problema en nuestro mundo cotidiano. La tarea de la filosofía es aportar la luz y, sobre todo, hacer que nos percatemos de su carácter problemático.

La existencia cotidiana
La vida buena para los seres humanos no debe buscarse en alguna actividad superior, más allá de la vida ordinaria -sea ésta la contemplación o el ascetismo religioso o incluso la regulación ciudadana-, sino en el centro mismo de la existencia cotidiana, en la adquisición a través del trabajo de los medios para vivir y para la reproducción de la vida en familia.
Ch. Taylor, Argumentos filosóficos

El problema ecológico
La idea de que "la Tierra está en peligro de muerte" ha impuesto una nueva dimensión de responsabilidad, una concepción inédita de las obligaciones humanas que superan la ética tradicional circunscrita a las relaciones interhumanas inmediatas. La responsabilidad humana debe extenderse ahora a cosas extrahumanas, englobar la dimensión de toda la biosfera, ya que el hombre tiene los medios para poner en peligro la vida futura en el planeta.
G. Lipovetski, El crepúsculo del deber


El problema bioético
Hoy el médico ya no interviene solamente entre el nacimiento y la muerte, sino desde antes del nacimiento y hasta después de la muerte, a veces impidiendo aquél o frenando la llegada de ésta. Se plantean inevitablemente problemas sobre el sentido de la vida humana. Son cuestiones a las que el médico ha de responder también, junto con todos nosotros; pero no solamente en cuanto médico, sino en cuanto persona humana. En una palabra, la práctica de la medicina en la era tecnológica plantea cada vez más cuestiones que desbordan la sola ciencia médica, la práctica clínica y los recursos técnicos.
J. Masiá, Bioética y antropología

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