Desde los tiempos remotos de la filosofía griega han existido teorías sobre los motivos humanos. Con la aparición de la psicología como disciplina autónoma, se intentó abordar el problema desde una perspectiva científica. Sin embargo, cada escuela ha procurado explicar la motivación desde sus supuestos teóricos generales. Esa actitud ha dado lugar a una proliferación de teorías diversas, sin que exista una concepción unánimemente aceptada. A continuación repasamos algunas de las más significativas.
1. Teoría homeostática
También conocida como teoría del equilibrio (homeostasis), tiene una inspiración netamente biológica en la que los motivos psicológicos aparecen como meros instrumentos al servicio de la satisfacción de necesidades biológicas.
El concepto de homeostasis o recuperación del equilibrio interno fue utilizado primeramente en el campo de la biología por Claude Bernard (1813-1878), quien, tras comprobar la constancia del nivel medio de glucosa del organismo pese a sus múltiples intercambios energéticos con el medio, generalizó este descubrimiento y formuló la ley según la cual todo organismo tiende a mantener la estabilidad de su medio interior.
El psicólogo conductista Clark L. Hull (1884-1952) aplicó el concepto de homeostasis a la explicación de la conducta humana. Según este autor, la necesidad biológica (carencia o exceso) crea un desequilibrio en el organismo, el cual a su vez origina un impulso (drive) dirigido a un tipo de conducta cuya finalidad es la reducción de ese impulso recuperando el equilibrio perdido.
Esta teoría ha sido objeto de dos tipos de críticas. Por un lado se apunta (y algunos experimentos lo confirman) la no equivalencia estricta entre cumplimiento de un impulso y satisfacción de una necesidad: a veces las personas (y también los animales) no obran de la forma más conveniente, sino de la más placentera o menos dolorosa. Unas ratas con hipoglucemia (señal orgánica del hombre) comerán igualmente terrones de azúcar, que reducirán efectivamente su necesidad de glucosa, que pastillas de sacarina, cuyo valor energético es prácticamente nulo. Es cierto que la mayoría de las veces la búsqueda del placer o evitación del dolor es un mecanismo eficaz para la satisfacción de necesidades biológicas, pero en ocasiones puede llevar a la realización de conductas nocivas o letales.
En el caso del hombre, además, muchas de nuestras elecciones no están guiadas por motivos primarios como el hambre o el sexo, sino por otros aprendidos o secundarios cuya relación con la reducción de las necesidades biológicas es difícil de ver.
2. Teoría de las necesidades
Formulada por Henry Murray (1893-1988), entiende el concepto de necesidad en un sentido menos ligado a la biología que Hull, incluyendo en él también, y sobre todo, las necesidades de origen social. Murray sostiene que el impulso fundamental de la conducta humana no es biológico, sino lo que él llama motivación de logro, es decir, el afán por vencer los obstáculos y alcanzar los objetivos propuestos.
Como herramienta para la medida de la motivación de logro, el propio Murray y otros autores como McClelland propusieron el test de apercepción temática (TAT). Esta prueba consiste en pedir al sujeto que interprete unas láminas con dibujos inventando una historia. Por ejemplo, ante una lámina que representa un joven con un libro abierto o contemplando un violín sobre la mesa, un sujeto con alta motivación de logro hablará de trabajo duro para alcanzar el éxito, mientras que un individuo con baja motivación de logro imagina al joven distraído, fantaseando o recordando hechos pasados.
3. Teorías del incentivo
Mientras un impulso es lo que desde dentro empuja al sujeto a la acción, el incentivo es lo que desde fuera le atrae para que realice esa acción. Por lo general, las llamadas teorías del incentivo ponen el acento en el valor hedónico de las conductas, es decir, como medio para la obtención de placer o evitación de dolor. Este valor actúa independientemente de la reducción de la necesidad biológica.
Las experiencias clásicas más citadas de motivación por incentivo fueron realizadas por James Olds (1922-1976) en los años 50. Tras localizar los centros cerebrales del placer en el hipotálamo, este psicólogo ideó un sistema por el que las ratas podían aprender a autoestimularse eléctricamente esa zona presionando una palanca. Incluso las ratas hambrientas preferían accionar la palanca a buscar el alimento.
Dentro de las teorías del incentivo podemos incluir también el conductismo de Skinner (1904-1990), que utiliza el término "refuerzo" como el estímulo que hace más probable la repetición de un tipo de conducta. No obstante, al rechazar este autor las referencias a estados mentales, debe conformarse con interpretar el refuerzo en su dimensión exterior, como simple hecho u objeto, sin traducirlo a términos de aumento de placer o reducción de dolor.
4. Teorías de inspiración psicoanalítica
A lo largo de su vida Freud (1856-1939) habló de unos impulsos o pulsiones en buena medida expulsados de la conciencia y sepultados en el inconsciente (reprimidos), que actúan como fuerzas desconocidas que dirigen nuestra conducta, nuestro pensamiento e incluso nuestros sueños. En un principio, Freud distinguió dos grandes clases de pulsiones: sexuales y de autoconservación, aunque posteriormente englobó algunas en el concepto de libido y acabó oponiendo ésta (ahora rebautizada como Eros) al instinto de muerte o Tánatos.
El mecanismo de la motivación en Freud se asemeja bastante al expuesto en la teoría homeostática: una necesidad biológica, la búsqueda de placer, se ve coartada por la represión; el impulso busca entonces su satisfacción y la obtiene parcialmente por un compromiso con la instancia represora; temporalmente se restaura el equilibrio hacia una nueva emergencia del impulso reprimido.
5. Teorías cognitivas
Pueden entenderse como una variación de la teoría homeostática en que la pérdida inicial de la homeostasis se reinterpreta como disonancia cognitiva. Esta disonancia origina un impulso a eliminarla que conduce a la acción, cuya finalidad (la reducción de la disonancia) puede ser, según estos autores, tan motivante como la comida o el placer sexual.
Leon Festinger (1919-1989) realizó a finales de los años 50 una serie de estudios sobre la relevancia en la conducta humana de la reducción de disonancia cognitiva. Cuando hay conflicto entre lo que se piensa y la forma en que se actúa, generalmente uno termina sacrificanco sus propias creencias o reelaborándolas para eliminar la contradicción. En uno de sus experimentos se pedía a unos estudiantes que intentaran persuadir a otros, a cambio de dinero, de algo que, en principio, ni ellos mismos creían (por ejemplo, que una tarea sumamente aburrida como encajar tuercas en tornillos era en realidad gratificante o que una actuación brutal de la policía contra manifestantes fue justa y proporcionada): la disonancia aparecía como una contradicción entre las propias creencias y la tarea que debía realizar. Los sujetos se distribuían en grupos que recibían cantidades variables de dinero: veinte, diez, cinco o un solo dólar. Pues bien, en todos los grupos aparecía la tendencia de los sujetos a autoconvencerse como forma de eliminar la disonancia, pero, curiosamente, esta tendencia estaba más marcada cuanto menor era la cantidad de dinero que recibían por convencer a otros. Dicho de otra manera: es más fácil que uno se crea sus propias mentiras si recibe poco a cambio que si recibe mucho (quizá porque necesitamos mantener un autoconcepto del que no puede formar parte que nos vendamos por tan poca cosa).
La reducción de la disonancia es una motivación tan fuerte que puede llevarnos incluso a modificar la interpretación de la realidad para que no choque con nuestra conducta.
6. Teorías humanistas
La psicología humanista considera que los motivos vienen determinados por la tendencia a la autorrealización personal que manifiestan los seres humanos. El representante más conocido de esta tendencia es Abraham Maslow (1908-1970). Según su teoría, existe una disposición innata hacia el desarrollo de la maduración personal. Jerarquizó las motivaciones en varios niveles diferentes. El más bajo está constituido por las necesidades fisiológicas, mientras que la cúspide es la autorrealización personal, la cual consiste en haber desarrollado con total plenitud las potencialidades inherentes a cada ser humano. Gráficamente reflejó esa jerarquía de motivos mediante su famoso triángulo o pirámide.
No todos los seres humanos, sin embargo, consiguen alcanzar una vida plena y feliz, ya que muchos se quedan anclados en niveles inferiores por culpa de la presión social o de la incapacidad para comprender el sentido último de la existencia. De esa manera, tales personas interrumpen su maduración y su crecimiento psicológico, llevando una vida insatisfecha o, cuanto menos, no colmada plenamente.
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