sábado, 15 de septiembre de 2018

Psicología de la sexualidad

¿Qué es la sexualidad? ¿Por qué decimos de un afecto, emoción o expresión corporal que es "sexual" diferenciándolo de otras manifestaciones afectivas? En los manuales de psicología general más consultados encontramos definiciones que relacionan la sexualidad con la función reproductiva: Morris la define como "pulsión primaria que motiva la conducta reproductiva", mientras que Myer la describe como "el modo inteligente del que se vale la naturaleza para conseguir que la gente procree, con lo cual posibilita la supervivencia de la especie". Desde el punto de vista de la utilidad biológica, puede que estas aproximaciones sean exactas, pero parecen dejar fuera muchos comportamientos inequívocamente sexuales que tienen muy poco que ver con la reproducción (masturbación, homosexualidad, etc.); habría que aclarar al menos que el mismo tipo de pulsión puede motivar la conducta reproductiva y otras que no tienen que ver con la reproducción.
Freud tiene un concepto más amplio de sexualidad. Tras rechazar la reducción de ésta a genitalidad, señala como nota distintiva la excitabilidad de una zona erógena, variable en el tiempo y entre diferentes individuos (boca, ano, clítoris, vagina, uretra, pene, pezón, etc.), aunque al final del proceso de maduración todas las zonas erógenas quedan subordinadas bajo la primacía de lo genital. En todo caso, al incluir bajo el concepto de libido o eros todas las pulsiones que tienden a crear lazos de afecto intrapersonal (narcisismo) o intrapersonal (libido objetal), al final la distinción entre sexualidad y afectividad en general queda en el psicoanálisis freudiano bastante difuminada.
Aunque no es fácil dar una definición precisa que incluya todas las manifestaciones de la sexualidad y excluya las que no lo son, parece que ésta debe hallarse en un punto intermedio entre las definiciones excesivamente restrictivas (sexualidad = impulso hacia la unión de genitales con finalidad reproductiva) y las excesivamente amplias (sexualidad = afectividad).

1. La motivación sexual
Al contrario que otros impulsos primarios como el hambre o la sed, la satisfacción del impulso sexual no es necesaria para la supervivencia del individuo, aunque sí para la de la especie. Las fuentes de la motivación sexual pueden ser tanto internas como externas.
En los animales no humanos, las hormonas son las responsables exclusivas del control de la actividad sexual, que se realiza sólo en ciertos periodos ligados a la ovulación de las hembras (periodo de celo). En el hombre no existe periodo de celo, pero podemos preguntarnos si las hormonas siguen jugando un papel en la regulación del impulso sexual. Así, se han realizado estudios sobre la función de la testosterona (hormona sexual masculina), pero los resultados no proporcionan una correlación estricta y concluyente: el aumento del nivel de testosterona influye en el despertar sexual de la adolescencia, pero guarda poca relación con la fuerza del deseo sexual en la edad adulta.
Más claras son las localizaciones cerebrales del impulso sexual en el sistema límbico, como prueba la estimulación eléctrica de dicha zona: los monos presentan señales físicas de excitación sexual (erección), mientras que personas a las que se había aplicado ese tratamiento por razones médicas afirmaron haber experimentado placer sexual.
Otra fuente de estimulación interna es la actividad de la imaginación. Ésta puede ir unida, pero no necesariamente, a estímulos sensoriales externos de tipo visual o táctil: comúnmente se piensa que los estímulos visuales son más efectivos para la excitación sexual en el varón, mientras que los estímulos táctiles (caricias) excitan más a la mujer, aunque algunos experimentos concluyen que ambos sexos son sensibles a las dos formas de estimulación.
En los últimos años se está estudiando la función de las feromonas (sustancias segregadas por glándulas situadas en axilas y genitales y que sólo pueden ser percibidas por el olfato) como señales biológicas de receptividad sexual: comprobada esta función en los animales, existe alguna evidencia de un papel similar en la atracción sexual entre seres humanos.
Pero la evidencias más claras indican que, al margen de las señales biológicas, las formas primordiales de estimulación sexual entre los humanos están modeladas por la cultura: no hay ninguna razón biológica que justifique por qué el cuerpo desnudo, ciertas formas de vestir o algunos perfumen deban aumentar la excitación sexual; es más: las ideas sobre lo que es sexualmente atractivo varían mucho de una cultura a otra, o de una época a otra.

2. La conducta sexual
Hasta los años 50 del siglo XX existía la creencia común de que la práctica sexual absolutamente dominante era el coito vaginal dentro del matrimonio, mientras que otras formas de comportamiento sexual eran consideradas como desviaciones minoritarias de la norma general. La publicación en 1948 del Informe Kinsey corrigió en parte esta percepción general, mostrando que otras formas de conducta sexual (masturbación, coito anal, felación, etc.) eran más comunes de lo que se pensaba, aparte de señalar también porcentajes bastante elevados para el incesto, las relaciones sexuales preconyugales o extraconyugales y las relaciones homosexuales ocasionales o habituales. Este informe, centrado en la sexualidad masculina, quedó completado por otro publicado en 1953 que trataba sobre la sexualidad en la mujer.

Las críticas al Informe Kinsey
El Informe Kinsey fue sometido a críticas desde el momento de su publicación: la muestra escogida, pese a ser numerosa (casi 12.000 personas) estaba sesgada, ya que se eligió sobre todo a gente con tendencia a presumir de su actividad sexual, incluyendo a presos y delincuentes sexuales; de hecho, los datos sobre sexualidad infantil que contenía el informe procedían de un solo individuo, un pederasta que había abusado de más de 800 niños (y que Kinsey no denunció a la policía). Otros estudios posteriores más cuidadosos han arrojado porcentajes considerablemente más bajos de comportamiento sexual atípico: la homosexualidad pasa de un 10% en el Informe Kinsey a otras cifras que van del 1 al 3% en distintas encuestas realizadas para detectar factores de riesgo en la transmisión del SIDA; lo mismo en lo que se refiere a relaciones extraconyugales: no llegan al 10% las personas casadas que han tenido una relación ocasional, ni al 2% las que mantienen dicha relación en el tiempo, mientras que en el Informe Kinsey superaban el 25%.

Virginia Johnson y William Masters
La polémica por el Informe Kinsey se reprodujo en 1966, cuando el doctor William Masters y su ayudante Virginia Johnson publicaron un trabajo en que declaraban haber reclutado a cientos de voluntarios para observar sus reacciones mientras se masturbaban o mantenían relaciones sexuales. Estas observaciones sirvieron de base a la descripción del "ciclo de la respuesta sexual" en cuatro fases:

1. Excitación: Las áreas genitales se cargan de sangre (erección del pene en el varón y del clítoris en la mujer), a la vez que se abren los labios vaginales, aumenta la secreción vaginal y se agrandan los pezones.
2. Meseta: Continúan aumentando la respiración, el pulso y la presión sanguínea; en el varón, el pene alcanza su máximo tamaño y segrega una pequeña cantidad de semen (aunque muy inferior a la cantidad que eyaculará en la fase siguiente, contiene espermatozoides suficientes para hacer posible la fecundación); en la mujer, el clítoris se contrae y la secreción vaginal aumenta.
3. Orgasmo: Contracciones musculares en todo el cuerpo acompañadas de aumento de frecuencia de respiración y pulso; contracciones rítmicas en los genitales, acompañadas en el varón por la eyaculación del semen.
4. Resolución: El cuerpo vuelve gradualmente a su estado previo a la excitación y la zona genital se descarga de la sangre acumulada. Empieza ahora un periodo refractario en que el organismo es incapaz de un nuevo orgasmo (este periodo es prácticamente inexistente en la mujer y variable en el varón, desde unos minutos hasta varias horas).

3. Orientación e identidad sexual
Se entiende por orientación sexual la canalización del interés sexual hacia individuos de sexo distinto al propio (heterosexualidad), del mismo sexo (homosexualidad) o de ambos (bisexualidad). Por identidad sexual se entiende la pertenencia a uno de los dos sexos: en general, la identidad sexual psicológica coincide con la identidad sexual biológica, incluso entre los homosexuales (un varón homosexual no tiene por qué ser afeminado, ni considerarse a sí mismo como mujer; lo mismo vale para la mujer lesbiana), pero en algunos casos no es así: alguien biológicamente varón (es decir, XY) puede sentirse psicológicamente mujer y viceversa.
En relación con la homosexualidad, la discusión médica y psicológica se plantea en torno a su carácter congénito o adquirido. En favor de la primera alternativa se aducen los estudios de parentesco (la probabilidad de que una persona sea homosexual aumenta si tiene parientes homosexuales), algunos de los cuales arrojan correlaciones del 22% entre hermanos y hasta el 52% entre gemelos idénticos. Por su parte, Simon LeVay descubrió en 1991 rasgos distintivos claros en el cerebro de los varones homosexuales, concretamente en el hipotálamo.
Sin embargo, otros argumentos rechazan el carácter congénito de la homosexualidad: insisten sobre todo en la socialización temprana y las primeras experiencias afectivas en la infancia y adolescencia. Por otro lado, la influencia cultural sobre la orientación sexual puede comprobarse en las diferencias de porcentajes de homosexualidad en las distintas culturas.
En la actualidad se prefiere una explicación combinada de factores de distinto tipo, considerando, además, que puede haber diferentes clases de homosexualidad que respondan a causas también diferentes. 
   

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