lunes, 22 de octubre de 2018

En un lugar del universo

A lo largo de la historia del pensamiento han resultado dominantes las ideas que situaban a la especie humana en el centro del universo: para ella había sido creada la Tierra y todo lo que le rodea. Es lo que se conoce como perspectiva antropocéntrica (del griego, anthropos: hombre, persona). Superar esta perspectiva ha resultado un proceso lento y costoso, a lo largo del cual los científicos han debido luchar contra prejuicios, mitos y supersticiones.
Así, para el mundo clásico, la Tierra era el centro del universo, y en torno a ella girarían en Sol, la Luna y las estrellas. Es lo que se conoce como sistema geocéntrico, del que Ptolomeo fue su principal exponente.
Los antiguos griegos observaron que las estrellas giraban durante la noche y todas lo hacían en el mismo sentido, manteniendo constantes las distancias entre ellas. Esto les hizo pensar que se encontraban fijas a una lejana esfera, la bóveda celeste. Había, sin embargo, otros cuerpos celestes que seguían sus trayectorias singulares, por lo que les dieron el nombre de la planetas, que en griego significa errante o vagabundo.

1. La revolución copernicana
El modelo geocéntrico permitía explicar la alternancia de días y noches, así como los principales movimientos de las estrellas. Sin embargo, a medida que se hacían observaciones astronómicas más precisas fue complicándose este modelo, aumentando el número de esferas y de giros necesarios para integrar dichas observaciones. En palabras de Nicolás Copérnico (1473-1543), para poder explicar los movimientos de los astros con el modelo de Ptolomeo se había "engendrado un monstruo". En 1543, días después de su muerte, se publicó la obra de Copérnico en la que sostenía que no era la Tierra el centro del universo: ese lugar le correspondía al Sol. Nacía así el sistema heliocéntrico.

 Y, sin embargo, se mueve 
Probablemente, no fue casualidad que sólo después de la muerte de Copérnico se publicase su obra De revolutionibus orbium coelestium, en la que exponía el sistema heliocéntrico. Sin duda conocía la resistencia que iba a encontrar y los problemas que podían generarle sus ideas. Casi un siglo más tarde, en 1633, Galileo Galilei debió soportar un largo y agotador juicio en el que la Inquisición le acusaba de defender el sistema copernicano. Isaac Asimov lo narra así en su libro Momentos estelares de la ciencia:

Lentamente el anciano se postró de rodillas ante los jueces de la Inquisición. Con la cabeza inclinada hacia delante, recitó con voz cansina la fórmula de rigor: negó que el Sol fuese el centro del universo y adimitió que había sido un error enseñarlo así; negó que la Tierra girara en torno a su eje y alrededor del Sol, y admitió que había sido un error enseñarlo así.

Cuenta la historia que cuando se puso en pie, después de jurar que la Tierra estaba quieta, dijo algo en voz baja. Según la leyenda, sus palabras fueron Eppur si muove: Y, sin embargo, se mueve.

2. Un agradable rincón de una galaxia
Desplazar a la Tierra de la posición central y situar en ella al Sol fue una cura de humildad para la especie humana que resultó difícil de asumir. Sin embargo, el proceso no había hecho más que empezar. Nuevos descubrimientos científicos contribuirían a poner a nuestra especie en su lugar; entre ellos destacan:
  • La inmensidad del universo: La estructura del universo ha resultado ser mucho más compleja que la prevista por Copérnico, y sus dimensiones son incomparablemente mayores. El Sol tampoco ocupa el centro del universo sino que es una más entre los 100.000 millones de estrellas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Si nos llega más luz y calor del Sol que del resto de las estrellas es sólo porque se encuentra más cerca. En uno de los brazos de la Vía Láctea se encuentra el sistema solar, girando alrededor del eje de la galaxia a una velocidad de 760.000 Km/Hora. Aún así, tarda 230 millones de años en completar una vuelta. Es lo que se conoce como año galáctico. Nuestra galaxia es sólo una entre los miles de millones que integran el universo conocido.


  • El descubrimiento del tiempo profundo: Hasta hace poco más de dos siglos se creía que la Tierra tenía unos 6000 años de antigüedad, que había sido creada para ser la morada de la humanidad y que su edad coincidía con el tiempo que lleva existiendo la especie humana. No resultó fácil romper la "barrera" de los 6000 años y menos aún asumir que casi toda la historia de la Tierra había transcurrido sin la presencia de la especie humana. En efecto, si los 4560 millones de años de la historia de nuestra planeta se comprimiesen en un año, y el 1 de enero marcase su formación, Homo sapiens había aparecido el 31 de diciembre, apenas unos minutos antes de que sonasen las doce campanadas.
Caricatura de Darwin
  • La evolución biológica: Hasta mediados del siglo XIX, se consideraba que cada especie biológica había sido creada tal y como la conocemos en la actualidad. Charles Darwin, en su obra El origen de las especies, publicada en 1859, mostró que las especies cambian a lo largo del tiempo, que están emparentadas unas con otras y que todas ellas, incluida la nuestra, tienen un origen común. Estas ideas evolucionistas de Darwin le llevaron a tener que soportar fuertes críticas. Sin embargo, las investigaciones posteriores no hicieron más que apoyar estas ideas básicas con nuevos datos, observaciones y argumentos.
En definitiva, no ocupamos el centro del universo, ni la Tierra ha sido creada para que nos sirviese de morada y somos una especie entre los muchos millones que han existido en nuestro planeta. Sin embargo, somos una especie muy singular, que sepamos, la única que está en condiciones de reflexionar acerca de la estructura del universo, del lugar que ocupamos en él y de nuestro origen.

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