La aparición del término “psicología” en el siglo XVI estuvo ligada a una nueva ola de comentarios, en el contexto de la Reforma, al Tratado del alma de Aristóteles (siglo IV a. C.), en el que se aborda el problema de la definición del alma. Este tratado, que se pierde a lo largo de la Alta Edad Media y se recupera en el mundo occidental a partir del siglo XIII, es en efecto considerado por muchos el primer manual de psicología. Ahora bien, conviene dejar claro que el concepto de “alma” que desarrolla en ese texto Aristóteles, y que desarrollarán sus sucesivos comentadores, está muy lejos del que se desarrollará a lo largo de la modernidad, donde la propia terminología se deslizará, con Descartes, hacia la noción de “mente” como espacio de la subjetividad.
ARISTÓTELES |
Aristóteles define el alma como la “forma” del cuerpo, la forma de un cuerpo natural que potencialmente tiene vida. Como tal “forma”, el alma es mortal, se corrompe y muere con el cuerpo. Se opone así a la tradición platónica, para la que el alma, siguiendo planteamientos propios de la religión órfica y del pitagorismo, era inmortal y eterna, sometida a un ciclo de reencarnaciones – siendo el cuerpo la cárcel o tumba en la que el alma viviría encerrada. Esta concepción platónica, que sería retomada posteriormente por el neoplatonismo de Plotino (siglo III d.C.) así como por la filosofía cristiana, es muy diferente de la que plantea Aristóteles en el marco de su naturalismo, como algo inseparable del cuerpo.
Para explicar esta noción de alma, Aristóteles nos pone como ejemplo la relación que existe entre la vista y el ojo. La vista sería como el alma del ojo, es decir, aquello que lo completa y lleva a la perfección, sin lo cual el ojo sólo existe en potencia, incompleto e inacabado. En este sentido, el alma es aquello que da vida y completa al cuerpo, no sólo al humano. Aristóteles distingue una serie de “poderes” o “facultades” del alma, distribuidas jerárquicamente entre los diferentes seres vivos. En función de su presencia en diferentes seres en la escala de la naturaleza, Aristóteles distingue tres tipos de alma, a saber:
1ª) El alma vegetativa, la única presente en las plantas, a la que se asocian las facultades de la nutrición, la reproducción y el crecimiento;
2ª) El alma sensitiva, presente en las plantas y en los animales, asociada al deseo, al movimiento y a la facultad sensitiva, dentro de la cual distingue entre los sentidos externos (tacto, vista, oído, gusto, olfato) y los “sentidos internos”, a saber:
a) sentido
común,
encargado de integrar las formas recibidas por los distintos sentidos externos,
b) imaginación, capaz de representar la forma de un objeto en su ausencia; implicada también a la hora de juzgar de qué objeto se trata (inferir qué objeto está afectando a nuestros sentidos), así como si es bueno o malo para el organismo,
c) memoria, algo así como el registro de las percepciones, disponible para ser recuperado a través de la imaginación,
3ª) Y el alma racional o intelectiva, propia exclusivamente de los humanos, capaz de conocer los conceptos abstractos universales (a diferencia del conocimiento de los objetos individuales que permiten los sentidos). Sería lo más parecido a lo que hoy en día entendemos por “mente” o “actividad cognitiva”.
b) imaginación, capaz de representar la forma de un objeto en su ausencia; implicada también a la hora de juzgar de qué objeto se trata (inferir qué objeto está afectando a nuestros sentidos), así como si es bueno o malo para el organismo,
c) memoria, algo así como el registro de las percepciones, disponible para ser recuperado a través de la imaginación,
3ª) Y el alma racional o intelectiva, propia exclusivamente de los humanos, capaz de conocer los conceptos abstractos universales (a diferencia del conocimiento de los objetos individuales que permiten los sentidos). Sería lo más parecido a lo que hoy en día entendemos por “mente” o “actividad cognitiva”.
En De anima, Aristóteles dedica un amplio espacio al alma sensitiva,
sobre la que aún se
extendería más
ampliamente en otra obra llamada De sensu (Sobre los sentidos). En esta obra,
el alma sensitiva y los órganos
sensoriales (como en el ejemplo que veíamos
de la vista y el ojo) aparecen igualmente como un conjunto inseparable. En lo
que se refiere al alma racional o intelectiva (“nous” en griego), Aristóteles realiza un ejercicio análogo al que
hace con la facultad sensitiva, distinguiendo entre un intelecto “paciente” (en potencia),
y otro “activo”, que
completaría
y llevaría
a la perfección
al anterior. Ese intelecto “activo” o “agente” se encargaría de
actualizar las imágenes
recibidas por los sentidos para convertirlas en conceptos y juicios,
garantizando el conocimiento de los universales, es decir, el conocimiento
racional – más allá del
conocimiento de las cosas que adquirimos a través de la percepción.
El desarrollo que hace Aristóteles de esta
cuestión
del intelecto agente constituye un pasaje controvertido que dará lugar a múltiples
interpretaciones a lo largo de los siglos, especialmente en el momento de su
recuperación
en la Baja Edad Media, donde la necesidad de asimilarlo al Cristianismo dará lugar a
diferentes lecturas acerca de su inmortalidad y carácter
individual. Y es que, si bien Aristóteles
reclama, como señalamos,
que el alma es inseparable del cuerpo (y por tanto perecedera), este “intelecto
agente” que
garantiza el conocimiento universal, común
a todos los hombres, sería
inalterable y como tal, eterno e inmortal. Se trata en todo caso de un problema
planteado con ambigüedad.
Por otro lado, De Anima no es la única obra de
Aristóteles
donde encontramos desarrollos acerca de cuestiones que hoy llamaríamos psicológicas. Si aquí se sitúa en la
perspectiva de la biología
y se interesa por todos los seres vivos y sus funciones, en otras ocasiones se
centra en el ser humano e introduce otras distinciones igualmente relevantes
para lo que hoy entendemos por “psicológico”, en función de los
objetivos prácticos
de cada obra. Así,
por ejemplo, en la Política
se ocupa de definir al hombre como animal social o político,
determinando las características
del espacio social en el que se ha de desarrollar la vida del hombre y
analizando la experiencia de la vida colectiva; en la Poética trata de
la experiencia estética,
desarrollando temas como la imitación
y la catarsis, entendida como purificación
del alma a través
de la experimentación
del drama de los personajes; y en la Retórica
se ocupa de las formas de persuasión,
atendiendo, entre otras cosas, a las emociones, los patrones de razonamiento y
el carácter
de los oyentes. Esta nebulosa de cuestiones, difícilmente se dejarán encerrar en un sólo ámbito de saber. La filosofía helenística profundizará en muchas de
ellas, con una diferencia importante: mostrará una preocupación
mucho más
clara por el individuo (más allá de la ciudad)
y por ofrecerle recetas prácticas
para la vida.
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