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domingo, 12 de julio de 2015

El alma en la filosofía griega y romana: entre el idealismo platónico y el naturalismo aristotélico


La aparición del término psicologíaen el siglo XVI estuvo ligada a una nueva ola de comentarios, en el contexto de la Reforma, al Tratado del alma de Aristóteles (siglo IV a. C.), en el que se aborda el problema de la definición del alma. Este tratado, que se pierde a lo largo de la Alta Edad Media y se recupera en el mundo occidental a partir del siglo XIII, es en efecto considerado por muchos el primer manual de psicología. Ahora bien, conviene dejar claro que el concepto de almaque desarrolla en ese texto Aristóteles, y que desarrollarán sus sucesivos comentadores, está muy lejos del que se desarrollará a lo largo de la modernidad, donde la propia terminología se deslizará, con Descartes, hacia la noción de mentecomo espacio de la subjetividad.
ARISTÓTELES
Probablemente, uno de los aspectos más reseñables del Tratado del Alma de Aristóteles es el hecho de que forma parte de sus estudios de biología. Podría parecer por ahí que se anticipa a la creciente biologización de lo psíquico, como hacen las modernas neurociencias. Ahora bien, a diferencia de la tendencia biologizante actual, marcada por la búsqueda de explicaciones últimas del comportamiento en el sistema nervioso, Aristóteles no pretende en modo alguno reducir (eliminar) el alma al cuerpo, y menos aún al cerebro. Antes bien, el alma se entiende aquí como aquello que da vida al cuerpo (anima), y sería precisamente lo que vendría a explicar la diferencia entre los seres vivos y los no vivos (entre los seres animados y los seres inanimados). Estamos pues ante un dualismo (el de lo animado frente a lo inanimado) muy diferente del que se impondrá más adelante, entre mente y cuerpo, que supondrá un auténtico punto de inflexión en la Historia de la Psicología.
Aristóteles define el alma como la “forma” del cuerpo, la forma de un cuerpo natural que potencialmente tiene vida. Como tal “forma”, el alma es mortal, se corrompe y muere con el cuerpo. Se opone así a la tradición platónica, para la que el alma, siguiendo planteamientos propios de la religión órfica y del pitagorismo, era inmortal y eterna, sometida a un ciclo de reencarnaciones – siendo el cuerpo la cárcel o tumba en la que el alma viviría encerrada. Esta concepción platónica, que sería retomada posteriormente por el neoplatonismo de Plotino (siglo III d.C.) así como por la filosofía cristiana, es muy diferente de la que plantea Aristóteles en el marco de su naturalismo, como algo inseparable del cuerpo.
Para explicar esta noción de alma, Aristóteles nos pone como ejemplo la relación que existe entre la vista y el ojo. La vista sería como el alma del ojo, es decir, aquello que lo completa y lleva a la perfección, sin lo cual el ojo sólo existe en potencia, incompleto e inacabado. En este sentido, el alma es aquello que da vida y completa al cuerpo, no sólo al humano. Aristóteles distingue una serie de “poderes” o “facultades” del alma, distribuidas jerárquicamente entre los diferentes seres vivos. En función de su presencia en diferentes seres en la escala de la naturaleza, Aristóteles distingue tres tipos de alma, a saber:
1ª) El alma vegetativa, la única presente en las plantas, a la que se asocian las facultades de la nutrición, la reproducción y el crecimiento;
2ª) El alma sensitiva, presente en las plantas y en los animales, asociada al deseo, al movimiento y a la facultad sensitiva, dentro de la cual distingue entre los sentidos externos (tacto, vista, oído, gusto, olfato) y los “sentidos internos”, a saber:
a) sentido común, encargado de integrar las formas recibidas por los distintos sentidos externos,
b) imaginación, capaz de representar la forma de un objeto en su ausencia; implicada también a la hora de juzgar de qué objeto se trata (inferir qué objeto está afectando a nuestros sentidos), así como si es bueno o malo para el organismo,
c) memoria, algo así como el registro de las percepciones, disponible para ser recuperado a través de la imaginación,
3ª) Y el alma racional o intelectiva, propia exclusivamente de los humanos, capaz de conocer los conceptos abstractos universales (a diferencia del conocimiento de los objetos individuales que permiten los sentidos). Sería lo más parecido a lo que hoy en día entendemos por “mente” o “actividad cognitiva”.
En De anima, Aristóteles dedica un amplio espacio al alma sensitiva, sobre la que aún se extendería más ampliamente en otra obra llamada De sensu (Sobre los sentidos). En esta obra, el alma sensitiva y los órganos sensoriales (como en el ejemplo que veíamos de la vista y el ojo) aparecen igualmente como un conjunto inseparable. En lo que se refiere al alma racional o intelectiva (“nous” en griego), Aristóteles realiza un ejercicio análogo al que hace con la facultad sensitiva, distinguiendo entre un intelecto “paciente” (en potencia), y otro “activo”, que completaría y llevaría a la perfección al anterior. Ese intelecto “activo” o “agente” se encargaría de actualizar las imágenes recibidas por los sentidos para convertirlas en conceptos y juicios, garantizando el conocimiento de los universales, es decir, el conocimiento racional – más allá del conocimiento de las cosas que adquirimos a través de la percepción.
El desarrollo que hace Aristóteles de esta cuestión del intelecto agente constituye un pasaje controvertido que dará lugar a múltiples interpretaciones a lo largo de los siglos, especialmente en el momento de su recuperación en la Baja Edad Media, donde la necesidad de asimilarlo al Cristianismo dará lugar a diferentes lecturas acerca de su inmortalidad y carácter individual. Y es que, si bien Aristóteles reclama, como señalamos, que el alma es inseparable del cuerpo (y por tanto perecedera), este “intelecto agente” que garantiza el conocimiento universal, común a todos los hombres, sería inalterable y como tal, eterno e inmortal. Se trata en todo caso de un problema planteado con ambigüedad.
Por otro lado, De Anima no es la única obra de Aristóteles donde encontramos desarrollos acerca de cuestiones que hoy llamaríamos psicológicas. Si aquí se sitúa en la perspectiva de la biología y se interesa por todos los seres vivos y sus funciones, en otras ocasiones se centra en el ser humano e introduce otras distinciones igualmente relevantes para lo que hoy entendemos por “psicológico”, en función de los objetivos prácticos de cada obra. Así, por ejemplo, en la Política se ocupa de definir al hombre como animal social o político, determinando las características del espacio social en el que se ha de desarrollar la vida del hombre y analizando la experiencia de la vida colectiva; en la Poética trata de la experiencia estética, desarrollando temas como la imitación y la catarsis, entendida como purificación del alma a través de la experimentación del drama de los personajes; y en la Retórica se ocupa de las formas de persuasión, atendiendo, entre otras cosas, a las emociones, los patrones de razonamiento y el carácter de los oyentes. Esta nebulosa de cuestiones, difícilmente se dejarán encerrar en un sólo ámbito de saber. La filosofía helenística profundizará en muchas de ellas, con una diferencia importante: mostrará una preocupación mucho más clara por el individuo (más allá de la ciudad) y por ofrecerle recetas prácticas para la vida.

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