En los siglos XII y XIII se produjo un gran crecimiento en la educación y abundaron los filósofos. Ceñiremos nuestra atención a los dos cumbres gemelas de la filosofía cristiana de la Alta Edad Media: San Buenaventura (1221-1274) y Santo Tomás de Aquino (1225-1275). Representan ambos las dos grandes vías medievales para abordar el conocimiento, la humanidad y Dios: la vía mística platónico-agustiniana y la vía aristotélico-tomista de la razón natural.
1. San Buenaventura
San Buenaventura fue el gran portavoz de la vieja filosofía conservadora del legado platónico-agustiniano, que se resistía a la introducción de Aristóteles en el pensamiento cristiano. Asumió una concepción tajantemente dualista y platónica del cuerpo y del alma, como en su tiempo lo hizo San Agustín. Aunque el alma es la forma del cuerpo, como sostenía Aristóteles, para San Buenaventura era mucho más. El alma y el cuerpo son dos sustancias completamente distintas, y el alma inmortal se limita a servirse del cuerpo durante su existencia terrenal. La esencia de la persona es el alma.
Juan da Fidanza o San Buenaventura da Fidanza |
La segunda fuente de conocimiento pertenece únicamente al alma y es el conocimiento del mundo espiritual, incluido Dios. La fuente de este conocimiento es la introspección, que descubre la imagen de Dios iluminada en el alma, y de esta forma le conoce a Él a través de la reflexión interior, sin recurrir a la sensación. La idea de Dios es, pues, innata. Debemos subrayar nuevamente que esta introspección agustiniana sólo indirectamente se supone que arroja un conocimiento del yo o de la naturaleza humana; su meta es la visión de Dios, no de la humanidad.
San Buenaventura distingue cuatro clases de facultades mentales: las facultades vegetativas, las facultades sensitivas, el intelecto y la voluntad. No obstante, San Buenaventura habla de otros "aspectos" del alma, que evita llamar facultades, pero cuya inclusión convierte a su sistema en similar al de Ibn-Sina.
El platonismo de San Buenaventura acabaría siendo rebasado y eclipsado por el aristotelismo de Santo Tomás de Aquino, que se convirtió en la doctrina oficial de la Iglesia Católica. Con todo, pervive en el Protestantismo, que coloca la palabra de Dios sobre la razón, y la comunión individual entre cada persona y Dios sobre el ritual.
Santo Tomás de Aquino 1225-1275 |
A medida que Aristóteles fue siendo conocido en Occidente, muchos pensadores se esforzaron por reconciliar su naturalismo científico con las enseñanzas de la Iglesia. El más grande y de más éxito en esta tarea fue Santo Tomás de Aquino. Consideraba a Aristóteles el Filósofo por excelencia, el intelectual que fijó los límtes de la razón humana, mostrando todo lo que podía ser conocido sin ayuda de la palabra de Dios. Santo Tomás de Aquino adoptó el sistema de Aristóteles y probó que no era incompatible con el Cristianismo. Para lograr esto, dio un vuelco a Aristóteles, colocándole boca abajo. Donde Aristóteles se mantiene en íntimo contacto con la Naturaleza y permanece mudo sobre Dios, Santo Tomás reorienta todo de suerte que dependa de Él y a la vez Lo revele.
A fin de reconciliar la filosofía y la teología, Santo Tomás de Aquino las diferenció tajantemente, circunscribiendo la razón de una persona al conocimiento del mundo natural. Acepta, pues, el empirismo de Aristóteles y su consecuencia lógica: la razón sólo puede conocer el mundo, no a Dios. Dios sólo es reconocible indirectamente, a partir de su obra en el mundo. Supone esto un momento importante en la evolución del pensamiento occidental. Santo Tomás afirma con ello que la filosofía y la religión son independientes, que, si bien no son incompatibles, no se comunican. Semejante escisión acabó por arruinar la síntesis medieval, que con tanto empeño persiguió Santo Tomás. Con todo, la filosofía y la teología de Santo Tomás están, en la práctica, ya que no en la teoría, entrelazadas; la razón y la revelación tienen puntos de contacto. Pero los pensadores posteriores llevaron su división entre razón y fe a su conclusión lógica, y destruyeron la metafísica teológica, dando a luz la ciencia.
Santo Tomás de Aquino se plantea considerar todos los problemas, incluida la psicología, filosóficamente, es decir, con independencia de la revelación. En su psicología sigue estrechamente a Aristóteles, aunque también concede importancia a las opiniones de los autores islámicos, en especial a Ibn-Sina. No aporta contribución original alguna a la psicología aristotélica, pero matiza y amplía la clasificación de los aspectos mentales ofrecida por el filósofo y sus comentaristas islámicos.
Santo Tomás se interesó por distinguir a las personas, dotadas de almas, de los animales. Esto resalta con suma claridad en su análisis de las facultades de la estimativa y del apetito o motivación. Contrariamente a Ibn-Sina, Santo Tomás sostiene que hay dos clase de estimativa. En primer lugar, está la estimativa propiamente dicha, características de los animales, y que no se halla bajo el control de la voluntad: el cordero tiene que huir del lobo al que percibe como peligroso; el gato tiene que abalanzarse sobre el ratón. El segunto tipo de estimativa se halla bajo control racional. Santo Tomás de Aquino la llama cogitava, y es patrimonio exclusivo del hombre: huimos del lobo o decidimos aproximarnos a él. Nuestra potencia estimativa está bajo el control de nuestro libre albedrío, puesto que elegimos en vez de limitarnos a responder ciegamente al instinto animal. Así como hay dos tipos de estimativa, también son dos los tipos de motivación o apetito. El apetito sensible y animal no es libre; es una inclinación natural a perseguir los objetos placenteros y evitar los dañinos, y a superar los obstáculos que se oponen a dicha persecución. El ser humano, sin embargo, tiene un apetito intelectual, o voluntad, que busca el bien general bajo la dirección de la razón. El animal sabe únicamente de placer o dolor; el hombre sabe de lo bueno y lo malo.
Cabe destacar otros tres cambios con relación a Ibn-Sina. Por lo pronto, Santo Tomás abandona la imaginación sintética, por considerarla un añadido innecesario a la imaginación retentiva y al pensamiento racional. En segundo lugar, al hacer de la cogitava
o estimativa humana una facultad guiada por la razón y que se ocupa del mundo exterior, se esfuma la necesidad del intelecto práctico de Ibn-Sina. Por último, Santo Tomás restablece la integridad de la mente, al devolverle el intelecto activo al alma humana. El conocimiento es el producto activo del pensamiento humano, no un don otorgado por la iluminación divina a través del intelecto agente.
Con independencia de algunas reminiscencias neoplatónicas, como la organización jerárquica de las facultades, las concepciones de Tomás de Aquino contrastan claramente con las de San Buenaventura. Santo Tomás rechaza el dualismo radical de alma y cuerpo propio de la tradición platónico-agustiniana. El cuerpo no es una tumba, prisión o castigo; tampoco es un títere manipulado por el alma. Una persona es un todo, la unión de una mente y un cuerpo. Aunque el alma es trascendente, su lugar natural está en un cuerpo, al que realiza y que la realiza.
Tomás de Aquino adopta, asimismo, un empirismo consecuente. La mente humana sólo puede tener un conocimiento directo de lo que haya estado alguna vez en los sentidos, ya que no existen ideas innatas. Todo pensamiento requiere imágenes. San Buenaventura había sostenido la noción agustiniana de un conocimiento directo de sí mismo a través de la introspección, el cual revelaba una imagen innata de Dios. Santo Tomás rechaza esto. Todo conocimiento del alma o de Dios, o de cualquier cosa invisible, debe por fuerza ser indirecto. La comunión directa con Dios o con nuestra propia esencia es imposible. Sólo podemos conocer a Dios mediante el examen del mundo, que es su obra; sólo podemos conocernos a nosotros mismos por medio del análisis de nuestros actos, que son nuestra obra. Ninguna otra cosa es posible.
Santo Tomás de Aquino se sitúa así en la encrucijada entre la vieja concepción medieval del mundo y la concepción moderna, instalándose en un dilema. En su opinión, sólo es posible el conocimiento filosófico, lo que no le impidió seguir siendo un teólogo. Se comportó como si la distinción entre Filosofía y Teología no se hubiera consumado. Su filosofía no fue una búsqueda sin trabas de la verdad, sino una ciencia cristiana, limitada por las fronteras de la creencia. En base a estos aspectos Bertrand Russell ha negado que Tomás de Aquino fuera un filósofo.
Acaso esta crítica dé en el blanco. Pese a todo, lo que realmente importa respecto a Santo Tomás es que su obra no sólo fue la culminación de la síntesis medieval, sino también el heraldo de un futuro en que la razón y la revelación llegarían a separarse por completo. Tomás de Aquino introdujo una bocanada de naturalismo refrescante en el marco de referencia -platónico-cristiano, pero aceptó dicho marco y trabajó dentro de él. El edificio resultante es un monumento en homenaje al pensamiento humano. Un monumento, con todo, conmemora el pasado. El futuro de la Ciencia y la Psicología estaba en manos de hombres más radicales.