Aristóteles, Ética a Nicómaco
1. La felicidad se dice de muchas formas
Para Aristóteles el bien del hombre se encuentra en la felicidad. Ahora bien, como él mismo afirma, "acerca de la naturaleza misma de la felicidad no hay acuerdo ni unanimidad entre los sabios y la multitud".
Él mismo recuerda que un día feliz no nos hace plenamente felices y por ello tenemos que buscar una felicidad que se ajuste a nuestra naturaleza racional. Este ejercicio de la razón ya no es puramente lógico o especulativo, sino práctico. Por eso, si el hombre quiere alcanzar la felicidad que le es propia tiene que practicar la virtud.
La virtud es definida como término medio entre dos extremos (excesos o vicios), lo que no expresa la mediocridad, sino lo mejor o excelente para el hombre (areté). Entre las virtudes, la phronesis, o capacidad de deliberar correctamente sobre lo bueno, es decisiva para delimitar lo que conviene a la naturaleza humana en cada circunstancia. La deliberación es un ejercicio racional por el que calculamos las consecuencia de nuestras acciones y anticipamos los resultados en orden a los fines que nos proporcionamos (telos).
No deliberamos sin contar con los deseos. Los deseos son importantes en la ética porque motivan la acción de la razón humana, por eso Aristóteles describe la acción humana como un "deseo deliberado" que se ejerce desde una "inteligencia deseante". El hombre bueno no es el que actúa contra sus tendencias o deseos naturales, sino aquel que los conoce, los educa y los ordena. Esta ordenación exige establecer una jerarquía entre los deseos, que así se transforman en preferencias. De esta forma, la virtud moral por excelencia es la phronesis o razón prudencial que le permite al hombre deliberar para alcanzar la felicidad.
3. La herencia de Aristóteles: tomismo y utilitarismo
Después de Aristóteles la preocupación por la felicidad como tarea fundamental de la ética es recogida en escuelas filosóficas posteriores, como el estoicismo y el epicureísmo. Sin embargo, será en la teología medieval y en la moral de Santo Tomás donde dará sus frutos en una tradición filosófica denominada tomismo. Para esta tradición la voluntad humana se siente atraída por los bienes, y es la inteligencia humana la que tiene que establecer un orden entre ellos para alcanzar el fin propio del hombre. Como el ser humano es hijo de Dios, la felicidad del hombre se encontrará en la contemplación de Dios, que es el bien supremo.
También el utilitarismo replantea el ideal aristotélico de felicidad. Ahora bien, lo hace como una variante del hedonismo, que explica la felicidad por el placer. Además de éste, considera que el móvil de la conducta humana son los sentimientos sociales. De entre ellos el más importante es la empatía, que nos exige "ponernos en el lugar del otro", extendiendo hacia los demás nuestros deseos de felicidad. La tarea de la ética consiste en alcanzar la máxima felicidad para el mayor número de seres vivos. Éste es el criterio moral según J. Stuart Mill y J. Bentham.
4. Racionalizar el placer y calcular el bienestar
Hay tradiciones morales para las que la felicidad se encuentra en la ordenación de los placeres. Estas filosofías sostienen que el hombre es un animal moral precisamente por esta ordenación que realiza de sus tendencias naturales. Actuar moralmente es racionalizar los móviles de la conducta humana que siempre busca el placer y evita el dolor. Por eso recibe el nombre de hedonismo (hedon = placer, -ismo = sistema). Cuando esta teoría se aplica a la ordenación de la sociedad nos hallamos ante una ética utilitarista cuyo principio es el cálculo del mayor bienestar para el mayor número. Epicuro y Bentham son dos representantes de esta ética.
Entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros son sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una verdadera teoría de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la del alma, ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer, sólo su ausencia nos causa sufrimiento. Por ello decimos que el placer es el principio y fin de la vida feliz. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor.
Epicuro, Carta a Meneceo (adaptado)
La naturaleza ha puesto al hombre bajo el imperio del placer y del dolor; a ellos debemos todas nuestras ideas. El que pretende sustraerse a esta sujeción no sabe lo que dice. El principio de utilidad lo subordina todo a estos dos móviles. La utilidad es un término abstracto que expresa la propiedad o tendencia de una cosa a preservar de algún mal o procurar algún bien: mal es pena, dolor o causa de dolor; bien es placer o causa de placer. Entre dos modos de obrar opuestos, ¿queréis saber a cuál de ellos debéis dar preferencia? Calculad los efectos buenos y malos, y decidíos a favor del que promete la suma mayor de felicidad.
Bentham, Tratado de la legislación civil y penal (adaptado)