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Narciso, de Caravaggio (1600) Óleo sobre lienzo, se encuentra en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma |
Seguramente no nos conformamos con decir que el ser humano tiene unos orígenes biológicos, tampoco con afirmar que necesita de la cultura para constituirse o que su cerebro es un instrumento prodigioso. No nos conformamos porque no estamos preguntando por "una cosa más del mundo". Estamos interrogando por algo que es un alguien, un qué que es un quién. El ser humano, cada uno de nosotros, tiene una historia, una biografía, es decir, tiene una identidad. ¿Quién soy? Nunca una pregunta tan sencilla fue tan universal y, por eso mismo, tan filosófica. La respuesta la tenemos que encontrar cada uno de nosotros.
1. La vida humana
El ser humano es fruto de múltiples encuentros y relaciones. En primer lugar, somos resultado de una lenta evolución biológica, tanto a nivel filogenético como ontogenético. En segundo lugar, somos producto de las influencias culturales, las cuales condicionan nuestro vivir. Por último, nuestro cerebro es a la vez producto de la evolución biológica y de la evolución cultural. Pero no sólo somos "productos", no sólo "somos hechos", sino que también tenemos que hacer algo con aquello que ya somos, con lo que heredamos bioculturalmente. La vida humana es precisamente el proceso por el cual realizamos algo con aquello que la naturaleza y la cultura han hecho de nosotros. Tenemos unos orígenes, pero también tenemos unas originalidades que se van a mostrar tanto como especie como en cuanto individuos. Cada uno de nosotros, y el ser humano en general, es fruto de una tensión vivida entre orígenes y originalidades.
2. De los orígenes a las originalidades
El cuerpo humano muestra perfectamente esa tensión entre orígenes y originalidades. Por un lado, puede ser descrito en términos objetivos, porque se nos presenta como algo exterior; pero, por otro lado, es peculiar, porque es una realidad vivida, experimentada y sentida. Por este motivo, no sólo decimos que "tenemos un cuerpo", sino que "somos un cuerpo"; no es sólo un instrumento que pueda utilizar, es también mi forma de ser, yo mismo. El cuerpo humano tiene, por tanto, un valor y un significado únicos, pues posee un doble aspecto: interioridad y exterioridad. Se trata de una realidad en la que se muestra nuestra doble pertenencia: conciencia y realidad física.
El ser humano es un cuerpo que, poco a poco, va haciéndose libre y determinándose desde una serie de condicionamientos circunstanciales. Gradualmente, y contemplado los miles de años del proceso evolutivo, el "yo" va emergiendo. El cuerpo se va haciendo más personal, pues no soy sólo un cuerpo que vive, sino un cuerpo que se vive, inserto en el mundo, pero con la capacidad de distanciarme de él. Soy un cuerpo que dice "yo".
Es precisamente este carácter bifronte y ambiguo el que permite que el cuerpo pueda ser considerado como expresión de intimidad, forma de comunicación y lenguaje, principio de instrumentalidad y, por último, condición de nuestra propia vida.
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Marcel Marceau (1923-2007) |
3. La filosofía y el estudio del cuerpo
La filosofía más reciente ha prestado una especial atención al tema del cuerpo, centrándose, sobre todo, en:
- El modo de existencia revelado por el cuerpo: al analizar el cuerpo comprendemos nuestra forma de ser. Por una parte, somos distintos del mundo y, por otra, formamos parte de él. Es una característica extraordinaria: ser cosa entre cosas y ser yo (pensamiento).
- La función comunicativa del cuerpo: permite la comunicación con los otros y el conocimiento de que ellos son otros como yo. Éste es el fundamento de la "simpatía", es decir, de la comunicación con el otro más allá del lenguaje, que va desde la forma de mover o adornar el cuerpo hasta la sexualidad.
- La "llamada" del cuerpo: el cuerpo del otro permite que conozca sus necesidades, su presencia y sus deseos. Su "rostro" posibilitará la relación ética. La interpelación de una realidad-rostro es distinta a la de una realidad-cosa, la cual, posteriormente, podrá ser o no desoída.
4. Somos cuerpo
Un tema de capital importancia filosófica es la relación que guardamos con nuestro cuerpo, es decir, la experiencia de nuestra propia corporalidad. No podemos decir que tenemos un cuerpo igual que tenemos un ordenador o un martillo. Sin embargo, parece que podemos objetivarlo y hablar de él como un objeto del mundo. ¿Qué tipo de realidad es la del cuerpo? ¿Cómo explicarlo sin traicionar ninguna de sus dimensiones?
El estudio del cuerpo humano ha de conjugar la contribución de las ciencias, investigadoras del "cuerpo que tenemos", con la de la filosofía, reflexión sobre el "cuerpo que somos". Tal estudio interdisciplinar conlleva una tensión peculiar entre lo que podemos llamar nuestros orígenes biológicos y nuestras originalidades humanas. En efecto, la originalidad del cuerpo humano brota de unos orígenes corporales, tanto en la aparición de la especie humana dentro del marco de la evolución biológica, como en la configuración del cuerpo humano individual a lo largo del proceso de embriogénesis. Es cierto que el lenguaje, la técnica, la libertad o el amor son originalidades humanas, pero no es posible referirse a ellas prescindiendo de sus orígenes corporales y biológicos. No podemos hablar sobre la actividad mental y personal prescindiendo de sus orígenes corporales y biológicos. No podemos hablar sobre la actividad mental y personal prescindiendo del sistema nervioso. Por más que insistamos en los rasgos espirituales de una sonrisa comprensiva y cariñosa, nada quedará de ella si prescindimos del rostro, músculos, gestos o mirada, en que se encarna. En el ser humano, aun lo más espiritual es corporal. ¿Qué queda de mi cuerpo, si deja de ser el cuerpo de una persona? Un cadáver o unos restos; un cuerpo muerto ya no es un cuerpo.
J. Masiá y T. Domingo, 10 palabras clave en la filosofía de lo humano
No "mi cuerpo y yo", sino "mi cuerpo:yo". No la autoafirmación de un "yo" para el cual algo unidísimo a él, pero distinto a él, el cuerpo, fuese dócil o rebelde servidor -eso lleva dentro de sí, implícitamente, la expresión "mi cuerpo"-, sino la autoafirmación de un cuerpo que tiene como posibilidad decir de sí mismo "yo".
La expresión "mi cuerpo" presupone la existencia de un centro extra y supracorpóreo -lo podemos llamar "mi ser"-, desde el cual afirmo que mi cuerpo es mío, que me pertenece; en definitiva, que yo tengo un cuerpo, el mío, perteneciente sin duda a mi ser, pero no tan íntima y esencialmente como ese centro desde el cual, diciendo "yo", y más aún diciendo "yo mismo", estoy proclamando mi íntima identidad personal, mi realidad como persona. Pues bien, este común modo de hablar, del cual parece ser tácito presupuesto una concepción dualista -alma y cuerpo, espíritu y materia, mente y cerebro- de la realidad del hombre, ¿expresa el hecho de que sea intrínsecamente dual nuestra realidad como hombres? Yo me atrevo a pensar que la conciencia de un "yo" extra y supracorpóreo al cual pertenece un organismo corporal no es un dato inmediato de la conciencia. Y puesto que hablo en castellano, seguiré diciendo "mi cuerpo" cuando me refiera a éste que aquí y ahora piensa y escribe, pero con la íntima convicción de que quien dice "mi cuerpo" es un cuerpo a cuyo específico modo de ser, el humano, pertenecen la conciencia de autoposesión y la capacidad para la autoexpresión.
P. Laín Entralgo, Cuerpo y alma (adaptado)