Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 20 de octubre de 2012

El pensamiento utópico en la historia

El pensamiento utópico prácticamente surge con los primeros albores de la Historia, pues en casi todos los pueblos en contraste con un presente desgarrado, infeliz y lleno de penalidades, se tiende a presentar, al mismo tiempo, una época pasada de felicidad, heroísmo y grandeza y un futuro de esperanza en el que los problemas y las dificultades del presente encontrarán su solución y las antiguas glorias volverán a surgir.
Ideas de este género se narran frecuentemente en el Antiguo Testamento, en las tradiciones hinduistas, en el sintoísmo, en las epopeyas griegas de la Ilíada y la Odisea, en la romana de la Eneida, etc. Dejando aparte estas esperanzas de carácter predominantemente mesiánico, vamos a presentar el surgimiento de los distintos ideales humanos a través de las diversas vicisitudes históricas que han contribuido a la formación de las sociedades actuales. En este sentido, a lo largo de la Historia europea podemos distinguir las etapas siguientes.

1.- Grecia y Roma: democracia, ciencia y derecho
En Grecia encontramos ya los dos grandes ideales, las dos mayores utopías de Occidente, a saber, la democracia y la ciencia.
En sus comienzos, Grecia, como el resto de los pueblos antiguos, fue gobernada por un sistema monárquico y por una minoría aristocrática y noble, los eupátridas; pero, paulatinamente, fueron introduciéndose nuevas formas de participación política hasta llegar, en el siglo V a.C., al establecimiento de la democracia en Atenas.
La Escuela de Atenas, de Rafael,
pintada entre 1510 y 1512
Por otra parte, fue surgiendo también una nueva forma de afrontar los problemas del mundo y las relaciones humanas y, frente a las interpretaciones míticas de los siglos anteriores, en el siglo VI a.C. tuvo lugar el nacimiento de la Ciencia, el pensamiento racional o Filosofía. En este sentido, desde el siglo VII a.C., los pensadores griegos, Tales, Parménides, Heráclito, Demócrito y, sobre todo, los grandes pensadores de la época clásica, Sócrates, Platón y Aristóteles, intentaron comprender y explicar las normas y los valores de la organización política y del comportamiento humano, es decir, de la Política y de la Ética.
En el mundo helénico nacen pues las dos mayores utopías de Occidente, el deseo de comprender intelectualmente todas las cosas, es decir, la Ciencia, y el deseo de gobernarnos en paz por nosotros mismos, o sea, la Democracia.
Por lo que a Roma se refiere, su mayor aportación vino dada, sin duda alguna, por la creación del Derecho, es decir, por el ideal de establecer un sistema de leyes justas, destinado a mantener los lazos sociales, a reprimir las conductas negativas y a dirigir al conjunto de la sociedad al bien común por medio de unas normas también comunes, es decir, se trataba de sustituir en las relaciones humanas la realidad de la fuerza por el ideal de la ley y de la justicia. De esta manera, los ideales y la estructura del Derecho romano han servido de modelo a la organización de la justicia en casi todos los pueblos de Occidente.
Por otra parte, tanto en Grecia como en Roma ciertos grupos culturales, algunos sofistas y distintos miembros de las escuelas cínica, epicúrea y estoica rechazaron la esclavitud y enseñaron la igualdad natural de todos los seres humanos.

2.- El cristianismo: fraternidad humana
Las tres virtudes teologalesde Christian Daniel Rauch 
 (Museo Thorvaldsen de Copenhague):  a la izquierda,
la caridad; en el centro, la esperanza; 
 a la derecha, la fe.
El cristianismo constituyó una cosmovisión teológica, es decir, una concepción completa del ser humano y del mundo, basada en ideas de carácter religioso. Según éstas, la realidad entera depende de Dios, la conducta humana debe orientarse de acuerdo con el orden divino y las virtudes éticas o morales (prudencia, fortaleza, templanza y justicia) deben subordinarse a las virtudes religiosas o teologales (fe, esperanza y caridad).
Pero aparte de su sentido escatológico y trascendente, el cristianismo pretendía establecer la paz y la concordia universales y, en consecuencia, enseñaba que todos los hombres somos hermanos e iguales ante Dios y, frente a la Ley del Talión y la estricta justicia conmutativa, situaba la caridad, el perdón y el amor al prójimo, incluso a los enemigos. Se constituyó así, en defensor de los humildes, de los oprimidos, de los esclavos, solicitando, tanto en nombre del Derecho Natural como en el de la caridad, una mejor distribución de las riquezas.

3.- El humanismo renacentista
En el Renacimiento, la organización teocrática, el feudalismo y la unidad del orbe medieval fueron sustituidos por el desarrollo de las tendencias nacionalistas (las naciones aspiraban a formar su propio Estado y a ser independientes de la tutela del Papa y del Emperador), el auge de las ciudades y la economía urbana, el resurgir de los valores mundanos (ciencia, cultura, arte, lujo...) y un espíritu crítico.
Así, en el propio ámbito eclesiástico aparecieron multitud de problemas que originaron durante el siglo XIV el Cisma de Occidente y, posteriormente, numerosos conflictos que culminaron con la división del mundo cristiano en varias confesiones enfrentadas entre sí: catolicismo, luteranismo, calvinismo y anglicanismo.


El cambista y su mujer, de Metsys,
 representa la preocupación por
 las riquezas y por la cultura, actitudes
 características de la época renacentista:
 el cambista examina las monedas de oro,
 la mujer lee un libro.
Por otro lado, los nuevos descubrimientos geográficos, el incremento del comercio, el crecimiento de las ciudades y el auge de la burguesía, el desarrollo de la banca, la aparición de los humanistas y otros diversos acontecimientos proporcionaron una imagen distinta del mundo y, con ella, nuevos problemas políticos, morales y jurídicos que contribuyeron a la formación de un ambiente propicio al surgimiento de gran cantidad de concepciones utópicas, las más importantes de las cuales fueron las realizadas por Tomás Moro, Erasmo de Rotterdam, François Rabelais y Francis Bacon.
En 1516, Tomás Moro escribió Utopía. Ésta era una isla, como Gran Bretaña; pero frente al cúmulo de problemas políticos, religiosos y civiles de la segunda, en Utopía todo se encontraba perfectamente organizado y prevalecía la justicia: todas las personas intervenían en el gobierno, gozaban de una exquisita educación y trabajaban; en consecuencia, no existían ni pobres ni grandes potentados, tampoco se daba la avaricia, ya que todas las familias sabían que no les faltarían los alimentos; las rivalidades religiosas también se encontraban ausentes, pues frente a las polémicas de las religiones vigentes en Europa, en Utopía se había establecido la tolerancia religiosa. Así pues, Utopía constituía el ideal de convivencia humana.
En esta misma época, el holandés Erasmo de Rotterdam, amigo de Tomás Moro, escribió dos obras de fuerte contenido social, a saber: Enquiridión y El elogio de la locura. En la primera presenta un programa de reformas encaminadas a recuperar el espíritu del cristianismo primitivo, una Iglesia más sencilla, implicada en los problemas de los humildes y alejada de las grandes diatribas políticas y del lujo de los palacios; la segunda es una crítica a ciertos estamentos sociales, sobre todo, al clero, a los teólogos y a los frailes, a causa de su ciencia inútil y estéril, muy alejada de los verdaderos problemas y de las necesidades humanas.


Grabado que representa al
gigante Gargantúa, de Rabelais
François Rabelais (1494-1553), humanista y sacerdote francés, en una época en la que el rey de Francia se encontraba inmerso en varias guerras, escribió Gargantúa, historia de un gigante bondadoso que predicaba el pacifismo: "No hay guerras justas ni guerras injustas, sino sólo guerras absurdas que atentan contra la vida y la dignidad de los seres humanos".

En el siglo XVII, de acuerdo con las preocupaciones científicas vigentes en esa época, destacó La Nueva Atlántida, de Francis Bacon (1561-1626), en la que se expresa una firme fe en el progreso y en una nueva actitud científica más útil y más pragmática que contribuya a proporcionar alimentos para todos los seres humanos y a establecer una organización social más racional, más equilibrada y más justa. Bacon está considerado como el precursor del empirismo. Sus obras y sus pensamientos ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo del método científico.

4.- La Ilustración: las grandes utopías democráticas
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
La Ilustración constituyó un movimiento cultural del siglo XVIII, caracterizado por grandes ideales utópicos, a saber: confianza en el valor y en el alcance cognoscitivo de la razón, aspiración a disipar la ignorancia, la superstición y el fanatismo de la humanidad mediante la extensión de la cultura; creencia en la posibilidad de lograr la paz perpetua entre los pueblos y entre las naciones y el bienestar de sus ciudadanos; rechazo del absolutismo político y promoción de los valores democráticos de libertad, igualdad y fraternidad, etc.
Estos ideales encontraron su punto de apoyo tanto en el surgimiento de la nueva ciencia (Física) por obra de Bacon y de Galileo como en el método racionalista creado por Descartes; según este último filósofo, la razón pura es una y la misma para todo el género humano y, aplicándola de manera adecuada, no puede existir verdad tan alejada que la ciencia no pueda descubrir; todo consiste en utilizar correctamente el método apropiado. Los principales pensadores defensores de estos ideales fueron los ingleses Locke y Hume, los franceses Montesquieu, Diderot, Condorcet, Voltaire y Buffon, y los alemanes Kant y Herder.

5.- Los ideales del siglo XIX
Algunos de los nuevos ideales de la Ilustración parecían haber triunfado hacia finales del siglo XVIII con el surgimiento del primer Estado democrático moderno, los Estados Unidos de América y con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) en la Francia revolucionaria. Pero las esperanzas de los ilustrados fueron pronto subvertidas en favor de la nueva clase burguesa, que durante el siglo XIX se preocupó exclusivamente de sus intereses, originando una brutal explotación de las masas obreras.


Niños trabajando. Los principios de libertad e igualdad se tergiversaron en provecho de una clase alta burguesa durante la Primera Revolución Industrial.
Reaccionando contra esta situación surgieron los nuevos ideales del siglo XIX, entre los que merecen citarse los intentos llevados a cabo por las personalidades siguientes:
  • El británico Robert Owen (1771-1858), socialista utópico de tendencias anarquistas, fundó las primeras cooperativas o comunidades de trabajadores, en las que todos participaban tanto en la organización como en los beneficios. Por otra parte, desde el punto de vista teórico, de acuerdo con la idea de progreso, Owen pensaba que la civilización industrial poseía fuerza suficiente para producir abundantes riquezas para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos y, por tanto, para acabar con la pobreza.
  • El francés Étienne Cabet (1788-1856), por su parte, en su obra Viaje a Icaria, propugnó un sistema comunista como ideal del bienestar social, en el que cada persona percibiera los bienes de acuerdo con sus necesidades.
  • Pero, sobre todo si atendemos a sus resultados históricos, el pensamiento utópico más representativo de este siglo lo constituyeron, sin duda alguna, las teorías comunistas de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895).
Según el comunismo marxista, las propias contradicciones del capitalismo acabarán con dicho sistema, pues la esencia del mismo es la contradicción entre las distintas fuerzas productivas: capitalistas y proletarios. Por una parte, cada capitalista compite en el mercado contra otros capitalistas y, en virtud de esta competencia, muchos se arruinarán y, una vez arruinados, pasarán a ser proletarios; resulta, por tanto, que los ricos serán cada vez menos en número, pero más ricos, y los pobres cada vez más, y como consecuencia de la propia ley del mercado (lo que abunda baja de precio), cada vez más pobres. Ahora bien, en este proceso, llegará un momento en el que los proletarios se sublevarán contra los capitalistas y les arrebatarán sus propiedades.
Se establecerá entonces una sociedad socialista, después de la cual surgirá la sociedad comunista. En esta sociedad desaparecerá todo dominio de unas personas sobre otras, dejarán de existir todas las clases sociales, el Estado, las fronteras y la propiedad privada de los medios de producción, surgirá, en cambio, la superproducción y la superabundancia, el trabajo será voluntario y libre y, en último término, "la Tierra será un paraíso, patria de la Humanidad".

6.- El pesimismo del siglo XX
En esta exposición hemos visto que en el pensamiento utópico occidental han predominado los ideales siguientes: la consecución de la paz, la finalización de las desigualdades sociales, la defensa de la dignidad y de los derechos naturales de las personas, una distribución mejor de las riquezas y la confianza en el progreso indefinido de la humanidad.
En este sentido, aunque resulta evidente que algunos resultados positivos se han obtenido, éstos han sido muy escasos; mientras que, por otra parte, han continuado las actividades bélicas (Primera y Segunda Guerras Mundiales), las crueldades inhumanas (campos de concentración y exterminio, perseguidos políticos...), no se han solucionado los problemas de la pobreza y del hambre y, además han surgido numerosos peligros nuevos, por ejemplo, la contaminación, el peligro atómico...
Por todos estos motivos no deja de ser significativo que en el siglo XX abunden las utopías pesimistas (Un mundo feliz, de Huxley, Rebelión en la granja y 1984, de Orwell, Farenheit 451, de R. Bradbury). La ciencia y las técnicas, en efecto, han progresado, pero no en el sentido previsto por los ilustrados; las viejas formas de dominio y opresión han desaparecido o se han atenuado, pero han surgido otras más sutiles, menos evidentes, aunque, sin duda, más eficaces; algunas ideologías comprometidas con la justicia social se han revelado incapaces para llevar a cabo su programa y otras han degenerado en horribles dictaduras.

jueves, 11 de octubre de 2012

Las utopías y la realidad social

Las utopías constituyen el verdadero motor de la Historia, en tanto en cuando aspiran a la modificación y a la transformación de la sociedad en un sentido progresista, más humano y más justo.
Los nuevos ideales suelen surgir a partir de las concepciones de un individuo o de los sentimientos comunes de un determinado grupo; pero sólo cobran su auténtica efectividad cuando se convierten en aspiraciones colectivas, compartidas por una parte importante de la comunidad o, expresado de otra manera, las utopías adquieren su verdadera fuerza cuando alcanzan una amplia vigencia social; por ejemplo, los ideales cristianos comenzaron su influencia cuando en el seno del Imperio Romano fueron aceptados por amplios sectores de la población y algo análogo sucedió con los ideales liberales en la sociedad del siglo XVIII o con las ideas marxistas en las organizaciones obreras de los siglos XIX y XX.


Diógenes, en La Escuela de Atenas, de Rafael
Pero, por una parte, conviene tener en cuenta la época histórica en que las distintas utopías surgieron y, por otra, los desajustes o disonancias entre los ideales y pretensiones de dichas utopías y las formas concretas histórico-sociales en que se plasmaron o, expresado de otro modo, las disonancias, a veces enormes, entre la teoría y la realidad.
Por lo que al nivel histórico se refiere, cada utopía cobra su auténtico valor en su momento social; por ejemplo, cuando en siglo IV a.C., Diógenes el Cínico se declaró ciudadano del mundo o cuando manifestó que poseer esclavos era contrario a la Naturaleza, el auténtico significado de estas posiciones se aprecia teniendo en cuenta que fueron adoptadas en medio de una sociedad profundamente etnocéntrica y cuya economía se basaba en gran medida en el trabajo de los esclavos.
En cuanto a la disonancia entre la concepción teórica y la realidad, parece manifiesto que nunca o casi nunca se logra una coherencia aceptable entre los ideales pretendidos y su implantación social e incluso, a veces el resultado es contrario a dichas aspiraciones teóricas.


Bakunin (1814-1876), principal teórico del anarquismo
Así, en primer lugar, un considerable número de utopías sociales nunca lograron una mínima implantación pragmática; por ejemplo, las distintas concepciones de Bakunin, Proudhon o Kropotkin, aunque en determinados momentos de la Edad Contemporánea han gozado de cierta aceptación y, tal vez, han poseído alguna influencia social, en ninguna sociedad han cobrado vigencia organizativa.
En segundo lugar, cuando determinados ideales se han encarnado en realizaciones concretas ha sido a costa de renunciar a muchos de sus contenidos; por ejemplo, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, predicados por los ideólogos liberales del siglo XVIII contrastaron con la vigencia que estos ideales tuvieron durante la Primera Revolución Industrial del siglo XIX y con la que realmente tienen en las sociedades democráticas actuales; los principios de justicia proclamados por Fidel Castro durante su lucha contra la dictadura de Batista, difieren, igualmente, de la situación real a la que arribó la sociedad cubana tras su victoria, y a veces, la plasmación real de una determinada utopía puede llegar, incluso, a contravenir los ideales que le dieron origen; por ejemplo, las ideas de justicia social y de igualdad, presentes en el ideario comunista, llegaron a desembocar en la feroz dictadura de Stalin.


sábado, 6 de octubre de 2012

El concepto de ideal

Debemos confesar que la razón humana no sólo contiene ideas, sino también ideales... La virtud, y con ella la sabiduría humana en todo su pureza, constituyen ideas. El sabio es un ideal, esto es, un hombre que sólo existe en el pensamiento; pero que corresponde plenamente a la idea de sabiduría.
Así como la idea sirve de regla, así sirve el ideal como arquetipo. No poseemos otra guía de nuestras acciones que el comportamiento de ese hombre ideal que llevamos en nosotros, con el que nos comparamos, a la luz del cual nos juzgamos y en virtud del cual nos hacemos mejores, aunque nunca podamos llegar a ser como él.
Aunque no se conceda realidad objetiva (es decir, existencia) a esos ideales, no por ello hay que tomarlos por quimeras. Al contrario, suministran un modelo indispensable a la razón, la cual necesita el concepto de aquello que es enteramente perfecto... con el fin de apreciar y medir el grado de insuficiencia de lo que es imperfecto.
Kant, Critica de la razón pura, 1781.

En el lenguaje común, el término ideal se suele usar como adjetivo y, en este sentido, tiene un significado de modélico o perfecto en su género; por ejemplo, un novio ideal es un novio modélico, es decir, que cumple todas las condiciones contenidas en la idea correcta de novio.
Un matiz ligeramente diferente posee dicha palabra cuando la utilizamos como sustantivo; así, cuando afirmamos "la sociedad actual carece de ideal", o "los ideales de los jóvenes contrastan con los de las personas mayores", en estas frases "ideal" significa, de manera primaria y principal, aspiraciones, metas o valores a alcanzar, pero conservando el sentido positivo que poseía en su significado como adjetivo, es decir, se trata de una aspiración, una meta, unos valores o unos contenidos mejores, más perfectos.
De esta manera, los ideales desempeñan funciones sociales de carácter normativo, entre las que señalamos, como más importantes, las siguientes:
  • Proporcionan criterios para la organización de la sociedad.
  • Concentran y canalizan las energías humanas hacia determinados fines.
  • Orientan el comportamiento de los seres humanos, tanto en el plano individual como en el social.
  • Considerados en el ámbito de la comunidad social, de los Estados o de la humanidad entera, con frecuencia los ideales adquieren el valor de proyectos históricos.
Los ideales como utopías
Toda sociedad posee un conjunto de valores en virtud de los cuales se establece un orden determinado y se regulan las relaciones interpersonales y sociales. A este respecto, en cada época podemos encontrar dos clases de personas: las que se adaptan a las circunstancias y se conforman con la situación vigente y aquellas otras que ponen de manifiesto las deficiencias y las injusticias de su tiempo. Las primeras constituyen las fuerzas conservadoras, justifican el orden establecido y defienden su estabilidad; las segundas son las fuerzas progresistas, que proponen nuevos ideales y exigen los esfuerzos necesarios para procurar constituir una sociedad mejor.
De esta manera, en relación con la mentalidad y con las ideas progresistas surgen las nuevas ideologías y las nuevas concepciones sociales que constituyen el pensamiento utópico, es decir, las utopías.

Tomás Moro
(1478-1535)
La palabra utopía (derivada del griego ou, no, y topos, lugar; significa lugar que no existe, ningún lugar) fue creada por Tomás Moro en el siglo XVI para designar una isla imaginaria cuyos habitantes poseían una organización perfecta, sin injusticias, sin pobres y sin problemas sociales. Dicho término sirvió después para designar todo proyecto ideal que en el momento de su formulación parece irrealizable.
Habitualmente, se suelen considerar como utopías numerosas teorías de tipo religioso, político, económico, social o científico de carácter más o menos imaginario o ideal. En este aspecto, siguiendo a Karl Mannheim (1893-1947), conviene distinguir entre aquellas concepciones ideales de tipo progresista que tienen por objetivo principal la modificación, parcial o total, del orden existente en un momento dado, y aquellas otras de tipo conservador que más bien ponen un pensamiento utópico por reacción, es decir, en tanto en cuanto diseñan una teoría que tiende a reforzar el orden establecido o, a veces, a reformarlo en sentido opuesto a las teorías progresistas; una posición intermedia o neutra poseerían aquellas concepciones que de manera primaria pretenden ser juegos imaginarios de carácter científico o literario, por ejemplo, obras del tipo de la novela De la Tierra a la Luna de Julio Verne.
Pero, desde el punto de vista social, debe entenderse por pensamiento utópico únicamente el pensamiento progresista, es decir, aquel que se encuentra comprometido con las circunstancias sociales, económicas y políticas, pretendiendo modificarlas en favor de una mejor organización o de una mayor justicia social.