1. Emisiones de carbono y crisis económica
Los tiempos de zozobra económica, como la crisis del petróleo de 1973 y la crisis financiera mundial de 2008, han supuesto solo breves frenazos en las emisiones de gases de efecto invernadero. La culpa es de los combustibles fósiles que se queman para producir electricidad, propulsar vehículos, calentar hogares y en procesos industriales, como la fabricación de cemento.
Los datos que tenemos de la pandemia de la COVID19 sugieren que tampoco esta crisis tendrá un impacto apreciable a largo plazo en las emisiones. Tras una caída inicial durante el confinamiento, se han catapultado al mismo punto donde estaban antes de la crisis en los países de ingresos bajos y medios.
Gran parte de las emisiones en aumento provienen de economías emergentes, sobre todo, de China. Son naciones que todavía tienen que alcanzar el ritmo de las demás. Por otra parte, aunque el nivel de contaminación de las economías de Occidente ha bajado o se ha mantenido estable en años recientes, éstas siguen encabezando la lista de las mayores emisiones de carbono per cápita.
El uso de la tierra es una fuente importante de gases de efecto invernadero: los terrenos son deforestados y reconvertidos para la ganadería y otros usos. La mayoría del exceso de CO₂ acaba en la atmósfera, aunque los océanos y la tierra actúan también como grandes sumideros.
2. Temperatura en tierra y mar
El resultado de un exceso de emisiones de carbono hace que suban las temperaturas en tierra y mar, mientras que los niveles más altos de CO₂ provocan que el océano y la atmósfera retengan más calor.
En tierra, los cinco años entre 2015 y 2019 han sido los más cálidos de los que se tiene registro. Desde 1980, cada década posterior ha hecho más calor que cualquier década anterior desde 1850.
Más del 90% del exceso de calor se almacena en los océanos. Las aguas de la superficie se han calentado antes y más rápido, pero el calor empieza a penetrar en las capas más hondas.
Así, la temperatura marina alcanzó una cifra récord en 2020. Las áreas de zonas templadas del Atlántico y del Pacífico, y en los polos, mostraron las mayores subidas.
3. Capa de hielo y nivel del mar
El aumento de las temperaturas en tierra y mares está empezando a tener consecuencias significativas en las capas de hielo de nuestro planeta. En especial, el primer perjudicado está siendo el Ártico, donde el área del océano cubierto por hielo ha experimentado un declive a largo plazo desde que empezaron a hacerse las mediciones vía satélite, en 1979, hasta la actualidad.
La tendencia es la desaparición de 540.000 kilómetros cuadrados por década, un área del tamaño de Francia. El hielo del Antártico aumentó poco durante el mismo período, debido a los patrones cambiantes de viento, aunque eso no significa que no se esté calentando. Al parecer, su capa de hielo es cada vez más frágil.
El Servicio de Monitorización Mundial de Glaciares recoge datos de la masa de hielo usando un conjunto de glaciares de referencia en diecinueve zonas montañosas. Llevamos 31 años consecutivos de deshielo, con una pérdida anual de 0,7 toneladas de agua por metro cuadrado. Y la desaparición acumulada de hielo desde 1970 ya va por las 21,1 toneladas de agua por metro cuadrado.
Mientras el hielo se derrite y los océanos se calientan, el nivel del mar sube. Las cifras han aumentado continuamente desde enero de 1993, cuando comenzaron a usarse las mediciones de alta precisión que existen en la actualidad. El ritmo promedio de subida está alrededor de 3,2 milímetros al año desde hace veintiocho años, aunque ha ido creciendo a lo largo del tiempo.
4. Clima extremo
El efecto del cambio climático en la frecuencia y la intensidad de eventos extremos es, a veces, difícil de distinguir de las variaciones naturales. Sin embargo, los modelos algorítmicos cada vez son más certeros a la hora de calcular su probabilidad bajo diferentes escenarios de calentamiento. Para empezar, la intensidad de los huracanes y los ciclones tropicales está aumentando, y, además, estos liberan cada vez más agua. Y las temperaturas extremas de verano que ha experimentado Europa en los últimos tres años se han visto, también, exacerbadas por el cambio climático. Mientras, Bangladesh, China, la India, Nueva Zelanda y el sur de África se han visto sacudidas por inundaciones cada vez más frecuentes.
Por otra parte, es posible que los incendios forestales en todo el mundo hayan disminuido debido a los patrones de lluvias, aunque la mala noticia es que son más destructivos e intensos cuando tienen lugar. En California, por ejemplo, se estima que el cambio climático ha contribuido a la quema de casi el doble de superficie de bosque en comparación con lo esperado por causas naturales.