1. De la crítica política a la filosofía
Arendt fue alumna de filósofos tan importantes como E. Husserl o M. Heidegger, amiga de otros tan significativos como H. Jonas y K. Jaspers. En 1933, cuando los nazis ocuparon el poder en Alemania, Arendt marchó a París. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, emigró a Estados Unidos, donde desarrolló su labor filosófica hasta su muerte.
En su amplia obra se dan cita intereses de crítica política e intereses filosóficos. Una de sus principales aportaciones es precisamente la fundamentación filosófica, más concretamente antropológica, de la crítica política. La gran pregunta que recorre sus obras es: ¿cómo hacer posible que el ser humano no sea superfluo? Para ello es necesario que la acción humana y la libertad sigan siendo posibles. La posibilidad de la acción humana en libertad es lo único que puede salvarnos de todo tipo de totalitarismos.
Su filosofía comienza siendo una crítica al totalitarismo. Pero no sólo describe lo que es y los resultados que produce, sino que se pregunta su porqué: ¿por qué ha aparecido el totalitarismo con tan desastrosas consecuencias?
Para Arendt, la causa del totalitarismo es la soledad, es decir, el ser humano actual ha pensado que podía construir su identidad sin contar con el mundo y los otros. El olvido de los otros, del carácter esencialmente social del ser humano, ha hecho que caigamos en la soledad, lo que lleva a una falta de identidad. Y, sin identidad, los individuos son fácilmente manipulables, son sustituibles. Si realmente tuviésemos identidad, personalidad o fuésemos seres de iniciativa, el totalitarismo sería imposible.
2. Trabajo, fabricación y acción
Los individuos han caído en la soledad y los sistemas se han vuelto totalitarios porque hemos olvidado lo más propio del ser humano: la capacidad de acción. Hemos confundido la acción con otra cosa. Arendt nos propone distinguir tres tipos de actividad: trabajo, fabricación y acción.
El trabajo es el conjunto de actividades humanas que atienden a las necesidades vitales (por ejemplo, comer); produce bienes perecederos, objetos de consumo. La fabricación es el conjunto de actividades con las que producimos objetos duraderos, cosas que podemos utilizar: objetos que se usan y no se consume. Arendt está pensando en los productos técnicos. Y por último, la acción. En ella y con ella somos realmente libres; es la capacidad de hacer nacer algo, de comenzar, de iniciar. Charlar con un amigo, divertirse con los otros o participar en los asuntos que nos afectan a todos, son ejemplos de acciones.
3. Un pensamiento resistente
La filosofía de Arendt es una llamada de atención para que no olvidemos que somos seres de acción y de libertad. Si sólo nos comprendemos como seres de consumo y de producción (trabajo y fabricación), seremos superfluos y podremos ser sustituidos por cualquiera o por cualquier cosa, por ejemplo, una máquina. Es tarea de la filosofía la resistencia a que seamos prescindibles. A veces, recordar lo que somos -seres de iniciativa- es la forma más revolucionaria de cambiar la sociedad.
4. Somos seres de iniciativa
Para H. Arendt el símbolo que mejor representa nuestra forma de ser es el recién nacido, y, en general, la natalidad. La vida humana, propiamente dicha, es comenzar nuestras acciones, desarrollar constantemente nuestra iniciativa. Al igual que el niño que nace, así hemos de dar vida a nuestras acciones y formarnos una identidad propia.
Nacer y "hacer nacer"
La pluralidad humana, básica condición tanto de la acción como del discurso, tiene el doble carácter de igualdad y distinción. Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear ni prever para el futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista, haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para entenderse. Signos y sonidos bastarían para comunicar las necesidades inmediatas y técnicas.
El discurso y la acción revelan esta única cualidad del ser distinto. Mediante ellos los hombres se diferencian en vez de ser meramente distintos; son los modos en que los seres humanos se presentan unos a otros, no como objetos físicos, sino en cuanto seres humanos. Esta apariencia, diferenciada de la mera existencia corporal, se basa en iniciativa, pero en una iniciativa que ningún ser humano puede dejar de desarrollar y seguir siendo humano. Esto no ocurre en ningún otro tipo de actividad. Los hombres pueden vivir sin trabajar, pueden obligar a otros a que trabajen por ellos, e incluso decidir el uso y disfrute de las cosas del mundo sin añadir a éste un simple objeto útil; la vida de un explotador y de un parásito social, pueden ser injustas, pero son humanas. Por otra parte, una vida sin acción ni discurso está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una vida humana porque ya no la viven los hombres.
Con palabra y acto nos insertamos en el mundo humano, y esta inserción es como un segundo nacimiento, en el que confirmamos y asumimos el hecho desnudo de nuestra original apariencia física. A dicha inserción no nos obliga la necesidad, como lo hace el trabajar, ni nos impulsa la utilidad, como es el caso de la fabricación técnica. Actuar, en su sentido más general, significa tomar una iniciativa, comenzar, poner algo en movimiento.
El hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable. Y una vez más esto es posible debido sólo a que cada hombre es único, de tal manera que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo.
Hannah Arendt, La condición humana (adaptado)