Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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lunes, 29 de diciembre de 2014

La aventura de la acción: la libertad

El tema de la acción, y más en concreto el de la acción libre, ha sido considerado a lo largo de la historia de la filosofía como la cuestión de la libertad. Libertad es un sustantivo abstracto referido a las acciones libres, por lo que bajo esta gran palabra se esconden acciones humanas concretas. Pero, ¿qué es la libertad?, ¿cómo la ha entendido la filosofía?

1. De los antiguos a los modernos
Los diversos conceptos no siempre se han entendido de la misma manera. El concepto de libertad no es una excepción. A grandes rasgos, la libertad ha sido entendida de dos maneras:

  • Según los "antiguos", sobre todo griegos y romanos, ser libre significaba tomar parte de las cuestiones de la ciudad, es decir, integrarse en la comunidad, aceptar sus leyes y exigir sus derechos. Ser libre es ser ciudadano y el que no es libre no es ciudadano, sino esclavo.
  • Según los "modernos", desde el siglo XVIII en adelante, la libertad no es algo social, al menos en un principio, sino un asunto individual. Éste es el significado que hemos heredado nosotros.
2. "Libertad de" y "libertad para"
Cuando espontáneamente nosotros pensamos en la libertad, asociamos a este concepto la independencia de todo aquello que nos impida hacer lo que queremos; pero, bajo esta noción más común, podemos descubrir otra noción de libertad más aquilatada y precisa: ser uno mismo, ser fiel al propio proyecto de vida. Este segundo concepto de libertad presupone el primero, pero lo desarrolla y de alguna manera lo transforma. La tradición filosófica ha hablado así de:
- "Libertad de": se refiere a la no dependencia y no interferencia de los demás. Se trata de una libertad negativa.
- "Libertad para": alude al compromiso y fidelidad a uno mismo. Se trata de una libertad más interna y positiva.

3. Pluralidad de libertades
La libertad, según el ámbito en que se aplique, tiene diferentes sentidos. La libertad abstracta se realiza en las libertades concretas. Entre otras, podemos destacar las siguientes:
- Libertad física: es la posibilidad de movimiento, lo opuesto a estar encerrado o encarcelado.
- Libertad política: capacidad de ejercer nuestros derechos políticos de participación en la vida de nuestras comunidades políticas (el derecho al voto responde a esta libertad).
- Libertad civil: capacidad de ejercer nuestros derechos civiles, por ejemplo, comprar una casa, derecho a la huelga, etc.
- Libertad de pensamiento: capacidad de pensar lo que queremos y, más concretamente, de poder expresarlo; este tipo de libertad se realiza, por ejemplo, en la libertad de prensa.
- Libertad religiosa: posibilidad de elegir y ejercer las propias creencias sin estar coaccionado por nada o por nadie.

4. Vivir desde uno mismo
El sentido más profundo de la libertad es aquel que la entiende como autodeterminación. Ser libre no es sólo estar "liberado", sino poder hacer algo desde esta libertad. La libertad es por tanto difícil, pues implica riesgo, decisión y capacidad de tomar las riendas de nuestra propia vida.

Hay dos formas principales de entender el término "libertad". "Libertad" significa o bien la facultad de realizar o no ciertas acciones, sin ser impedido por los demás, por la sociedad como un todo orgánico o, más sencillamente, por el poder estatal; o bien el poder de no obedecer otras normas que las que me he impuesto a mí mismo. El primer significado es constante en la teoría liberal clásica, según la cual "ser libre" significa gozar de una esfera de acción, más o menos amplia, no controlada por los órganos de poder estatal; el segundo significado es el que emplea la teoría democrática, para la cual "ser libre" no significa no tener leyes, sino darse leyes a sí mismo. De hecho, llamamos "liberal" a quien persigue el fin de ensanchar cada vez más la esfera de las acciones no impedidas, mientras que llamamos "demócrata" al que tiende a aumentar el número de acciones reguladas mediante procesos de autorregulación. Por consiguiente, "estado liberal" es aquél en el que la injerencia del poder público está restringida al mínimo posible; "estado democrático", aquél en el que más numerosos son los órganos de autogobierno.
N. Bobbio, Estudios de historia de la filosofía (adaptado)

sábado, 27 de diciembre de 2014

Orígenes de la Filosofía, de la Ciencia y de la Psicología

1. Antes de la Filosofía
Antes incluso de que los seres humanos comenzaran a consignar por escrito sus ideas, manifestaron un vivo interés por el universo. Las investigaciones arqueológicas sugieren que los pueblos primitivos efectuaron grabados en huesos que representaban importantes regularidades astronómicas, tales como las fases de la Luna. Estas observaciones sistemáticas podían permitirles un cálculo preciso de los eclipses y cambios de estaciones. La prueba más dramática, aunque por supuesto no la única, del grado de complejidad astronómica alcanzado por el hombre primitivo la constituye Stonehenge, que sirvió a la vez como observatorio y máquina de cálculo.
No obstante, los megalitos y los huesos grabados nada nos dicen sobre las primitivas concepciones del hombre respecto a la naturaleza humana, o la psicología. Por ello, debemos acudir a los mitos, o relatos conservados en la tradición oral durante décadas o siglos antes de ser escritos. Los mitos sirven a varias funciones. Con frecuencia justifican la estructura de una sociedad y su código moral; pero también satisfacen profundas necesidades humanas tanto de fe como de conocimiento. Los mitos describían y explicaban el universo antes de que la Ciencia fuera inventada. Los relatos sobre sucesos naturales son Física en embrión; los relatos sobre la naturaleza humana son Psicología en cierne.
Un célebre par de mitos lo constituyen la Ilíada y la Odisea, que son una colección de relatos orales sintetizados no mucho antes de la Edad de Oro de Atenas y que fueron consignados entonces por escrito por el poeta Homero. LIlíada y la Odisea se interesan propiamente por la acción humana y contienen la psicología de sentido común de la Grecia prefilosófica.
Los griegos carecían de una palabra para "personalidad", aunque tenían nombres para lo que nosotros llamaríamos los diferentes componentes de la personalidad. En primer lugar estaba la psyche, el "soplo de la vida", de la que se deriva "Psicología", que abandona a la persona cuando muere; podemos interpretar la psyche como el principio crucial de la vida que separa lo orgánico de lo inorgánico. Otra parte de la personalidad era el thymos, que al parecer significaba un principio motivacional subyacente en la acción y el sentimiento. Nuestra propia palabra "(e)moción" expresa asimismo la idea de que la conducta debe resultar de una excitación motivacional. Finalmente, estaba el nous, u órgano psicológico que percibía claramente la verdad.
Algo que merece destacarse de los héroes homéricos es el escaso control que a menudo tenían sobre las diversas partes de sus mentes. En la Ilíada los dioses con frecuencia nublan el nous del guerrero e instalan la locura en su thymos, haciendo que actúe irresponsablemente. El concepto de responsabilidad personal y la atribución de la conducta a causas totalmente internas no aparecen hasta aproximadamente el 500 a.C. en las obras de los dramaturgos griegos. En consecuencia, es lógico que nos parezca más fácil apreciar la tragedia griega que la Ilíada, ya que los caracteres trágicos actúan más llevados de lo que reconocemos como pasiones humanas profundas que de los caprichos de los dioses del Olimpo.
Una distinción filosófica importante aparece en la Ilíada cuando Homero apela al conocimiento divino de los dioses, que "conocen todas las cosas" para corregir los errores de su propia opinión humana basada en el "rumor". La división entre verdad, o realidad (conocimiento divino), y apariencia (opinión) hunde profundas raíces, incluso hoy día, en el pensamiento occidental. Para los ojos y el tacto humanos una mesa puede parecer sólida, pero la Física nos dice que en realidad está constituida por una miríada de partículas infinitamente pequeñas. Los filósofos se han debatido siempre con el problema de que las apariencias suelen ser engañosas y han buscado procedimientos para que la humanidad pueda conocer la realidad. También la Psicología se planteó el problema de cómo la información sensorial no fiable produce nuestra imagen estable de la "realidad". Se trata del problema más antiguo del pensamiento humano consciente de sí mismo.

2. Los filósofos presocráticos

 La tradición crítica 
A todo el mundo le resulta difícil aceptar la crítica de sus ideas o reflexionar críticamente sobre ellas. Por ello, muchos sistemas de pensamiento son cerrados, es decir, no se critican a sí mismos, sino que más bien se defienden de la crítica. Con frecuencia se encuentran sistemas cerrados en la religión, ya que los creyentes se adhieren a una gran verdad revelada que trasciende la crítica humana; los críticos son calificados de herejes y a menudo se les persigue. Los sistemas políticos también pueden ser cerrados.
Los sistemas cerrados son, por ello, profundamente conservadores, y aceptan el cambio muy lentamente, si es que lo aceptan de algún modo. A veces ello puede resultar beneficioso. La sociedad china estuvo dirigida en buena medida por los intelectuales mandarines, quienes hicieron suya una ideología confuciana homogénea. Gracias a ello, China disfrutó de una estabilidad política desconocida en Europa. La misión de los mandarines consistió en preservar lo que, a su juicio, constituía una sociedad fundamentalmente justa. La estabilidad, sin embargo, puede también suponer estancamiento. La ciencia china, o lo que había de ella, apenas realizó progresos bajo los mandarines. Las proezas tecnológicas de inventar la pólvora y construir la Gran Muralla corrieron a cargo de los artesanos, no de los instruidos mandarines.
En Grecia, en cambio, la vida intelectual tomó un giro diferente. Los antiguos filósofos griegos fueron los primeros pensadores que progresaron gracias al empleo de la crítica. Allí, comenzando por Tales de Mileto (florecimiento en 585 a.C.), vio la luz una tradición de crítica sistemática, cuyo objetivo era el perfeccionamiento de las ideas. Según señaló Karl Popper, Tales fue el primer maestro que dijo a sus discípulos:

Así es como yo veo las cosas -como yo creo que las cosas son-. Intentad mejorar lo que os enseño.

Tales no enseñó sus ideas como una Verdad heredada que había que conservar, sino como un conjunto de hipótesis que debían perfeccionarse. Tales y quienes le siguieron deseaban el cambio. Eran conscientes de que las ideas rara vez son correctas, que únicamente cometiendo errores y corrigiéndolos podemos progresar. El dogma momifica el error en una mortaja pétrea y hace imposible el progreso. La actitud crítica es fundamental, tanto para la Filosofía como para la Ciencia, pero requiere superar la pereza intelectual y el lógico sentimiento de hostilidad hacia los críticos. El establecimiento de una tradición crítica constituyó la más importante realización de los griegos que inventaron la Filosofía.

 Los físicos y el naturalismo 
El problema específico al que se aplicó Tales fue el de la naturaleza de la realidad. Tales propuso que, aunque el mundo parezca estar constituido por muchas sustancias diferentes (madera, piedra, aire, humo, etc.), hay en realidad un único elemento -el agua- que adopta numerosas formas. El agua puede ser líquida, gaseosa o sólida, y era, según Tales, el componente esencial de todas las cosas. El nombre del único elemento del que estaban hechas todas las cosas era el de physis, y por eso todos aquellos que siguieron a Tales en la búsqueda de dicho elemento universal fueron llamados físicos. La Física moderna prosigue esta búsqueda cuando afirma que todas las sustancias de la experiencia común están en realidad compuestas por unas pocas partículas elementales.
Además de inaugurar la tradición crítica, Tales inició también una línea de investigación física. Al hacerlo, se distanció de las interpretaciones religiosas y espirituales del universo, en favor de explicaciones naturalistas acerca de cómo están constituidas las cosas y cómo operan. Así, según Tales, el mundo puede ser comprendido por los hombres, ya que se compone de materia ordinaria y no refleja las fantasías caprichosas de los dioses. Críticamente, reconoció que su hipótesis era una opinión humana falible, aunque confiaba en que el conocimiento divino podía llegar a convertirse en conocimiento humano.
La tradición de Tales prosiguió con su discípulo Anaximandro de Mileto (fl. en 560 a.C.), quien aceptó el concepto de physis, pero criticó la hipótesis de Tales de que fuera el agua. Anaximandro se planteó cómo un elemento ordinario podía transformarse en otros. En su lugar, propuso la existencia de un elemento que no era ningún elemento identificable, sino algo menos definido y que podía asumir muchas formas. Denominó a la physis que proponía apeiron, cuya mejor traducción es "lo indefinido". A su vez, Anaximandro fue puesto en tela de juicio por su discípulo Anaxímenes de Mileto (fl. en 546 a.C.), quien propuso como physis el aire.
Anaximandro también merece ser mencionado por sus perspicaces observaciones sobre la evolución. Según él, dado que los bebés humanos son tan frágiles y requieren una crianza tan prolongada, la forma primitiva y original de los seres humanos debió haber sido diferente, más robusta y cabe presumir que más capaz de independizarse rápidamente, como ocurre con los cachorros animales. Anaximandro apeló a fósiles de criaturas desconocidas para apoyar su noción de evolución. Es éste uno de los raros ejemplos de filósofo griego que recurre a los datos empíricos para reforzar una opinión; la mayoría de los griegos prefirieron la argumentación abstracta a la investigación empírica.
Aunque fuera más un poeta que un filósofo, Jenófanes de Colofón (fl. en 530 a.C.) ensanchó las tradiciones crítica y naturalista con su abierto ataque a la religión griega. Jenófanes mantenía que los dioses del Olimpo eran meras construcciones antropomórficas, que se comportaban igual que los seres humanos, hasta el punto de mentir, robar, asesinar y enzarzarse en amoríos. Según Jenófanes, si los animales tuvieran dioses, también los crearían a su propia imagen, inventando dioses leones, dioses gatos, dioses perros, etc. La crítica de Jenófanes constituye el comienzo del viejo enfrentamiento entre el naturalismo científico y la religión, que llegó a su culmen cuando Darwin propuso la teoría de la evolución en el siglo XIX.
De influencia más directa en los filósofos posteriores, especialmente en Platón, fue Pitágoras de Samos (fl. en 530 a.C.). Pitágoras fue una figura enigmática, a la vez un gran matemático y un líder religioso. Debe su mayor fama al Teorema de Pitágoras, aunque también formuló la primera ley matemática de la Física, al expresar las proporciones armónicas entre cuerdas vibrantes de diferentes longitudes. Con todo, las matemáticas fueron algo más que un mero instrumento de la Ciencia para Pitágoras; eran también una clave mágica del cosmos. Pitágoras fundó una secta religiosa secreta consagrada a los números, que creía que:

Todo lo que puede ser conocido tiene un número; ya que es imposible aprehender algo con el pensamiento... sin este número.

En Psicología, Pitágoras trazó una línea divisoria tajante entre el alma y el cuerpo. No sólo podía el alma existir sin el cuerpo, sino que, yendo más allá, los pitagóricos consideraban que el cuerpo era una prisión corruptora en la que el alma se hallaba atrapada. Una parte importante de la religión pitagórica estaba orientada hacia la purificación de la carne, para que el alma pudiera alcanzar más fácilmente la verdad.
Platón experimentó una acusada influencia de los pitagóricos. También él creía que el alma era una pura entidad de conocimiento arrojada a un cuerpo corruptor. Su teoría del conocimiento sostenía que la percepción sensorial, dependiendo, como lo hace, del cuerpo corrupto, es intrínsecamente poco digna de confianza. En su lugar, la razón del alma debe buscar el conocimiento abstracto de la matemática pura.
Finalmente, debemos mencionar a Alcmeón de Crotona (fl. en 500 a.C.), debido a que prefiguró la fundación de la Psicología. Alcmeón era un médico que practicó las primeras disecciones. También se interesó por la Filosofía y orientó su atención a la comprensión de la percepción. Disecó el ojo y siguió el rastro del nervio óptico hasta el cerebro. Al contrario que posteriores pensadores, como Empédocles y Aristóteles, Alcmeón opinaba, acertadamente, que la sensación y el pensamiento se producen en el cerebro. El trabajo de Alcmeón apunta directamente a la fundación de la Psicología, que no es sino el intento de responder a las cuestiones filosóficas sobre la razón utilizando métodos científicos tomados en préstamo de la Fisiología. En la mayoría de los padres fundadores de la Psicología, como Wilhelm Wundt, Sigmund Freud y William James, reconoceremos la silueta de Alcmeón, el médico convertido en filósofo empírico.

 Ser como contrapunto a devenir 
Una importante polaridad intelectual del pensamiento occidental ha sido, y lo sigue siendo, la tensión entre las filosofías del ser y del devenir. Los defensores del ser mantienen que, más allá del flujo del mundo cambiante, hay verdades eternas y valores que existen con independencia de la humanidad, verdades que debemos buscar y utilizar como guía de nuestras vidas. Estas verdades existen en el reino del Ser puro; llevan una existencia inmutable, inaccesibles a los cambios del mundo físico. Los paladines del devenir, por su lado, niegan que tales verdades, o el reino del ser puro, existan. Al contrario, lo único constante en el universo es el cambio: las cosas nunca son simplemente, sino que están siempre deviniendo otra cosa. Para estos pensadores, incluso los valores morales pueden cambiar a medida que el mundo cambia. En el período presocrático, los grandes portavoces de las filosofías del devenir y del ser fueron, respectivamente, Heráclito de Efeso (fl. en 500 a.C.) y Parménides de Elea (fl. en 475 a.C.).


Parménides (izq) y Heráclito, en
La Escuela de Atenas de Rafael
Heráclito fue un filósofo difícil, hasta el punto de que sus contemporáneos le llamaron el "Oscuro". Afirmaba que la physis era el fuego, cuya característica más evidente es el cambio. Esta idea le llevó a la conclusión de que incluso hay menos permanencia en el mundo de la que parece haber. Lo que semeja una piedra es, en realidad, una bola condensada de fuego en perpetuo cambio, una realidad no muy diferente al enjambre de partículas de los físicos modernos. Su aforismo más conocido era que nadie se bañaba en el mismo río dos veces. Esta afirmación resume adecuadamente su filosofía, según la cual nada en el universo es lo mismo dos veces. No obstante, Heráclito también creía que, si bien el cambio es lo único constante, obedece a leyes y no es caprichoso. La regulación del cambio consiste en una armonía universal y dinámica que mantiene las cosas en un equilibrio de fuerzas compensadas. Por ello, la verdad que le es dado alcanzar a la Filosofía y a la Ciencia es una verdad acerca del cambio, más que un conocimiento sobre cosas estáticas.
Aunque la veneración de Pitágoras por los números eternos expresaba una filosofía del ser, lo secreto de su culto limitó su influencia. La filosofía del ser fue formulada por primera vez por Parménides, un autor oscuro igual que Heráclito, que consignó su filosofía en un poema. Parménides distinguía tajantemente entre una Vía del Parecer (apariencias) y una Vía de la Verdad (realidad). Dado que para Parménides la Verdad era eterna e inmutable, concluyó que el cambio es una ilusión basada en la imperfección de nuestros sentidos. En la realidad no hay cambio. Esta realidad inmutable había de ser aprehendida por la razón y la lógica; y Parménides fue el primer filósofo que presentó sus razonamientos como deducciones lógicas a partir de premisas intuitivamente plausibles. Parménides es, pues, el fundador del racionalismo.
Desde la época de Parménides, la contienda entre el ser y el devenir ha venido siendo disputada por numerosos pensadores. A través de su admirador Platón, la filosofía del ser de Parménides dominó el pensamiento occidental, aunque no sin oposición, hasta los tiempos modernos. El neoplatonismo fue la piedra angular filosófica del pensamiento cristiano medieval. No fue sino hasta el otoño de la Edad Media cuando comenzó a ascender la estrella del devenir. Con la teoría de Darwin sobre la evolución mediante la mutación aleatoria y la selección natural, el devenir triunfó en la Ciencia. Este triunfo salta a la vista, no sólo en las ciencias biológicas, sino incluso en la Física.
Hubo una primera reacción reveladora contra Parménides, con la Vía de la Opinión Verdadera propuesta por el médico-filósofo Empédocles de Agrigento (fl. en 450 a.C.), quien puede ser considerado como el fundador del empirismo. Basándose en las ideas de Alcmeón, Empédocles intentó desarrollar una teoría de la percepción que justificase nuestra confianza de sentido común en nuestros sentidos. Según Empédocles, los objetos emiten efluvios, que son copias, propias y específicas de cada modalidad sensorial, de los citados objetos. En la actualidad sabemos que el olfato funciona de esta forma; nuestra nariz responde a ciertas moléculas emitidas por algunos objetos. Empédocles creía que esto se aplicaba a todos los tipos de percepción.
Frente a Alcmeón, Empédocles creía que los efluvios penetran en la circulación sanguínea, donde se encuentran, mezclándose en el corazón. La agitación de los efluvios en el latir del corazón constituía, según Empédocles, el pensamiento. Su teoría, aunque suene a absurda hoy día, supuso un paso importante hacia el naturalismo, dado que propone una base puramente física para la actividad mental, que habitualmente solía atribuirse al alma.
Las concepciones de Empédocles son típicamente empiristas, al postular que conocemos la realidad gracias a su observación, y más en concreto gracias a la internalización de las copias de los objetos. El pensamiento no puede crear nada nuevo, siendo tan sólo capaz de reordenar los átomos de la experiencia. E igualmente las conclusiones de Empédocles ponen de relieve por qué los empiristas han contribuido, en general, más a la Psicología que los racionalistas. El empirista debe mostrar cómo operan los sentidos para justificar el hecho de que los usemos en nuestra búsqueda de la verdad. Ello exige necesariamente elaborar teorías psicológicas del funcionamiento sensorial. El racionalista, por su parte, niega pura y simplemente la validez de la información sensorial y, en consecuencia, puede ignorar los problemas de la psicología empírica por ser filosóficamente irrelevantes.

3. Los contemporáneos de Sócrates

 Los últimos físicos: el atomismo 
Los últimos filósofos clásicos que se interesaron primordialmente por la naturaleza de la realidad física fueron Leucipo de Mileto (fl. en 430 a.C.) y su discípulo más conocido, Demócrito de Abdera (fl. en 420 a.C.). Después de ellos, los filósofos se volvieron hacia cuestiones relativas al conocimiento humano, la moralidad y la felicidad. Como el nombre de la escuela implica, los atomistas propusieron una idea que se ha mostrado inmensamente fructífera en física: que todos los objetos están compuestos por átomos infinitesimalmente pequeños. Para la Física, esto ha significado que la complejidad de las sustancias que nos rodean puede analizarse desglosándola en conjuntos de unas cuantas partículas que interactúan de formas matemáticamente precisas.
Cabe ampliar metafóricamente el atomismo a la Psicología, donde se ha revelado como el más duradero de los presupuestos psicológicos. El atomismo psicológico afirma que las ideas complejas, como "catedral" o "psicología", pueden analizarse como agrupaciones de ideas más simples, o incluso de sensaciones, que han sido asociadas conjuntamente. Semejante presupuesto ha formado parte integrante de las teorías empiristas de la mente, y todavía, en alguna forma, subyace en todos los sistemas psicológicos, salvo la psicología de la Gestalt.
Los atomistas llevaron sus hipótesis al límite. Defendieron el materialismo, el determinismo y el reduccionismo. El lema favorito de Demócrito era que sólo "los átomos y el vacío existen en realidad". No hay Dios ni alma, sólo átomos materiales en el espacio vacío. Si sólo existen los átomos, entonces el libre albedrío ha de ser una ilusión. Leucipo decía: "Nada ocurre por casualidad; todo sucede como resultado de la razón y por necesidad". El alma y el libre albedrío son ilusiones que cabe reducir al funcionamiento mecánico de nuestros cuerpos físicos. Demócrito escribió que "nada sabemos con precisión de la realidad, salvo en la medida en que ésta cambia conforme a las condiciones corporales y la constitución de aquellas cosas que inciden en el cuerpo".
Como Empédocles, Demócrito propuso una explicación materialista de la percepción y el pensamiento. De hecho, la teoría de Demócrito es tan sólo una modificación de la de Empédocles. Según Demócrito, todo objeto emite tipos especiales de átomos, llamados eidola, que son copias de los objetos. Cuando llegan a nuestros sentidos, percibimos el objeto indirectamente a través de su copia. Por ello, nuestros procesos de pensamiento se limitan a reunir o separar las imágenes eidola en nuestro cerebro. Demócrito se percataba del inevitable defecto de esta teoría: no tenemos forma de saber si los eidola son copias precisas y rigurosas de los objetos reales que las emiten. Si no son precisas, nuestro conocimiento de los objetos es erróneo. Más adelante, este problema se convertirá en un atolladero para los empiristas del siglo XVIII, Locke, Berkeley y Hume.
Demócrito también mantuvo una doctrina ética que desasosegó profundamente a los filósofos moralistas del siglo XVIII. Un materialismo consecuente, que niega, como suele hacerlo, a Dios y al alma, sólo puede ofrecer una guía de conducta para la vida: la persecución del placer y la evitación del dolor. Esta doctrina se denomina hedonismo. Vemos cómo Demócrito afirma que "lo mejor para el hombre es que pase su vida de forma que alcance tanto placer y tan pocas molestias como pueda". Es éste el resultado lógico del naturalismo, puesto que reduce los valores a nuestras experiencias corporales naturales de placer y dolor. Para muchos, sin embargo, esto es moralmente ofensivo, ya que si el placer individual es el único criterio del bien, ¿con qué derecho puede alguien condenar al criminal o al tirano felices y cargados de éxitos? Semejantes cuestiones estaban presentes en el corazón del pensamiento de Sócrates y Platón, y Platón llegó a sugerir en cierta ocasión que se quemaran los libros de Demócrito. La misma respuesta de Demócrito a este dilema moral parece poco convincente a la mayoría de las personas: el mayor placer es filosofar -más grande que los simples placeres físicos- y la buena vida feliz es una vida filosófica.

 Los sofistas: actitudes del mundo moderno 
Protágoras (485 a.C. - 411 a.C.)

El cambio de interés de la Filosofía, desde la naturaleza de la realidad física a la naturaleza del hombre, tuvo su expresión más vigorosa en los sofistas. Su divisa más conocida fue enunciada por Protágoras, el más importante de los sofistas: "El hombre es la medida de todas las cosas, tanto de las que son lo que son como de las que no son lo que no son". El centro de interés pasó a ser el hombre y sus necesidades, más que el mundo físico o los dioses.
Los sofistas no mantuvieron una doctrina filosófica rígida. Fueron sobre todo maestros de retórica, que se ofrecían por un sueldo a enseñar a los jóvenes ambiciosos de Atenas a razonar bien en la curia y la asamblea. Su objetivo era, pues, el proceso de los razonamientos eficaces, no de los razonamientos verdaderos. Se les ha comparado, en este sentido, a los modernos agentes publicitarios, cuya primera preocupación es vender un producto o un político, con independencia de su mérito.
El lema de Protágoras refleja un cierto relativismo humanista: el hombre es la medida de todas las cosas. Este aforismo tiene una pluralidad de significados. Según la interpretación más estrecha, cualquiera es el mejor juez de su propia experiencia. De dos personas que entran en la misma habitación, una puede experimentar que la habitación está caliente, y la otra que fría, si la primera ha estado fuera en una ventisca y la segunda ha estado antes atizando el horno. Ninguna de las dos percepciones es incorrecta: cada una es verdadera para el que la percibe. Si lo generalizamos, este relativismo perceptual nos lleva a un significado más amplio de la idea de Protágoras: el relativismo cultural. Los sofistas propendían al materialismo como Demócrito, puesto que consideran que el placer y el dolor son las únicas normas de conducta. El placer y el dolor son experiencias sensoriales del individuo, de donde se sigue que, en el aspecto ético, cada persona es el juez de lo que es correcto para ella. Cualquier pretensión de establecer reglas de conducta generales por fuerza es arbitraria, ya que el legislador sólo conoce sus propios placeres y dolores. Pese a todo, los sofistas reconocían que la ley era necesaria para la supervivencia de las comunidades humanas y aceptaban un relativismo cultural, según el cual cualquier persona que viva en una cultura tiene que vivir de acuerdo con las normas de dicha cultura, aunque no debería intentar imponer tales normas a las personas de otras culturas.
Por último, en su nivel más alto de generalidad, "el hombre es la medida de todas las cosas" constituye una afirmación acerca del universo. No hay una Verdad permanente, duradera, ni una ley sancionada por la divinidad, ni un código de valores eterno y transhumano. La medida de las cosas no es Dios ni la verdad abstracta y científica, sino los seres humanos, sus necesidades y su búsqueda de la felicidad. Este punto de vista es consustancial al humanismo y ofrece una filosofía del devenir bastante diferente de la de Heráclito.
Como el hedonismo de Demócrito, el relativismo humanista de los sofistas resulta ofensivo para aquellos que ven en él una receta de anarquía moral y una negación de la Verdad permanente. En un Diálogo tras otro, el Sócrates de Platón confunde a los sofistas, quienes aparecen ridiculizados en muchos de tales Diálogos. Del intento platónico de refutación del relativismo surgió una poderosa filosofía del ser: el racionalismo clásico.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Introducción a las ciencias de la educación


En estas últimas semanas he estado pasando a formato digital mi recesión del libro Introducción a las ciencias de la educación (1973), de Ethel María Manganiello. Éste fue el manual estudiado en el primer trimestre de la asignatura "Pedagogía General", en el curso 1985-1986, primer año de mis estudios de Licenciatura en Filosofía y Ciencias de la Educación, con el profesor Bernardo de la Rosa.
Manganiello, profesora argentina de reconocido prestigio, realiza en este libro un análisis de los principales problemas de la educación y de las diferentes perspectivas que aportan la antropología filosófica, la sociología, la biología, la culturología y la psicología. 
Enfoca por otro lado la cuestión de la pedagogía como ciencia y considera las diferentes corrientes pedagógicas hasta la crisis contemporánea de la cultura y la educación.
Se trata pues de una obra de consulta indispensable para aquellos que se inician en el campo de las ciencias de la educación y en el quehacer pedagógico.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lo que nos mueve a obrar

1. El asno de Buridán
Juan Buridán (S. XIV) fue rector de la Universidad de París y sus principales aportaciones a la historia de la filosofía se cifran en el desarrollo de la lógica y física aristotélicas para adaptarlas a los nuevos tiempos. Pero no son estas aportaciones las que le han hecho ocupar un lugar destacado en la historia de la filosofía, sino la invención de la llamada paradoja o problema del asno. La paradoja la enuncia en los siguientes términos:
Un asno que tuviese ante sí, y exactamente a la misma distancia, dos haces de heno exactamente iguales, no podría manifestar preferencia por uno más que por otro y, por lo tanto, moriría de hambre.
Este problema quiere mostrar que si no hay preferencia no puede haber elección. Analizar el problema implica explicar nociones importantes como las de elección, preferencia, libertad, etc.
Más allá de las polémicas que ha levantado este caso en la historia de la ética, el cual se ha ido complicando cada vez más, nos sirve para mostrar dos formas de entender la decisión:
 a)  El modelo voluntarista: lo importante es decidirse aunque los motivos no estén muy claros. Tiene el peligro de no haber pensado suficientemente las consecuencias de nuestra decisión.
 b)  El modelo intelectualista: se concibe la decisión como resultado automático de una deliberación; sólo se trataría de decidir. Su problema reside en que muchas veces no podemos contar con todos los elementos que intervienen en la decisión, y por eso hay que decidirse, sin tenerlo claro.
Entre uno y otro modelo se juegan la mayor parte de nuestras decisiones. ¿Qué hacer? Cada persona, en cada momento y en cada situación, tiene que decidir por sí misma. No podemos morir de hambre, pero tampoco lanzarnos al primer momento de heno que encontremos.

2. Las cosas del querer
Uno de los elementos fundamentales para que las acciones puedan ser llamadas libres y puedan ser comprendidas es que respondan a motivos. Las acciones libres son acciones motivadas. Ésta es otra diferencia con los sucesos o acontecimientos de la naturaleza; éstos obedecen a causas. De esta manera, si llueve y las calles se mojan digo que la lluvia es la causa de que las calles se mojen; pero si me levanto a llamar por teléfono, no digo que la causa sea que tengo que llamar a mi amigo. En esta situación, cuando tratamos de las acciones voluntarias, hablamos de motivos. Son dos "juegos de lenguaje"; uno apela a la naturaleza y sus leyes (causas), otro a la voluntad humana (motivos), aunque en ambos casos respondamos a la misma pregunta: ¿por qué?
Si no tuviésemos motivos para hacer lo que hacemos, no tendríamos razones para decidirnos, es decir, no tendríamos preferencias. Nos pasaría algo parecido al asno de Buridán: encontraríamos el mundo indiferente. Por eso, para el ser humano es tan importante la motivación. Si nos falta motivación, si nos faltan ganas, por muchas posibilidades que tengamos en nuestro entorno no haremos nada. Por el contrario, si tenemos motivos (voluntad), no nos importará luchar contra las adversidades.

3. La motivación humana
Muchos psicólogos han intentado explicar la motivación humana, es decir, el "motor" de nuestra conducta. Algunos se han caracterizado por querer reducir todo lo que nos mueve a unos pocos principios, como la agresividad o la búsqueda de satisfacción sexual (así, por ejemplo, Freud). Otros han preferido elaborar una amplia jerarquía de motivaciones, como por ejemplo A. Maslow (1907-1970), psicólogo humanista que para explicar la motivación recurre a la imagen de una pirámide. En su base encontraríamos las necesidades o motivaciones más básicas (de carácter fisiológico), y en su cúspide, tras una progresión escalonada, las de autorrealización personal.


4. Querer y decisión
Aquello que queremos es precisamente lo que nos mueve a actuar y lo que va a determinar nuestras decisiones. Sólo de esta manera podremos construir nuestros proyectos y llevarlos a la práctica. Es necesario articular nuestro querer para así evitar la indecisión, que nos lleva a bloquearnos, o el capricho, que nos aleja de lo que somos o en verdad queremos ser.

La vida no es para los indecisos
Cuando elijo estudiar una carrera no lo sé todo acerca de ella, ni me es posible averiguar con precisión y certeza cosas tan relevantes como la oferta de puestos de trabajo que habrá para los que terminen cuando yo. Mis motivaciones no serán plenamente transparentes, y desde luego para que fuesen concluyentes necesitarían ordenarse jerárquicamente, cosa que difícilmente sucederá como mejor resultado de conocerlo mejor, ni siquiera con ayuda de otros. Ciertamente puedo emplear más tiempo, años incluso -¿por qué no la vida entera?- en hacer averiguaciones subjetivas, para hacer así avanzar racionalmente mi decisión. Por mucho que espere y averigüe no llegaré nunca a una decisión que sea pura decisión de un proceso racional. Mientras tanto se estarán escapando oportunidades que ya no vuelven. La vida dejar en la cuneta a los indecisos y sigue adelante sin ellos.
A. Hortal, Ética I. Los autores y sus circunstancias