Tenemos la impresión de que el interés por la motivación es una preocupación relativamente reciente en la ciencia de la psicología. Sin embargo, ya indicaba MacLeod (1957), que el interés por la motivación surgía en la época de Darwin y Freud. Y probablemente sea cierto que los planteamientos acerca de los problemas motivacionales se deriven en gran parte de los conceptos darwinianos sobre la evolución. Freud, junto con otros psicólogos de su época y de la nuestra, fue influido por estos conceptos. Pero ciertamente tampoco todos los problemas motivacionales de este periodo encajan con facilidad en dicho marco. Tampoco es cierto que no hayan existido conceptos motivacionales anteriores a Darwin. Aunque la terminología era diferente, los problemas expresados de forma diferente y los conceptos y métodos para solucionar dichos problemas muy diferentes a los que usamos hoy, parece haber existido una considerable preocupación por problemas que ahora se llamarían motivacionales. De hecho, la mayoría de las nociones de uso actual tienen ascendencia predarwiniana. Esto incluye la noción misma de evolución, así como la da instinto, hedonismo, raciocinio, irracionalidad, procesos inconscientes, fuerzas mentales activas, mecanismo y determinismo.
El dualismo
El hombre primitivo, si se comparó consigo mismo y se compararon sus características con los objetos que lo rodeaban, debe haber sido impresionado por, al menos, dos diferencias. Una, es el hecho de que él y, desde luego, también los animales, tenían la propiedad del movimiento autoinducido. Las piedras, la tierra, las hojas y cosas por el estilo, permanecen inmóviles a menos que una fuerza externa les imparta movimiento. El hombre podía moverse, y lo hacía sin ayuda de agentes externos. Que los animales también se movieran debe haber provocado que el hombre comprendiera la gran división que existe entre la materia animada y la inanimada. Pudiera haber incluido en la parte animada objetos como nubes y, quizá, planetas, cuyas causas externas de movimiento no percibía; pero debe haber sido importante para él la división entre las clases automotoras y las no automotoras (Russell, 1945).
La otra distinción que debe haber hecho en alguna etapa inicial se refiere a los animales y él mismo, aunque, según Werner (1948), no siempre se descubre esta distinción cuando se investigan los pueblos primitivos. Pero con certeza debe haber observado, tras haberse desarrollado el lenguaje, el uso de herramientas, cierto grado de previsión y, quizá, algunos principios morales y éticos rudimentarios, que, en este respecto, se diferenciaba de los animales. Sus diferencias con los animales y el problema del movimiento autoinducido parecerían, al menos, hipótesis razonables para explicar el desarrollo de las ideas relacionadas con la naturaleza única del hombre.
Murphy (1950) sugirió que los sueños son importantes para dar base a la concepción que el hombre tiene sobre sí mismo. En los sueños, parecería que se va a otros sitios y se hacen muchas cosas mientras el cuerpo permanece, al parecer, inmóvil y en descanso. Más aún, en los sueños se puede ver a los muertos que, una vez más, se mueven, hablan y viven. Aquí, se tiene acción y actividad a pesar de existir pruebas de que en el sueño y en la muerte se está inmóvil. No es difícil ver cómo la postulación de alguna otra fuerza -independiente del cuerpo- podía derivarse de estas observaciones y adquirir la forma de un espíritu o alma, diferente del cuerpo e incorpórea. Murphy sugiere que de este tipo de experiencia surgió el germen del dualismo, una noción que en una de sus formas dice que existe un espíritu o alma que habita el cuerpo sin ser dependiente de él. Tal dualismo queda implícito en las primeras concepciones iniciales sobre la diferencia entre materia animada e inanimada y la diferencia entre hombre y animal.
No entra en nuestros propósitos señalar las creencias religiosas primitivas relacionadas con los problemas motivacionales. Baste indicar que la tendencia al animismo era tan pronunciada en ellas como lo es entre los niños en nuestras sociedades actuales. Según las ciencias conductuales, el animismo es una tendencia de la gente a pensar que los animales y ciertos aspectos de la naturaleza inanimada, como las nubes y el viento, por ejemplo, poseen alma y son movidos por propósitos, deseos y motivos parecidos a los que las personas ven en sí mismas.
El dualismo del alma o la mente y el cuerpo entró muy pronto en el pensamiento occidental, siendo ampliamente aceptado en la filosofía griega del siglo V a.C. Por la misma época, se abogó en favor de la afirmación de un monismo materialista, es decir, que sólo existe materia. Pero, al parecer, tuvo poca influencia. Quizá Epicuro fue la única figura importante afectada por él. El monismo materialista fue sugerido por Leucipo (hacia 440 a.C.) y Demócrito (hacia 420 a.C.), quienes formularon la idea de que todo está hecho de átomos en movimiento, cuyas acciones e interacciones determinaban lo que sucedía. Por tanto, su punto de vista es tanto materialista como determinista; asimismo acentuaban las leyes mecánicos en la causalidad más que en el propósito.Se descubre el dualismo en Empédocles y Anaxágoras, ambos del siglo V a.C. Anaxágoras pensaba que la presencia o ausencia de las mente distinguía la materia viva de la muerta. Sin embargo, es con Sócrates, Platón y Aristóteles que el dualismo recibe su formulación más completa en la filosofía griega, formulación que muchos siglos guio al pensamiento y a la ciencia de Occidente.
Es fundamental la noción de que existe una parte del ser no sensible a la percepción corporal, y sólo puede ser aprehendida por el pensamiento o la contemplación. Se perciben cosas que no son sino manifestaciones imperfectas -incluso sombras- de la realidad última (la idea), ante la cual la cosa es, cuando mucho, una representación o una muestra pobre. Las ideas, que son los objetos de la razón, constituyen formas incorpóreas, mientras que las cosas son materiales y constituyen objetos de la percepción sensorial. De este modo, se han percibido muchos ejemplos concretos de gatos que, sin embargo, se diferencian entre sí por muchas características; ninguno de ellos tiene la esencia de lo "gatuno". Se supone que esta esencia, la idea, tiene una existencia eterna e inmaterial, que sólo el alma puede captar por medio del pensamiento y de la razón.
El pensamiento de Aristóteles se oponía, hasta cierto grado, a la concepción bimundo de su maestro Platón, pero su solución del problema, en un nivel especulativo, probablemente viene a ser casi la misma cosa. Su doctrina de los universales y, con mayor precisión, que distinga entre la forma y la materia de una cosa, parece conservar muchos aspectos de esta concepción dualista. Aristóteles hablaba del alma y de la mente como de entidades distintas al cuerpo. Tal vez esto queda adecuadamente indicado, para nuestro propósito, en su doctrina de las almas. Existían tres grados de almas: el vegetativo, dedicado a la propagación y a otras funciones fundamentales, y que se encontraba en todas las cosas vivientes; el grado sensitivo, alma poseída por animales y hombre y que tenía, además de la sensibilidad, poder de locomoción y apetito; y el grado racional o razón, alma sólo poseída por el hombre. Gracias a su racionalidad, el hombre participa de lo que es divino e inmortal.
El contraste entre cuerpo y alma o mente ha quedado como un tópico constante en la filosofía occidental, desde Aristóteles y pasando por los filósofos de la Iglesia -como San Agustín y Santo Tomás de Aquino- hasta Descartes y aún más allá. Por lo común, se veían la mente y el alma, por ser inmateriales, como ajenas a toda investigación que no se hiciera por medios racionales; es decir, por una búsqueda especulativa. Pretender investigar estos temas por otros métodos implicaba el riesgo de ser acusado de no creer en la doctrina religiosa prevaleciente.