Aunque toda motivación es adquirida, ya que su esencia es que una necesidad (o impulso, o pulsión, o deseo, etc.) se dirija hacia una determinada porción del ambiente (esto es, hacia un objeto o una meta), puede hablarse de motivación primaria y de motivación secundaria o social: en el primer caso, se considera que la necesidad implícita en el motivo es fisiológica o innata, como es el caso del hambre, la sed, la crianza, el estar en un ambiente con cierta temperatura, la evitación del dolor, la excreción de orina y heces, la necesidad de oxígeno, el descanso, el sueño, la actividad, la seguridad (o temor) y la agresión.
El criterio general para calificar de primario un motivo es la naturaleza fisiológica de la necesidad que portan, pues los otros dos criterios que en ocasiones se usan no son válidos para la motivación, ya que son específicos de la actividad instintiva. Nos referimos al criterio universal y al criterio de señal: que formen parte del repertorio general de los actos de la especie (criterio universal) y que se desencadenen ante la presencia de estímulos específicos o estímulos-signos (criterio de señal). Es decir, una delimitación en función de causas (procesos fisiológicos o señales desencadenantes innatas) o de consecuencias (actos presentes en todos los miembros de la especie).
Junto a los motivos primarios se habla de los motivos secundarios o sociales, que se organizan en base a necesidades o impulsos adquiridos (necesidades psicosociogénicas).
La primera investigación experimental sobre los motivos secundarios se debe a Mowrer (1939), aunque su mayor conocimiento procede de los trabajos de Miller (1941, 1948), que destacó el miedo como la clave de la adquisición de motivos. En su famoso experimento de 1948, Miller investigó el aprendizaje que las ratas llevaban a cabo en relación con la evitación de ciertos estímulos dolorosos: utilizó un habitáculo dividido en dos compartimentos, uno de color blanco y otro de color negro, siendo el suelo del primero una rejilla metálica susceptible de provocar descargas eléctricas dolorosas, cuando se accionaba un determinado dispositivo. Ambos compartimentos estaban separados por una puerta que podía ser abierta por el experimentador o por las propias ratas (accionando un rodillo o presionando una palanca), según las necesidades de la investigación.
En una primera fase del experimento se colocaron las ratas en el compartimento blanco con la puerta abierta, sin producir ninguna descarga eléctrica, para asegurar que los animales se adaptaban a uno y otro espacio.
Con posterioridad, las ratas se ubicaban en el habitáculo blanco, provocando una descarga eléctrica dolorosa, lo que hacía que las ratas escaparan al compartimento negro, ya que la puerta permanecía abierta. Ello se repetía una serie de veces, lo que traía consigo que los animales huyeran cada vez más rápidamente.
En la fase siguiente, se introducían las ratas que habían sufrido las descargas en la cámara blanca, sin ocasionarles entonces la estimulación aversiva. A pesar de ello, las ratas seguían pasándose a la cámara negra, con el indudable propósito de evitar recibir las descargas dolorosas que esperaban.
A continuación se repitió el experimento, modificando sólo las condiciones para pasar de un lugar a otro del habitáculo: las ratas tenían que accionar el rodillo o la palanca para abrir la puerta, cosa que aprendían rápidamente la mayor parte de ellas (algunos animales, sin embargo, no lo lograban, reaccionando con chillidos y otras muestras de terror, como al principio del experimento, es decir, cuando recibían las descargas).
Pues bien, Miller llamó miedo o temor a aquello que habían aprendido los animales y que actuaba de modo semejante a los motivos primarios, sirviendo esto de base para una porción de la teoría de Hull sobre la motivación, como luego analizaremos con detenimiento. En todo caso, ya es interesante llamar la atención sobre un hecho del experimento de Miller: algunos animales no aprendían a salir y quedaban aterrorizados en el lugar de la estimulación dolorosa. Esta situación fue investigada años más tardes por Seligman (1975), empleando perros que eran sometidos a una estimulación aversiva sin posibilidad de escape, para colocarlos después en una situación en que podían huir de la estimulación dolorosa: no lo hacían, quedando en lo que el autor llamó indefensión, estado caracterizado por una disminución de respuestas para controlar los hechos, una creencia en la ineficacia de las respuestas y una dificultad para aprendizajes adaptativos.
En un trabajo de Brown y Farber (1968) se subrayó, además de lo objetivado por Miller, la posibilidad de que la motivación de incentivo de Hull y Spence fueran otra importante fuente de motivación secundaria. Estos autores consideraron que, en ambos casos, temor condicionado y motivación incentiva, la raíz ultima era de tipo aversiva o de déficit, con lo que de alguna manera ligaban motivación primaria y secundaria.
Enfoques de carácter cognitivo e interaccionista han enfocado los motivos con otro criterio, agrupándolos en fisiológicos (sin duda, semejantes a los primarios) y psicológicos. Entre estos últimos caben tanto los sociales propiamente dichos, como los primarios capaces de socializarse. Así, Nuttin (1980) dice que el organismo establece, por un lado, un funcionamiento fisiológico, que tiene su fundamento en las necesidades biológicas y en las relaciones requeridas por el contacto del organismo con la biosfera, y, por otro lado, lo que es especialmente llamativo en el ser humano, hay otro funcionamiento en base a necesidades psicológicas que se satisfacen en un ambiente socio-cultural.
Nuttin refiere entre los principales motivos psicológicos la necesidad de contacto cognitivo (lo que abarca desde la sensación más elemental hasta el razonamiento más acabado), la necesidad de contacto personal y la necesidad de manipular cosas. En el plano de la necesidad de contacto personal incluye la necesidad sexual y erótica, las diversas modalidades de contacto social, la necesidad de información, la necesidad de comprensión integral y una serie de necesidades afectivas.
Este modo de ver las cosas nos parece más adecuado que la visión que dicotomiza los motivos en primarios o biológicos y secundarios o sociales, pues de hecho los motivos más fisiológicos llevan una carga sociocultural mayor o menor, sobre todo con el paso del tiempo o con el desarrollo. Y, por otra parte, motivos de claro carácter social incluyen elementos de origen biológico, tal como Harlow (1958) y Bowlby (1958) demostraron con el estudio del apego.