Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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domingo, 27 de enero de 2013

Implicaciones filosóficas de la evolución

El evolucionismo y la crisis de creencias
El significado de la teoría de la evolución no es sólo científico, sino también cultural. No es una teoría más, junto a otras teorías científicas, sino la que está poniendo en crisis muchos de los presupuestos que han vertebrado la cultura occidental. Las implicaciones que, para la ciencia, el pensamiento y la cultural en general, tiene el planteamiento evolucionista todavía hoy día no han sido asumidas del todo.
La difusión del darwinismo (y el evolucionismo en términos generales) repercute en el modo de ver el universo y de situar al ser humano en él. Supone, pues, un cuestionamiento radical y profundo de nuestro tradicional antropocentrismo, que nos lleva a una nueva autocomprensión de nosotros mismos: el hombre es una especie animal más y la vida humana es, en su nivel más radical, vida biológica. Desde estas ideas se podrá abordar de ahora en adelante todo lo humano. Esta remisión de "todo" lo humano a lo biológico, no obstante, corre el peligro de reducir lo humano a lo biológico. Es muy diferente decir, y esa es la gran lección de Darwin, que el ser humano está arraigado en la vida biológica que decir que sólo es vida biológica y a ella se reduce.
La teoría de la evolución da que pensar al filósofo acerca de su sentido y significado último, pues nos plantea un interrogante fundamental: ¿es el ser humano un producto del azar? En un mundo como el nuestro, donde el desorden parece ser la nota dominante, resulta difícil integrar una explicación tan armónica y ordenada de los cambios que han ido produciéndose en la evolución. Si todo es producto de la casualidad, la aparente perfección del resultado es sorprendente. Y el nacimiento y desarrollo de la vida es una feliz e incomprensible fortuna de la naturaleza.

Darwin y la actitud crítica de la cultura moderna
Darwin es uno de los mayores exponentes de la actitud crítica de la ciencia y de la filosofía hacia algunas de las ideas clave de la cultura occidental, como es la que asigna un lugar privilegiado al ser humano en el conjunto de los seres.

Darwin, con sus ideas, rompió el rígido esquema teleológico finalista del mundo imperante en el siglo XIX, en tres puntos fundamentales. En primer lugar, la idea de la selección natural chocó frontalmente con la doctrina teológica protestante de la Providencia Divina. ¿Quién era Darwin para suplantar al Dios hacedor de todo por unas fuerzas que escapan a su poder y a las que denomina "selección natural"? En segundo lugar, la darwiniana visión cambiante, evolutiva, de las especies chocó con la idea de la creación instantánea de todo a partir de la nada. Y, en tercer lugar, lo que es más escandaloso: el origen animal del hombre por la evolución de los primates. ¿Dónde queda la dignidad del hombre como rey y cumbre de lo creado?
L. Sequeiros, Raíces de la humanidad, ¿evolución o creación? (adaptado)

La teoría evolutiva de Darwin se emparenta con el heliocentrismo de Copérnico y la teoría de la personalidad de Freud. Los tres suponen un duro golpe al narcisismo del ser humano, que se creía dueño y señor de la "creación"; cuestionan las pretensiones humanas de superioridad sobre el resto de la naturaleza, así como el sentimiento de dominio asociado a tales pretensiones.
El ser humano ya no ocupa un lugar central en el universo, pues la Tierra ha dejado de ser considerada el centro del universo para ser vista como un planeta más (ésta es la lección de Copérnico); pero el hombre ya no es centro ni siquiera de sí mismo, de su propia conciencia, pues está dominado por impulsos que no puede controlar y de los que tampoco es consciente (es la enseñanza de Freud); y tampoco es distinto del resto de los animales, pues procede de ellos y es uno más en la naturaleza (es la lección que nos enseña Darwin). Tras Copérnico y antes de Freud, el evolucionismo es la "segunda mortificación" infligida a la humanidad.

El sentido de la evolución
Hay quienes piensan que la casualidad y el azar no pueden explicar tan espectaculares resultados y que la armonía interna del proceso debe estar regida por algún tipo de orden interno. Se trata de la afirmación de la teleonomía: la existencia de una finalidad en la evolución, es decir, un orden intencional que puede ser intrínseco a la propia naturaleza (la mejora continua) o extrínseco (ordenado por algún agente externo). En esta línea se sitúa el "principio antrópico", según el cual la naturaleza evoluciona para posibilitar la aparición del ser humano, verdadero objetivo final de ese proceso. La teoría de la evolución deja algunas preguntas abiertas: ¿por qué ha ocurrido?, ¿por qué de este modo y no de otro?

La extensión del evolucionismo a otras disciplinas
La teoría de la evolución de Darwin surge de la aplicación de los principios de la demografía de Malthus a los seres vivos. Por cierto, no es de extrañar que en algunas de las interpretaciones y desarrollos de la teoría de la evolución se pretenda explicar el funcionamiento de la sociedad. La aplicación del evolucionismo de Darwin a la sociedad, sobre todo sus conceptos de "selección natural" y "supervivencia de los más aptos", se denomina darwinismo social.
Fruto de esta extrapolación del evolucionismo a lo social es la llamada "sociobiología", creada por el entomólogo E. O. Wilson. Su proyecto pretende mostrar las determinaciones genéticas (biológicas) de todos los comportamientos sociales, tanto de los animales como de los humanos. Se trata de reducir la sociología (y lo social) a genética.
Una de las tareas de la reflexión filosófica consiste en valorar la licitud de la extrapolación de unos resultados de una disciplina a otra, es decir, considerar si el reduccionismo que implica este planteamiento está fundamentado metodológicamente (¿se puede estudiar aspectos diversos de la realidad, por ejemplo, lo social y lo genético, con un mismo método?) y describe fielmente aquello que quiere describir, y no de una forma parcial.

La tarea de la filosofía: aportar claridad
La principal misión que tenemos con respecto a estos temas es la de clarificar, pues muchas veces confundimos conceptos como los de "ser humano", "persona", "individuo" o "especie". La aclaración biológica puede ayudar a que vayamos definiendo y delimitando cuestiones con excesivas y confusas connotaciones morales y antropológicas. Es tarea de la filosofía discernir con rigor y establecer la coherencia de las afirmaciones, evitando incurrir en conclusiones fáciles o en planteamientos radicales sin justificación.
En conclusión, la teoría de Darwin plantea nuevos problemas porque:
  • Implica una crisis de creencias, al poner en cuestión la primacía del hombre sobre el resto de las especies.
  • Se extiende a otras disciplinas, dando lugar a teorías sociales o modelos de explicación de conocimiento.
  • Sigue dejando interrogantes abiertos acerca de su sentido y, sobre todo, su razón de ser.

viernes, 18 de enero de 2013

La evolución ontogenética del ser humano

El ser humano es fruto de un proceso evolutivo que afecta a la especie (filogénesis), pero también de un proceso embrionario de gestación  (ontogénesis). Podemos afirmar que la embriología, ciencia que estudia la ontogénesis, también da que pensar a la filosofía y nos lanza preguntas sobre el proceso de hominización.
Ya desde la época de Darwin eran frecuentes las comparaciones entre el desarrollo evolutivo de la especie humana y la embriología. Así, por ejemplo, se decía que todos los vertebrados, desde las lagartijas hasta el hombre, poseen un desarrollo embrionario bastante parecido, sobre todo en las primeras fases. El parecido es mayor entre las especies más próximas (ser humano y chimpancé, por ejemplo). Se puede pensar que el desarrollo intrauterino del cuerpo humano es una recapitulación ontogenética de la filogénesis del género homo.

La ontogénesis humana
La ontogénesis humana es el proceso mismo de hominización referido al individuo concreto. En este proceso de hominización hay que tener en cuenta que una cosa es el cigoto (resultado de la unión de células germinales), otra la vida específicamente humana, otra el nuevo organismo individual de la especie humana y otra la aparición de un nuevo ser personal.
A la hora de plantear estas cuestiones se suelen cometer dos inexactitudes. La primera de ellas es considerar que toda la información para el desarrollo del nuevo ser está ya contenida en el ADN originario; y la segunda, no distinguir distintos momentos desde la concepción hasta el nacimiento.

Anotaciones e informaciones sobre la hominización ontogenética

  1. El cigoto es la unión entre el óvulo (gameto femenino) y el espermatozoide (masculino).
  2. El llamado momento de la "concepción" no es un momento puntual, tarda al menos unas horas. Algunos llegan a afirmar que la concepción (unión del espermatozoide y el óvulo) tiene lugar durante unos catorce días. Es mejor hablar de "fertilización" o "fecundación".
  3. En el cigoto hay información genética para la constitución de un nuevo ser, pero no toda la requerida, pues hay información que le llegará posteriormente a través de la madre.
  4. El cigoto, que pasará a denominarse mórula y después blastocisto, quedará completamente implantado en el útero hacia el decimocuarto día. Antes de las dos primeras semanas no se puede hablar de individualidad, pues las células son totipotentes, es decir, pueden dar lugar a más de un individuo y, además, estas células no están especializadas.
  5. A partir del octavo día el blastocisto pasa a llamarse embrión. Es un periodo que dura hasta los dos meses. En este periodo es cuando ocurre la hominización del embrión.
  6. Al final de la tercera semana tenemos ya un individuo. A partir de ahora hay desarrollo y crecimiento de lo constituido. Al final de la séptima semana se comienza a distinguir la "figura humana".
La idea clave que se destaca de esta descripción es que el embrión no solo se desarrolla, sino que se constituye, es decir, que hay que diferenciar momentos y procesos. Lo mismo que hablando de la evolución de los homínidos no podemos establecer con seguridad cuándo aparece la humanidad, tampoco lo podemos decir a propósito de la vida individual. Lo que hacemos desde la filosofía, utilizando los datos que nos aportan las diferentes ciencias implicadas, es establecer "umbrales de hominización".

La constitución del individuo humano
La tradición filosófica y científica española se ha hecho eco de estos temas y los ha desarrollado con gran precisión, dando muestras de una gran finura de análisis en estas cuestiones tan comprometidas ética y antropológicamente, y que tanto afectan al problema de los orígenes y originalidades humanas. De entre ellos podemos destacar a P. Laín, X. Zubiri, D. Gracia o J. Masiá.

Los orígenes del cuerpo humano son tan enigmáticos en el individuo (embriogénesis) como en la especie (filogénesis). Los umbrales de la transición desde el último homínido al primer Homo Sapiens y los del paso desde el embrión al feto son tan imperceptibles, en sus características procesuales, como el momento auroral que separa las tinieblas nocturnas de la primera luz del alba. Una cosa es el cigoto, como nueva vida humana, no reducible a las células germinales que lo originaron, y otra la constitución de un organismo individual de la especie humana en el sentido estricto de la palabra. Este último no parece acabar de constituirse hasta aproximadamente la octava semana después de la fecundación del óvulo. A partir de la fecundación sigue una etapa de diferenciación, cuyo umbral se sitúa en torno al final de la segunda semana. Después sigue una etapa de desarrollo de lo que ya se ha diferenciado. Desde el umbral en torno al final del segundo mes y comienzo del tercero empieza ya una etapa de crecimiento de lo ya constituido.
J. Masiá y T. Domingo, 10 palabras clave en la filosofía de lo humano

La nueva célula producto de la unión del óvulo y el espermatozoide tiene 46 cromosomas, y en tanto que tal, pertenece a la especie humana. Pero para que esa célula dé lugar a un ser humano distinto va a necesitar de un complejo proceso de expresión genética que en sus primeras fases tiene un carácter constitutivo. Los nutrientes y los inductores que le vienen de la madre no tienen en las primeras fases del desarrollo embrionario la categoría de meros accidentes, sino absolutamente sustantivos, de modo que sin ellos no se constituirá ese ser humano distinto. Esa determinación es esencial y no meramente accidental. En el desarrollo embrionario hay un periodo constitutivo en el cual lo que nos viene de fuera, nutrientes, inductores, etc., es tan esencial como la propia información genética.
D. Gracia, "Problemas filosóficos en genética y en embriología". En F. Abel y C. Cañón, La mediación de la filosofía en la construcción de la bioética (adaptado)

domingo, 13 de enero de 2013

Originalidades humanas desde nuestros orígenes

Preguntar por las originalidades que han ido apareciendo al hilo de la explicación de los orígenes biológicos es preguntarnos por aquellos caracteres específicos del ser humano que lo diferencian del resto de los animales. Son características que, aun teniendo un origen biológico, van a superar dichos límites. Las dos más importantes que se suelen señalar son el bipedismo y el desarrollo del cerebro.

El ser humano, animal bípedo
Generalmente, el bipedismo, como signo de evolución, ha sido una cuestión muy criticada, ya que plantea serios inconvenientes, como las dificultades que presenta a la hora del parto, debido a la modificación de todo el esqueleto. Pero las ventajas que proporciona son suficientes: permite una liberación de las manos y, por tanto, la fabricación de utensilios, lo cual implicará también un mayor desarrollo del cerebro. Además, es la mejor solución biológica para un homínido que tiene que adaptarse a nuevos espacios ecológicos en los que la vegetación arborícola empieza a escasear y tiene que recorrer grandes distancias, pues aunque esta posición no le permita avanzar a gran velocidad, sí le dará gran resistencia.

El ser humano, animal inteligente
Solemos decir que el ser humano es el animal que posee mayor cerebro (sería mejor decir encéfalo). No es cierto, porque es mayor el encéfalo de la ballena o del elefante. Pero, si su trabajo consiste en coordinar todo el cuerpo, lo importante será la relación entre encéfalo y cuerpo. Pero, aun ateniéndonos a esta relación, tampoco somos los primeros, pues nos superan mamíferos más pequeños.
La clave está en lo que los investigadores denominan índice de encefalización. Este índice es la relación entre el peso encefálico ideal de una especie determinada (el que tendría que tener en función de su tamaño y en relación con otras especies) y el que realmente tiene (valor encontrado). Lo normal sería que coincidieran y, por tanto, que su valor fuera 1.
El índice de encefalización de la especie humana es el mayor de todas las especies animales: 7. Y después del ser humano no están, como podríamos pensar, el resto de primates (chimpancés, gorilas, etc.), sino los cetáceos y, sobre todo, los delfines (con un índice en torno a 4).

Los rasgos distintivos de nuestra especie son un cerebro muy desarrollado en volumen, una capacidad única para fabricar instrumentos variados en muy diversos materiales, un lenguaje articulado, una infancia prolongada que supone un largo periodo de aprendizaje, y un modo de caminar bípedo (así como una sexualidad muy original). Las características de gran volumen cerebral, desarrollo lento y capacidad para utilizar o adaptar objetos naturales como instrumentos también se encuentran en nuestros más próximos parientes, los chimpancés, gorilas y orangutanes. Por supuesto que en un grado muy inferior de desarrollo, pero comparativamente mayor que en los demás animales. Estos rasgos, más la capacidad para el lenguaje, pueden agruparse bajo la etiqueta de algo que entendemos de manera intuitiva, pero es imposible de definir o medir, y llamamos inteligencia o psiquismo. La locomoción es otra cosa y, desde Darwin, la ciencia se pregunta si la expansión del psiquismo precedió a la postura erguida, si fue al revés, o si ambas evolucionaron a la vez. Que es lo mismo que preguntarse cuál fue el impulso inicial de nuestra historia evolutiva o, en otras palabras, qué nos hizo humanos.
J. L. Arsuaga e I. Martínez, La especie elegida (adaptado)

Humanización y cultura
Además de las ya mencionadas, el hombre tiene otras características propias de su especie, que son tan importantes o más que aquellas. Entre ellas podemos destacar la indeterminación biológica (el ser humano necesita de algo más que la biología para completarse y desarrollarse), la capacidad técnica, el carácter social, la capacidad simbólica y lingüística, la utilización del fuego, la conciencia de la muerte...
Estas capacidades humanas, sus originalidades, se condensan y expresan en el término "cultura". La cultura no es un añadido a lo biológico, sino que surge de lo biológico, lo continúa y lo potencia. De estas capacidades surge la cultura misma, la cual, en continuidad con estos planteamientos, puede ser definida como aquel mecanismo empleado por una especie animal con la finalidad de asegurar la vida y perpetuarse a sí misma.


Ha sido la cultura la que ha permitido al hombre
dejar su huella en la Luna.
Los seres humanos nos caracterizamos por poseer una inteligencia mucho más desarrollada que el resto de los animales. Aunque eso que llamamos "inteligencia" es un concepto de difícil definición y muy problemática medida, es evidente que está relacionado con algunas habilidades en las que somos únicos. Hasta la fecha ningún otro animal ha sido capaz de escribir un libro, componer una sinfonía, viajar a la Luna, diseñar y construir una computadora o, sencillamente, preguntarse sobre su origen y destino.

J. L. Arsuaga e I. MartínezLa especie elegida

Tomado en su conjunto todo este acervo de características, se nos facilita el acceso a los orígenes humanos. Sin embargo, queda en pie la pregunta por las originalidades humanas, como la conciencia, el lenguaje, la técnica, el amor, el arte o la religiosidad. Se podría reservar el término de hominización para la formación del cuerpo humano, con rasgos como la bipedestación, el pulgar oponible, la modificación de la laringe o la mayor complejidad cerebral. Quedaría el término de humanización para referirse al paso cultural, no solamente biológico, de lo animal a lo humano. Pero hay quienes prefieren referir ambas nociones a todo el proceso evolutivo que desemboca en el ser humano. Serían las dos caras complementarias de un proceso único. Pero en ningún caso designamos con estos términos un cambio instantáneo, sino procesos de larguísima duración. También desde el punto de vista sociocultural, las manifestaciones de la humanización son progresivas. Tarda mucho en perfeccionarse la capacidad de usar instrumentos y de desarrollar vida familiar o tribal. El estilo de la alimentación se va modificando a partir del uso del fuego.
J. Masiá y T. Domingo, 10 palabras clave en la filosofía de lo humano

domingo, 6 de enero de 2013

El ser humano en el proceso evolutivo

Si en un principio el ser humano era excluido del proceso evolutivo, a partir de Darwin su inclusión en la naturaleza y, por tanto, en continuidad con el resto de los animales, fue algo asumido científicamente, aunque no siempre lo fue en el mundo cultural.
La especie humana es fruto de la evolución biológica. La filosofía, en confrontación con este hecho, no tiene más remedio que replantear muchas de las ideas que ha manejado a lo largo de su historia sobre el ser humano. Los datos de la evolución biológica de la especie humana, lo que se conoce con el nombre de filogénesis, nos obliga a cambiar nuestra forma de pensar.

Hominización y humanización
Antes de estudiar las implicaciones filosóficas, conviene analizar el proceso mediante el cual el ser humano ha llegado a constituirse como especie independiente desde un punto de vista biológico. Este proceso se denomina hominización. Junto a este término suele hablarse también de humanización. Con él se hace referencia a las características más culturales y menos físicas que caracterizan al ser humano. No conviene exagerar las diferencias entre los dos procesos, pues es muy difícil, en muchas ocasiones, establecer una distinción clara entre ambos. Podríamos decir que son dos caras de una misma moneda.
Respecto a nuestros orígenes animales podemos hacernos varias preguntas: ¿de qué línea evolutiva venimos?, ¿cuánto tiempo ha tardado esta evolución?, ¿dónde se ha originado?, ¿cómo se ha producido?, ¿por qué se ha producido así y no de otra manera? Las dos primeras pueden ser respondidas estudiando la descripción del proceso evolutivo; la tercera, estudiando aquellas características que van a ser específicas de la especie humana; y la cuarta y la quinta nos introducen de lleno en las implicaciones filosóficas del proceso evolutivo.
Son muchas las propuestas que se han lanzado sobre el desarrollo evolutivo de nuestra especie. No hay ninguna que pueda presentarse como definitiva. Esto es lógico si pensamos que se trata de reconstrucciones, fruto de los investigadores, a partir de un número muy reducido de fósiles o restos humanos. Además, su aparición es constante y continuada, de ahí que no podamos dar ningún esquema como definitivo, aunque esto no es óbice para comprobar que, en algunas cuestiones, empieza a haber acuerdos fundamentales.

¿De qué línea venimos?
Siguiendo las clasificaciones de zoología, ideadas por Linneo, podemos decir que el ser humano se encuadra: en el "reino" animal, "tipo" de los cordados, "clase" de los mamíferos, "orden" de los primates, "suborden" de los antropoides, "superfamilia" de los hominoides, "familia" de los homínidos, "genero" homo, "especie" sapiens.

El camino hacia nuestra humanidad
Del proceso evolutivo de los homínidos conviene destacar los momentos más significativos. Estos momentos pueden ser considerados "umbrales" de la hominización, es decir, hitos fundamentes hacia nuestra humanidad:
  1. Aparición de nuestra "familia": los homínidos. Son nuestros primeros ancestros. El primero de ellos es el Ardipithecus ramidus. Se separa del resto de hominoidos, en concreto de la línea de los póngidos, de la cual proceden los monos actuales. Esta bifurcación la sitúan los antropólogos en torno a 5-8 millones de años.
  2. Aparición de nuestro "género". La aparición del género homo, el llamado Homo habilis, tuvo lugar hace unos dos millones y medio de años.
  3. Aparición de nuestra "especie". La especie sapiens aparició hace unos 125.000 años.
Esquema evolutivo de los homínidos
¿Una cuestión de nombres?
Lo primero que nos llama la atención de cualquier esquema evolutivo de los homínidos son los nombres estudiados. ¿A qué obedecen? ¿Por qué esos nombre y no otros? Para crear los nombres, los científicos utilizan el sistema de Linneo, es decir, la oposición entre género (el primer nombre) y especie (el segundo). El primero, de más difícil creación, pues es muy difícil encontrar restos de un nuevo género, agrupará a diferentes especies, cuyos nombres tienen el origen más diverso. Además, la acumulación de fósiles e interpretaciones divergentes puede ser tal que puede llegar el momento en que haya que cambiar las clasificaciones y los esquemas evolutivos mantenidos hasta la fecha. Veamos el origen de algunos nombres:
  • Ardipithecus ramidus. Ardi y ramid, que proceden de la lengua afar en Etiopía, significan, respectivamente, "suelo" y "raíz", y pithecus significa "mono" en latín.
  • Australopithecus anamensis. Austral significa del sur; por tanto, australopithecus quiere decir "mono del sur". Y tras el género, la especie: anamensis. Procede de anam, que en lengua turkana (la región en que fue descubierta) significa "lago". Australopithecus afarensis significa austrolopiteco del país de los afar, donde fueron encontrados. Australopithecus africanus es el austrolopiteco propio de África.
  • Paranthropus significa etimológicamente "al lado del hombre". Es un término afortunado, pues vivió en la misma época que los primeros representantes del género homo. Hay varias especies: aethiopicus (procedente de Etiopía), boisei (en homenaje al mecenas inglés, apellidado Boisei, que sufragó la expedición que descubrió sus restos) y robustus (robusto).
  • Homo habilis. Primer espécimen del género homo. Significa "hábil", es decir, que sabe manejar instrumentos. Y los otros representantes del género homo: ergaster ("trabajador", en griego), erectus (erecto, erguido), antecessor (el antecesor, el primero), neandertal (del valle de Neander, región del norte de Alemania) y sapiens (sabio, inteligente).

viernes, 4 de enero de 2013

Los orígenes biológicos del ser humano

Uno de los grandes temas de la filosofía es el propio ser humano. Siempre ha estado presente, desde el pensamiento griego hasta la época actual, y no ha dejado de exaltarse su valor, sus particularidades y su poder, pero, junto a ello, han ido sucediéndose grandes acontecimientos culturales que han cuestionado ese valor. Uno de esos acontecimientos es el descubrimiento de su origen biológico: nuestra especie procede de otras especies animales por evolución. No podremos comprender y valorar adecuadamente las particularidades y originalidades humanas, que las tiene, si no somos conscientes de sus orígenes.

Una cuestión científica y filosófica
Ciertamente, la evolución humana es un tema que pertenece a la ciencia positiva. Pero planteado por los hechos, no puede menos de afectar a la filosofía y a la teología mismas. Dejando de lado, por el momento, el aspecto teológico de la cuestión, la idea del origen evolutivo de nuestra humanidad, a pesar de ser una idea científica, es una idea que, como muchas otras, se halla en la frontera de la ciencia y de la filosofía; constituyen problemas fronterizos, bifaces. Y en cuanto tales necesitan ser tratados también filosóficamente. ¿Qué significa, qué es, filosóficamente, el origen evolutivo de nuestra humanidad?
X. Zubiri, Siete ensayos de antropología filosófica

El ser humano, una especie única
Aunque en el aspecto genético somos unos primates muy próximos a los chimpancés y un producto de la evolución, constituimos un tipo de organismo radicalmente diferente a todos los demás. Somos los únicos seres que se preguntan por el significado de su propia existencia.

Pero no nos dejemos ahora llevar por un exceso de triunfalismo, porque también es cierto que desde los comienzos de las ideas científicas entre los griegos se han hecho muchos esfuerzos por situar a nuestra especie de espaldas a la naturaleza o, peor aún, por encima de ella. De aquí proceden algunos de los grandes problemas que aquejan a la humanidad en el momento presente. Solo a partir de Darwin se ha comprendido que no somos la especie elegida, sino, como dice Robert Foley, una especie única entre otras muchas especies únicas, aunque eso sí, maravillosamente inteligente.
Y no deja de ser paradójico que tantos siglos de ciencia nos hayan llevado a saber algo que cualquier bosquimano de Kalahari, cualquier aborigen australiano o cualquiera de nuestros antepasados que pintaron los bisontes de Altamira conocía de sobra: que la Tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la Tierra.
J.L. Arsuaga e I. Martínez, La especie elegida

Ciencias y creencias
Desde siempre, el hombre no de dejado de preguntarse por su propio origen. Ha elaborado muchas respuestas desde los mitos, las religiones, las grandes construcciones literarias y el ejercicio racional, constituido por la filosofía y la ciencia, y hay que saber contextualizarlas. Por ejemplo, a la hora de hablar del origen de la naturaleza, las religiones y la ciencia no tienen las mismas pretensiones. Sus respuestas no son comparables: ni la religión puede sustituir a la ciencia a la hora de explicar el mundo, ni la ciencia sustituir a la religión para hablar del sentido de este mundo y del ser humano en él.
Pero en las épocas en que surgieron las religiones y las mitologías eran ellas las encargadas de dar también explicaciones naturales. El desarrollo de la ciencia, con su peculiar forma de acercarse al mundo, acaba con las falsas pretensiones de las religiones o de las mitologías. Gracias a la ciencia, la religión (o la mitología) ha podido abandonar aquellas funciones que no eran de su competencia y para las que no estaba preparada. Además, los "grandes relatos", mitológicos o religiosos, de la creación no eran sólo explicaciones de la naturaleza, sino medios que daban un sentido y una vivencia a aquellas personas que compartían ese universo de creencias.

Mitos y religiones
Nuestra cultura actual se configura básicamente a partir de dos tradiciones: la judeocristiana y la grecorromana. En ellas existen relatos y narraciones que dan cuenta de los orígenes del universo y de la humanidad.

1) La tradición judeocristiana: Para esta tradición, Dios ha creado el mundo y al ser humano, a quien concede un "lugar" privilegiado. El primer libro de la Biblia, el Génesis, nos relata cómo Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza.

Al principio creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.
Dijo Dios: -Que exista la luz.
Y la luz existió (...).
Y dijo Dios: -Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles.
Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.


2) La tradición grecorromana: Son muchos los llamados relatos griegos y romanos de los orígenes. De entre ellos cabe destacar el mito de Prometeo y Epimeteo, el cual, a través de la versión platónica, nos narra el origen del hombre y las diferencias con el resto de los animales.

Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales. Cuando también a estos les llegó el tiempo destinado a su nacimiento, los forjaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego, y de las cosas que se mezclan a la tierra y el fuego. Y cuando iban a sacarlos a la luz, ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los aprestaran y les distribuyeran las capacidades a cada uno de forma conveniente. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba esto con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada.
Platón, Protágoras (adaptado)

La tradición judeocristiana ha destacado el elemento creacionista y ha acentuado así la dependencia del ser humano y del mundo con respecto a su creador. La tradición griega y romana, después de las grandes elaboraciones de Platón y, sobre todo, de Aristóteles (siglo IV a.C.), ha destacado el carácter fijista, es decir, que las especies son inmutables y no varían a lo largo de los siglos. El fijismo y el creacionismo se mantendrán durante la Edad Media y buena parte de la Edad Moderna, hasta el siglo XIX, como principios raramente cuestionados de la explicación de los seres naturales y, entre ellos, del ser humano.
Será a partir de Linneo, Lamarck y, sobre todo, Darwin cuando se plantearán nuevas posibilidades sobre el origen de los seres vivos y del ser humano. Como veremos más adelante, las aportaciones de estos científicos darán lugar a un vivo debate entre creacionistas y evolucionistas en el que se esgrimirán todo tipo de argumentos a favor y en contra de cada una de las posturas.

La ciencia ante la variedad natural
El descubrimiento de América, además de todas las implicaciones sociales, económicas o políticas, tuvo importantes consecuencias en el mundo de la ciencia natural. Se descubrieron nuevas especies, tanto animales como vegetales, desconocidas en el Viejo Mundo. El mundo, que parecía perfectamente conocido y explicado siglos atrás, se abría nuevamente a la observación y a la admiración. Junto a este interés por recopilar nuevas experiencias e informaciones de la naturaleza, se produce otro hecho que marcará la historia natural posterior: el nacimiento de la ciencia moderna. La ciencia consiguió emanciparse de saberes más tradicionales, filosóficos o religiosos, y lo hizo gracias a un método adecuado. Sólo quedará que la ciencia naciente, surgida en el campo de la física, la astronomía o las matemáticas, pase a dedicarse al estudio exhaustivo de lo vivo.
La riqueza de lo vivo y las posibilidades de la ciencia darán lugar a la emergencia de la biología moderna. Un hombre protagonizará este hecho: Carl Linneo.


Carl Linneo (Suecia, 1707-1778)
Linneo: un intento de organizar la naturaleza viva
El gran valor de Linneo es llevar a cabo una sistematización de la pluralidad de los seres vivos. En Linneo se unen el afán moderno de describir el mundo vivo y el esfuerzo, también moderno, de organizarlo. Propuso una nomenclatura que conservamos hoy día y que consiste en asignar a toda forma viva dos nombres transcritos en latín; el primero, más amplio, designa el género, y el segundo, más restringido, la especie. Así, Linneo creará, por ejemplo, la expresión Homo sapiens para referirse al ser humano. Homo designa el género (el grupo), sapiens el tipo.
Elaborará grandes clasificaciones donde podrá encuadrar todas las formas vivas conocidas o aún por conocer. Según él, de esta manera podemos explicar el plan de la "creación divina". Linneo, a pesar de sus aportaciones científicas, sigue siendo fijista y creacionista.

Lamarck: la primera gran teoría de la evolución
A principios del siglo XIX, Lamarck expuso una teoría evolutiva del origen de las especies. Todas las especies, tanto vegetales como animales, proceden unas de otras, es decir, hay una continuidad en el mundo natural. Para explicarlo utilizó dos leyes o principios:

  1. "La función hace al órgano": Un órgano utilizado frecuentemente se desarrolla más que si no se utiliza. Un órgano muy utilizado tiende a hipertrofiarse y, si no se utiliza, se atrofia. La adaptación al medio produce modificaciones morfológicas.
  2. "Las transformaciones individuales adquiridas por el uso o desuso se transmiten a los descendientes": De esta manera se explicaría la aparición de nuevas especies; las ganancias morfológicas individuales pasan a las generaciones siguientes.
El ejemplo que solía poner el propio Lamarck era el de las jirafas; éstas tienen el cuello tan largo por la necesidad de adaptación en un determinado momento de la evolución (al tener que alimentarse de árboles altos) y el paso de esta modificación a la descendencia.
Pero, a pesar de sus propias teorías, Lamarck no se atrevió a situar al ser humano en continuidad con el resto de especies y afirmó su origen "creado".

Charles Darwin
(1809-1882)
Las aportaciones de Darwin
Sin embargo, debemos reconocer, a mi juicio, que el hombre y todas las nobles cualidades que le adornan, la compasión que siente por los más envilecidos de sus semejantes, su benevolencia que hace extensiva no sólo a otros hombres sino también a la más humilde de las criaturas vivientes, su intelecto cuasidivino, que ha penetrado los misterios del movimiento y de la constitución del sistema solar... El hombre, provisto de todas estas excelsas facultades, lleva impreso todavía en su estructura corporal el sello indeleble de su humilde origen.
Ch. Dawin, El origen del hombre

Darwin no sólo va más allá de Lamarck al extender la teoría de la evolución a todos los seres vivos, sino que la cambia de una forma sustancial.
Su principal aportación radica en la explicación del mecanismo evolutivo. Este mecanismo consiste en la "lucha por la existencia", en la que los individuos menos aptos son eliminados; es decir, se produce por selección natural. Así, Darwin rechaza la segunda ley explicativa de Lamarck. No se puede sostener científicamente que las variaciones individuales pasen a la descendencia. Según Darwin, lo que sucede es que esas variaciones ya están dadas en la línea de descendencia y lo que hace el ambiente es seleccionar las más apropiadas. De cada especie nacen más individuos de los que pueden sobrevivir y, entre ellos, se produce una lucha por la existencia, por lo que cualquier modificación que se produzca en el individuo y sea ventajosa, será seleccionada naturalmente. Esta conservación de diferencias y variaciones individuales favorables de denomina selección natural o supervivencia del más apto.

Como cada especie tiende, por su razón geométrica de reproducción, a aumentar extraordinariamente en número de individuos, y como los descendientes modificados de cada especie serán capaces de aumentar tanto más cuanto más se diversifiquen en costumbres y conformación, de modo que puedan apoderarse de muchos y diferentes puestos en la economía de la naturaleza, habrá una tendencia constante en la selección natural a conservar la descendencia más divergente de cualquier especie. Por consiguiente, durante un largo proceso de modificación, las leves diferencias características de las variedades de una misma especie tienden a aumentar hasta convertirse en las grandes diferencias características de las especies de un mismo género. Las variedades nuevas o perfeccionadas suplantarán y exterminarán inevitablemente a las variedades más viejas, menos perfeccionadas e intermedias; y así las especies se convertirán en gran medida en entidades definidas y precisas. Este hecho capital de la agrupación de todos los seres orgánicos en lo que se llama el sistema natural, es completamente inexplicable por la teoría de la creación.
Ch. Darwin, El origen de las especies (adaptado)

Después de Darwin: genética y teoría sintética de la evolución
Hubo dos preguntas a las que Darwin no supo responder. Ambas estaban relacionadas con su teoría de la evolución y eran la clave que le faltaba para tener una explicación más completa del proceso:
  • ¿Qué es lo que hace que se mantengan ciertas características de generación en generación?
  • ¿Cuál es el mecanismo por el que, a pesar de la permanencia de ciertos rasgos, se produce también la variación?
Es decir, se trataba de explicar por qué los hijos se parecen a los padres y por qué ningún individuo es exactamente igual a otro.

Para responderlas tuvo que nacer una nueva ciencia: la genética. Fue Mendel quien inició un tipo de explicación basado en el descubrimiento de la existencia de una información bioquímica en el interior de las células que determina los rasgos de los individuos. Sus experimentos solo alcanzaron a expresar regularidades en la transmisión de los caracteres hereditarios y no se tuvieron en cuenta hasta que, en 1900, De Vries, Correns y Tschermak redescubrieron sus leyes. La importancia de las investigaciones de estos autores está en el descubrimiento del mecanismo del cambio genético: la mutación. Se trata de una alteración que origina una variación en la información genética. La mutación es la clave de la evolución, pues estas alteraciones genéticas son las que dotan de nuevos rasgos a los individuos, produciendo una variabilidad sobre la que actúa la selección natural.
Autores posteriores completarán estas investigaciones hasta descubrir la existencia de un código genético, común a todas las especies vivas, inscrito en la doble hélice de ADN (descrita por J. Watson y F. Crick en 1953). La transmisión de ciertos genes (fragmentos de esa cadena de ADN que controlan los caracteres de un individuo) de padres a hijos explica la permanencia de ciertos caracteres; la recombinación de esa información genética explica la variabilidad.
En la actualidad, gracias al desarrollo de la biología molecular, conocemos en buena medida el funcionamiento y transmisión de la información genética, hasta el punto de disponer ya de ciertos "mapas" cromosómicos y de su "significado". Con ello, el ser humano ha conseguido tener las herramientas para modificar el proceso evolutivo de los seres vivos, incluido él mismo.