Charles Taylor, profesor en Canadá y Estados Unidos, también ha impartido cursos de filosofía moral política en la Universidad de Oxford, donde prestó especial atención a dos cuestiones: la dimensión práctica del lenguaje moral y el humanismo del romanticismo alemán. Como resultado de estas inquietudes, hoy contamos con dos obras importantes: Hegel y la sociedad moderna (1979) y Las fuentes del yo (1989).
También ha editado sus conferencias y artículos dispersos en dos trabajos muy interesantes: Argumentos filosóficos (1995) y Ética de la autenticidad (1991). Aquí presenta una nueva filosofía moral para unas sociedades contemporáneas donde no hay unanimidad ni política, ni cultural, ni religiosa. Esta dispersión de perspectivas hace difícil encontrar argumentos filosóficos compartidos por todos. Mientras que otros consideran que esta búsqueda de buenas razones es una tarea estéril porque la política es una cuestión de técnicos en leyes, Taylor considera que es una tarea enriquecedora para la democracia. La democracia no es sólo un conjunto de leyes, sino un proyecto de convivencia.
1. Liberalismo y comunitarismo
Hay quienes plantean la democracia como un conjunto de procedimientos que garanticen unos mínimos de justicia. Quienes así piensan son los defensores del liberalismo, encabezados por J. Rawls, para quien las instituciones públicas tienen que organizarse sin contar con los proyectos de vida buena que tengan los ciudadanos. Sin embargo, Taylor considera que estos mínimos de justicia a los que han llegado las sociedades liberales se alimentan de tradiciones culturales que se mantienen vivas en asociaciones cívicas y comunidades que tienen proyectos de vida buena para sus miembros. Este hecho es el punto de partida de su crítica al liberalismo y la razón por la que su comunitarismo es singular.
2. Elogio de la vida asociativa
Mientras los liberales inciden en los procedimientos, los comunitaristas inciden en los bienes compartidos que alimentan la justicia. Más que defender un modelo de vida política basado en una comunidad homogénea y cerrada, lo que Taylor defiende es la vida asociativa. Sin la vida asociativa, los individuos no encuentran referencias con las que orientarse en una sociedad donde el individuo se encuentra como un átomo errante.
En una sociedad donde cada uno recibe mensajes contradictorios sobre lo deseable para conseguir la felicidad, las asociaciones cívicas pueden proporcionarnos una idea de bien que se convierte en referencia para no perder el rumbo de nuestras vidas. Como afirma en su libro Ética de la autenticidad:
El peligro no lo constituye el despotismo, sino la fragmentación; a saber, un pueblo cada vez más incapaz de proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo.
3. Asociaciones voluntarias y opinión pública
Para la consolidación de una ciudadanía democrática hay dos pilares imprescindibles: la vida asociativa y la opinión pública. Sin la participación en las múltiples asociaciones que pueden existir en una sociedad liberal, más que ciudadano, el ser humano es un individuo vulnerable en manos de las modas culturales o los políticos de turno. Esta participación tiene que ser una participación crítica e informada y por ello la opinión pública desempeña un papel tan importante. No es la opinión de la masa ni la opinión de la mayoría, sino la opinión de un pueblo organizado y articulado con información plural.
El liberalismo y la esfera pública
La libertad en la tradición occidental se ha basado en parte en el desarrollo de formas sociales en las que la sociedad como un todo puede funcionar fuera del ámbito del Estado. La noción de sociedad civil comprende la multitud de asociaciones libres que existen fuera del patrocinio oficial y que, con frecuencia, están dedicadas a propósitos considerados generalmente no políticos. Ninguna sociedad puede considerarse libre si no permite el funcionamiento de estas asociaciones voluntarias; el pulso de la libertad latirá muy débilmente allí donde estas asociaciones no se formen espontáneamente.
Las dos formas principales de sociedad civil que han jugado un gran papel en la libertad occidental son la esfera pública y la economía de mercado.
¿Qué es una esfera pública? La describiré como un espacio común donde los miembros de la sociedad se encuentran, a través de una cierta variedad de medios de comunicación (impresos, electrónicos) y también en reuniones cara a cara, para discutir asuntos de interés común y, de ese modo, ser capaces de formar una opinión común sobre ellos.
La esfera pública juega también un papel crucial en su autojustificación como una sociedad libre que se autogobierna, como una sociedad en la que: a) las personas forman sus opiniones libremente, y b) tales opiniones comunes importan, pues, en cierto modo, tienen efectos sobre el gobierno o lo controlan.
Con la esfera pública moderna surge la idea de que el poder político debe ser supervisado y controlado por algo externo. Lo nuevo fue la naturaleza de este control externo, que no fue definido por la voluntad de Dios o la ley de la naturaleza, sino como un tipo de discurso que emanaba de la razón y no del poder o de la autoridad tradicional. Como afirmaba Habermas, el poder tuvo que ser domesticado por la razón. La idea era: veritas no auctoritas facit legem (la verdad, no la autoridad, hace la ley).
Charles Taylor, Argumentos filosóficos (adaptado)