Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 25 de febrero de 2017

Charles Taylor: el humanismo cívico

Charles Taylor (nacido en 1931) se ha convertido en una de las referencias centrales del pensamiento contemporáneo. Aunque no sabemos si este pensador anglo-canadiense podrá catalogarse como uno de los últimos filósofos morales del siglo XX, sí podemos afirmar que será el primero de los filósofos políticos del siglo XXI. Es el representante más importante de un nuevo pensamiento político que puede ser descrito como humanismo cívico. Nos propone un humanismo que alimente el tejido asociativo de unas sociedades culturalmente plurales y políticamente atomizadas. Un humanismo para potenciar y reforzar el asociacionismo voluntario porque "sin tejido asociativo, el poder político tiende a la tiranía".

Charles Taylor, profesor en Canadá y Estados Unidos, también ha impartido cursos de filosofía moral política en la Universidad de Oxford, donde prestó especial atención a dos cuestiones: la dimensión práctica del lenguaje moral y el humanismo del romanticismo alemán. Como resultado de estas inquietudes, hoy contamos con dos obras importantes: Hegel y la sociedad moderna (1979) y Las fuentes del yo (1989).
También ha editado sus conferencias y artículos dispersos en dos trabajos muy interesantes: Argumentos filosóficos (1995) y Ética de la autenticidad (1991). Aquí presenta una nueva filosofía moral para unas sociedades contemporáneas donde no hay unanimidad ni política, ni cultural, ni religiosa. Esta dispersión de perspectivas hace difícil encontrar argumentos filosóficos compartidos por todos. Mientras que otros consideran que esta búsqueda de buenas razones es una tarea estéril porque la política es una cuestión de técnicos en leyes, Taylor considera que es una tarea enriquecedora para la democracia. La democracia no es sólo un conjunto de leyes, sino un proyecto de convivencia.

1. Liberalismo y comunitarismo
Hay quienes plantean la democracia como un conjunto de procedimientos que garanticen unos mínimos de justicia. Quienes así piensan son los defensores del liberalismo, encabezados por J. Rawls, para quien las instituciones públicas tienen que organizarse sin contar con los proyectos de vida buena que tengan los ciudadanos. Sin embargo, Taylor considera que estos mínimos de justicia a los que han llegado las sociedades liberales se alimentan de tradiciones culturales que se mantienen vivas en asociaciones cívicas y comunidades que tienen proyectos de vida buena para sus miembros. Este hecho es el punto de partida de su crítica al liberalismo y la razón por la que su comunitarismo es singular.

2. Elogio de la vida asociativa
Mientras los liberales inciden en los procedimientos, los comunitaristas inciden en los bienes compartidos que alimentan la justicia. Más que defender un modelo de vida política basado en una comunidad homogénea y cerrada, lo que Taylor defiende es la vida asociativa. Sin la vida asociativa, los individuos no encuentran referencias con las que orientarse en una sociedad donde el individuo se encuentra como un átomo errante.
En una sociedad donde cada uno recibe mensajes contradictorios sobre lo deseable para conseguir la felicidad, las asociaciones cívicas pueden proporcionarnos una idea de bien que se convierte en referencia para no perder el rumbo de nuestras vidas. Como afirma en su libro Ética de la autenticidad:

El peligro no lo constituye el despotismo, sino la fragmentación; a saber, un pueblo cada vez más incapaz de proponerse objetivos comunes y llevarlos a cabo.

3. Asociaciones voluntarias y opinión pública
Para la consolidación de una ciudadanía democrática hay dos pilares imprescindibles: la vida asociativa y la opinión pública. Sin la participación en las múltiples asociaciones que pueden existir en una sociedad liberal, más que ciudadano, el ser humano es un individuo vulnerable en manos de las modas culturales o los políticos de turno. Esta participación tiene que ser una participación crítica e informada y por ello la opinión pública desempeña un papel tan importante. No es la opinión de la masa ni la opinión de la mayoría, sino la opinión de un pueblo organizado y articulado con información plural.

El liberalismo y la esfera pública
La libertad en la tradición occidental se ha basado en parte en el desarrollo de formas sociales en las que la sociedad como un todo puede funcionar fuera del ámbito del Estado. La noción de sociedad civil comprende la multitud de asociaciones libres que existen fuera del patrocinio oficial y que, con frecuencia, están dedicadas a propósitos considerados generalmente no políticos. Ninguna sociedad puede considerarse libre si no permite el funcionamiento de estas asociaciones voluntarias; el pulso de la libertad latirá muy débilmente allí donde estas asociaciones no se formen espontáneamente.
Las dos formas principales de sociedad civil que han jugado un gran papel en la libertad occidental son la esfera pública y la economía de mercado.
¿Qué es una esfera pública? La describiré como un espacio común donde los miembros de la sociedad se encuentran, a través de una cierta variedad de medios de comunicación (impresos, electrónicos) y también en reuniones cara a cara, para discutir asuntos de interés común y, de ese modo, ser capaces de formar una opinión común sobre ellos.
La esfera pública juega también un papel crucial en su autojustificación como una sociedad libre que se autogobierna, como una sociedad en la que: a) las personas forman sus opiniones libremente, y b) tales opiniones comunes importan, pues, en cierto modo, tienen efectos sobre el gobierno o lo controlan.
Con la esfera pública moderna surge la idea de que el poder político debe ser supervisado y controlado por algo externo. Lo nuevo fue la naturaleza de este control externo, que no fue definido por la voluntad de Dios o la ley de la naturaleza, sino como un tipo de discurso que emanaba de la razón y no del poder o de la autoridad tradicional. Como afirmaba Habermas, el poder tuvo que ser domesticado por la razón. La idea era: veritas no auctoritas facit legem (la verdad, no la autoridad, hace la ley).
Charles Taylor, Argumentos filosóficos (adaptado)

sábado, 18 de febrero de 2017

Filosofía e ideologías

El término "ideología" se utiliza para designar un conjunto de ideas y de valores que componen una propuesta sobre la vida humana. Ideologías políticas son propuestas que presentan un conjunto de ideas morales, económicas, sociales y culturales, que tienen relación con el poder político. Su función es guiar los comportamientos políticos.
La palabra "ideología" posee también un significado despectivo cuando se aplica a propuestas o proyectos que se consideran irreales con respecto a la práctica. Lo ideológico se contrapone a lo verdadero; su función es disimular, esconder y enmascarar el afán de dominación. Por eso, una de las tareas prioritarias de la filosofía hoy es la crítica de las ideologías, es decir, sacar a la luz aquellos intereses reales que enmascaran su discurso ideológico.

Liberalismo
Tiene desde sus comienzos un carácter político, económico y moral. En sus orígenes, el siglo XVII en Inglaterra, exige que las instituciones políticas protejan los intereses y garanticen los derechos de los individuos. Se desarrolla con la Ilustración. Lo encontramos en la Declaración de Independencia de Norteamérica (1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre en Francia (1789). Desde Thomas Paine (1737-1809), insiste en los derechos universales del hombre, defiende un gobierno limitado y una economía de mercado libre.

Liberalismo clásico

Los primeros teóricos, como John Locke (1632-1704), proponen estos elementos como nucleares: la íntima conexión entre la libertad y la propiedad privada, el gobierno representativo (parlamentario y constitucional) y la tolerancia religiosa. El Estado liberal tiene como tarea la protección de los derechos y libertades individuales; así se garantiza un espacio en el que surge el pluralismo. Con diferentes matices, lo encontramos en autores como John Locke o Immanuel Kant.

Siendo los hombres libres, iguales e independientes por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado de esa situación y sometido al poder político de otros, sin que medie su propio consentimiento (John Locke).

Liberalismo social
Tendencia a transformar el capitalismo como oportunidad para establecer una base de bienestar material a la que tendrían acceso las clases sociales. Sus ideas básicas son: la defensa de una economía capitalista políticamente condicionada para dar satisfacción a las necesidades básicas (salud, alimentación, vivienda) y el desempleo; la democracia representativa para tomar las decisiones colectivas de forma que sea posible el pluralismo; una defensa de la igualdad que exige instituciones políticas y económicas organizadas con principios de justicia.
Autores representativos: J.S. Mill, J. Dewey, John Rawls, Ronald Dworkin.

Conservadurismo
Tiene su origen en Inglaterra en el primer tercio del siglo XIX como una reacción contra el individualismo racionalista. Es una invitación a recuperar las tradiciones y la búsqueda de lo autóctono y popular. Los elementos centrales son: el valor de la historia, la tradición y los prejuicios; la primacía de la autoridad sobre la libertad; incompatibilidad entre libertad e igualdad; la propiedad familiar; las religiones, por la capacidad que tienen para crear vínculos sociales y actuar de contrapeso al poder del Estado.
Autores: E. Burke, De Maistre, Chateaubriand, Jaime Balmes, John Adams.

La ciencia de construir una comunidad, renovarla o reformarla no es susceptible de un tratamiento desligado de la experiencia. Es indudable que solo con infinitas precauciones podría uno emprender la aventura de destrozar un edificio que durante siglos ha cumplido de manera conveniente los fines generales de una sociedad (Edmund Burke).

Socialismo
La preocupación originaria del socialismo fue la calidad de vida de las comunidades frente a la obsesión de los liberales por los problemas del Estado. Sus ideas son: la transformación socioeconómica para implantar un orden de justicia y libertad; una economía al servicio del bienestar y la calidad de vida para todos; un Estado que promueva y garantice el orden social justo.
El Estado tendrá distinto peso en una gama de propuestas que van del socialismo utópico (que no recurre al Estado) al comunismo (que se basa en el control total del Estado). Tipos de socialismo: utópico (R. Owen, Fourier), cooperativista (inspirado por Proudhon), comunista (Blanc).

Dar vida a un sistema social nuevo en el que los hombres son educados desde la infancia hacia la solidaridad y la cooperación, en el que el trabajo manual sea fuente de bienestar para todos (R. Owen / Tomasi). 


Anarquismo
La preocupación originaria del anarquismo es hacer compatibles la libertad y la solidaridad. Sus ideas centrales son: oposición al Estado y cualquier organización que oprima la libertad de los individuos; primacía del apoyo mutuo como base de la organización social; búsqueda imaginativa de fórmulas de autogestión y federación.
Autores importantes: Proudhon, Bakunin, Abad de Santillan, Malatesta.

El estado actual es más opresor que nunca, un auténtico monstruo que exige obediencia y sumisión, ante el que mucha gente, gustosa, renuncia a su libertad para buscar la seguridad, la tranquilidad (Abad de Santillan).

Marxismo
Marx hace una propuesta basada en las ideas del socialismo originario, pero que se separa de éste por los medios que propone para alcanzar los objetivos. Los elementos centrales son: utilización del Estado como instrumento de lucha revolucionaria; el materialismo histórico como filosofía social; la lucha de clases.
Dos autores representativos: Marx y Engels.

Neoliberalismo
Aparece en las últimas décadas del siglo XX. Surge en el seno de la economía y ha influido progresivamente en la teoría sociopolítica. Sus ideas centrales son: primacía absoluta del individuo ante la comunidad y el Estado; el mercado como la mejor manera de distribuir los bienes; reducir la regulación del mercado al mínimo para liberalizar el comercio; el refuerzo de la responsabilidad individual.
Dos autores importantes son Milton Friedman y F.A. Hayek.

En Occidente, el acceso de las masas a un cierto grado de bienestar ha sido consecuencia del aumento general de la riqueza, sólo entorpecido por las interferencias del poder en los mecanismos del mercado (F. A. Hayek).  

sábado, 11 de febrero de 2017

Teoría y práctica de la democracia

El ideal democrático
La palabra democracia ha obtenido un éxito no a pesar de, sino precisamente por su aroma utópico. No es casualidad que mientras los griegos acuñaron el término democracia para describir una posible forma de gobierno, nosotros hemos resucitado un término que prescribe una forma imposible. En el mundo moderno, democracia ante todo y sobre todo es una palabra normativa: no describe una coas, sino que prescribe un ideal.
C. Sartori, International Encyclopaedia of the social sciences

1. Tres aspectos
Etimológicamente, la palabra democracia significa gobierno (cratos) del pueblo (demos). Además de una forma de organización política, la democracia es:
  • Un principio de legitimidad. El poder político no tiene su origen en la fuerza ni en la voluntad de los dioses, sino en el pueblo. El pueblo es el titular del poder. A diferencia de la masa como grupo caótico de personas, el pueblo es también quien ejerce el poder a través de elecciones libres. Decimos que el poder es democrático no sólo cuando tiene su origen en el pueblo, sino cuando es ejercido por éste mediante elecciones, bien directamente (democracia directa), bien a través de sus representantes (democracia participativa).
  • Un sistema político para resolver problemas de ejercicio de poder. Cuando las dimensiones del pueblo son pequeñas, pueden coincidir quienes son titulares del poder y quienes lo ejercitan. Cuando las dimensiones son grandes y una comunidad se ve obligada a elegir representantes, entonces la democracia es limitación y control de gobernantes.
  • Un ideal político. Esto significa que la democracia tiene una dimensión ideal o normativa. En ningún caso la democracia tal como es realmente coincide con la democracia tal y como debería ser. En este sentido, la democracia es, a la vez, un concepto descriptivo, con el que describimos una forma de gobierno, y un concepto prescriptivo, con el que establecemos un ideal de gobierno.
2. Tres transformaciones
Históricamente, en el concepto de democracia se han producido tres transformaciones:
  • En la ciudad-estado. La democracia se presenta como un sistema político cuyos miembros se consideran iguales entre sí, colectivamente soberanos y con capacidades, instituciones y recursos para gobernarse por sí mismo (autogobierno). Es la forma de gobierno propia de la Grecia clásica del siglo V a.C.
  • En el estado-nación. Una vez recuperado el ideal democrático durante el Renacimiento, se produce una segunda transformación, esta vez originada por pueblos con nuevas instituciones y nuevas dimensiones. La función que le compete al pueblo no es la de gobernar, como en Atenas, sino la de elegir los representantes (gobierno representativo). Es la forma de gobierno que surge de las revoluciones europeas y americana durante los siglo XVI-XIX.
  • En la sociedad mundial. Desde finales del siglo XX, la dimensión de los Estados nacionales ha sido superada por la sociedad de la información. Este hecho, además de facilitar el control del poder político, amplía una conciencia democrática que tiene dimensiones globales.
3. Tres modelos de democracia
  • Clásica. Es el modelo de democracia ateniense, donde la asamblea es soberana, hay igualdad política y los ciudadanos pueden gobernar y ser gobernados.
  • Legal. Es el modelo de democracia constitucional, donde los representantes del pueblo protegen al pueblo del poder arbitrario y garantizan los derechos fundamentales.
  • Participativa. Más que elegir representantes, la democracia es participación efectiva no sólo en la política, sino en todos los ámbitos de la vida social.
4. El desarrollo de una ciudadanía democrática
Alexis de Tocqueville (1805-1859)

Al visitar los Estados Unidos en 1831, Alexis de Tocqueville se sorprendió por el modelo de democracia que allí encontró. No era una democracia de representantes políticos, sino una democracia social en la que predominaba el interés común. No vio una ciudadanía pasiva donde los ciudadanos esperaban todo de sus representantes, sino una ciudadanía activa, vertebrada por la participación entodos los ámbitos de la vida social. Más que una forma de gobierno, la democracia era una forma participativa de vivir y convivir.

La virtud de la ciudadanía
El despotismo, que por naturaleza es temoroso, ve en el aislamiento de los hombres la garantía más segura de su propia duración, y ordinariamente pone todos sus cuidados en aislarlos. No hay vicio en el corazón humano que le agrade tanto como el egoísmo: un déspota perdona fácilmente a los gobernados el no amarle, con tal de que no se amen entre ellos. Desde el momento en que se tratan en común los asuntos comunes, cada hombre comprende que no es tan independiente de sus semejantes como él se figuraba antes, y que, para obtener su apoyo, a menudo es necesario prestarles su concurso.
Los americanos han combatido, por medio de la libertad, al individualismo que la igualdad hacía nacer, y lo han vencido.
Los legisladores de América han pensado que convenía dar una vida política a cada porción del territorio, con el fin de multiplicar hasta el infinito, para los ciudadanos, las ocasiones de actuar juntos, y hacerlos sentir todos los días que dependen los unos de los otros. Eso era conducirse con sabiduría.
Así pues, encargando a los ciudadanos de la administración de los pequeños asuntos, mucho más que entregándoles el gobierno de los grandes, se les interesa en el bien público y se les hace ver la necesidad que tienen los unos de los otros para producirlo.
Las instituciones libres que poseen los habitantes de los EEUU, y los derechos políticos de que tanto uso hacen, recuerdan sin cesar, y de mil maneras, a cada ciudadano que vive en sociedad. Conducen en cualquier momento su espíritu hacia esa idea de que el deber, tanto como el interés de los hombres, es hacerse útiles a sus semejantes; y, como no ve ninguna razón particualr para odiarlos, ya que nunca es ni su esclavo ni su amo, su corazón se inclina fácilmente del lado de la benevolencia. Se ocupa primero del interés general por necesidad; y luego, por gusto, lo que era cálculo se convierte en instinto; y, a fuerza de trabajar por el vien de sus conciudadanos, se adquiere el hábito y la afición de servirlos.
Alexis de Tocqueville, La democracia en América (adaptado)