Ángela Becerra escribió ayer en su columna de adn sobre el caso de Verónica Fernández. Me parece interesante que conozcamos esta injusta situación:
Parece el inicio del título de uno de los libros de Coelho pero, desgraciadamente, la historia no es ficción. La pesadilla de Verónica Fernández es una flagrante prueba de una injusticia de nuestra justicia. El juzgado de instrucción número 1 de Ocaña (Toledo) acaba de condenar a Verónica a 15 días de trabajos en beneficio de la comunidad por haber llamado violador, hijo de puta y pederasta al animal que desde los tres años la ha ido matando de a poquito. Ella decidió hablar.
El hombre al que ella llamaba papá, el que le quemó sus juguetes a sus tres añitos, el que la hacía sentar sobre un brasero y le hacía beber su orina; el que la sacaba desnuda al balcón en las madrugadas heladas y la llevaba al cementerio a darle duro; el que le introdujo en su vagina una y otra vez sus sucios dedos y un mortero; el que la obligaba a hacerle continuas felaciones y la hacía dormir con un cuchillo bajo la almohada mientras la violaba, para estupefacción de ella, sigue libre y coleando. Caminando con su arma entre las piernas, a pesar de que lo denunció en el año 2007.
Mientras los políticos que mandan siguen mirando encuestas de posibles triunfos, la realidad de esta ciudadana, que busca amparo en las instituciones, es un caso que sigue sin resolver. Señores, ¿qué demonios hacen con el poder? Ustedes no están para calentar sillones. Están para impartir justicia. Demuestren de una puñetera vez que para algo sirven.
jueves, 11 de noviembre de 2010
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