1. Definición y origen histórico
El femenismo es un movimiento que nace de la sociedad civil para defender la emancipación de la mujer, que se ha visto, y aún hoy se ve, discriminada por razón de su sexo.
Club Patriótico de Mujeres, formado en la Revolución Francesa de 1789. Pretendía entre otras cosas el sufragio de la mujer. |
Los primeros movimientos feministas surgen a raíz de la Revolución Francesa. En 1791, Olympe de Gougues escribe la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía, como respuesta a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, elaborada por la Asamblea Francesa. Al año siguiente, Mary Wollstonecraft publica su Vindicación de los derechos de la mujer.
Los primeros movimientos organizados aparecen hacia mediados del siglo XIX, cuando Flora Tristán, John Stuart Mill, Elizabeth Candy Stanton y Lucretia Mott, entre otros, trabajan para conseguir que las mujeres tengan derecho al voto, a fin de poder presionar a los gobiernos y a los partidos políticos para mejorar la condición de la mujer. Nace así el movimiento sufragista.
En España, las primeras corrientes feministas se manifiestan a finales del siglo XIX en torno a Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal. En 1932, el gobierno de la II República reconoce el derecho al voto femenino. La dirigente anarquista Federica Montseny se convierte en 1936 en la primera mujer ministra de la historia de España: fue ministra de Sanidad en 1936-1937.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el derecho al voto para la mujer era una realidad en el mundo occidental; las discriminaciones jurídicas habían desaparecido en casi todos los países industrializados y, por tanto, estaban logradas las principales reivindicaciones del feminismo del siglo XIX.
Pero surge ahora un nuevo feminismo encaminado a lograr transformaciones profundas de las estructuras sociales, que siguen siendo discriminatorias para la mujer.
Betty Friedan planteó en su obra El problema sin nombre la situación de frustración que viven millones de mujeres, instaladas confortablemente en su hogar, realizando el papel de "madre y esposa" que la sociedad les ha presentado como el más alto de sus destinos, y que descubren que la maternidad y las tareas domésticas no bastan para realizarse como persona.
2. El feminismo a partir de los años 70
Desde la década de los 70 hasta final de los años 90, el feminismo se ha estructurado en tres formas básicas:
- Los movimientos radicales: Son la faceta más espectacular del movimiento feminista. Defienden la radical confrontación de los sexos, organizan sus propios partidos, algunos defienden el lesbianismo, otros consideran que la mujer es una clase social oprimida. En España, esta corriente está representada por el Partido Feminista, que creó Lidia Falcón en 1979.
- La tendencia feminista-socialista: Para esta corriente, la problemática de la mujer no es una cuestión separada, sino que tiene que ver con el conjunto de la humanidad. No se trata de plantear el feminismo como una lucha contra el varón, sino de conseguir cambios en las estructuras, las actitudes y los modos de pensar que hacen posible la opresión de la mujer. En España sostiene estos criterios la Federación de Mujeres Progresistas, entre otros colectivos.
- El feminismo liberal-reformista: Pretende obtener la igualdad de derechos para la mujer en todos los campos. Centra sus acciones en la defensa de los intereses de la mujer como ciudadana, madre y consumidora. Asociaciones de amas de casa, lucha por las condiciones de empleo para las embarazadas y protección de la maternidad son sus principales campos de acción. En España está representado por las Asociaciones de Mujeres Conservadoras, Asociaciones de Amas de Casa, etc.
3. El feminismo hoy
En la actualidad el feminismo sigue siendo un movimiento social importante. La lucha por la igualdad en las condiciones laborales, por conseguir una educación no sexista, por eliminar el sexismo en el lenguaje y el acoso sexual en el mundo laboral, el apoyo legal y la acogida de mujeres separadas, maltratadas y sin recursos, son tareas que se plantean los grupos feministas y organismos oficiales, como el Instituto de la Mujer.
El feminismo llega también a algunos campos de actividad reservados a los varones. Así, en filosofía destacan Carol Pateman, Carol Gilligan y Sheyla Benhabib; en la teología cristiana, algunas feministas luchan por ofrecer una visión no sexista de la Biblia (Dios Madre) y por superar la discriminación de la mujer que se ha fundamentado en la religión durante siglos. Se organizan conferencias mundiales sobre la problemática de la mujer en todo el planeta. En ellas se abordan los problemas relacionados con la incorporación de la mujer al mundo laboral, la "doble jornada" (trabajo remunerado fuera de casa y las tareas domésticas), el control de la natalidad o su situación como cabeza de familia en gran parte del Tercer Mundo.
Hoy se habla, no ya de igualdad, sino de discriminación positiva, término con el que se pretende señalar la necesidad de apoyar y promocionar especialmente a la mujer para poder superar las desventajas derivadas del sexo.
Se habla también del feminismo de la diferencia, que pretende hacer presentes en la vida pública las cualidades atribuidas a las mujeres, y no relegarlas al mundo privado.
Sin embargo, es particularmente llamativa la situación de la mujer en el mundo musulmán. Leyes civiles y religiosas discriminatorias, uso del velo, sumisión al varón y persecución de las que se niegan a aceptar este papel es la realidad cotidiana de millones de mujeres.
4. Los roles tradicionales del varón y de la mujer
Adela Cortina, en su artículo Carta a Déborah, se ocupa de analizar las cualidades que han de caracterizar a los varones y a las mujeres y las funciones que deben desempeñar unas y otros en nuestra sociedad, cualidades y funciones que la tradición ha establecido como modelos y que dan el injusto resultado de la marginación de las personas que no los siguen, ya sean de uno u otro sexo.
Según la autora, se ha caído en la trampa de separar en dos lotes las cualidades humanas. De ellas han correspondido a los varones la racionalidad, la habilidad técnica, la agresividad, la ambición en la vida pública, la predisposición a competir, la pericia en asuntos de interés universal, la fortaleza, las dotes imaginativas. A las mujeres les ha tocado en suerte la irracionalidad, la debilidad, la abnegación, la intuición, la ternura, el dominio de la artimaña, el poder de seducción, el sentimentalismo, la compasión, el gusto por el cotilleo demoledor, la incompetencia congénita e insuperable para entender y proyectar cuestiones de alcance universal.
Este reparto es falaz e injusto. En su elaboración han intervenido intereses tan despreciables como los siguientes: el intento -y logro- de separar a las mujeres de los órganos de decisión políticos, culturales, económicos y religiosos; el intento -y logro- de asegurarse una mano de obra gratuita en el trabajo doméstico y en el cuidado de niños, enfermos y ancianos; el intento -y logro- de encorsetar a mujeres y varones en unos estereotipos que les impidan adquirir lo positivo del sector contrario; el intento -y logro- de fomentar ciertos sistemas políticos, económicos, culturales y religiosos para los que las cualidades llamadas "femeninas" no son sino un estorbo. ¿Y cuál es la consecuencia de tanto "logro"? Conseguir un mundo tan inhóspito que nadie medianamente humano pueda encontrar en él su hogar.