Hans Jonas (1903-1993) se formó filosóficamente en la fenomenología, sobre todo en la interpretación que de ella daba Heidegger, de quien fue discípulo. Dos objetivos marcaron sus inicios filosóficos: entender la complejidad de la historia de las religiones (de hecho sus primeros trabajos fueron sobre los primeros siglos del cristianismo) y la necesidad de atender a los problemas más vitales, rechazando la filosofía que se limita a pensar la realidad, es decir, el idealismo, que, según él, caracteriza a toda la época moderna, incluyendo la propia fenomenología.
1. La tarea del filósofo: desvelar y alertar
El filósofo no puede dejar de estar atento a lo que pasa en el mundo, afirma Jonas, y en su época sucedieron cosas tan terribles que no pueden dejar impasibles a los filósofos. Quizás lo más terrible es la demostración del poder destructivo que el ser humano puede desplegar. La Segunda Guerra Mundial o la destrucción de la naturaleza son experiencias que no pueden dejar a la filosofía indiferente. El ser humano con su poder pone en peligro la vida en general, y la vida humana en particular. La tarea de la filosofía no es "pensar la realidad o la conciencia", sino pensar la vida en su fragilidad. Por eso, toda la filosofía de Jonas es una filosofía de la vida que conduce necesariamente a una ética. El ser humano ha perdido su vínculo con la naturaleza, con la vida en su sentido más profundo. La labor del filósofo es recordar esta pertenencia, desvelando la historia de esta pérdida (el cómo y por qué se ha producido) y alertando críticamente sobre los riesgos que corremos si no hacemos algo.
2. La técnica
Gran parte de la culpa de esta destrucción de la naturaleza la tiene la técnica moderna. Según él, la técnica ya no es un medio que utiliza el ser humano para modificar la naturaleza, ya no es un medio gracias al cual pueda vivir. La técnica se ha convertido en una destrucción mecánica de la vida. Y si bien en nuestra época nos hemos dado ya cuenta de los peligros de la técnica, pensamos que se solucionarán con más técnica. Para Jonas hemos perdido la sabia distancia que hay entre "poder hacer" y "hacer". Actualmente parece que todo lo que puede ser hecho, debe ser hecho. Jonas no rechaza la técnica, ni el mundo técnico que ésta crea, sino que se ha olvidado el sentido mismo de la técnica. Denuncia que hayamos perdido el control de la técnica y que no nos percatemos de lo que la técnica pone en cuestión: la existencia misma del ser humano sobre la Tierra.
3. La respuesta ética
La respuesta no puede ser añorar un mundo sin técnica, ni es deseable ni posible, sino elaborar una nueva ética para los riesgos de la civilización tecnológica. Esta ética tiene que ser nueva, pues nunca antes tuvo que responder a semejantes retos; tiene que consolidar una imagen del ser humano en la que sigan siendo fundamentales la libertad y la dignidad; ha de orientarse al futuro, pues lo que está en juego es la continuidad de la vida sobre la Tierra, y ha de fundamentarse en el temor ante lo posible. Es decir, tiene que ser una ética de la responsabilidad. De ahí que el título de su obra más conocida sea, precisamente, El principio de responsabilidad.
4. El paradigma de la responsabilidad
Una de las mayores aportaciones del pensamiento de Jonas es poner de relieve las amenazas de la técnica no sólo cuando tiene un mal uso, sino también cuando tiene un uso positivo. La técnica implica una transformación del mundo tan considerable que puede poner en peligro nuestra existencia. Y ante ello sólo cabe tomar conciencia del peligro y empezar a ejercer la responsabilidad hacia nuestro mundo y la propia vida humana.
Los peligros del buen uso de la técnica
La dificultad es que no sólo cuando se abusa de la técnica con mala voluntad, es decir, para malos fines, sino incluso cuando se emplea con buena voluntad para sus fines propios altamente legítimos, tiene un lado amenazador que podría tener la última palabra a largo plazo. Y el largo plazo está de alguna manera inserto en la acción técnica. Mediante la dinámica interna que así la impulsa, se niega a la técnica el margen de neutralidad ética en el que sólo hay que preocuparse del rendimiento. El riesgo de "demasía" siempre está presente en la circunstancia de que el germen innato del "mal", es decir, lo dañino, es alimentado precisamente por el avance de los "bueno", es decir, lo útil, y llevado a su madurez. El riesgo está más en el éxito que en el fracaso... y sin embargo el éxito es preciso, bajo la presión de las necesidades humanas. Una apropiada ética de la técnica tiene que entender esta multivalencia interior de la acción técnica.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética
Una nueva conciencia
El problema de cómo responder a la enorme responsabilidad que el casi irresistible progreso científico-técnico deposita tanto sobre sus titulares como sobre la mayoría que lo disfruta o sufre sigue sin estar resuelto, y los caminos para su solución están en sombras. Sólo los inicios de una nueva conciencia que, aún parpadeante, acaba de despertar de la euforia de las grandes victorias a la dura luz diurna de sus riesgos, y aprende nuevamente a temer y a temblar, permiten la esperanza de que nos impongamos voluntariamente barreras de responsabilidad.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética
Una responsabilidad cósmica
Así ocurre que la técnica, esa obra fríamente pragmática de la astucia humana, sitúa a los hombres en un papel que sólo la religión le había atribuido a veces: el de administrador o guardián de la Creación. En tanto la técnica engrandece su poder hasta el punto en que se vuelve sensiblemente peligrosa para el conjunto de las cosas, extiende la responsabilidad del hombre al futuro de la vida en la Tierra, que ahora está expuesta indefensa al abuso de ese poder. Con ello la responsabilidad humana se vuelve cósmica por primera vez (porque no sabemos si el universo ha producido antes una cosa igual). La ética medioambiental, en sus inicios, que se agita entre nosotros verdaderamente sin precedentes, es la expresión aún titubeante de esta expansión sin precedentes de nuestra responsabilidad, que responde, por su parte, a la expansión sin precedentes del alcance de nuestros actos. Ha hecho falta una amenaza visible del conjunto, los comienzos, de hecho, de su destrucción, para movernos a descubrir (o a redescubrir) nuestra solidaridad con él: un pensamiento que avergüenza.
H. Jonas, Técnica, medicina y ética