Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 17 de octubre de 2015

Contra-Ilustración y Romanticismo en Alemania

En Alemania, la contra-ilustración tuvo entre sus ilustres representantes a un contemporáneo de Kant, Johan Georg Hamann (1730-1788), vecino también de la ciudad de Königsberg, e interlocutor inevitable del autor de la Crítica de la Razón Pura. Aunque Hamann recibió una educación muy semejante a la de Kant, pietista, sobria, espiritual, desarrolló un pensamiento muy diferente, profundamente antiracionalista y místico. Sus ideas, que apelan a los sentidos y las pasiones, a la imaginación y a la creación literaria, tendrían una gran influencia en el impulso del romanticismo y en particular del joven Herder (alumno a su vez de Kant).

Johann Gottfried Herder
Influido por las ideas de Hamann sobre la poesía y la creación así como por Rousseau, Johann Gottfried Herder (1744-1803) participó en el movimiento literario conocido como Sturm und Drang (tormenta e ímpetu, en castellano), cuyo manifiesto se opone a los cánones y moldes del clasicismo y academicismo artísticos y literarios y anuncia el romanticismo. En pleno apogeo de su carrera, publica Otra filosofía de la historia para la educación de la humanidad. Contribución a las muchas contribuciones del siglo (1774), que constituye una apasionada polémica contra la filosofía ilustrada francesa, dirigida en particular a Voltaire. Frente a la visión ilustrada de la historia, basada en el progreso y la razón, desarrolla su interpretación de la historia humana como una revelación divina, privilegiando la religiosidad y espiritualidad por encima del ateísmo. Contrario a la hegemonía de ese racionalismo universalista, que desprecia o ignora lo diferente, Herder se propone rehabilitar el valor de todo aquello que la ilustración francesa y británica han ignorado. Crítico con lo que considera un cosmopolitismo “afrancesado”, privilegia así un interés por las diferencias y los nacionalismos. Del mismo modo, frente a lo que consideraba una poesía y literatura amanerada, Herder reivindica la poesía sobria, heroica y firme de la Edad Media. La historia aparece no ya como el despliegue de una razón universal, sino como un juego de identidades culturales, cada una de las cuales sería una comunidad específica, un pueblo. Cada uno de esos pueblos supondría, de alguna forma, la expresión de algún aspecto particular de la humanidad en su conjunto. Cada pueblo, además, habría disfrutado en su interior de su particular momento de esplendor, si bien se trataría siempre de perfecciones unilaterales e incompletas. Las diferentes culturas aparecen así para Herder “como individuos colectivos”. Cada pueblo, particular, tendría a la vez en sí mismo un cierto valor universal, en tanto que representaría una edad de la humanidad en su conjunto.
Herder introduciría en la poesía popular alemana a Johann Wolfgang Goethe (1749-1842), joven abogado, poeta, novelista y dramaturgo, que pasaría a la fama mundial con su primera novela, Los sufrimientos del joven Werther (1774). Este relato, de desamor y suicidio, ejemplificaba a la perfección los principios del Sturm und Drang, movimiento cuyo manifiesto firmarían Herder y Goethe, entre otros. Este movimiento artístico, además de renunciar a las consideraciones formales de la estética más racionalista, pone en valor la expresión de la subjetividad individual y las emociones extremas, con personajes dominados por grandes pasiones.
Junto a Herder y Goethe, otro de los representantes del movimiento es Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), un historiador del arte que reivindica los valores de la Antigüedad Clásica, desde una nueva perspectiva neo-humanista. Winckelmann estudia en profundidad el arte griego y su idea de belleza, al que considera un arte noble, simple y próximo a la naturaleza (en contraposición a la pedantería y vanidad de su época y del barroco y rococó del siglo precedente). En lo que se conoce como la querella entre los Antiguos y los Modernos, Winckelmann se pone del lado de los Antiguos, sin bien manteniendo algunas diferencias con la imagen de la Antigüedad propia del humanismo tradicional. En particular, Winckelmann desprecia el período romano (de declive y corrupción) y considera que el arte griego alcanzó su perfección en el siglo V a.C. (conocido como el siglo de Pericles), época de libertad, de la libre república y del gobierno moderado. Su obra vincula así la perfección del arte con el despegue de la libertad. La influencia de Winckelmann, asociada a la de Rousseau, suscitará un movimiento de investigación sobre lo que se llamará el “mundo griego”, un movimiento estrechamente ligado a las corrientes que transformarán la cultura alemana a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. La problemática del mundo griego ocupará un lugar muy importante en el pensamiento de Herder, Goethe y Schiller, así como en la generación siguiente, donde la filología y la historia jugarán un importante papel frente a la filosofía especulativa en el seno de la Universidad.
En lo que respecta a Herder, que fue una figura central del movimiento, terminaría por perder parte de su prestigio al enzarzarse progresivamente en una crítica constante de la filosofía kantiana. Su lugar sería ocupado por figuras como Holderlin, Novalis, Fichte o el joven Schiller, discípulos todos ellos “hipercríticos” de Kant, que culminarán el desarrollo del romanticismo y del idealismo (de los que Herder es sin duda un eminente precursor). Para todos estos autores, como veíamos ya en Herder, la Ilustración supone una visión incompleta del hombre. Frente a la hegemonía de lo racional, exaltarán todo lo que hay en el hombre de instintivo, sentimental y espiritual. Para Friedrich Schiller (1759-1805), por ejemplo, la visión ilustrada del hombre, que reprime los sentimientos y pasiones, impide su desarrollo y lo deforma en un "monstruo". Una idea de humanidad así concebida, deformada y antinatural, le impide precisamente crear la obra de arte más bella y a la que en última instancia está destinada: la construcción de una sociedad justa, de una verdadera libertad política. A este respecto, Schiller considera que la revolución política ha llegado antes de que el ser humano estuviera preparado para ella. Se ha conquistado así una libertad externa, pero sin haber alcanzado aún la libertad interior. Sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad (1795) apuntan precisamente a desarrollar esa libertad, a educar a través del arte.
Críticos con lo que consideran un orgullo ingenuo de los ilustrados, por su ilimitada confianza en la razón y el progreso, los autores románticos aportarán su propia visión del hombre y de la filosofía de la historia. El punto de partida es la concepción de la naturaleza y del mundo humano propia de la Ilustración, como un inmenso proceso que la ciencia puede conocer, pero a diferencia de lo que ocurría en la Ilustración, ese mundo y esa naturaleza son vistos como la manifestación necesaria de Dios, el espíritu o la esencia, conceptos que desarrollará el idealismo absoluto. Dentro de este movimiento se desarrollará una nueva filosofía de la naturaleza, que se opone a las ciencias de la naturaleza tal y como venían siendo cultivadas desde el siglo XVII, y sobre todo a la física de Newton, defendiendo una concepción más organicista de la naturaleza (que será recogida por Darwin), frente al mecanicismo anterior. Pero los desarrollos del romanticismo y del idealismo serán especialmente importantes en el campo de los fenómenos socio-culturales, pues se empiezan a estudiar y a comprender en este momento culturas profundamente diferentes a las del siglo XVIII: la cultura griega, la Edad Media occidental o la India antigua, centrándose en la religión, la poesía, el arte o la filosofía. Estas culturas se conciben como conjuntos estructurados y significativos que manifestarían los espíritus de los diferentes pueblos (Volkgeist), que serían diferentes modos del espíritu.
Esta idea de espíritu sería desarrollada fundamentalmente por el idealismo absoluto de Hegel, el principal sistema filosófico de principios del XIX. La obra de Hegel ahondará en esta noción de espíritu, que si bien se remonta a la antigua filosofía (donde encontrábamos ya el concepto de pneuma), así como al pensamiento cristiano, tomará un nuevo giro en este momento. Se trata ciertamente de una idea de espíritu ligada a la idea de Dios, pero de un Dios que está más allá del mundo a la vez que es inmanente a él, ligada a tendencias místicas.