En
Alemania, la contra-ilustración tuvo entre sus ilustres representantes a un
contemporáneo de Kant, Johan Georg Hamann (1730-1788), vecino también de la
ciudad de Königsberg, e interlocutor inevitable del autor de la Crítica de la
Razón Pura. Aunque Hamann recibió una educación muy semejante a la de Kant,
pietista, sobria, espiritual, desarrolló un pensamiento muy diferente,
profundamente antiracionalista y místico. Sus ideas, que apelan a los
sentidos y las pasiones, a la imaginación y a la creación literaria,
tendrían
una gran influencia en el impulso del romanticismo y en particular del joven
Herder (alumno a su vez de Kant).
Johann Gottfried Herder |
Herder
introduciría en la poesía popular alemana a Johann Wolfgang Goethe
(1749-1842), joven abogado, poeta, novelista y dramaturgo, que pasaría a la
fama mundial con su primera novela, Los sufrimientos del joven Werther (1774).
Este relato, de desamor y suicidio, ejemplificaba a la perfección los
principios del Sturm und Drang, movimiento cuyo manifiesto
firmarían Herder y Goethe, entre otros. Este movimiento artístico, además de renunciar a las consideraciones formales de la estética más
racionalista, pone en valor la expresión de la subjetividad individual
y las emociones extremas, con personajes dominados por grandes pasiones.
Junto
a Herder y Goethe, otro de los representantes del movimiento es Johann Joachim
Winckelmann (1717-1768), un historiador del arte que reivindica los valores de
la Antigüedad Clásica, desde una nueva perspectiva neo-humanista. Winckelmann
estudia en profundidad el arte griego y su idea de belleza, al que considera un
arte noble, simple y próximo a la naturaleza (en contraposición a la
pedantería y vanidad de su época y del barroco y rococó del siglo
precedente). En lo que se conoce como la querella entre los Antiguos y los
Modernos, Winckelmann se pone del lado de los Antiguos, sin bien manteniendo
algunas diferencias con la imagen de la Antigüedad propia del humanismo
tradicional. En particular, Winckelmann desprecia el período romano (de
declive y corrupción) y considera que el arte griego alcanzó su perfección
en el siglo V a.C. (conocido como el siglo de Pericles), época de libertad, de
la libre república y del gobierno moderado. Su obra vincula así la perfección
del arte con el despegue de la libertad. La influencia de Winckelmann, asociada
a la de Rousseau, suscitará un movimiento de investigación sobre lo que se
llamará el “mundo griego”, un movimiento estrechamente ligado a las corrientes
que transformarán la cultura alemana a finales del siglo XVIII y principios del
siglo XIX. La problemática del mundo griego ocupará un lugar muy importante
en el pensamiento de Herder, Goethe y Schiller, así como en la generación
siguiente, donde la filología y la historia jugarán un importante papel frente a
la filosofía especulativa en el seno de la Universidad.
En
lo que respecta a Herder, que fue una figura central del movimiento, terminaría
por perder parte de su prestigio al enzarzarse progresivamente en una crítica
constante de la filosofía kantiana. Su lugar sería ocupado por figuras como
Holderlin, Novalis, Fichte o el joven Schiller, discípulos todos ellos “hipercríticos” de Kant, que culminarán
el desarrollo del romanticismo y del idealismo (de los que Herder es sin duda
un eminente precursor). Para todos estos autores, como veíamos ya en Herder,
la Ilustración supone una visión incompleta del hombre. Frente a la
hegemonía de lo racional, exaltarán todo lo que hay en el hombre de
instintivo, sentimental y espiritual. Para Friedrich Schiller (1759-1805), por
ejemplo, la visión ilustrada del hombre, que reprime los sentimientos y
pasiones, impide su desarrollo y lo deforma en un "monstruo". Una
idea de humanidad así concebida, deformada y antinatural, le impide
precisamente crear la obra de arte más bella y a la que en última instancia
está destinada: la construcción de una sociedad justa, de una verdadera
libertad política. A este respecto, Schiller considera que la revolución política
ha llegado antes de que el ser humano estuviera preparado para ella. Se ha
conquistado así una libertad externa, pero sin haber alcanzado aún la
libertad interior. Sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad
(1795) apuntan precisamente a desarrollar esa libertad, a educar a través del
arte.
Críticos
con lo que consideran un orgullo ingenuo de los ilustrados, por su ilimitada
confianza en la razón y el progreso, los autores románticos aportarán su propia visión del
hombre y de la filosofía de la historia. El punto de partida es la concepción
de la naturaleza y del mundo humano propia de la Ilustración, como un inmenso
proceso que la ciencia puede conocer, pero a diferencia de lo que ocurría en
la Ilustración, ese mundo y esa naturaleza son vistos como la manifestación
necesaria de Dios, el espíritu o la esencia, conceptos que desarrollará el
idealismo absoluto. Dentro de este movimiento se desarrollará una nueva
filosofía de la naturaleza, que se opone a las ciencias de la naturaleza tal y
como venían siendo cultivadas desde el siglo XVII, y sobre todo a la física
de Newton, defendiendo una concepción más organicista de la naturaleza (que
será recogida por Darwin), frente al mecanicismo anterior. Pero los
desarrollos del romanticismo y del idealismo serán especialmente importantes
en el campo de los fenómenos socio-culturales, pues se empiezan a estudiar y a
comprender en este momento culturas profundamente diferentes a las del siglo
XVIII: la cultura griega, la Edad Media occidental o la India antigua, centrándose
en la religión, la poesía, el arte o la filosofía. Estas culturas se
conciben como conjuntos estructurados y significativos que manifestarían los
espíritus de los diferentes pueblos (Volkgeist), que serían diferentes modos
del espíritu.
Esta
idea de espíritu sería desarrollada fundamentalmente por el idealismo
absoluto de Hegel, el principal sistema filosófico de principios del XIX. La
obra de Hegel ahondará en esta noción de espíritu, que si bien se remonta a
la antigua filosofía (donde encontrábamos ya el concepto de pneuma), así como
al pensamiento cristiano, tomará un nuevo giro en este momento. Se trata
ciertamente de una idea de espíritu ligada a la idea de Dios, pero de un Dios
que está más allá del mundo a la vez que es inmanente a él, ligada a tendencias místicas.