Vitalismo y teleología designan acercamientos al estudio de la vida. Pueden hallarse ambos en el pensamiento griego, y, probablemente, aun antes. Describiremos primero el vitalismo, aunque tal vez la teleología sea el punto de vista más importante.
El vitalismo, según lo describieron Warden, Jenkins y Warner (1935), es la afirmación de que las cosas vivientes poseen características no reducibles a términos fisicoquímicos, y que indican la existencia de alguna fuerza o entidad que trasciende lo físico o material. El neovitalismo es un enfoque de este tipo; por él abogaba Hans Driesch (1867-1941). Driesch experimentó con los huevos y con las primeras etapas de desarrollo del erizo de mar. Descubrió, en algunos de sus estudios, que si se dividen las células y los organismos parcialmente desarrollados, regenerarán organismos completos y normales. De aquí concluyó Driesch que la célula contenía algún principio, o entelequia, responsable de los desarrollos observados. Creyó que este principio vital escapaba a la incumbencia de la física y la química, y que se encontraba esencialmente más allá de cualquier explicación científica, material o mecánica; también creía que la memoria y el uso evaluativo de las experiencias pasadas necesitaban de principios no mecánicos para su explicación.
Investigadores posteriores sugirieron que por lo menos algunos fenómenos observados por Driesch y otros parecidos, podían explicarse o entenderse tomando como base principios fisicoquímicos, y que hay esperanzas de poder explicar así todos los fenómenos de este tipo.
La teleología implica que el conocimiento del propósito o los fines determina el curso de la acción o del desarrollo. La variación y la selección natural se efectúan para que una especie, o una característica de una especie, se desarrolle y sobreviva. La más completa representación del pensamiento teleológico, en relación con el enfoque evolucionista, se refiere al concepto de instinto. William McDougall desarrolló su sistema del instinto desde el punto de vista teleológico. Sin embargo, las consideraciones teleológicas no son ni una necesidad ni un rasgo característico de la teoría del evolucionismo o de la teoría del instinto.
Según McDougall, los motores principales de la conducta son los instintos y sus emociones asociadas. Sin ellos, el organismo no actuaría de ningún modo significativo. McDougall creía en la existencia de varios instintos (a los que más tarde llamó "propensiones"), y pensaba que "cada instinto es una disposición psicofísica heredada o innata que determina que su poseedor perciba objetos de cierta clase y les ponga atención, que experimente una excitación emocional de una cualidad determinada al percibir dicho objeto y a actuar, respecto a él, de una manera particular o, por lo menos, experimentar un impulso a efectuar tal acción" (McDougall, 1908). Aparentemente, creía McDougall, se está consciente, durante la ejecución de una conducta, de ciertas características del propósito, la dirección y el esfuerzo. McDougall pensaba que la característica esencial de la conducta animal era orientarse hacia metas. Esto le hizo rechazar la noción de que los instintos eran reflejos o combinaciones de ellos.
La lista de instintos principales, postulada por McDougall en 1908, incluía los de la huida, la repulsión, la curiosidad, la pugnacidad, la autodegradación, la autoafirmación, la reproducción, lo gregario, la adquisición y la construcción. Cada uno de estos siete primeros instintos estaba acompañado de una emoción distintiva y específica. Se dice que la emoción está asociada con su instinto, pero ello no implica que sea una relación aprendida, pues la asociación es innata. Las emociones que, respectivamente, corresponden a los siete primeros instintos son el miedo, el disgusto, la admiración, el enojo, el autosentimiento negativo o humildad, el autosentimiento positivo o júbilo y la emoción afectuosa. Los tres instintos restantes no tienen tal acompañamiento emocional específico. Más tarde, McDougall modificó su lista, pero no es necesario seguir más allá este aspecto de su concepción. Muchas experiencias emocionales representan compuestos de las siete emociones primarias, y podrían entrar en tales composiciones sentimientos de placer y dolor, así como de excitación y depresión (todos independientes, en apariencia, de los instintos).
Aunque el aprendizaje podría modificar la expresión de los instintos en los movimientos corporales y en las diversas situaciones en que los instintos pueden activarse, aparentemente no afectaba al instinto fundamental mismo o a la experiencia emocional a la que daba nacimiento.
Para McDougall los instintos son los resortes centrales de la acción. Ninguna acción ocurre sin la participación de un instinto, y la conducta sirve al fin o propósito del instinto que, desde luego, es el aspecto teleológico de su punto de vista. Cada ejemplo de conducta instintiva "implica el conocimiento de alguna cosa o de algún objeto, un sentimiento respecto a él y un esfuerzo para llegar a dicho objeto o para alejarse de él" (McDougall, 1908). Boring (1950) pensaba que McDougall, a más de la intencionalidad, permitía cierta libertad o indeterminación de la conducta, como para oponerse a un determinismo estricto.
Tal vez el aspecto más importante del punto de vista de McDougall, al menos para la motivación, es su continua insistencia en el carácter intencional y esforzado, o impulsado por la pulsión, de la conducta. Más tarde, se refirió a su punto de vista como a una "psicología hórmica" (del griego horme), que significa impulso o esfuerzo. Peters (1953) indica que este aspecto de la teoría de McDougall ocasionó que, más tarde, varios escritores hicieran hincapié en el concepto de pulsión en sus teorías. Peters observa que Hull y Tolman "aprovecharon mucho el concepto de «pulsión», que resultó ser el componente objetivamente comprobable del más metafísico concepto de «instinto»...". Aunque Freud habló de menos instintos, su hincapié en el esfuerzo es paralelo al de McDougall.
Woodworth (1918) proporciona otra forma de subrayar este aspecto de la teoría de McDougall. Woodworth señala que la teoría de la emoción de James-Lange no hace hincapié en el aspecto impulsivo de la emoción, o en su tendencia a lograr alguna forma de consumación. Según Woodworth, McDougall reconocía este aspecto de la emoción en su asociación de las emociones primarias con los instintos. Aunque estaba de acuerdo en los instintos eran importantes, y aunque daba una lista incluso más extensa que la de McDougall, Woodworth no creía que toda la conducta se derivara, en última instancia, de unos cuantos instintos. Elaboró la noción de que los mecanismos pueden actuar como pulsiones, haciendo así hincapié en el carácter motivado de la conducta, que era una tesis central en el sistema de McDougall.
En resumen, puede observarse que el enfoque vitalista y el teleológico han acentuado la idea de que la forma o el propósito determinan el desarrollo evolutivo y la conducta. Al subrayar esto han conservado vivo, a la vez que han dado importancia esencial, al punto de vista de que los organismos son más bien participantes activos que pasivos en sus interacciones con el ambiente. Esta participación activa se debe a fuerzas impulsivas innatas que figuran de modo significativo en la supervivencia y el desarrollo. El concepto de instinto, según lo usa McDougall, es un concepto más específico y distinguido, al representar estos rasgos, que el concepto de entelequia propuesto por Driesch.
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