La moral, la política y el derecho nos ayudan, mediante pautas y leyes, a construir y conducir nuestra vida hacia la autorrealización y el bien común.
¿Satisfacen, pues, todas nuestras expectativas y anhelos? La historia de la humanidad y nuestra propia experiencia personal nos exigen responder negativamente.
El deseo de inmortalidad y la búsqueda de un sentido último que supere todo dolor y toda limitación son dos constantes en la historia humana, tanto individual como colectiva. A ellos ha dado respuesta, también como una constante, la experiencia religiosa.
¿Cómo lo ha hecho? Desde luego no con normas, ni con leyes; la auténtica respuesta religiosa consiste en la invitación a la felicidad y al consuelo. Nuestras torpezas y mezquindades, la enfermedad, el sufrimiento, las necesidades materiales, los desastres naturales y las consecuencias de la injusticia nos impiden ser felices y demandan la acogida amorosa, la ayuda y la compasión.
En las religiones hay algunos contenidos normativos, pero no son ellos los que las caracterizan, ni mucho menos los que las definen: las "normas" o "leyes" religiosas constituyen, en el mejor de los casos, el nivel inicial de la religiosidad; ellas no son, desde luego, las que nos procuran la buscada respuesta de sentido ni la plenificante experiencia de la compasión y del amor.
Cuando la "legalidad" de las religiones ha sido superada, el ser humano concibe y acepta a los demás y al mundo como una totalidad única, dotada de sentido y abierta a la liberación, a la superación de todas las confusiones y limitaciones; entonces es un ser esperanzado.
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