A medida que vamos estudiando el campo de la fisiología sensorial, vemos cómo éste ha sido el punto más estrecho para el inicio de la psicología como disciplina científica. Esta corriente fisiológica abarca todos los sentidos: la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato, así como el recién descubierto sentido muscular (cinestésico); se preocupa de los nervios que sirven a cada órgano y también de las funciones correspondientes del cerebro.
Por supuesto, estos trabajos estaban relacionados con las teorías de Hartley y Descartes, pero sobrepasó en mucho a las ideas de ellos sobre la estructura y función del cuerpo humano. Fue un trabajo analítico y objetivo, y mediante métodos depurados pudo captar cambios físicos provenientes de excitaciones del ojo, del oído y de otros órganos. Se descubrió la velocidad de la reacción de los nervios, que eran mucho más pequeños que lo que Descartes había imaginado; además, se descubrieron áreas cerebrales especiales relacionadas con funciones de los músculos y de los órganos de los sentidos. Muchos grandes científicos -ingleses, franceses y alemanes- contribuyeron a este difundido movimiento. Si mencionamos aquí a dos de ellos, es simplemente porque no podemos incluirlos a todos, y también a que los dos seleccionados representan suficientemente bien la combinación de creencias filosóficas y disciplinas científico-naturales que habrían de generar la psicología misma como un campo de estudio especial.
Hermann Ludwig Ferdinand von Helmholtz (1821-1894), físico, fisiólogo y, en cierto grado, psicólogo, fue un estudiante mediocre en sus comienzos, pero se aseguró su educación superior bajo patrocinio militar, sirviendo durante siete años como médico del ejército prusiano. Desde los 17 años se interesó por la física, y aun estando en el ejército, se las ingenió para hacer importantes contribuciones a este campo, convirtiéndose en uno de los científicos más sobresalientes del siglo XIX.
Entre sus aportes fisiológicos podemos mencionar su monumental trabajo sobre la visión humana, en el que estudia la física, la fisiología y la psicología de este sentido con tanto detalle que todavía tiene validez: Helmholtz inventó el oftalmoscopio, que hace posible auscultar la retina, y el oftalmómetro, un instrumento muy útil para medir los cambios oculares. Sus investigaciones sobre la audición fueron igualmente relevantes y útiles, tanto para los estudiantes de música como para los de ciencia. Fue él quien clasificó la función de los huesos auditivos del oído medio: el martillo, el yunque y el estribo; diseñó, además, un teoría de la resonancia acerca de la función del oído interno, la cual explicaba por qué el ser humano puede distinguir miles de tonos diferentes. Esta teoría ha merecido respeto durante todo el siglo XX.
Helmholtz trató muchos de los problemas sensoriales que habían preocupado a pensadores del pasado, incluyendo Hobbes, Locke, Descartes y otros: cuánto de nuestra vida mental se deriva del contacto con el mundo externo y cuánto traemos nosotros. Descartes había dicho que algunas ideas muy claras eran innatas y conocidas por la intuición, como los axiomas geométricos. Locke negaba esto, así como los demás empiristas. Helmholtz conocía el problema y simpatizó con el punto de vista de los británicos, adoptando un criterio empírico, al decir que los axiomas geométricos son simplemente relaciones aprendidas.
En relación con estos problemas, Helmholtz formuló una teoría de la percepción, que posee alguna similitud con algunas de las antiguas enseñanzas (por ejemplo, las del obispo Berkeley), así como con otras que habrían de surgir. Nuestra experiencia de los objetos o eventos del mundo externo, dijo, incluye no sólo simples esquemas de sensaciones debidas a la estimulación del momento, sino también imágenes (ideas) derivadas de impresiones anteriores. Lo que percibimos en un momento dado sería una combinación de pasado y presente, y algunas veces más de este último que del primero. Si dentro de un cuarto que nos es familiar se juntaran el crepúsculo y la oscuridad, los elementos provenientes de la sensación disminuirían, mientras que aquéllos que vinieron de experiencias pasadas desempeñarían un papel más importante. Cuando llegara la oscuridad total, encontraríamos nuestro camino solamente con la ayuda de imágenes de la memoria.
Gustav Theodor Fechner (1801-1887), mejor conocido hoy día como "el padre de la psicología cuantitativa", aunque nunca pretendió ser psicólogo, nació en un pequeño pueblo al sureste de Alemania. Su padre era un predicador luterano; creció en un ambiente de estudio, dedicándose a la medicina; posteriormente se convirtió en matemático y físico distinguido (con talento para escribir poesía satírica). Ésta es la historia de la primera mitad de la vida de Fechner. En 1850, después de una seria y prolongada "depresión nerviosa", comenzó a intersarse por la cuestión filosófica de la relación de la mente con el cuerpo, lo que le llevó a ahondar en la psicología experimental, debido a su entrenamiento en las ciencias naturales.
El problema mente-cuerpo tiene una larga trayectoria (Descartes, Locke, Hobbes, Berkeley, Hume y Hartley); sin embargo, fue Fechner quien vio la posibilidad de abordarlo a través del método experimental. Si lo solucionó o no es dudoso, pero en diez años de paciente investigación fundó la ciencia de la psicofísica -el estudio cuantitativo de la relación entre la vida mental (Fechner habla de sensaciones) y ciertos aspectos del mundo físico (estímulos).
No es necesario considerar aquí en detalle la psicofísica de Fechner. Él dejó muy claro que las técnicas experimentales y los procedimientos matemáticos podían aplicarse a problemas psicológicos. Levemente modificados, se emplean aún hoy día métodos de medición diseñados por él, cada vez que queremos encontrar algo definitivo concerniente a la sensibilidad de los organimos humanos e incluso a animales expuestos a los incontables y perturbadores cambios del mundo exterior. ¿Cuán brillante debe ser una estrella para ser vista?, ¿cuán fuerte el sonido para ser oído?, ¿cuán pesado un contacto para ser sentido? Para contestar éstas y muchas otras preguntas, debemos recurrir a los métodos psicofísicos de Fechner.
¿Qué relación tiene esto con el problema de definir la psicología? La respuesta es obvia. Los trabajos de Fechner (y otros) muestran irrefutablemente que siempre existe la posibilidad de construir una psicología experimental del problema alma-cuerpo, cualquiera que sea la opinión filosófica que se tenga al respecto. Se puede medir y relacionar de manera exacta algo específico sobre la actividad humana (Fechner lo llamó "algo mental") con alguna otra cosa (él lo llamó "algo físico"). La enorme cantidad de material significativo que se recolectó no fue un resultado accidental, ni el fruto de especulación filosófica. Actualmente pocos psicólogos muestras interés por las opiniones de Fechner sobre el problema alma-cuerpo; sin embargo, ninguno puede ignorar sus hallazgos experimentales.
Así ha sido la historia desde entonces. Cualesquiera que hayan sido las conclusiones alcanzadas respecto al verdadero tema de la psicología, hay un conjunto formidable y siempre creciente de hechos científicos que justifican el intento de un tratamiento sistemático. Los límites de las ciencias no están claramente definidos, y un nuevo campo de investigación no puede ser rechazado basándose sólo en su momentánea falta de una definición universalmente satisfactoria.
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