La naturaleza es sin duda un novum sobre el cual la teoría ética tiene que reflexionar. ¿Qué clase de obligación actúa en ella? ¿Se trata simplemente de la prudencia que nos prohíbe matar la gallina de los huevos de oro o cortar la rama sobre la que uno está sentado?
H. Jonas, El principio de responsabilidad
1. La ecología como imperativo ético y político
El ser humano influye sobre la biosfera más que cualquier otra especie. Desde las últimas décadas del siglo XX su capacidad para controlar la energía de la biosfera es preocupante, no sólo por las posibilidades de modificar el sistema, sino por las posibilidades de destruirlo. Este hecho ha situado a la ecología en el centro de la reflexión ética y política contemporánea.
La ecología, de ser una parte de la biología que estudia el medio ambiente, se ha convertido en una preocupación central en las ciencias sociales y en un objetivo prioritario. Esta prioridad no sólo ha surgido por la alarma de las ciencias naturales ante la depredación de los sistemas de energia que han realizado los países industrializados, sino por una nueva conciencia ética planetaria que está condicionada por dos tradiciones filosóficas: el naturalismo y el antropocentrismo.
2. Paradigma naturalista
La conciencia ética planetaria ha surgido porque la razón humana se ha tecnificado e instrumentalizado de tal forma que ha roto sus vínculos con la naturaleza. La civilización científico-técnica ha olvidado el orden natural del que procede y ha roto un equilibrio que es preciso restaurar y recuperar. El ser humano ha ignorado y desconocido los ritmos de un sistema al que le debe la vida.
La finalidad de la ecología es recuperar la centralidad de la vida (biocentrismo). A este paradigma se acogen dos modelos de ecología que cuentan con numerosos adeptos:
- Ecología superficial: Pretende reparar los daños causados y restaurar el orden natural. Su objetivo es conservar y limitar la arbitrariedad con la que el ser humano rompe el equilibrio de una naturaleza con la que formamos comunidad. Un representante significativo de este movimiento ecológico es el estadounidense Aldo Leopold.
- Ecología profunda: Insatisfechos con la restauración y la conservación; para recuperar el equilibrio hacen falta cambios más radicales y profundos, que sólo pueden tener su origen en una nueva mentalidad, en una nueva forma de entender el saber (ecosofía) y en una reubicación del lugar del ser humano en la cadena biológica. Para restaurar el equilibrio hay que controlar el crecimiento de la población. Un representante significativo es el noruego Arne Naess.
3. Paradigma antropocéntrico
Considera que la conciencia ética ha surgido por el descontrol y la irresponsabilidad con la que el ser humano se ha situado ante la evolución. Ésta ha situado al ser humano en el centro y, por consiguiente, hay una diferencia cualitativa entre el ser humano y el resto de los seres vivos (antropocentrismo). El progreso técnico debe ser redimensionado imponiendo límites éticos. Un representante significativo es Jacques Ellull.
4. ¿Tienen derechos los animales?
Uno de los problemas filosóficos más importantes de la ecología es la delimitación del valor que tiene el ser humano en el conjunto de los seres vivos. Mientras que los defensores del paradigma antropocéntrico asignan al ser humano un valor intrínseco y establecen para ello una diferencia cualitativa con el resto de los seres vivos, los defensores del paradigma naturalista consideran que todos los seres vivos tienen igual valor. Al conceder igual valor a todos los seres vivos surge el problema filosófico de los derechos de los animales. Veamos cómo plantean el tema el humanismo de Kant y el naturalismo utilitarista de Bentham.
Deberes hacia los animales
No tenemos por tanto ningún deber para con ellos de modo inmediato; los deberes para con los animales no representan sino deberes indirectos para con la humanidad. Tenemos deberes para con los animales, puesto que con ellos promovemos indirectamente los deberes para con la humanidad. Según esto, cuando alguien manda sacrificar a su perro porque ya no puede seguir ganándose el sustento, no contraviene en aboluto deber alguno para con el perro, habida cuenta de que éste no es capaz de juzgar tal cosa, pero sí atenta con ello contra la afabilidad y el carácter humanitario en cuanto tales, cosas que debe practicar en atención a los deberes humanos. Para no desarraigar estos deberes humanos, el hombre ha de ejercitar su compasión con los animales, pues aquel que se comporta cruelmente con ellos posee asimismo un corazón endurecido para con sus congéneres. Se puede, pues, conocer el corazón humano a partir de su relación con los animales.
¿No es un acto cruel que los viviseccionistas tomen animales vivos para realizar sus experimentos, si bien sus resultados se apliquen luego provechosamente?; desde luego, tales experimentos son admisibles porque los animales son considerados como instrumentos al servicio del hombre, pero no puede tolerarse de ninguna manera que se practiquen como un juego...
En resumen, nuestros deberes para con los animales constituyen deberes indirectos para con la humanidad.
I. Kant, Lecciones de ética (adaptado)
El sufrimiento y la condición humana
Quizá algún día se llegue a reconocer que el número de patas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum son razones igualmente insuficientes para dejar abandonado al mismo destino a un ser sensible. ¿Qué ha de ser, si no, lo que trace el límite insuperable? ¿Es la facultad de la razón, o quizá la del discurso? Pero un caballo o un perro adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional, y con el cual es más posible comunicarse que con un niño de un día, de una semana, o incluso de un mes. Y aun suponiendo que fuese de otra manera, ¿qué significaría eso? La cuestión no es si pueden razonar, o si pueden hablar, sino ¿pueden sufrir?
J. Bentham, Principios de moral y legislación
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