Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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viernes, 26 de abril de 2019

El experimento de Solomon Asch

Ilusión: Interpretación errónea de unos datos sensoriales verdaderos o de sus relaciones, por lo general debido a la configuración subjetiva de los estímulos; a diferencia de la alucinación, en la ilusión el sujeto puede ser consciente de su error.

En los años 30 se realizó el primer experimento clásico sobre la influencia del grupo en la percepción individual, basado en una ilusión óptica conocida como ilusión autocinética (en la oscuridad, un punto luminoso fijo se percibe como si estuviera en movimiento). Dando por supuesto que este fenómeno se produciría se le dijo a un grupo de sujetos que calcularan la distancia recorrida por el punto luminoso: cada uno por separado dio una cifra y las respuestas individuales variaron bastante entre sí (de 2 a 20 cm); ahora bien, si se les pedía que emitieran su respuesta delante de los demás los últimos tendían a aproximarse a lo que habían dicho los primeros, situándose todas las respuestas en un intervalo entre 8 y 10 cm. Es más: esta respuesta ya no se modificaba ni siquiera volviendo al primer sistema en que cada uno contesta aislado del resto; incluso después de haber desaparecido el grupo como tal, el resultado de la percepción grupal se había fijado como obligatorio en la mente de los individuos.

El experimento no tuvo en su momento demasiada repercusión, entre otras cosas porque se basaba en un hecho engañoso en sí mismo (una ilusión óptica), sobre el cual las percepciones individuales debían ser inseguras y, por tanto, fácilmente modificables. Pero en los años 50 otro psicólogo, llamado Solomon Asch, diseñó otro experimento similar en el que, a diferencia del primero, la certeza perceptiva debería ser total y nula, por tanto, la influencia del grupo sobre el individuo. La prueba era tan simple como indicar cuál de las tres líneas de la tarjeta de la derecha es igual a la línea de la tarjeta de la izquierda.
Cualquiera que no tenga serios problemas de visión responderá señalando la línea "C" y así ocurría cuando se preguntaba a los sujetos por separado. Pero, ¿qué ocurre cuando se introduce a un sujeto, sin que él lo sepa, entre un grupo de cómplices aleccionados para dar una respuesta falsa? Si siete u ocho personas antes que nosotros contestan "B", ¿mantendremos nuestra primera opinión de que la respuesta correcta es "C" o empezaremos a dudar de nuestra propia capacidad visual? Lo cierto es que más de la tercera parte de los sujetos así engañados parecían dudar antes de sus propios sentidos que de la opinión mayoritaria y contestaban también "B". ¿Estaban estas personas realmente convencidas de lo que decían, o simplemente tenían miedo a parecer extravagantes? Un par de datos parece apoyar lo segundo:
  • A diferencia del primer experimento sobre ilusión autocinética, si al sujeto engañado se le vuelve a hacer la misma pregunta pero ahora aislado del grupo, lo más probable es que esta vez responda correctamente.
  • Si se hace una pequeña modificación en la situación experimental, de forma que los cómplices no contesten unánimemente "B", sino que uno de ellos conteste "A" (respuesta también falsa, pero distinta de la mayoritaria), el sujeto se siente reforzado en su propia opinión y contesta correctamente. Hay que advertir que en este caso lo decisivo no es que alguien comparta tu misma opinión, sino que alguien antes que tú haya tenido el valor de enfrentarse a la mayoría.
A efectos de comportamiento no parece importar demasiado si las personas se autoengañan, se limitan a decir lo que los otros esperan que digan o si lo segundo lleva a lo primero: el caso es que la presión social lleva a muchas personas a actuar de forma distinta a como lo habrían hecho espontáneamente, incluso contra sus propias convicciones. 

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