A finales del siglo XVIII, el filósofo Immanuel Kant (1724-1804) planteó una ética radicalmente diferente a las éticas anteriores (éticas de los fines). Kant explica que nuestro comportamiento no debe basarse en buscar un premio o evitar un castigo, sino en lo que la razón nos dicta que es nuestro deber. El deber consiste en actuar con buena voluntad. Esto significa hacer lo que hay que hacer, aunque de ello no obtengamos ningún beneficio.
Kant defiende que es nuestra razón la que nos indica qué leyes morales debemos seguir para comportarnos. Así, serán leyes morales que puedan ser entendidas como universales, es decir, las que puedan servir para todos los seres humanos en cualquier circunstancia.
A esas leyes morales, entendidas como obligaciones o mandatos para todos, sin distinción alguna, las llamó imperativos categóricos.
Para valorar una acción, Kant considera que debemos tener en cuenta la propia acción en sí, pero sobre todo la voluntad que la ha motivado, es decir, si responde o no a un imperativo categórico. Así, en una acción correcta, distingue la que se ha realizado:
- Por deber, si el principio que la ha inspirado es universal, es decir, válido para cualquier ser humano.
- Conforme al deber, si aun estando de acuerdo con la ley moral, la ha inspirado un motivo egoísta.
El caso del oficial francés, Alfred Dreyfuss sacudió a la opinión pública europea a finales del siglo XIX. Fue acusado de alta traición a la patria, humillado públicamente y condenado, a pesar de que altos cargos militares eran consciente de su inocencia. Sin embargo, prefirieron ocultar pruebas y proteger a los verdaderos culpables.
Para empeorar las cosas, Dreyfuss era judío, lo que fue utilizado por los antisemitas, hasta que el novelista Émile Zola redactó su célebre artículo "J'Accuse...!", en el que defendía a Dreyfuss exponiéndose él mismo a ser encarcelado. Su argumento para tal defensa era muy sencillo: sabiendo la verdad, no podía permanecer callado, no quería ser cómplice.
3. La ética existencialista
Jean Paul Sartre (1905-1980), uno de los principales representantes del existencialismo, plantea una filosofía pesimista en la que concluye que la vida humana carece de sentido. Asimismo, piensa que el hombre está solo y abandonado y es libre. Sin embargo, la libertad no es entendida como un bien, sino como una condena.
La ética existencialista es una ética del deber que se basa en dos principios:
- Elegir esto o aquello es dar al mismo tiempo valor a lo elegido, porque siempre elegiremos lo bueno, nunca lo malo.
- Elegimos como bueno para nosotros lo que pensamos que es bueno para todos.
La angustia de la decisión
Cuando un militar toma la responsabilidad de un ataque y envía cierto número de hombres a la muerte, elige hacerlo él solo. Sin duda hay órdenes superiores, pero son muy amplias y se impone una interpretación que proviene de él, y de ella depende la vida de catorce o veinte hombres. No se puede dejar de tener, en la decisión que toma, cierta angustia. Esto no le impide obrar: al contrario, es la condición misma de su acción; porque esto supone que se enfrenta a una pluralidad de posibilidades y, cuando elige una, se da cuenta de que sólo tiene valor porque ha sido la elegida. Y esta especie de angustia, que es la que describe el existencialismo, se explica, además, por una responsabilidad directa frente a los otros hombres que compromete.
Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo
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