En las democracias actuales cada ciudadano es libre de opinar, puesto que en las sociedades democráticas las decisiones se toman fundamentalmente por el principio de la mayoría. El ciudadano se convierte, así, en el protagonista de la política, ya que muchas decisiones dependen de la opinión pública.
No hay democracia sin prensa libre, sin libertad de expresión y de comunicación, y sin asociaciones públicas. Los ciudadanos deben estar bien formados para recibir las distintas opiniones de una manera activa y crítica. Lo contrario, una sociedad de opiniones impuestas, de ciudadanos manipulados, es incompatible con la democracia.
2. Formas de participación ciudadana
Existen dos formas esenciales de participación ciudadana:
- La participación indirecta: Es la intervención en los asuntos del gobierno a través de la expresión de la opinión en los medios de comunicación, de la participación en asociaciones de tipo político (sindicatos, partidos políticos, organizaciones no gubernamentales...) y de la participación en los distintos comités y comisiones ciudadanas creados, sobre todo, por las administraciones locales (asociaciones de vecinos, etc.).
- La participación directa: Es la que se ejerce mediante el voto directo y personal. El voto es el acto que simboliza nuestra responsabilidad política y nuestra reflexión, así como nuestra actitud ética. No obstante, en ocasiones, el índice de abstención es muy elevado.
Un ciudadano puede abstenerse de votar por distintas razones: por no sentirse del todo representado por las opciones políticas del momento, por las semejanzas de los postulados de las distintas propuestas, etc.
En las democracias más estables este fenómeno está bastante extendido, lo que obliga a reflexionar sobre la eficacia de las formas de participación y representación democráticas.
4. Los dos sistemas electorales de representación
Existen dos sistemas electorales de representación: en el sistema proporcional los partidos más votados obtienen la representación y en el sistema mayoritario tan sólo la candidatura más votada obtiene la mencionada representación, prescindiendo del resto de las formaciones políticas.
El sistema proporcional recoge mejor las distintas sensibilidades electorales, aunque puede provocar mayor inestabilidad política por la proliferación de partidos pequeños, que actúan como grupos de presión en defensa de sus electores. En cambio, el sistema mayoritario implica el riesgo de que la mayoría tome decisiones fundamentales para la evolución de una comunidad o que, incluso, puedan afectar negativamente a las minorías, no representadas de forma suficiente.
En España se sigue el sistema proporcional con la utilización de la ley D'Hont, que se sirve de los restos para acercarse al sistema mayoritario, sin llegar a serlo.
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