Al enseñar que la Tierra se mueve y que no está en el centro del universo, Copérnico combatía la autoridad de Aristóteles y de Ptolomeo. Pero de todos modos no se había liberado aún él mismo del peso de las antiguas ideas... y nunca discutió el prejuicio griego a favor del movimiento circular y uniforme. Fue Kepler el que afirmó el derecho de los astrónomos occidentales a una absoluta independencia de pensamiento. Él acaso, más que Copérnico, debe ser considerado el primer astrónomo teórico genuinamente moderno.
L. W. H. Hull, Historia y filosofía de la ciencia
Dos son los grandes objetivos que han orientado a los científicos de todas las épocas históricas: conocer la verdad y transformar el mundo aplicando los nuevos conocimientos que se descubrían. Examinemos estos aspectos más despacio.
Tanto en la concepción antigua como en la moderna, se supone que el objetivo último de la ciencia es la investigación y la enseñanza de la verdad, sin dejarse arrastrar por prejuicios ni por dogmatismos de ningún tipo, y sin someterse a ningún tipo de censura política ni religiosa.
1. El papel de los prejuicios
Los prejuicios son errores de comprensión, creencias, concepciones, opiniones o costumbres que consideramos verdaderos, pero que no nos hemos detenido a examinar. Pueden proceder de distintas fuentes: fallos en el razonamiento, excesivo apego a la costumbre, etc.
En algunas ocasiones se han realizado descubrimientos porque un científico se ha detenido a examinar con cuidado una concepción que operaba como un prejuicio científico. Pensemos, por ejemplo, en los casos de Copérnico, Galileo y Kepler, que tuvieron que enfrentarse al prejuicio de la teoría geocéntrica, según la cual la Tierra se encontraba en el centro del universo y no se movía, y sustituirla por la teoría heliocéntrica, según la cual la Tierra gira alrededor del Sol, que está en el centro.
Por eso podemos decir que el papel de los prejuicios es ambivalente: en muchas ocasiones la ciencia avanza criticando los prejuicios y poniendo de manifiesto su falsedad. Pero también hay que admitir que, si no tuviéramos prejuicios que desenmascarar, tendríamos menos posibilidades de ir descubriendo concepciones cada vez más verdaderas.
2. La crítica de los dogmas
El dogmatismo consiste en mantener a toda costa una opinión sin permitir que pueda ser criticada. Esto es tanto como pretender que se tienen opiniones que no pueden ser mejoradas ni siquiera matizadas, pues son verdades absolutas.
En ocasiones la ciencia ha progresado criticando dogmas, mostrando que esas concepciones u opiniones no eran verdaderas, aunque hubieran sido consideradas así por muchas personas y durante mucho tiempo.
Ése fue el caso de Kepler que, frente al dogma nacido en la Antigüedad de que la circunferencia era la curva perfecta, propuso que las trayectorias de los planetas alrededor del Sol eran elípticas. Así los cálculos sobre la posición y trayectoria de los planetas resultaron mucho más exactos, aunque hubiera que renunciar a la idea de la circularidad, considerada más perfecta.
3. La fuerza de los argumentos
Dejarse influir por prejuicios o aceptar dogmas son actitudes que cualquier científico debería rechazar. Es decir, los científicos de cualquier ámbito del saber humano han de sacrificar sus preferencias y sus gustos, sus intereses y sus inclinaciones, para perseguir con todas sus fuerzas el descubrimiento de nuevas concepciones y opiniones cada vez más verdaderas.
La actitud propia de la ciencia es precisamente la de argumentar con rigor para descubrir hasta qué punto son verdaderos los prejuicios con los que vivimos y sustituirlos por otras concepciones más verdaderas siempre que sea posible, sin aferrarse a determinadas opiniones, convirtiéndolas en dogmas.
Para que sea posible esta actitud de crítica constante de los prejuicios y dogmas, es necesario que los investigadores publiquen libremente los resultados de sus investigaciones, de modo que puedan ser contrastados por los demás investigadores de su misma especialidad. Además, el auténtico investigador es muy modesto, porque sabe que sus conocimientos son limitados y revisables.
Por estas razones, podemos considerar que la ciencia es el producto de una comunidad de investigadores que se ha ido formando a lo largo de los siglos y de la que hoy forman parte millones de personas de todos los países del mundo. En esa comunidad no se concede a nadie el privilegio de poseer la verdad absoluta, sino que en ella se pretende mantener el diálogo y la argumentación como el único medio adecuado por el que las teorías o los descubrimientos científicos y tecnológicos pueden ser admitidos por todos como válidos.
Por eso podemos decir que el papel de los prejuicios es ambivalente: en muchas ocasiones la ciencia avanza criticando los prejuicios y poniendo de manifiesto su falsedad. Pero también hay que admitir que, si no tuviéramos prejuicios que desenmascarar, tendríamos menos posibilidades de ir descubriendo concepciones cada vez más verdaderas.
Retrato del astrónomo y físico italiano Galileo Galilei (1564-1642), que defendió la teoría elaborado por Copérnico, según la cual es la Tierra la que gira alrededor del Sol. |
El dogmatismo consiste en mantener a toda costa una opinión sin permitir que pueda ser criticada. Esto es tanto como pretender que se tienen opiniones que no pueden ser mejoradas ni siquiera matizadas, pues son verdades absolutas.
En ocasiones la ciencia ha progresado criticando dogmas, mostrando que esas concepciones u opiniones no eran verdaderas, aunque hubieran sido consideradas así por muchas personas y durante mucho tiempo.
Ése fue el caso de Kepler que, frente al dogma nacido en la Antigüedad de que la circunferencia era la curva perfecta, propuso que las trayectorias de los planetas alrededor del Sol eran elípticas. Así los cálculos sobre la posición y trayectoria de los planetas resultaron mucho más exactos, aunque hubiera que renunciar a la idea de la circularidad, considerada más perfecta.
3. La fuerza de los argumentos
Dejarse influir por prejuicios o aceptar dogmas son actitudes que cualquier científico debería rechazar. Es decir, los científicos de cualquier ámbito del saber humano han de sacrificar sus preferencias y sus gustos, sus intereses y sus inclinaciones, para perseguir con todas sus fuerzas el descubrimiento de nuevas concepciones y opiniones cada vez más verdaderas.
La actitud propia de la ciencia es precisamente la de argumentar con rigor para descubrir hasta qué punto son verdaderos los prejuicios con los que vivimos y sustituirlos por otras concepciones más verdaderas siempre que sea posible, sin aferrarse a determinadas opiniones, convirtiéndolas en dogmas.
Para que sea posible esta actitud de crítica constante de los prejuicios y dogmas, es necesario que los investigadores publiquen libremente los resultados de sus investigaciones, de modo que puedan ser contrastados por los demás investigadores de su misma especialidad. Además, el auténtico investigador es muy modesto, porque sabe que sus conocimientos son limitados y revisables.
Por estas razones, podemos considerar que la ciencia es el producto de una comunidad de investigadores que se ha ido formando a lo largo de los siglos y de la que hoy forman parte millones de personas de todos los países del mundo. En esa comunidad no se concede a nadie el privilegio de poseer la verdad absoluta, sino que en ella se pretende mantener el diálogo y la argumentación como el único medio adecuado por el que las teorías o los descubrimientos científicos y tecnológicos pueden ser admitidos por todos como válidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario