Fue Hans Seyle (1936) quien describió el síndrome general de adaptación, como respuesta inespecífica del organismo que atraviesa por tres fases o estadios típicos.
El primer estadio es la reacción de alarma: ante una situación de estrés se produce de inmediato una intensa activación fisiológica, un aumento brusco de la actividad del sistema nervioso simpático, que aumenta los recursos de cara a solucionar el problema.
Cuando este esfuerzo extraordinario no es suficiente, se pasa a una segunda fase de resistencia en la que se mantiene la hiperactivación en un nivel más moderado que en la fase anterior pero son un coste para el organismo. Si no es posible superar la situación de estrés, se pasa a la última fase, el agotamiento, cuya persistencia tiene efectos patológicos sobre los sistemas inmunológico, digestivo y respiratorio.
A la larga, las consecuencias del estrés pueden acabar afectando a determinados órganos o sistemas corporales y producir distintas enfermedades psicosomáticas: cardiovasculares (por ejemplo, arritmias cardíacas), digestivas (úlcera péptica), respiratorias (asma blonquial), dermatológicas (psoriasis), músculo-esqueléticas (artritis reumatoide), entre otras.
Aníbal Puente, Cognición y aprendizaje: fundamentos psicológicos
Se conoce como estrés o también como síndrome general de adaptación (SGA), la situación de presión o tensión psicológica que afecta a un organismo y le provoca ansiedad (reacción de miedo y nerviosismo ante amenazas poco definidas, reales o imaginarias). El estrés está desencadenado por uno o varios factores llamados estresores y entre sus síntomas más conocidos aparecen la ansiedad, falta de concentración, irritabilidad, insomnio, etc.
Aunque el término estrés es relativamente reciente (1950), la realidad nombrada por dicho término es antigua; otra cosa es que su presencia se haya multiplicado en las sociedades modernas. La psicología ha estudiado los factores y rasgos de personalidad que influyen en la resistencia al estrés (optimismo, grado alto de autoeficacia, locus de control interno, etc.), pero también las estrategias que pueden usarse para evitar el coste energético de esta resistencia.
Ha sido sobre todo el psicoanálisis la corriente psicológica que ha llevado a cabo la enumeración y definición de los mecanismos de defensa, estrategias utilizadas por una personalidad (o la parte más visible de ésta, el yo) que percibe una amenaza y, en vez de afrontarla, se autoengaña de alguna manera para no tener que hacerlo. Como mecanismo de defensa principal, y base de todos los demás, los psicoanalistas señalan a la represión, por lo cual se convierte en inconsciente aquello que no se quiere admitir, generalmente por el sentimiento de culpa o vergüenza que lleva asociado (por ejemplo, el niño al que un día sorprendieron robando y posteriormente olvida este hecho).
Otros mecanismos de defensa son los siguientes:
- La negación, similar a la represión aunque sin llegar a la expulsión total de la conciencia, consiste en no reconocer la realidad de lo que nos asusta e incomoda, hacer como si no fuera real pero sabiendo en el fondo que sí lo es: si alguien recibe una mala noticia inesperada (por ejemplo, que padece un cáncer incurable) su primera reacción es no aceptar el hecho, pensar que es un error, aferrarse a otras explicaciones posibles, etc.
- Si fallan la represión o negación del problema, el siguiente paso en el camino del autoengaño es distorsionarlo. Las formas de distorsión son variadas: en primer lugar nos podemos engañar sobre las causas del problema: atribuir a otro lo que en realidad me pertenece pero no quiero aceptar (en los matrimonios que se divorcian o las amistades que se rompen, casi siempre uno cree haber actuado correctamente, por lo que el responsable de la ruptura es "el otro"), imitar o adoptar las actitudes de alguien para poder apropiarse también de sus éxitos y olvidarme de mis fracasos (por ejemplo, la persona que trata de elevarse sobre una existencia mediocre vistiendo como un persona popular), teorizar sobre un problema en vez de acometer su solución práctica (por ejemplo, el padre que, en vez de hablar con el profesor del problema concreto de su hijo, como no atender en clase, haber copiado en un examen o no estudiar lo suficiente, achaca éste y otros muchos problemas a las deficiencias del sistema educativo). Estas tres formas de distorsión se llaman, respectivamente, proyección, identificación e intelectualización.
- También podemos negar un problema distorsionando sus efectos: es posible desplazar las emociones reprimidas de unas personas a otras, como el empleado que no levanta la voz ante el jefe que constantemente le humilla, pero se desahoga a gritos tan pronto llega a casa; o cambiar un afecto en su contrario, como quien pretende disimular la envidia ante el éxito de un amigo con muestras excesivas de alegría; también podemos convertir deseos o impulsos de los que nos avergonzamos en sentimientos que la sociedad valora positivamente (por ejemplo, el deseo incestuoso en amor paternal, filial o fraternal, o la atracción homosexual en amistad y compañerismo), y finalmente podemos regresar a conductas propias de etapas en las que no teníamos que afrontar este tipo de problemas, como el adulto que tras una reunión en la que ha tenido que soportar críticas e insultos llega a casa y se echa a llorar en brazos de su mujer. Estos otros mecanismos de defensa reciben el nombre de desplazamiento, formación reactiva, sublimación y regresión, respectivamente.
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