Las personas que sufren este tipo de trastorno reducen drásticamente la gama de emociones posibles estancándose en uno u otro de los extremos del espectro emocional (bien la tristeza prolongada, bien la excitación eufórica). Como ejemplos más claros de este tipo de trastornos aparecen la depresión y la manía (o trastorno maníaco-depresivo).
La persona que sufre de depresión se siente muy triste y pierde interés por las actividades, es incapaz de concentrarse en tareas, tiene pensamientos negativos recurrentes (muerte, suicidio, etc.), y en ocasiones se desprecia a sí misma o se siente culpable. En cambio, la manía es un estado de euforia, gran locuacidad y actividad extrema; generalmente la manía no se da sola, sino dentro de un trastorno que alterna episodios de depresión y episodios de manía (trastorno bipolar o maníaco-depresivo). Según la duración y efectos de los episodios de manía, el DSM-V distingue entre trastorno bipolar I (más duradero y con efectos más graves) y trastorno bipolar II; en este último caso suele hablarse de hipomanía más que de "manía" propiamente dicha.
Las causas de estos trastornos pueden ser biológicas (existen personas con predisposición genética a la depresión, como demuestran los estudios con gemelos idénticos), pero también psicológicas (experiencias infantiles que provocan una autoestima baja en el sujeto) y sociales (indefensión aprendida como resultado de la frustración por no alcanzar las metas socialmente valoradas).
jueves, 13 de diciembre de 2018
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