Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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miércoles, 30 de marzo de 2011

Sobre la libertad

John Stuart Mill: Sobre la libertad (1859)

Esta lectura ha sido un ejercicio de reflexión, con un lenguaje filosófico rico en matices y extraordinariamente argumentado. He ido señalando aquellos párrafos más estimulantes, en cada capítulo, y los recojo aquí a modo de síntesis.

I - Introducción

II - De la libertad de pensamiento y de discusión

Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión, y sólo una persona tuviera la opinión contraria, no sería más justo el imponer silencio a esta sola persona, que si esta sola persona tratara de impornérselo a toda la humanidad, suponiendo que eso fuera posible. (...) Si esta opinión es justa se les priva de la oportunidad de dejar el error por la verdad; si es falsa, pierden lo que es un beneficio no menos grande: una percepción más clara y una impresión más viva de la verdad, producida por su choque con el error.
(...)
El ser humano es capaz de rectificar sus errores por la discusión o la experiencia. No solamente por la experiencia; es necesaria la discusión para mostrar cómo debe ser interpretada la experiencia.
(...)
La única forma de que el ser humano pueda conocer en profundidad un asunto cualquiera es la de escuchar lo que puedan decir personas de todas las opiniones, y estudiar todas las formas posibles de tratarlo.
(...)
La ventaja que posee la verdad consiste en que, cuando una opinión es verdadera, aunque haya sido rechazada en muchas ocasiones, reaparece siempre en el curso de los siglos, hasta que una de sus reapariciones cae en un siglo o en una época en que, por circunstancias favorables, se zafa de la persecución, al menos durante el tiempo preciso para adquirir la fuerza de poderla resistir más tarde.
(...)

En este punto del capítulo, Mill plantea la posibilidad de cuestionar toda opinión por muy verdadera que ésta sea. Plantea que si una verdad no puede ser discutida, no es una verdad viva, sino un dogma muerto.

La persona que no posee más que su propia opinión no posee gran cosa. Quizás sus razones sean buenas y puede que nadie sea capaz de rebatirlas, pero si él es también incapaz de rebatir las del contrario, si hasta no las conoce, podemos afirmar que no posee motivos para preferir una opinión a la otra.

III - De la individualidad como uno de los elementos del bienestar

Nadie pretende que las acciones deban ser tan libres como las opiniones. Al contrario, las mismas opiniones pierden su inmunidad cuando se las expresa en circunstancias tales que, de su expresión, resulta una positiva instigación a cualquier acto incorrecto. (...) De esta manera la libertad del individuo queda así bastante limitada por la premisa siguiente: no perjudicar a un semejante.
(...)
Los individuos no son como los carneros; y ni tan siquiera los carneros se parecen unos a otros de tal manera que no se les pueda diferenciar.

IV - De los límites de la autoridad de la sociedad sobre el individuo

El simple hecho de vivir en sociedad impone a cada uno una cierta línea de conducta hacia los demás.
Esta conducta estriba, primero, en no perjudicar los intereses del prójimo, o más bien, ciertos intereses que, sea por una disposición legal manifiesta, sea por un acuerdo tácito, deben ser considerados como derechos; segundo, en tomar cada uno su parte (que debe fijarse según principio igualitario) de los trabajos y los sacrificios necesarios para defender la sociedad o a sus miembros de cualquier perjuicio o humillación. (...) Desde el instante en que la conducta de una persona daña los intereses de otra, la sociedad tiene el derecho de juzgarla, y la pregunta sobre si esta intervención favorecerá o no el bienestar general se convierte en tema de debate. Pero no hay ocasión de debatir este problema cuando la conducta de un individuo no afecta más que a sus propios intereses, o a los de los demás en cuanto que ellos lo quieren (siempre que se trate de individuos de edad madura y dotados de una inteligencia común). En tales casos debería existir libertad total, legal o social, de realizar una acción y de atenerse a las consecuencias.
(...)
Los seres humanos deben ayudarse, los unos a los otros, a distinguir lo mejor de lo peor, y a darse mutuo apoyo para elegir lo primero y evitar lo segundo.
(...)
Cuando por seguir una conducta semejante un hombre llega a violar una obligación clara y comprobada hacia alguna otra u otras personas, el caso deja de ser particular y pasa a ser objeto de desaprobación moral en el auténtico significado de la palabra.
(...)
Dondequiera que haya perjuicio o peligro de perjuicio, para una persona o para la sociedad en general, el caso no pertenece ya al dominio de la libertad, y transciende al de la moralidad o al de la ley. (...) La generación presente se encuentra por completo capacitada para hacer que las generaciones futuras sean tan buenas y un poco mejores que la actual.
Si la sociedad permite que gran número de sus miembros crezcan en un estado de infancia prolongada, incapaces de ser impulsados por la consideración racional de motivos lejanos, ella misma tendrá que acusarse de las consecuencias.
(...)
La opinión de una tal mayoría impuesta como ley a la minoría, cuando se trata de la conducta individual, igual puede ser errónea que justa, pues en tales casos "opinión pública" significa, a lo sumo, la opinión de unos cuantos sobre lo que es bueno o malo para otros.
(...)
Si la civilización ha prevalecido sobre la barbarie cuando la barbarie poseía el mundo, es excesivo temer que la misma barbarie, una vez destruida, pueda revivir y conquistar la civilización. Una civilización que pudiera sucumbir ante un enemigo derrotado, debe hallarse degenerada de tal modo que ni sus propios predicadores y maestros, ni ninguna otra persona, posea la capacidad necesaria, ni se tomara la molestia, de defenderla. Si esto es así, cuanto antes desaparezca tal civilización, mejor. Pues tal civilización no puede ir más que de mal en peor, hasta ser destruida y regenerada (como el Imperio de Occidente) por bárbaros poderosos.

V. Aplicaciones

No hay modo mejor de asegurar a nadie su bienestar que el de permitir que elija lo que desa. Pero, al venderse como esclavo, un individuo reniega de su libertad; abandona, después de ese acto único, todo uso venidero de su libertad. Destruye, pues, en su propio caso, los fundamentos por los cuales le era permitido disponer libremente de su persona. Y no solo dejará de ser libre, sino que, desde aquel momento, permanecerá en una posición que supuestamente ya no será de su agrado y que, por lo tanto, habrá dejado de ser voluntaria. El principio de libertad no puede obligar en ningún caso que se sea libre para no serlo.
(...)
Si se les privara de gobierno, veríamos a los americanos crear uno enseguida, y llevar tal o cual asunto público con un grado suficiente de inteligencia, de orden y de decisión. Así es como debiera comportarse un pueblo libre, y un pueblo capaz de obrar así está seguro de ser libre; jamás se dejará esclavizar por ningún individuo ni por ningún cuerpo que lleguen a sublevarse y a apoderarse de las riendas de la administración central.
(...)
Un Estado que empequeñece a los individuos a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos (incluso para asuntos de carácter benéfico), llegará a darse cuenta de que, con individuos pequeños, ninguna cosa sublime podrá ser emprendida.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Todo ha cambiado con la generación Y

José María Bautista coteja la juventud Y con la generación "Baby Boom", nacidos entre 1948 y 1968, y la generación X, nacidos entre 1968 y 1988, y nos ofrece 40 claves para comprender el alma de esta nueva generación. "En algún momento perdimos a la generación X y en algún momento podremos recuperar a la generación Y, si sabemos ver, entender, comprender, aceptar, adaptarnos, dejar que inventen, inventar...". Todo un reto que pasa por aproximarnos a esta nueva generación, por empatizar con ella y liberarnos de los muchos prejuicios que nos distancian de ella.