Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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miércoles, 10 de enero de 2024

El peligro de estar cuerda

Autora: Rosa Montero

Nacida en Madrid en 1951, estudió Psicología y Periodismo. Titulada por la Escuela Superior de Periodismo de Madrid, comenzó en 1976 a trabajar en El País, donde llegó a ser redactora jefe del suplemento dominical entre 1980 y 1981.
En 1979 publica su primera novela, Crónicas del desamor, y desde entonces se le considera una de las mejores narradoras en castellano. Ha obtenido multitud de premios y reconocimientos, tanto en España como en otros países europeos y sudamericanos. También tiene diferentes distinciones por su labor como periodista y ha presentado múltiples ponencias en diferentes universidades. 

Edición original: 2022
Editorial Seix Barral. Colección Biblioteca Breve

Ideas seleccionadas:

- Tenemos ochenta y seis mil millones de neuronas en el cerebro, y para que nos quepan todos los circuitos eléctricos que nos son necesarios dentro de la pequeña y dura caja del cráneo, la corteza cerebral se ha ido arrugando y plegando intrincadamente sobre sí misma con el fin de aumentar la superficie. Si te sacaras la corteza cerebral de la cabeza y la plancharas, podría llegar a medir medio metro cuadrado. Ahora imagínate organizar un sistema perfecto de recepción y envío de datos con todo eso. No me extraña que a veces el cableado dé algún problemilla.

- "Algunos autores consideran que una propiedad fundamental del cerebro creativo podría ser la desregulación de diferentes neurotransmisores, en especial la dopamina", dice Dierssen. Pues bien, resulta que los neurotransmisores también están alterados en los casos de trastorno mental. Así que quizás la diferencia entre la creatividad y lo que llamamos locura sea tan solo cuantitativa. Por ejemplo: que a las bolsitas químicas del final de los axones apenas les falte un poco de sustancia o que están casi vacías.

- Créeme, los artistas son por lo general unos adictos. Puede que se controlen (yo lo intento), pero el temperamento adictivo está ahí. Los artistas se drogan para mantener el fuego interior, la energía que se devora a sí misma; y para desinhibir aún más esa corteza prefrontal ya de por sí desinhibida, como decía Dierssen. Para facilitar la asociación de ideas; para fomentar las emociones. Para acallar al yo consciente, que es el mayor obstáculo que existe contra la creatividad, un miserable amigo íntimo que te susurra venenosas palabras al oído: no puedes, no sabes, no vales, no lo vas a conseguir, todos los demás son mejores que tú, eres una impostora, vas a hacer el ridículo, ríndete de una vez a la adversidad. Para bailar bien, para hacer bien el amor y para escribir bien hay que anestesiar al yo controlador. Y las drogas ayudan. [...] Sí, ayudan al principio, pero después destruyen y matan. La historia del arte en general y de la literatura en particular está llena de alcohólicos, opiómanos, cocainómanos y yonquis de todo tipo de porquerías. Y el proceso es siempre semejante: la musa química primero acaba con la obra y luego, con el autor.

- La inmensa mayoría de los suicidas no quieren morir. Pero les sobreviene un torbellino de coincidencias nefastas que cristalizan, me parece, en un apagón. Esto es, les atrapa el ojo del huracán de la tormenta perfecta y no son capaces de sostener su vida. Con que desapareciera uno tan solo de los ingredientes de la maldita tempestad se salvarían. De modo que, si ves llegar un tornada arrasador, respira hondo y aguanta. Espera al menos un día, porque las borrascas siempre terminan por deshacerse.