Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
@blog_trca

sábado, 14 de mayo de 2011

Los bárbaros

Los romanos llamaban a los extranjeros bárbaros, gente no civilizada.
A lo largo de la historia de la humanidad, el mundo conocido ha tenido miedo de lo que está al otro lado, es decir, de lo que no conoce.
En este libro de Baricco, se recopilan sus artículos publicados en el periódico La Repubblica en el periodo comprendido entre mayo y octubre de 2006. Analiza, contrasta con datos convincentes y argumenta, todos esos síntomas de que al nuevo ser humano le están saliendo agallas detrás de las orejas, y está mutando ante un periodo sorprendente, pero que no conoce y que le produce miedo, y que sin embargo es inevitable.
"Y me como mi hamburguesa, escuchando en mi iPod Las estaciones de Vivaldi, en versión rock, leyendo al mismo tiempo un manga japonés, y sobre todo inviertiendo diez minutos, diez, así salgo de nuevo a la calle, y ya no tengo hambre, y el mundo está ahí, para ser atravesado".
Y lo más interesante de todo esto, es que esta mutación hace ya mucho que empezó. Un dato a tener en cuenta: Italo Calvino logró vender 30.000 ejemplares en siete años de su Trilogía de los antepasados (El vizconde demediado, 1952; El barón rampante, 1957; El caballero inexistente, 1959). Sin embargo, unos años después, se publica en Italia, en edición de bolsillo, Adiós a las armas, de Hemingway, y logra vender 300.000 ejemplares en una semana. ¿Qué ha pasado? ¿Qué mutación ha sido esa, que logra tal cambio? Baricco nos sorprende con verdades brutales: ha cambiado el lenguaje en que nos comunicamos, y hemos logrado que los libros sean también negocios dirigidos a un público poco exigente y con un paladar poco cultivado, como también lo son la carne de MacDonal's o las maderas de Ikea.
"Somos mutantes, todos, algunos más evolucionados, otros menos: hay quien está un poco retrasado, hay quien no se ha dado cuenta de nada, quien todo lo hace por instinto y quien es consciente, quien hace como que no lo sabe y quien nunca lo va a comprender, quien clava los pies en el suelo y quien corre alocadamente hacia adelante".
Pues bien, se trata de un libro recomendable desde el principio al final... sobre todo al principio y sobre todo al final.

jueves, 5 de mayo de 2011

La revolución moral de Kant

Emmanuel Kant (1724-1804) fue un filósofo ilustrado alemán que revolucionó tanto la teoría científica como la teoría ética. Por lo que al segundo tema se refiere, Kant rechazó todas las éticas anteriores, porque eran heterónomas, materiales y formulaban imperativos (mandatos) hipotéticos, es decir, porque obtenían las normas y los deberes morales desde campos ajenos a la propia dimensión moral y racional de las personas (heterónomas), porque atendían a la materia o los contenidos de los actos morales (éticas materiales) y porque formulaban los preceptos y las normas éticas en juicios condicionales o hipotéticos (por ejemplo, si quieres que te respeten, respeta tú a los demás).
Estas éticas (heterónomas) partían de la existencia de un  fin último (que para unos consistía en la felicidad, para otros en el placer, para otros en la perfección, para otros en Dios...) y, a partir de este fin, derivaban los contenidos morales, o sea, nos indicaban la conducta que debíamos seguir.
Kant, en cambio, defendió una ética autónoma y formal, basada en imperativos categóricos (absolutos o no condicionados). El imperativo categórico expresa la forma que deben tener las leyes morales; así, según este principio, por una parte, toda ley moral debe poder ser elevada a norma universal y, por otra, debe ser deseable que todas las personas obren de acuerdo con dicha ley. Por tanto, nuestros deberes no se nos imponen desde ningún fin real ni ideal, y tampoco es posible derivarlos desde las costumbres, desde las prácticas cotidianas o desde cualquier otro contenido (éticas materiales), sino que los deberes tienen su origen en nuestra voluntad racional. A este respecto, sostiene que, desde el punto de vista moral, no existe nada bueno ni nada malo excepto una buena o una mala voluntad o, expresado de otra manera, sólo las intenciones de las voluntades son buenas o malas, los contenidos y las consecuencias de nuestros actos no cuentan, sólo cuenta la intención de nuestra voluntad.
En este sentido, una voluntad es buena cuando intenta cumplir el deber por el puro respeto al deber (por ejemplo, cuando me inclina a respetar a los demás sólo por el hecho de que debo respetar a los demás).
Por ejemplo, si mentimos, nuestra acción será contra el deber y, por tanto, mala. Pero supongamos que intentamos manifestar la verdad, en este supuesto habrá que distinguir si lo hacemos porque nos conviene, o porque nos resulta agradable, o porque nuestras creencias religiosas nos lo exigen; en estos casos, tal vez nuestro obrar coincida con el deber, pero nuestra acción no será moral. Una acción es moral (moralmente buena) sólo cuando intentamos cumplir el deber por el puro respeto al deber, es decir, siguiendo el ejemplo propuesto, cuando decimos la verdad porque debemos decir la verdad, sin otro tipo de intenciones ni de consideraciones.
Obrar por deber es obrar por principios racionales, esto es, universales (válidos para todas las personas) y absolutos (que no varían con las circunstancias) o, lo que es lo mismo, por principios formales: en todos los casos, debemos decidirnos como se decidiría cualquier otra persona racional. A este respecto, Kant afirma: “Obra de tal manera que la máxima de tu conducta pueda valer siempre como ley universal”, y “Procede de modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los demás, siempre como un fin en sí mismo y nunca como un medio”.

lunes, 2 de mayo de 2011

Mitos

En la mitología encontramos constantemente ejemplos de la lucha del ser humano por superar sus límites mortales, por ampliar sus poderes, ejemplos que de forma inevitable culminan con su derrota o destrucción.
Prometeo simboliza como ningún otro personaje mitológico la rebeldía frente a un destino impuesto, en cuyo diseño él no ha participado.

PROMETEO

Sólo hay dos puntos en los que no ha podido el ser humano equipararse a los dioses: no hemos podido dar, crear vida de forma artificial, ni alcanzar la inmortalidad, o lo que es lo mismo, la eterna juventud.
Prometeo no tenía miedo alguno a los dioses, y ridiculizó a Zeus y su poca perspicacia.
Prometeo fue un gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes: en una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey y en la otra puso los huesos pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos.

Pandora, de Lefebvre

Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego. Prometeo decidió robarlo, así que subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios, y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse.
Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes a Epimeteo, el hermano de Prometeo, en cuya casa se encontraba la jarra (en otras versiones un baúl o una caja) que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella para aplacar la ira de Zeus por haberla rechazado una primera vez a causa de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses y quien en castigo sería encadenado. Pandora terminaría abriendo el ánfora, tal y como Zeus había previsto.

Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo e hizo que le llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto. Zeus envió un águila para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día.

El castigo de Prometeo,
 de Rubens
Este castigo había de durar para siempre, pero Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y le liberó disparando una flecha al águila. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado.

PIGMALIÓN

Pigmalión era un escultor que vivía en Chipre, buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la que casarse. Pero, con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar. Una de ellas, Galatea, era tan bonita que Pigmalión se enamoró de ella.

Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". Y así fue como Galatea se convirtió en humana.



 EL HOMBRE AUTÓMATA

En el siglo XVIII, continuando el mito de poder crear artificialmente una figura con vida, nació la idea de hacer un androide capaz de andar, hablar y adoptar todas las actitudes humanas. Pero pronto llegó el miedo, un miedo horrible a que esa criatura con vida destruyera al propio creador; es decir, que la figura artificial, autómata y sin alma escapara al control de su creador y lo destruyera sin piedad.
El mito del hombre autómata llegó a la cumbre en el siglo XIX con la famosa novela de Mary W. Shelley titulada Frankenstein o el moderno Prometeo. En esta novela, un científico crea un monstruo utilizando cadáveres. Llevado al cine en muchas ocasiones, este mito incorpora como novedad la maldad de la criatura viviente. Cuando su creador le niega la novia deseada y la posibilidad de reproducirse, Frankenstein mata a la novia de su señor en la noche de bodas. Es, pues, una lección de castigo a la presunción humana.
Versiones más modernas del personaje de Frankenstein han abandonado esa maldad intrínseca y le han convertido en un ser de horrible aspecto, pero de corazón bondadoso, que busca desesperadamente amor y comprensión. Solo al no poder encontrarlo debido a su fealdad, decide vengarse matando a la novia de su creador.